+ En el domingo por la mañana, despejado, aunque con nubes que parecen anunciar lluvias a lo largo de la semana, leo fragmentos de una entrevista con un escritor que, a su vez, es nieto de un escritor, un reputado escritor. La frase que despierta mi atención es aquella que expresa que su abuelo antepuso su carrera literaria a la familia. En otro tiempo me sonaría extraño, hoy lo comprendo. La ambición y la inteligencia hacen que el mundo gire y para que el giro se produzca se necesitan sacrificios. Y si vamos más allá, cabe preguntarse si resulta necesario el sacrifico en aras del progreso, aunque ese es otro tema que, ahora, no tiene cabida. Yo coincidí con el abuelo del escritor dos veces, fugaces encuentros entre un hombre de más de setenta años y un adolescente de menos de dieciocho. A penas unos minutos y una extraña admiración por su carrera literaria, su lugar en las páginas en los libros de texto, las elogiosas palabras que siempre escuché a mis mayores. En fin, una vaca sagrada de las letras españolas con una extensa obra, sillón en la academia y una serie de televisión de gran éxito [en aquellos años ochenta]. Sigo leyendo y el escritor se pregunta por las razones que nos hacen ser lo que somos. La pregunta es muy compleja y la respuesta variable, que se concreta en función del momento y del estado de ánimo. El nexo entre el pasado y el presente siempre es problemático e inestable. Si todo se pudiese formalizar, reducir a relaciones entre magnitudes que arrojasen un resultado indiscutible, podría haber un atisbo de conclusión, pero este desenlace no es posible. Finalmente, todo se resuelve en literatura, en el relato, en la estructura y en su ornato. El escritor aclara que los pecados de su abuelo están más en relación con una suerte de defectos generacionales que con la propia ambición, se refiere, pues, a la ambición literaria y a su carrera. Bueno, no estoy de acuerdo, en realidad para sostener una carrera de éxito es preciso sacrificar otros ámbitos de la vida, no se trata, en mi opinión, de una cuestión generacional, sino de la naturaleza misma del éxito. Para finalizar, veo la foto que acompaña al artículo y me parece el escritor una persona cansada, con cierta tristeza embutida en el estudiado atuendo de escritor. La edad madura, previa a la vejez, en las fotos arroja cierta verdad, cierta confesión. Tenemos casi la misma edad, él tiene dos años menos que yo.
+ ¿Es preferible el sustantivo obra en perjuicio de sustantivo producción o invertimos la ecuación? No se pude perder de vista la producción en detrimento de la obra. En la producción incluyo lo anterior, peritextos [palabra precisa para referirse a las entrevistas a escritores, entre otros elementos que conforman ese ámbito]. La producción se relaciona con el mercado, en la obra todavía persiste una idea romántica de la literatura. Yo estoy a caballo entre ambas, porque la una sin la otra no se puede explicar, yo no me puedo explicar. Todavía somos románticos.
+ El escritor se vuelve a preguntar qué es lo que hace que seamos lo que somos y responde: “En buena parte reside en las dificultades que los Torrente Malvido tuvieron para pactar con la realidad.” Los ilusionistas, Marcos Giralt Torrente. Me interesa el libro, pero no tengo tiempo para otras lecturas que las que me embargan, la investigación y su desarrollo, la escritura y las elecciones. Queda anotado. Vale.
+ No hace mucho, en realidad ha pasado casi un año, visité la exposición que le dedicaron a Torrente Ballester en la BNE. Fuimos a la sala de exposiciones K. y yo, como tantas otras veces. Hablamos mucho sobre el escritor tras la visita, escritor del que hemos leído, ambos, unas cuantas novelas [es más, yo tengo la Saga/fuga de J.B. dedicada por Torrente]. El tiempo ha pasado y la opinión sobre su obra [o producción, como se prefiera] se ha visto modificada. En primer lugar, la lectura de sus obras se produjo hace ya demasiados años o décadas, lo que indica que todo lo dicho en ese momento de la exposición estaba condicionado por una espesa niebla de la que se destila una idea incierta sobre sus narraciones, un poso confuso. Habría que volver a las novelas y olvidarse de las exposiciones conmemorativas, pero no hay más cera que la que arde: tantísimos libros por leer, tan poco tiempo. Finalmente, terminamos hablando sobre las relaciones y la sociabilidad de unos escritores que venían de la guerra civil, de la postguerra y de los años del franquismo y que, hacia los años sesenta y setenta, comenzaron a figurar en los libros de texto donde nosotros nos educamos. La lectura de su obra, como dije, se ha convertido en una niebla de la que solo quedan lejanas impresiones que, quizá, hoy no mantendríamos. Nos interesó mucho porque su novelística convergía la ciudad en la que fuimos adolescentes heridos de literatura y romanticismo [cómo hemos evolucionado: de la guitarra eléctrica al silencio]. Permanece la pasión o necesidad por la lectura, una extraña adicción que se relaciona con un tiempo y una ecuación, la educación sentimental y el panorama cultural y político de aquellos años. Ya no somos los mismos, pero permanece un algo, algo que atisbamos en aquella exposición, ese poso confuso que comienza a diluirse.
+ Intento dejar estas memorias literarias, bosquejos del pasado, pero todavía queda algo. Torrente Ballester era un fotógrafo aficionado. Mientras buceaba en busca de razones para escribir lo que he escrito, encontré una foto de un viejo guerrero de piedra en un jardín tomado por la yedra en uno de los patios del museo de Pontevedra. Lo quitaron de allí. ¿Dónde está? En una aséptica sala, al reguardo de las inclemencias que le dieron sentido. Vivió rodeado de heroinómanos en aquellos años ochenta y noventa del siglo pasado, hoy vive en la perfección inmaculada de unas salas de exposiciones muy siglo XXI. También aquí se disuelve nuestra memoria.
+ He leído un extenso adelanto de la novela del nieto. En ella se ofrecen anécdotas que rompen una idea que yo tenía el escritor. En realidad, este quebranto se había gestado años atrás y se consumó en la exposición de la BNE. Es un aire de extrañeza, que siempre ha estado ahí, que me ha hecho preguntas sobre una vocación que no tenía la fuerza necesaria para llegara término, mi vocación. No sé, falta de talento o falta de la voluntad necesaria que incentive el trabajo [de vital importancia para cualquier carrera, sea en el dominio que sea]. Con todo, veo ciertas concomitancias y eso es lo que define una vida: las carencias y los anhelos, la lucha entre ambos. La falta de consecución termina por emitir su veredicto. Hoy todo esto me resulta de gran utilidad para entender a las personas y sus ambiciones. En el pasado no era así y yo notaba el dolor de lo no conseguido. Me siento libre de contabilidades y arrepentimientos. Todo está bien y, también, me reconcilio con aquellos de los que esperé mucho y obtuve poco. Pronto iremos a París y eso cuenta más que las dilaciones y los desvíos vitales.
+ Casi sin darme cuenta, me hago cargo de que este relámpago me ha conmocionado y me ha impedido escribir hoy domingo. Hay una suerte desorientación que me perturba. He reconocido aspectos de mi propia biografía en el abuelo, que me reconfortan. Así es la dicha del tonto: mal de muchos, consuelo de tontos. Y, no sé, antes lo decía: el enjambre ha colaborado en un entendimiento de las trayectorias vitales desde un punto de vista más abierto y benevolente. Nota bene: soy yo y el tiempo, a solas con la ayuda de una biografía entrevista y fragmentaria, pero con puntos de engarce y trinchera. Vale.
+ GTB: “La novela nunca recoge nada personal”, la afirmación entre el tabaco y whisky aguado. Tiene razón y no tiene razón, porque es en ese momento preciso de la afirmación cuando se desvela la verdad de la vocación: llevar, perdurar, desvanecerse. Al momento se corrige a sí mismo y dice que “uno no trabaja más que con su experiencia.” En realidad, el núcleo de la literatura es esta contradicción que no es tal porque se parte de la experiencia pero se debe, necesariamente, hacer forma con ella y esta forma es la verdad de la literatura, más relacionada con lo arquitectónico que con la anécdota. Por eso no recoge nada personal y por eso solo se puede basar en la experiencia propia.
+ [En este viaje hacia una incierta disolución, emerge, sin contar con ello, el triste soneto de Villamediana “A la muerte del Conde de Coruña”, reflejo de la que será muerte del poeta, muerte, aquí, de un adolescente, una muerte violenta y desengañada, el desengaño que preside la obra del poeta, el desengaño que me guía en análisis de las personas y los personajes. Vale.]
+ Finalmente, en las últimas horas de este segundo día de junio, veo que la ambivalencia, la inestable consistencia de las certezas, es un rasgo ineludible de la existencia. Estas contradicciones hacen que encontremos extrañas algunas declaraciones de escritores, que están, de alguna manera, obligados a ellas, y, al tiempo, se puede ver que la extrañeza parte de la inquietud que nos provocan. He visto, así, entrevistas con GTB y me espera el libro del nieto, como las paralelas que tienden a unirse en el infinito, y extraigo la conclusión de que la falta de coherencia arroja más luz que la cartesiana simetría que nos da certezas y respuestas. La razón es otra.
+ En la Biblioteca Pública de Pontevedra han comprado el libro de Marcos Giralt Torrente. Lo he cogido. Me parece que soy la primera persona que toma en préstamo el ejemplar. He leído el primer capítulo y casi el segundo. El primer capítulo atañe a lo que escrito anteriormente, en relación con el abuelo, el segundo está en la misma línea pero ya no figura el abuelo. ¿Me interesa? Mucho, pero en relación a un desarrollo generacional que a mí me concierne. Es una educación sentimental que, aunque no coincidente, se aproxima a la mía y me permite explorar facetas del pasado que se habían quedado dormidas. Así, me llama la atención cómo sobre los mismos hechos los juicios han variado. Y los juicios ahora son más benévolos. Lo agradezco. Ese tono también está en el libro. Espero que llegue la noche para continuar con la lectura.
+ La semana se termina y la lectura de Los ilusionistas continua su curso. Deberé esperar hasta el domingo, quizá un poco más allá, pero su labor está hecha, bien hecha. Hasta el próximo domingo.
+ Imagen: hacia las seis y media de la mañana, camino del trabajo, no dejo de pensar en lo leído: la imagen recoge el contexto de la reflexión: la familia, el determinado destino, la resignación y el perdón, en eso pensé cuando disparés las fotos.

