+ Hay extraños hilos rojos que me conduce a un terreno que no sé nombrar. Tal vez, el ámbito de la casualidad. No sabría regresar a allí. Por ensalmo, compro un libro, una introducción a Hegel, publicada en una editorial y en una colección de los años ochenta. Qué lejano todo. Lo compro en una feria del libro de ocasión y segunda mano. De esa colección me he comprado tres y los tres son sobre filosofía alemana. Hoy, sábado, abro una revista en línea a la que estoy suscrito y encuentro una entrevista con el autor de la introducción al filósofo alemán. En un principio soy reticente, pero según leo, me voy interesando. Copio un fragmento: “Pero vamos, yo de mi familia me considero huérfano: de madre, de padre, de hermanos… y huérfano social, político, huérfano cultural y hasta huérfano religioso. Porque entre la religiosidad de mi madre y la mía no hay nada, muy poco en común. Soy un hombre hecho a sí mismo.” Medito sobre ello. Sobre la orfandad familiar y entiendo que aquello que alguien me dijo no hace tanto tiempo: “la familia no se elige.” Sigo. La cuestión y las preguntas continúan por la senda de las creencias y el marxismo, al anarquismo y la universidad de los años sesenta y setenta. Se destila una arrogancia y una soberbia de gran espesor, pero eso, aunque no se pueda ni se deba perdonar, sí se comprende: recuerdos de una persona brillante y agria, con éxito en lo académico y en lo sexual. La entrevista termina por perder interés y se diluye en cuestiones teológicas que no me interesan (al menos, en este sentido que se plantea). Algo queda en el ambiente, un rumor o una vibración. Todo se resuelve en el sentimiento de culpa que inyecta el catolicismo, lo comparto y certifico su naturaleza. Nunca se libra uno de esa herencia; “Sentía mucha culpabilidad, me sentía juzgado por la perspectiva de aquel cristianismo infernalizante de condenarse para siempre.” Indago un poco y me aparto. Ha sido un acento en el inicio del sábado. Tiene su importancia, pero es un hecho menor que me ha traído la casualidad. Tanto que leer, tan poco tiempo para la lectura.
+ No soy capaz de localizar mi ubicación. Hay días que me veo en medio del océano, otros días en el oasis de un desierto. Tampoco intento dar con la solución al enigma que me plantea el mapa, un sendero en el mapa que no voy a trazar [hoy]. Esto es una media verdad. Sé quién soy, sé dónde estoy, aunque no lo parezca: formación de haces de reflexión, viajes a la periferia, separación de lo cotidiano y desdibujadas fronteras entre lo ordinario y lo especial. ¿Especial? Mis límites contienen mis anhelos.
+ Clori, Lisi, Tirsi […] son nombre que me encuentro en cierta poesía aurisecular que leo estos días. Interés tiene fijarse en estos rasgos de época. Siempre ha sido así. Se utiliza una fórmula, se fosiliza y termina por ser una marca, la marca de la antigüedad. Una marca de época. Lo que hoy es muy moderno, mañana identificará una edad. Por esa razón, me gustaría tender a esa idea de un grado cero. ¿Es posible expandirlo más allá de las expresiones, las denominaciones y los nombres propios y sus hipocorísticos? Esa expansión me interesa, en ella descanso.
+ Una vez más, compruebo que tan importante es el saber moverse como el talento, pero no se puede ignorar la suerte. Aunque todo esto se resuelve en una contabilidad. El debe y el haber que nos ofrecen las vidas ejemplares tiene mucho de artificio, no deja de ser un relato para contentar la curiosidad del receptor, en donde el peso recae sobre la paradoja. El talento, el trabajo, el estar y la suerte forman un cuadro que garantiza el éxito. O no. ¿Dónde está el éxito, cuál es la oportunidad del gesto? ¿Quién está contento y quién disgustado? Pienso en la zorra que rechazaba las uvas que no alcanzaba y decía que no le interesaban porque estaban verdes; en este momento no me parece una mala decisión, que se acompasa con el rechazo del pesar. Si no llegas, el desprecio te hará olvidar el fracaso. ¿Desprecio o indiferencia? Quizá, mejor, lo último.
+ Trato de establecer un procedimiento que rompa la automatización de la percepción, sobre todo, en cuestiones de atuendo. ¿Podría fingir que soy un viajero en el tiempo que se encuentra con los pantalones vaqueros, las camisetas y las zapatillas de deporte? Lo intento, sobre todo en el caso de las zapatillas, con su variedad de formas y colores. Resulta asombroso y recuerdo una cita de Nabokov que insistía que uno debe maravillarse con los logros de la modernidad y entregarse a ellos: la maquinilla de afeitar, el televisor, los viajes a la Luna. Sí, es una renuncia al grado cero: al menos como espectador. Lo consigo, con esfuerzo, pero lo consigo. Así, me aíslo y observo. Acierto en el centro de la diana. El atuendo es una manifestación del tiempo y de la identidad: tampoco descubro nada nuevo, aunque me gusta dejar constancia de ello. Un grado cero.
+ Esta calurosa tarde de agosto he estado traduciendo un breve texto, aunque denso, del inglés al español. Su temática gira en torno a las disputas judiciales por el oficio de Correo Mayor en el Nápoles en el siglo XVII, disputas que se alargan veinticinco años con diversas implicaciones. Para esta nota no tiene importancia la temática. Importa el trabajo, no el contenido. Lo que el trabajo en sí aporta. En fin: no sé qué extraña satisfacción me ha producido, pero me recuerda a ciertas ebriedades. Nunca se sabe desde dónde llegar. “Siempre la claridad viene del cielo; / es un don: no se halla entre las cosas / sino muy por encima, y las ocupa / haciendo de ello vida y labor propias.” (Claudio Rodríguez)
+ Así, sin desearlo, casi sin desearlo, recabo información de personas que, según se desarrolla el viaje por la red, entiendo que son adineradas y con un importante capital cultural y simbólico. Las estudio en su fisonomía y en los gustos que expresan en sus curricula. Me mantengo intencionadamente en un punto de no entender, de actuar como lo que soy: un observador. Son estos los que poseen la esbeltez de los modernos yates y sus resortes, que se expanden lejanamente en casas, cenas y adecuados atuendos para cada señalada ocasión, para la vida cotidiana. No es envidia, no es desprecio. Es lejanía y asombro. No soy otro, me he desprendido de cierta comunión con lo común. Ni mejor, ni peor. En mi sitio. Soy un observador.
+ Teseo, el Minotauro, Ariadna, el laberinto. Llega un rumor de mar hasta mí. Regreso del trabajo y he conseguido no pensar. Sólo está el mito del laberinto, la ampliación de una posibilidad. He olvidado a aquellos que me referí en el párrafo anterior. Quedan atrás. El laberinto tiene una potencia más relacionada con el saber y la previsión. No es una trampa, no es un truco. El cielo está limpio y hace calor, quizá en exceso.
+ Imagen: acumulo imágenes de contraste: construcción, naturaleza y puntos de vista en contrapicado. La foto no atestigua nada, crea una posibilidad de lectura.
