sábado, 28 de junio de 2025

Joie de vivre

 


+ Llego por casualidad a las fotos que en sus viajes dispara un pianista y no dejo de pensar cómo la fotografía se convierte en el vehículo de expresión de unas ciertas ideas, latentes, pero, al mismo tiempo, expresivas. Lo fluido se impone. Hacer fotos es fácil y pone en la mano de cualquiera una herramienta útil. Muy útil. Muerta la fotografía química, la fotografía digital se equipara a la respiración. Inabarcable cifra es la cifra de las fotos que se disparan cada día, cada minuto, cada segundo. Las fotos del pianista documentan un mundo de nieblas, luces lejanas y desvaídas, bosques, edificios que la cámara no consigue enfocar, banales aparcamientos, calles tomadas por la lluvia y demás estelas del Romanticismo que tienen su presencia en la vida diaria. Son coherentes, alcanzan una unidad: qué importante. Luego habré de escuchar su declaración: una interpretación desmayada de algún compositor romántico. Todo parece encajar, pero yo no me concentro. Hace calor y no logró escribir. Escribo sin ganas y lo obtenido contiene esa abulia. Las fotos del pianista capturan el momento y lo comprendo, comprendo bien ese momento. Mucho mejor que este, el mío: calor, incapacidad para el trabajo, apatía o desgana.


+ Sólo es un momento: “Una grande y determinada determinación […]” STdeJ.


+ El ideal barroco del sueño tiene un rendimiento explicativo importante. El sueño es algo más que una metáfora porque el sueño no deja de ser una vida duplicada. El espejo, el doble, la suplantación ante la que nada se puede hacer pues la voluntad, en el sueño, se ve mermada, secuestrada. Me acuerdo de algunos poemas y de su maestría, opuestos a lo fácil y sentimental, ya que incurrir en la cursilería cuando se aproxima uno a la materia del sueño es muy fácil. El amor, el sueño, la amistad […] son temas complejos por inefables, ahí: donde destacar el brillo de una arista aparece como un complejo e imposible objetivo que atrapar, salvo por un especial talento: raro y esquivo. El sueño del que me habla el Conde de Villamediana se muestra en toda su complicación de laberintos y opuestos, “Sueño enemigo, si mis glorias sueño, / con la luz que me animas me acompaño, / que en mis tormentos el alivio es sombra” [segundo terceto]. Descansa el libro y no sé si sueña o no sueña, pero yo me refugio en todas las posibilidades que se abren. “Aguarda sombra inquietada, espera”, dice el primer verso, el primer endecasílabo. Duermo, espero, no desespero. Ay, la cultura y sus derivadas, qué hacer sin este binomio: el sueño.


+ Es un error confundir la lírica [piedra angular de la poesía de nuestro presente] con lo sentimental. Acierto cuando yerro, parece decir sin decir algún poema y en ello está la clave que abre la puerta del laberinto. Clave = llave.


+ El artefacto es constante, el objeto artístico: variable. La idea de Jan Mukarovsky se impone en el día de hoy. Pienso en lo último que vimos, en París. En aquello que vimos en Madrid. Busco lo común social y lo encuentro, pero es inaprensible. Hay que construir el concepto con los mimbres que tenemos: hoy, Mukarovsky.


+ Veo que ha estrenado un hermoso y potente coche. Gris o tenue verde ágata, verde azulejo, verde o gris pálido. Lo veo. No pienso. Lo veo pasar, ufano y feliz. No es muy alto, es bajito, regordete y el dinero no lo soluciona. Lo veo. La actitud del gato y del perro, de eso se trata. Lo veo. Luego, ya en otra dimensión, pienso: pienso poco. En fin, no tiene mucha importancia. Un coche hermoso y caro, potente y aparente, elegante y, en cierto sentido, aristocrático. Me pregunto si aquí se refleja alguna virtud y presumo que la respuesta es afirmativa. Alguien decía que el coche te viste, que hay que ir bien vestido. Qué tontería, me digo con una displicente sonrisa. El coche, a mon avis, es un ascensor: le das al botón y te transporta al piso deseado, al destino elegido. Poco más. Lo sé: generalmente, evito el conflicto o el debate. El coche puede comunicar indeseadamente pulsiones de humillación y ofensas larvadas, ofensas y humillaciones que ahora se ven salvadas por el valor, no por el valor, sino por el precio: 80.000 €, calculo yo a ojo de buen cubero. ¿Es un triunfo? En cierta medida sí, en otra: un fracaso. ¿Es una virtud? Sí, pero, también, su envés. Pero sigo yo, o regreso yo, a la posición del gato que, agazapado, espera, en silencio, discreto, indiferente. Lo veo pasar y no digo nada. Lo veo. Lo veo.


Joie de vivre: definitivamente, esto es lo que me transmite David Hockney. No quiero decir más. Ahí queda y por eso viajamos a París. Tal vez, hedonismo: nada malo hay en ello y es algo que no cuesta dinero. Los placeres sencillos están en el “saber ver”. ¿Es esto lo que me aporta? Algo funcional hay en su pintura que me trastoca la percepción. Una cierta ebriedad. Alegría, tal vez. 


+ Ella leía la Genealogía de la moral en aquel cuartucho de la terminal de autobuses de La Defense. No sé su nombre y nunca lo sabré, pero de alguna manera resumía en su persona el viaje relámpago a París. Se trata de la alegría de vivir que transmite una juventud sana y hermosa. La ilusión por la lectura, adentrarse por primera vez en un autor y descubrir un mundo o, mejor, redescubrir el propio mundo. Construir nuestro mundo a nuestra medida. Esto también fue el viaje a Paris con el único propósito de ver lo de D.H. Esto fue el viaje relámpago, esto también contiene la imagen de aquella chica que leía a Nietzsche con atención, ajena al teléfono movil y las espurias distracciones que ofrece. 

 

+ Imagen: espera para entrar a lo de D.H. Engañosa foto: parece no haber nadie a la cola, pero no es así. Me quedo con este trampantojo [que también dibujé en mi libreta y, ya en casa, coloreé].