+ [Psicopompo: entidad que en las mitologías o religiones tiene el papel de conducir las almas de los difuntos hacia la utratumba, cielo o infierno]. Aquí incluiría el avión, como animal mitológico de nuestro presente, presente que se remonta a los años sesenta del siglo pasado, pues al Boing 737 me refiero. Sea.
+ No sé si Madrid es la ultratumba, pero a veces sí me lo ha parecido. Por ejemplo, cuando subo al metro en las horas punta, tanto a la ida como a la vuelta del trabajo. Los rostros fijos en la pantalla del teléfono, las caras serias, ausentes, una cierta resignación, un cierto desapego. No me hago preguntas. Llevo la música barroca en mis auriculares. La música proviene de una emisora francesa que no tiene ni comentaristas ni publicada, sin tengo una duda consulto la pantalla. Sonaba Bach. Fue entonces cuando me sentí lejano y diferente, se acentuó mi condición de observador, pensé. Sí. De eso se trataba y no lo veía como un rasgo de superioridad, sino que se trataba de una línea paralela, ajena a aquella realidad del commuter. Yo, aunque en apariencia sí, era ajeno a todo aquello. Mi viaje no era de ocio, pero carecía de premuras y urgencias. Pensé en la fotografía, en la pintura, en la descripción de la escena. Pensé en la sociología, en la política o en el urbanismo. Pero no pensé en la religión, pues en ese momento, y a riesgo de equivocarme, me pareció superada. La ultratumba, me dije. No es el infierno en vida, pero tampoco el paraíso. El sentido de la vida no cabe en este vagón. Todo está en suspenso, el no lugar y el no tiempo. La desconexión certifica la realidad cotidiana. Yo no soy nada, no soy nadie. El avión me ha traído hasta aquí y la ciencia ficción es esto: la anulación, la anomia, el cansancio. Pensé en el avión, en mi libreta de notas y en la tarea que debía acometer. La mitología me ayuda a comprender donde estoy, pero no me da respuestas ni soluciones. Tampoco las busco. El convoy de metro sigue su camino hacia el centro.
+ Dentro de ese mundo estaba la Biblioteca Nacional de España. Rimbombante. Maderas nobles, mullidas moquetas, brillantes herrajes de latón o bronce. Grandes lienzos con escenas históricas, confort, un ruido blanco que invita a la concentración, mullidas butacas, pupitres inclinados, con su luz roja para los recados, con su flexo de perfecta iluminación. Un techo tan alto, una luz mortecina y perfecta. La lectura, las notas, el latido de los tiempos eternos. No estaba solo, conmigo vibraban todos los que fui. La vida convergía en aquellos instantes, en un perfecto equilibrio, el balance entre las ambiciones, las derrotas y los triunfos. Por un momento, todo daba igual, solo contaban aquellos libros, las notas en la libreta que a tal efecto tengo, el bolígrafo, el portaminas, la libreta de los dibujos, con sus tapas rojas. Los ritos cimientan los trabajos y los días. Vale.
+ Los mundos contemplados lo son en función del espectador, del observador. Yo soy el que los crea. Así, cuando compongo un cuadro que nunca se pintará, elijo personajes y descarto posibilidades, estoy en plena construcción de la visión. La visión se acrecentó los días de Madrid porque me vi sumido en una extraña catarata de nervios y expectativas, que terminó por pasarme factura. El orden, la organización y la estructura constituyen la esencia, aunque no sean visibles y yo rompí mis lazos con esa realidad. La realidad de la estructura. Eso fue, y no otra cosa, lo que me derribó. La visión de mí mismo mientras me desmayaba me llevó hasta el núcleo de la muerte. Entendí que me podría haber muerto y el proceso hubiera sido el mismo. Resucité. Vi los rostros de dos hombre trajeados y con corbata que me auxiliaron. Aquel pasillo inmenso y desangelado. Era la vida, otra vez, y yo dormía plácidamente. El sueño es la imagen de la muerte. En ella me encontré sin reflexionar demasiado. Extensa carreteras bordeadas de bosque de coníferas, cabañas en el centro del bosque, jugadores de tenis que se habían retirado a esa inmensidad, la línea clara, poemas que recuerdo, poemas que no olvido, la mano amiga, la voz del jugador de póker, el silencio del bosque, un pájaro que cruza sobre los árboles, un ave de presa, el coche se desliza, siento frío, el frío del invierno. El frío de la muerte. Pero resucité. Vi la plaza de toros, sentí dolor por los animales maltratados, subí la cuesta y era yo otra vez, pero más viejo. La edad se refleja en nuestro rostro, más tarde: en nuestra voz. Me cedieron el asiento en el metro y me hizo gracia, por primera vez me cedieron en el asiento.
+ Ha pasado la mañana con la resolución de gestiones. Papeles, correos electrónicos, errores y enmiendas. Alguna opinión que vuela a la hora del café. Juicios. Una noticia que leo y olvido. Hay una retórica que le da sentido al discurso, es la retórica misma, el fin es el discurso. No me parece mal. No estoy yo para elegir, lo que me dan lo tomo y lo valoro. La justa medida. No mido, observo. Otros miden y yo me alejo. En la primera hora hacía un frío provocado por la humedad. La presiento. Crece y se resolverá en lluvia intensa. La lluvia no me gusta. Es la incomodidad. Si estuviese todo el día en cama, si la única obligación fuese el perezoso placer de la lectura. No es así. Luego el ambiente se templo y había silencio, un silencio confortable. Llegaron noticias del avance de la gripe, que los servicios de urgencia están al límite. Alguien me comentó algo sobre los problemas de los coches eléctricos. Leí una noticia y entendí que el redactor no sabía mucho del tema. Conocer los límites ayuda. Las horas pasaban sin desmayo. Llegó el momento de apagar el ordenador y regresar a casa. Estaba cansado y no había razón. El clima me mata.
+ Ha regresado la lluvia.
+ Imagen: Recortes, sombras, un reflejo. La tarde de noviembre es luminosa. Vale.







