sábado, 31 de mayo de 2014
Recorridos.
+ Bukowski, una vida en imágenes. Compré este libro de fotos hace tiempo, mucho tiempo. Esas eternidades incrustadas en la biografía, nuestra lápida azul. Lo recuerdo, fue en un centro comercial, mientras fuera llovía torrencialmente, mientras esperaba, mientras me decidía si ir en una dirección o en otra. Allí estaba, en una pila de libros en oferta, junto a otros, bajo una indeseable luz de neones y fluorescentes. ¿Dos euros, un euro? Ni siquiera sé si el euro estaba en circulación en aquel momento. Total, lo recupero, lo re-des-cubro, lo re-inserto y se manifiesta como vocación y desarrollo. La voluntad de estilo es común a los hombres, en general, pero hay sentencias que atestiguan una capacidad de imponerse sobre lo dado. B. traza su vida con dificultad, mediante ornamentos indexado, tal vez, mediante esbozos de una biografía que ha de ser simétrica con la vida, con lo contado, con una idea de realidad. Las fotos muestran un vago rastro de verdades y ocultamientos. ¿Es equiparable la colección de fotos que muestra con la certeza de su vida? Esa duda siempre me asalta: veo fotos extendidas en un puesto de un rastro, en un álbum que duerme en el expositor de una testamentaría, en la vitrina de un fotógrafo, y la cuestión se agita en mi interior. ¿Qué queda de la persona, de su rostro, qué pensaba en el momento del disparo, tal vez: nada? Reviso el libro y me paro en los detalles, en la decoración de los apartamentos que el escritor transita, en sus cigarrillos, las botellas que empuña con gallardía, los peinados de las mujeres que aparecen con él en estas fotos, la arquitectura. Decorados e interiores. En el comienzo del libro, bajo la foto del padre, una nota explica que éste deseaba ser ingeniero y se quedó en lechero, esto le provocó un larvado resentimiento, que fue alimentando con alcohol y violencia. Los trabajos, el ocio, la confianza en la escritura como una vía válida para hacerse, para construir la realidad se oponen a la figura del padre, tal vez. Las fotos de los bares que B. frecuentaba en el entorno de Hollywood. Impersonales arquitecturas, impersonales geografías. El alcohol es un demonio hechizado de comprensión y violencia, suave y duradero, afilado y extenso, traicionero y sexual, atractivo, certero, displicente. Eso yo lo veo en la fotos, pero no porque esté en ellas, sino porque está en mi interior, en un durmiente ritual.
+ Londres tiende al infinito. Lo percibo en la lejanía, sin miedo a equivocarme. No me reclama una ficción, ni un verso, tampoco un apunte. Los teatros son su savia fresca y peligrosa. Pienso en el rumor del metro, en las calles y sus luces, escaparates y agonías cercanas. Es la hora punta. Veo la calles, mercados, el café que bebemos con rito y sin venenos. ¿Lo recuerdas? ¿Aquellas tazas grandes o grandísimas y el pan recién horneado, las galletas de jengibre, el trazo caligráfico de la trama urbana, que nos resulta indiferente, como debe ser? Brixton. Sólo es un dato, poco más. Lo presiento en esta habitación, en la exactitud de sus superficies. Las fotos son más generosas que las palabras, pero menos certeras. ¿Es necesario hacer comparaciones?, me preguntas y yo no respondo. Hoy estoy cansando y un poco enfermo: enfriamientos que se traducen una fiebre leve, quizá agradable. La medicina me da sueño. Leer es un bálsamo, pero hace que me deslice por la ladera del durmiente. Londres ha estado siempre ahí, lo sabes, sé que lo sabes y lo admites con gracia. Escenario de nuestro amor. ¿Cuántas veces hemos estado allí antes de llegar? ¿Es comparable la presencia de lo real, de lo tangible a la experiencia de la lectura? La lectura, sin duda, es superior. Quizá no estés de acuerdo, pero yo estoy dispuesto a no tener razón y a mantener, sumultáneamente, esta postura. ¿Recuerdas cómo re-corrimos Londres a las tres de la mañana en un autobús de línea, camino del aeropuerto? Luces, perfiles, edificios, el río, la imantación de las noches eternas, el rumor ronco de los etílicos enamoramientos. Era ciencia ficción enclaustrada en el envés. La ciudad a la que ningún turista llega. Cápsulas de futuro y emoción.
+ London Girl [ilustración]. Por seguir con lo anterior. Ella subía hacia Liverpool Street y nosotros descendíamos después de haber pasado la mañana en Brick Lane. La vimos, como un relámpago, un relámpago que contenía aquella ciudad. En fin, ya se sabe cómo es esto: esa lírica. ¿Recuerdas que te dije: Espronceda escribió un poema titulado La entrada del invierno en Londres, que transmite una extraña sensación de frío, muy sinestésica, que ahora la percibo? Pues este es el momento, su momento, pues el título me gusta, el poema está pendiente de volver a ser leído, así descansa en el tomo carmín que está con los otros libros, en la mesilla de noche.
+ Todo ha cambiado, todo está cambiando. Nada volverá a ser lo mismo, como siempre ha sucedido, por otro lado.
+ ¿Quién era aquel hombre que había reunido una monstruosa colección de llaves, que se distribuían por las paredes de su casa de dos plantas: pasillos, salones, estancias? ¿Lo recuerdas? No, pero sí a su mujer, recuerdo cuando me contaron que en su agonía lloraba porque la muerte no llegaba, que se la veía aproximarse, pero se iba, como la marea rota y turbia, un ángel negro y peregrino. Lo podía ver. Ay, las llaves sin cerradura.
sábado, 24 de mayo de 2014
Tránsitos
+ Contemplación de la muerte y de sus derivadas. Esta semana pasada, pude ver un camión despeñado. Allí estaba, en el fondo de la ladera de un terraplén. La figura del vehículo hundido en la tierra negra y húmeda era dolorosa: las ruedas, la estructura, la cabina aplastada, la mercancía esparcida: entre ramas y árboles agonizantes. Varias toneladas de fruta, entre la maleza y las piedras. El conductor había muerto, en un instante. La curva estaba bien señalizada y había una pertinente recomendación para reducir la velocidad. La velocidad. Los camioneros están muy presionados, plazos estrictos y salarios bajos. Es difícil no sentir compasión. 52 años. Al mismo tiempo, no dejaban de llegar coches para recoger los restos del naufragio. Con bolsas, a la carrera, un tanto azorados. El patetismo se establecía en los contrastes: la muerte, los despojos, los beneficiarios. La empresa propietaria del camión debió apostar dos vigilantes para impedir que los recolectores de chatarra se llevasen el metal, los contenedores de plástico y cualquier cosa susceptible de ser vendida. Así pasó la mañana del martes, el día muestra el detalle y la noche establece identidades. Esto último emergió sin solución. ¿Cuándo lo había leído, cuándo toma el valor que le corresponde?
+ El Sur, Borges, en Ficciones. Diciembre queda lejos, pero aquellos días en Madrid reverberan su presencia. La lectura del cuento de Borges inicia una recuperación de aquellos días. Parques en las primeras horas de la mañana, veredas transformadas por la helada, palpitantes focos, globos de luz amarilla que albergan la estatura de los parques. Sobre el pedestal, la estatua ecuestre se hace aliada de la lírica de la mañana, transformada en el testimonio de una historia que desconocemos, pero que allí está. Allí, a lo lejos, se suponen los campos. Falta una hora para la cita. Hay tiempo, un momento para registrar el instante que ahora se reproduce aquí. También El Sur es otro registro. Una constatación. Qué particular sustancia atesora una lectura. Hoy leemos una frase, la frase con que finaliza el cuento. Una vez más, la última frase: "Dahlmann empuña con firmeza el cuchillo, que acaso no sabrá manejar, y sale a la llanura". Y todo se ha transformado. La metamorfosis, acusada o ligera, ha obrado en nosotros. Ya no somos aquél que hundió sus ojos en el relato, que se embelesó con la estructura, con el final, con su articulación. Un día adolescente en su dormitorio, otro un hombre en un vagón de metro. Con el artificio se eleva su persona, otra persona. Este otro contiene al anterior, o no, pero se desvanece mientras lee. La disolución es necesaria, el día muere. Son inagotables las posibilidades, no hay otra receta.
+ Recogido al vuelo: Lucien Goldmann: "La literatura no es expresión de la realidad, sino parte de la misma". La sucesión de los días, la textura que la edad otorga, la muerte como medida, los ejercicios que conducen a la afinación de una destreza, la destreza. La realidad se transforma y se multiplica. El punto de vista es cambiante, perecedero. Cuáles son los procesos de ensamblaje, el diagrama de construcción, su materialidad. La realidad se construye socialmente [Berger y Luckmann], mientras el camión yace en el fondo del talud. La realidad es lingüística, las palabras son las que permiten encarnaciones y decesos. Discursos y transformaciones, influencias, silencios. Cuando camino solo existen los pasos, es necesario el concurso del paisaje para llegar a ese punto donde lo fluido reina sobre el estatismo. Alguien pregunta sobre la función de la literatura, lo pregunta porque desea una respuesta clara y satisfactoria. No tiene finalidad, le responden con acierto, pero no es suficiente. El utilitarismo se desploma ante la certeza de la muerte.
+ He comenzado a leer La mirada sin dueño, una antología poética de Miguel Ángel Velasco. No me pregunto por qué se elige un libro, por qué se posa en la mesilla de noche éste y no otro. No me planteo los porqués, ya que sé que no hay respuesta. En general, no hay respuesta. En particular, tampoco. En muchas ocasiones, me digo, el rostro del poeta, del pintor o del músico, es una guía hacia su obra. ¿Un acierto? Hay aciertos y hay errores, pero la intuición se convierte, con los años, en un instrumento insutituible, incomparable, tardío y fungible. Ante de domir: el poema a las lombardas, esa col, me parece grandioso, propicio para terminar el día, [v.gr.: "… raso añil como seda violenta…"]. El dibujo de lo cotidiano restablece una cierta confianza, un cierto crédito perdido. La poesía tiene esa inigualable capacidad de cambiar el rumbo, súbitamente. Como si en la lombarda se ocultase una joya de mármol y sobrerealidad, su manipulación y su candor. Mientras, el camión ha sido rescatado, llegan noticias: en tres semanas estará circulando, otra vez, con sus cargamentos, con sus prisas, con las urgencias y los desvelos. Otro conductor, otras vidas, otros afanes. Entre tanto, la lectura ordena lo que será desordenado cuando llegue el día. Y así se cierran los aposentos de la noche. Los trabajos y los días. Su reiteración.
+ Somnium imago mortis.
sábado, 17 de mayo de 2014
Apariciones, espectros, fantasmas.
+ En ocasiones cruza las plazas de soslayo, introspectivo, con tres o cuatro libros en la mano. Intenta venderlos sin éxito, es imposible como la luz en la noche, como la noche en el día. Alguien le da una limosna, unas cantarinas monedas que agradece sin convencimiento. Sabe que no son limosnas lo que necesita, pero no importa. Según los días pasan, según las semanas caen, se le ve mucho más delgado, transparente quizá . Se transforma en perfil y línea de trazo inseguro. Una enfermedad, tal vez, desasistido, invernal, volcánico en su interior, hielo en el exterior. Hay algo aristocrático en su rostro, pero se desvanece. ¿Dónde vive? ¿Cuáles son sus afanes, tiene sentido está palabra en su vocabulario? Camina como un pájaro que saltase sobre las piedras en la orilla del río, con determinación y sin pensamiento. Su voz está quebrada. Los libros se ordenan entre sus manos: un tomo de Sábato, libros infantiles ilustrados, tal vez La Isla del Tesoro o Los hijos de capitán Grant, Ivanhoe, Guillermo Tell, una antología poética de la generación del 14, del 50 o del 27. No sé. Recuerdo esos libros, recuerdo otros libros, también la infancia imprecisa y sus aristas. ¿Son los mismos libros? ¿Son los libros de su infancia, los libros de nuestra infancia? Los libros no son un buen valor, indudablemente, y él lo sabe. Su precio es, finalmente, el precio de su peso, el precio del papel en el trapero. Por kilos, por toneladas. El valor es otro, pero no se traduce en monedas. Todo lector ha construido un muro multicolor a lo largo de los años, pienso y pienso en mí. ¿Qué relación hay entre el aliento sentimental que implica el muro y el caminar de este hombre? El hombre es el tercer fantasma del día, la tercera aparición.
+ Los desenterrados se sientan en las terrazas, consumen refrescos, cerveza y vino honrado. Los violines eléctricos los emocionan grandemente. Ssu hijos son bicicletas, respiración y olvido. Es la normalidad en una tarde de viernes, en la provincia.
+ Como recorrer olvidadas oficinas en plena oscuridad, arropados por la noche, como ladrones. Vestigios de otro tiempo, signos históricos, intrahistóricos. Los perfiles de los objetos son amenazantes, dientes de sierra. El fantasma del que un día allí desarrolló su trabajo, el trabajo que dio de comer a sus hijos, el trabajo que le causó preocupaciones y le trajo alguna alegría. En esta hora, el fantasma se eleva sobre los archivadores, las cajas de proyectos, los expedientes y todas las mesas, durmientes y estáticas. Adminículos. Avanzamos. Los ruidos son sutiles y penetrantes. No somos ladrones, tampoco asesinos. Desde fuera llegan las luces de los coches, que acuchillan esta extraña orografía de planos y puntiagudos bolígrafos, en sus tarros. Porcelanas y gomas de borrar, cinta correctora y cartulinas, la palpitante máquina del café. Todo es humo, vapor humano. Por fin, alcanzamos el objetivo. No son horas, pero era necesario. Allí escondido estaba aquel paquete, papel de estraza y cuerda de cañamo. Era voluminoso y no tenía otro lugar donde ocultarlo. Por la puerta trasera salimos como delincuentes. Pero los fantasmas, que un día fueron oficinistas, conocen nuestra condición, que nuestra inocencia es mármol o acero pulido. Ellos darán testimonio de nuestra inocencia.
+ Un apunte rápido, necesariamente, para ser desarrollado en otro momento:
Londres, Sinagoga de Brick Lane,Princelet St.: Rodindsky's Room, Rachel Lichtenstein & Iain Sinclair. Fantasmas, la persecución de fantasmas, pistas, un despertar, una historia, su reconstrucción. Tanteos. Ensayos, errores, rectificaciones.
+ Los viajes transforman al viajero. Es consustancial al movimiento. El viaje, hoy, carece de referente. Las vaguedades se instalan en el vocabulario esencial de lo diario y allí establecen su dominio. Es muy complicado determinar qué es viaje y qué no es viaje. Nadie quiere ser turista, nadie. Parece apropiado establecer un censo de fantasmas que aceleren el sentido del propio viaje. Los habitantes de las ciudades son extraños actores en un decorado extraño, solamente a los ojos de viajero. Todos somos normales, en tanto en cuanto no se nos conoce. En el tránsito de lo desconocido a lo desconocido, del anonimato a la intimidad, surge la extrañeza, el desapego, la unión con el otro en sus rarezas. En esas transmormaciones nuestro espectro se va elevando desde la irrealidad.
+ Hay un momento en que los detalles toman cuerpo y se pierde lo automático que hay en la percepción: la visión se hace acuosa, se afina más tarde y, finalmente, el mundo resplandece en la lírica de los detalles. Renovado. Estos momentos se deben conservar. Automóviles, geometría, portales, confusiones, estrategias, dudas, palabras, chapas, cordones, ruedas, termómetros, agradecimientos. La realidad y el infinito son una unidad. Se descubre el sustantivo, el núcleo, sus conexiones. En un instante, en un estallido, primario y fundamental. ¿Es otra iluminación? Será difícil ser estricto, literal, históricamente romántico.
+ En Figueira da Foz vi un Mercedes negro como el charol, con asientos rojos como la sangre cuajada. El viento era turbio y una muchacha caminaba con desgana. Comenzó a llover débilmente, pero hacía calor. Quizá, otra onírica o fantasmagórica iluminación aleteaba el aire: mariposa de plomo. Música popular, restaurantes japoneses, chinos, ornamentos dorados, calles estrechas, camiones pintados en verde y en naranja, azulejos, adoquines, la arena, la bandera nacional repetida mil veces y una más, una ciudad vieja y una ciudad nueva, acero, cables, postes, cristal, hormigón. Alguien se casa, es por amor. Ventanas como espejos, los labios azules del mar, oscuros barcos en la línea del horizonte y láminas de espuma. Espuma, nada más.
sábado, 10 de mayo de 2014
Derivaciones
+ Tardes de domingo. La música en modo aleatorio, la lectura, el remanso de las horas muertas, café y lápices, papel, blocs. Atraviesa la tarde un extraviado pensamiento sobre lo finito. Venecia es un plus, una necesidad poética, un enigma del comercio y una exacerbada pasión por los escenarios. Hay ciudades interiores que crecen sin descanso, anteriores al nacimiento, que germinan y se reproducen, sin explicación ni glosa. El domingo es un día intermedio, una porción de olvido, de vacío. Los bares están cerrando y todavía resuenan en la calle las voces de aquellos que no desean regresar a sus casas. Eso lo conocemos bien, pero ya no interesa. Hay razones que se deslucen muy rápidamente. Es una hora propicia para encauzar el final del libro: La marca de agua, de Joseph Brodsky. Venecia, una vez más. Las camas siempre tienen un algo de góndola. Su asimetría, la deriva, el pacto con el luto. Las góndolas se pintan de negro debido a la peste. El tramo final ha sido reservado para un momento como este. ¿Un instante? La vida arde en su totalidad para alcanzar estas doméstica glorias: herméticas y definitivas.
+ La benevolencia con la falta de puntualidad es un síntoma de senectud, sin discusión posible. Los pilotos rojos de los coches se difuminan, se desvanecen misteriosamente mientras la espero en el cruce que conduce al río. Anochece y una neblina transparente va creciendo, es un esfumado, la pérdida de los límites enaltecen el horrible perfil de los edificios: ahora son un acantilado, una muralla gris, las chozas de una estirpe de gigantes. Hay faltas de ortografía como un crímen nefando, un asesinato, tal vez. Los globos de luz se transforman sin dificultad en senderos luminosos de un país, de una ciudad con la poesía orgánica de sus calles, el trazo de lo espontáneo.
+ Muy de mañana, en el coche, cuando todavía la noche no se ha retirado, allí, suena la música que abre los inicios del día. Como un barco que avanza en la oscuridad, se apartan simétricamente los campos que se orillan en la carretera. La música cesa y el locutor nos habla de voces grabadas, de directores, de interpretes, de compositores. Una cosa lleva a la otra y afirma que hubo un registro de la voz de García Lorca, añade que su pérdida es lamentable. Mientras, casi maquinalmente, mi coche, negro y con veintitrés rascazos en su vientre, dos golpes sonoros en su costado, avanza en las últimas horas de la noche, me parece, anormalmente, que yo no conduzco y dudo, profundamente dudo. Es mejor no oír su voz, preservar la superficie de su imagen, sin voz, sin carnalidad, en el centro del mito. Ay, un día atrás a alguien le escuché decir que no era Juan Ramón Jimenez quien escribía, sino Zenobia. Me enfadé, quizá sin razón. Era tarde ya y las luces muertas de las aulas trenzaban otro funeral, no recuerdo por quién, ni deseo recordarlo.
+ La rueda de la fortuna no cesa de girar. Hoy estás arriba, mañana abajo, El símbolo medieval se renueva día a día y alcanza otra actualización. Hoy, ayer, mañana. A veces, sólo a veces, y no necesariamente, el esfuerzo y la voluntad pueden engañarla, pero una debilidad, una falta de observancia hace que se enfurezca y las consecuencias sean terribles. Ya lo sabíamos, lo sabemos. Las consolaciones.
sábado, 3 de mayo de 2014
Bosques (I)
+ La belleza de los árboles y la ausencia de gritos, bocinas, pitidos, televisores, maquinaria y velocidad. El silencio, los pájaros, el susurro del agua lejana, inaudible casi, el temblor del viento. Una sacudida recorre la espalda. El bosque bajo la lluvia, arropado por la niebla, en el espasmo de una calurosa tarde de agosto: un viento sutil y en armonía con una figura recortada por la cortante luz del sol del medio día. El bosque permanece impasible y preserva el misterio en su soledad, lejos de los hombres y sus maquinaciones. Haces que convergen en un punto, así se muestran las guías que conducen al objetivo: sobre todos los árboles destaca uno. Sólo uno. Se balancea con una ligera gracia, que semeja un artificio, que traslada de lo natural a la representación sus formas: acuarelas japonesas que delimitan el ritmo melancólico de los recuerdos. Y es ahora cuando sucede. Siempre regresan las exposiciones visitadas de esta manera: en la soledad de los bosques resucitan armadas con el fuego de lo exacto: Londres en octubre del 2013. Una exposición que muestra dibujos japoneses pornográficos del siglo XVIII y XIX. Papel de seda, xilografías, láminas. Cartulinas, telas, albumnes. ¿Tesoros o residuos culturalistas? ¿Reciclaje o inserción? No hay mucha gente en la sala. Nuestra miradas se entregan al estudio del detalle: las líneas, los colores, los formatos. Pero los órganos sexuales son tristes, nadie repara en ello, al tiempo que es imposible olvidar la famosa imagen del pulpo que copula con una mujer. El éxtasis, el pulpo recorre el sexo de ella y los tentáculos se entretienen en cada recodo de las articulaciones, en la topografía muscular, en sus colinas y valles, remansos y turbulencias. Resulta inexplicable: es el momento en el que el sol ejerce su poder narcótico, cuando ese fragmento de la exposición regresa. Vibra al compás de las hojas agitadas por el viento. En el momento, en la exposición las escenas no produjeron otra cosa que indiferencia, ahora llega una violenta humanización de aquellos cuerpos, de aquellas necesidades larvadas e incomprensibles para un occidental: tal era la codificación, la elaborada coreografía de las posiciones, el estatismo de los rostros. El tamiz de las hojas en la hora del mediodía traspasa el tiempo. No es magia, es la verdad de los recuerdos, su mentira, su indiferencia, su pulsión. El tiempo se ha detenido, nunca estuvo aquí.
+ Un domingo de madrugada. Obligación de una biografía ejemplar, con la coherencia de la novela bien trabada en su forma genérica y genética: planteamiento, nudo y desenlace. Sin experimentos, ni dobleces, ni transformaciones. El mero contar no llega, pero la vida se resiste a la cápsula y a la reducción de los términos y sus ramificaciones. Surcar los senderos que conducen al centro geométrico del bosque acentúa la sensación de inestabilidad de lo vivo, su destino sin reflejo, sin posibilidad de duplicación. La condena de lo único en la multiplicidad de formas y figuras.
+ Los teléfonos descansan sobre la cama, suena Bach, otra vez, en los altavoces del viejo equipo de música y la hora es propicia para la escritura. ¿El silencio en el bosque, como adivinar el trayecto de la cierva entre la maleza, recordarlo y ver en ello un emblema? Hay llaves que abren puertas a otra realidad, porque ésta se construye y se transforma más allá del poder, de la que los poderes desean imponernos: redundantemente. El emblema se compone de una imagen enigmática y "algún verso o lema que declara el concepto o moralidad que encierra", arroja el Drae. La cierva en el bosque es una imagen que precisa una aclaración. Su figura trasciende la maraña que el bosque despliega en aquel punto exacto, pues es un instante. Su figura desaparece después de volcar reminiscencias y otros versos. Preferir el recuerdo de la cierva al del ciervo no es casual, no es un capricho. Aunque, en cierta medida, la construcción del emblema precisa de elementos caprichosos y fundados en artificios que fusionan la autenticidad de su capacidad de cura con la propia imagen y su lema, no hay porque desconfiar de las paradojas que lo aleatorio regala sin contraindicaciones. Por eso cierva, que no ciervo. Lo femenino, el interior del bosque, su elevación, su desvanecimiento. La noche cae y Bach ha cesado, el silencio es transparente.
+ San Juan de la Cruz: Cántico espiritual:
¿Adónde te escondiste,
amado, y me dejaste con gemido?
Como el ciervo huiste,
habiéndome herido;
salí tras ti, clamando, y eras ido.
+ [Ilustración: Greenwich en el comienzo del otoño, hace unos años. No deja de ser un paisaje construido y, en consecuencia, en su momento, coloreé la foto con un verde irreal. Precisamente el color verde, un verde como extraído de un tintero y derramdo sobre el poliéster blanco, extremadamente blanco. No pasa de ser un artificio: el verde define lo vegetal, pero este verde está más próximo a la ciencia ficción que a lo netamente biológico, a los juegos y trucos, el afilado vértice de neón obra en las últimas horas de las noches eternas. en el perfil de los licores y en la inmovilidad de un enamoramiento. Un aparte: esta imagen es la imagen de fondo en mi ordenador, en mi portátil y mostrarla no deja de ser una confesión, otra narcisista confesión].
Suscribirse a:
Comentarios (Atom)



