sábado, 30 de diciembre de 2023

Psicopompo

+ [Psicopompo: entidad que en las mitologías o religiones tiene el papel de conducir las almas de los difuntos hacia la utratumba, cielo o infierno]. Aquí incluiría el avión, como animal mitológico de nuestro presente, presente que se remonta a los años sesenta del siglo pasado, pues al Boing 737 me refiero. Sea.


+ No sé si Madrid es la ultratumba, pero a veces sí me lo ha parecido. Por ejemplo, cuando subo al metro en las horas punta, tanto a la ida como a la vuelta del trabajo. Los rostros fijos en la pantalla del teléfono, las caras serias, ausentes, una cierta resignación, un cierto desapego. No me hago preguntas. Llevo la música barroca en mis auriculares. La música proviene de una emisora francesa que no tiene ni comentaristas ni publicada, sin tengo una duda consulto la pantalla. Sonaba Bach. Fue entonces cuando me sentí lejano y diferente, se acentuó mi condición de observador, pensé. Sí. De eso se trataba y no lo veía como un rasgo de superioridad, sino que se trataba de una línea paralela, ajena a aquella realidad del commuter. Yo, aunque en apariencia sí, era ajeno a todo aquello. Mi viaje no era de ocio, pero carecía de premuras y urgencias. Pensé en la fotografía, en la pintura, en la descripción de la escena. Pensé en la sociología, en la política o en el urbanismo. Pero no pensé en la religión, pues en ese momento, y a riesgo de equivocarme, me pareció superada. La ultratumba, me dije. No es el infierno en vida, pero tampoco el paraíso. El sentido de la vida no cabe en este vagón. Todo está en suspenso, el no lugar y el no tiempo. La desconexión certifica la realidad cotidiana. Yo no soy nada, no soy nadie. El avión me ha traído hasta aquí y la ciencia ficción es esto: la anulación, la anomia, el cansancio. Pensé en el avión, en mi libreta de notas y en la tarea que debía acometer. La mitología me ayuda a comprender donde estoy, pero no me da respuestas ni soluciones. Tampoco las busco. El convoy de metro sigue su camino hacia el centro.


+ Dentro de ese mundo estaba la Biblioteca Nacional de España. Rimbombante. Maderas nobles, mullidas moquetas, brillantes herrajes de latón o bronce.  Grandes lienzos con escenas históricas, confort, un ruido blanco que invita a la concentración, mullidas butacas, pupitres inclinados, con su luz roja para los recados, con su flexo de perfecta iluminación. Un techo tan alto, una luz mortecina y perfecta. La lectura, las notas, el latido de los tiempos eternos. No estaba solo, conmigo vibraban todos los que fui. La vida convergía en aquellos instantes, en un perfecto equilibrio, el balance entre las ambiciones, las derrotas y los triunfos. Por un momento, todo daba igual, solo contaban aquellos libros, las notas en la libreta que a tal efecto tengo, el bolígrafo, el portaminas, la libreta de los dibujos, con sus tapas rojas. Los ritos cimientan los trabajos y los días. Vale.


+ Los mundos contemplados lo son en función del espectador, del observador. Yo soy el que los crea. Así, cuando compongo un cuadro que nunca se pintará, elijo personajes y descarto posibilidades, estoy en plena construcción de la visión. La visión se acrecentó los días de Madrid porque me vi sumido en una extraña catarata de nervios y expectativas, que terminó por pasarme factura. El orden, la organización y la estructura constituyen la esencia, aunque no sean visibles y yo rompí mis lazos con esa realidad. La realidad de la estructura. Eso fue, y no otra cosa, lo que me derribó. La visión de mí mismo mientras me desmayaba me llevó hasta el núcleo de la muerte. Entendí que me podría haber muerto y el proceso hubiera sido el mismo. Resucité. Vi los rostros de dos hombre trajeados y con corbata que me auxiliaron. Aquel pasillo inmenso y desangelado. Era la vida, otra vez, y yo dormía plácidamente. El sueño es la imagen de la muerte. En ella me encontré sin reflexionar demasiado. Extensa carreteras bordeadas de bosque de coníferas, cabañas en el centro del bosque, jugadores de tenis que se habían retirado a esa inmensidad, la línea clara, poemas que recuerdo, poemas que no olvido, la mano amiga, la voz del jugador de póker, el silencio del bosque, un pájaro que cruza sobre los árboles, un ave de presa, el coche se desliza, siento frío, el frío del invierno. El frío de la muerte. Pero resucité. Vi la plaza de toros, sentí dolor por los animales maltratados, subí la cuesta y era yo otra vez, pero más viejo. La edad se refleja en nuestro rostro, más tarde: en nuestra voz. Me cedieron el asiento en el metro y me hizo gracia, por primera vez me cedieron en el asiento.


+ Ha pasado la mañana con la resolución de gestiones. Papeles, correos electrónicos, errores y enmiendas. Alguna opinión que vuela a la hora del café. Juicios. Una noticia que leo y olvido. Hay una retórica que le da sentido al discurso, es la retórica misma, el fin es el discurso. No me parece mal. No estoy yo para elegir, lo que me dan lo tomo y lo valoro. La justa medida. No mido, observo. Otros miden y yo me alejo. En la primera hora hacía un frío provocado por la humedad. La presiento. Crece y se resolverá en lluvia intensa. La lluvia no me gusta. Es la incomodidad. Si estuviese todo el día en cama, si la única obligación fuese el perezoso placer de la lectura. No es así. Luego el ambiente se templo y había silencio, un silencio confortable. Llegaron noticias del avance de la gripe, que los servicios de urgencia están al límite. Alguien me comentó algo sobre los problemas de los coches eléctricos. Leí una noticia y entendí que el redactor no sabía mucho del tema. Conocer los límites ayuda. Las horas pasaban sin desmayo. Llegó el momento de apagar el ordenador y regresar a casa. Estaba cansado y no había razón. El clima me mata.


+ Ha regresado la lluvia. 


+ Imagen: Recortes, sombras, un reflejo. La tarde de noviembre es luminosa. Vale.

sábado, 23 de diciembre de 2023

Sin indicaciones (12)



+ Quizá en breve regrese a Madrid. O no. En el momento en que esto escribo no es una certeza, sino una posibilidad. Ha resultado imposible no realizar planes en este previo. Una lista de tareas, de trabajos, visitas y paseos esquinados. Cafeterías, calles, caminatas por El Retiro. Papelerías, librerías, tiendas de ropa. Y una reunión, el único motivo del viaje. Si allá llego espero ir a la Biblioteca Nacional, tomar apuntes, intentar entender quién soy. Nada tan agradable. El silencio, la luz tenue, la nobleza de la madera y la moqueta. Los procedimientos y el tarjetón donde se asigna el puesto de lectura. También está la imagen del tren, la lectura en el tren, la observación de los otros pasajeros. Sé la edad que tengo y la veo reflejada en las grandes cristaleras de los vagones. Establezco distancia. Nadie es insustituible, todo es pasajero, la vida es breve y lo obvio es nuestro reflejo en el cristal.


+ Escribo para completar lo que no he dicho o lo que nunca diré. Adivinanzas en las cartas al director del periódico que leo a media mañana, sentencias en los titulares, acompasadas reiteraciones en el malhumor de la camarera. No soy yo el que juzga. La conducta, decía uno que era la medida de las cosas. No lo creo. La palabra conducta no me gusta. Conducir o conducirse. Analizo la etimología y con facilidad llego al verbo latino, a las formaciones que en español da. Aquí lo digo, fuera no. Es un espacio y un tiempo que se adelgazan. La conducta decía mientras olvidaba los hechos que lo llevaron a la cárcel, pero sumido en su soberbia y en la falta, precisamente, de capacidad de conducir el carro que le habían encomendado, que a sí mismo se había encomendado. Recordé a Faetón y todo el despliegue simbólico que conlleva. No es una obra de arte, es la sabiduría, es conocimiento. La hibris y su contrario. Se completan los silencios, aquí, ahora, cuando se lea esto o cuando en el vació intercibernético se deslice su olvido. Como una oración, me digo. Un ejercicio semanal para reducir la distancia entre lo que soy y lo que fui, lo que seré. Sin invocar conductas ni deserciones, lejos del delito.


+ Expreso tres o cuatro ideas y me dan la razón, sin debatir. Entiendo que no tengo razón, sino que me dan la razón. ¿Por qué? Porque mi posición en el tablero ha variado y cuando uno alcanza un punto superior, aunque no elevado, uno se carga de autoridad. Yo lo observo y no me lo creo. Asumo este nuevo rol, pero no me interesa. El interés se centra en los poetas del siglo de oro, hoy. ¿Mañana? No lo sé.


+ Aparecen inconvenientes que dificultan el viaje a Madrid. Tuve dudas, lo vi y ahora no lo veo. Se ha desvanecido, pero puede regresar. Me sonrío y leo la palabra estoicismo, que luego reflexionaré sobre ella. Tenía cierta ilusión en ir, pero tampoco me siento decepcionado. Los ritmos son así y así se pasan las semanas, los meses y los años. Planes que no se concretan, proyectos que fructifican. Todo deriva en lo mismo. Tomo el soneto de Góngora que cite el otro día en otro espacio y recorto el último terceto: “[…] más tú y ello, juntamente, / en tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada.” Este final del último terceto contiene la idea que ahora me embarga y me pregunto si es algo de ahora mismo o es un algo que se mantiene desde hace mucho tiempo. Esa tendencia a verlo todo desde este prisma de la caducidad. Sí, ese soy yo, el que se sabe mortal, el que se sobrepone a su condición mortal sin rechazar su finitud. En otro es defecto, en mí virtud. Llamo por teléfono. Se abre una posibilidad. Me resulta curioso como me intereso por el viaje. Cómo yo transito, cómo yo soy el que soy, en un alarde de soberbia. Sí, soy el que soy. No he vencido, tampoco pierdo, porque el juego me resulta indiferente en sus resultados y me centro en su evolución, en sus ornamentos, las volutas y los capiteles desnudos, el fuste y la basa. Mientras, suena Solsbury Hill en versión de Erasure.


+ A mi manera soy un clásico. Un exceso del empleo de la primera persona. Pero, ¿podría ser de otra forma cuando se trata de un diario?


+ El tacto de lo moderno me permite entender el pasado. El pasado como el restaurante automático o la perversión de los teléfonos convertidos en terminales de la personalidad. Leer el pasado es entender el presente, al menos en esta lectura reside esa voluntad de alcanzar el imposible y móvil destino de toda comprensión. Música electrónica, aplicaciones para comprar billetes, billetes mediante códigos en la pantalla, libros en línea, los repositorios de los libros digitalizados, el tren como expresión de la velocidad, la velocidad como guarida del desánimo. El desánimo que vibra en las conversaciones, la ilusión de los adolescentes, los bailes, la música de baile, las listas de reproducción, una queja, el precio de los alimentos, el precio del combustible. Hago recuento y bebo café. El café es mi modernidad. Taza de plástico rojo, termo de acero con un vacío que mantiene el calor del café durante horas, la disipada luz del flexo sobre un extremo del tablero que hace las funciones de mesa. Así, este el afán del día: dejar constancia de los elementos de la decoración. Por ejemplo.


+ Término nuevo: “literatura gris”, aquella que es muy difícil de localizar. ¿Qué puede aparecer en esos pozos inmensos?


+ Para finalizar, cierro el círculo: voy a Madrid. Queda pendiente el relato, si tal cosa se da.


+ Imagen: el propio desorden del momento, la propia foto en sí, ambas realidades se entrelazan y me definen. Aquí y ahora, no sé mañana.

sábado, 16 de diciembre de 2023

Los pequeños trabajos


+ He pedido un día de asuntos propios para hacer puente. Llueve. No es extraño, me he acostumbrado. La lluvia como metáfora, tal vez, aunque la prefiero en su desnuda verdad. Niebla, persistente niebla. Rebusco en la web algo sobre Gerardo Diego y creo que lo he encontrado. Los libros se constituyen en caminos por recorrer, que nunca se sabe a donde conducen, pues el recorrido está determinado por el ánimo y la casualidad. No sé si existe la casualidad, me digo cuanto termino de escribir lo anterior. No importa. Soy determinista en un grado muy elevado y estoy dispuesto a cambiar si se me aportan las razones pertinentes. Llueve. Los gatos están disgustados porque la lluvia no les gusta. Yo no necesito mucho, pero con la lectura a no es suficiente. Tengo frío en las manos y escribir no resulta fácil. Sin embargo, no tengo excusa y sonrío: ayer vi un número cómico sobre cuestiones de motivación y el personaje decía que su fuerza es más fuerte que las excusas. Lo sé, yo también digo tonterías similares. Leo sobre la actualidad política y veo que el liberalismo y la extrema derecha van de la mano. Laminaciones de lo público y degradación de las condiciones laborales, la imposibilidad del acceso a la vivienda y la carestía de los alimentos. Es un todo. Lo sé. Llueve. Cuesta abajo. Todo se tambalea. No le doy demasiadas vueltas, sé que está ahí y es difícil evitar la deriva. Llegarán, no lo dudes, me digo y acaricio al Monito, el último en llegar, nuestro querido gatito.


+ Minuciosos trabajos de investigación. Pequeños, irrelevantes, sencillos. Se llega por acumulación, así se concluye una manera de componer que nos resulta extraña. Hoy es extraña. Cada momento posee su tecnología que se solapa con la anterior, que la hace por menos. La lectura atenta de versos y comentarios sobre estos mismos versos es una labor tediosa, pero que termina por resultar agradable. Así pasa la lluviosa tarde del sábado. También la mañana. Simetrías, confluencias, alejadas sendas. Me detengo. Solo el rumor del ruido blanco.


+ Buscaré el lunes lo de Gerardo Diego. 


+ [Sobre un poeta]. Hace menos de un mes lo vi cruzar La Castellana. Pasó a mi lado. Raudo y anciano. Tenía algún problema en su pierna derecha, cojeaba. Lo observé mientras se acercaba a mí. Nos cruzamos en un paso de peatones. Pantalón vaquero, americana y corbata discreta. Recordé sus versos y cuánto me habían gustado. No sabía si sería conveniente volver a leerlos, pero olvidé pronto. Otras tareas me ocupaban. Los afanes del día se distribuían en visitas a alguna biblioteca y clases que me interesaban, pero no me concernían. Madrid era un motivo más para tomar apuntes en la libreta roja, esos dibujos. Lo vi desaparecer en la esquina del Biblioteca Nacional. Ayer, C. y yo, fuimos a Sanxenxo y cogí el periódico con cierta desgana. Artillería vieja y agotada, me dije. Pasé las páginas y lo local era casi universal, podía decir el redactor en su ebriedad de sábado lluvioso. No. Llegué a un crítica del poeta que se cruzó conmigo en La Castellana. Hablaba el crítico del amor y que el amor vencía a la muerte [en fin, a la muerte nadie al vence]. Y el poeta, como todo gran poeta, es un poeta de la forma, no del amor. Qué importa. La página vibró en mis mano como la mariposa que muerte. Reviví el paseo de aquella tarde de noviembre, recordé algún poema y me dije que leería algo en domingo. Domingo es hoy. Leo y me reafirmo en la calidad de la forma, en el endecasílabo, en la elección de la estructura. El amor, una excusa. La verdad, una línea clara que se concreta en la perfección: el amor cortés, el neoplatonismo, Góngora o el Conde de Villamediana. 


+ “Quién ha soñado el Puente de la Espada”, Luis Alberto de Cuenca en La caja de plata. Pues eso.


+ El inventario de los días y las noches da para mucho. Escribo y recuerdo, pienso y recupero los apuntes que he tomado del natural los días anteriores. Una empresa difunta, una empresa que no da de sí. sin pérdidas ni ganancias. 


+ He recogido el segundo tomo de la obra poética completa de Gerardo Diego. Ahora tengo que revisar lo que al Conde de Villamediana se refiere. Tendrá su momento. Leí algo sobre la marcha y me resultó extraño. Una tesis, un profundo y arquitectónico poema. La arquitectura y la enseñanza. Oí cosas sobre el autor que no recuerdo, pero tenían que ver con sus necesidades económicas. Tenía muchos hijos y una manera de ensanchar los ingresos eran las conferencias. Lo sé. Era otro mundo. Cuando C. y yo fuimos a Santander no me acordé de él. Recordé ciertos poemas de José Hierro, ante la bahía y me dolió no tener mejor memoria. Los poemas no son una idea, un tema, son música en sí misma que si no se reproduce al pié de la letra, valga la redundancia, no valen nada. Pero no, no me acorde de Gerardo Diego. Ahora leo alguno de sus poemas y recuerdo Santander. Era primavera y no llovía, habíamos ido desde Oviedo, sin parar, me dolía un brazo, sentía que el Cantábrico no era mar sino tela extensa e indescifrable. Busco en la estantería y encuentro una antología del 27. Leo un poema cualquiera, que no es cualquier poema. “Están todas// También las que se encienden en las noches de moda// Nace del cielo tanto humo/ Que ha oxidado mis ojos// Son sensibles al tacto las estrellas/ No sé escribir a máquina sin ellas// Ellas lo saben todo/ Graduar el mar febril/ Y refrescar mi sangre con su nieva infantil// La noche ha abierto el piano/ Y yo las digo adiós con la mano” (De Manual de espumas). Citar así el poema es romperlo. Lo sé. Quería dejar constancia de cierta materia, de cierta estructura, el peso de las palabras o su liviana existencia. Queda. Vale. 


+ Noticias que llegan desde el otro lado. Una mujer que cae y termina por morir, al día siguiente de la caída. La vida continua. Su marido está muy enfermo y pronto le quitarán un riñón. No tiene relación con sus hijas, le espera una soledad que siempre ha temido. La vida, la vida, alguien dice tras contarme los detalles. Recuerdo su cara y su mal genio. El tiempo todo lo borra.


+ Estos son los pequeños trabajos que ocupan mis días.


+ Imagen: Un viaje en tren, un viaje a Toledo. Una tarde, desde Madrid. Los poemas resuenan.

sábado, 9 de diciembre de 2023

Sin indicaciones (11)


+ Discos duros, memorias portátiles, memorias de estado solido. Ya no hay disquetes. La información ya no tiene una materialidad o, al menos, a eso tiende. Nada resulta palpable. También sucede con la música. El éter ha conquistado el archivo. Dónde están las fotos una vez que el papel ha desaparecido. Los registros son digitales y el papel desaparece, en apariencia. Las vidas también se diluyen en una suerte de anomia. No sé si siempre ha sido así, pero ahora sí, ahora es así. Oigo historias que me dan pena, veo rostros con dolor y llegan canciones que no recordaba, también tristes. Me sobrepongo y recuerdo la frase de Borges: como a todos los hombres, le tocaron tiempos difíciles en los que vivir.


+ No sé si la cita anterior pertenece a Borges. No sería extraño. Y, con todo, qué más da quién lo haya dicho si de lo que se trata de es de iluminar que nunca ha existido una Arcadia por la que sentir nostalgia. Hay incide la fuerza de la frase, en romper con ese testigo entregado por otro corredor, ese falsa certeza: hubo un tiempo en que los animales hablaban y el lobo era bondadoso. No. Nada de eso sucedió nunca. Siempre los tiempos han sido poco propicios y las ilusiones se han desvanecido según uno cumple años y se da cuenta de que todo lo ha visto ya. No es decepción, sino la lectura que se ha corregido y la vida está hay, para ser percibida en una de sus infinitas posibilidades. Pero sin ingenuidad.


+ Voy a una cena con personas que conozco desde hace tiempo, quizá casi veinte años. Una vez al año quedamos. Las conversaciones suelen transitar por los mismos caminos, año tras año. Puedo adivinar cuales son sus afanes y sus incertidumbres. Sin embargo, cuando M. habla de la demencia de su madre y cómo hipotecará su vida siento que hay algo que se rompe. Resulta conmovedor porque casi llora y son lágrimas con un triste fundamento. Tendrá, quizá, que renunciar a una plaza que ha conseguido tras una oposición o una estabilización del empleo público, no sé. Qué decir. Nada. El silencio no asume las consecuencias de tal situación, ni otorga consuelos que no vienen a cuento. La cena está bien y, salvo el ruido reinante, se está cómodo en el gastro-bar (esa palabra). Sin conocer el porqué, M. habla de los últimos días de su padre, de las vicisitudes de las entrevistas con los urólogos. El brillante urólogo que sale en el periódico y que le dijo que su padre era demasiado mayor para ser operado. Eso se lo dijo en la consulta privada, sin más, sin aportar nada. Pagó doscientos euros, porque en la sanidad publica no la recibía y esta era la única forma de hablar con él. Recordé una entrevista en el periódico local con el afamado médico. Recordé su rostro y la defensa de la unión entre la ciencia, la medicina y la inteligencia artificial. Ciencia, pericia, arte. Tampoco dije nada, salvo que el interés mueve voluntades. Quizá debí callarme, porque lo expresado era de una obviedad estúpida. Luego hablamos de educación, redes sociales y la violencia que se percibe, que S. percibe. ¿Como a todos los hombres, le tocaron malos tiempos para vivir? No lo dudo, me afirmo en ello y los misterios del presente serán campos trillados en el futuro. La depresión, la ausencia, la soledad. La medicación, la terapia, el diálogo como receta. Nos despedimos y hacía frío. Regresé a casa caminando y no pensé en nada, salvo en la soledad, como articulación de la vida moderna. Qué sintagma, me dije, la vida moderna.


+ Determinar la autoría de un poema en numerosas ocasiones no es posible y lo que se logra, que no es poco, es un acercamiento a la persona que lo escribió. Establecer este camino no deja de ser elaborar un personaje, construir una ficción. Y la construcción de la ficción no resta verdad a lo proyectado. Leo algo que podría ser de Quevedo o de Villamediana, me inclino por el primero. Leo el poema y Orfeo transita de un punto a otro. La mitología espera el impulso del lector para resucitar. No necesito autor, en este momento; más tarde, sí. Me quedo con los versos, con la investigación, con las alturas posibles e imposibles y rechazo todo aquello que resulta un estorbo: tratar de encontrar una utilidad a la lectura, pues su propia naturaleza expulsa toda pulsión pragmática.


+ Escuché con atención razones geológicas, físicas, químicas. Lo hice con atención, repito, pero me faltaban conocimientos. Me dejé llevar por el sonido de las palabras y la escasa lírica de los gráficos. Entendí la pasión por cuestiones que no me apasionan y entendí que las personas necesitan un algo sólido a lo que asirse. Yo también necesito ese impulso, aunque sea impostado. El que se desliza hacia la ebriedad, el que tiende hacia oración, los dos, buscan lo mismo. Me dije que el olvido es importante y la clase proseguía. Nada más. El cielo estaba muy limpio y, a pesar de ser mediados de noviembre, hacía calor. Hacía calor en Madrid.  


+ Imagen: el largo pasillo de una escuela de ingeniería. La casi total ausencia de personas en las fotos que aquí publico es una constante a analizar, que prefiero en suspenso.

sábado, 2 de diciembre de 2023

Noviembre: Madrid-Pontevedra




+ Una iluminación. Leo su artículo con interés. Su prosa se caracteriza por una extraña sintaxis. No soy capaz de llegar a comprender qué quiere decir. No sé. Quizá simplemente sea ambiguo o tal vez tampoco él sabe hacia donde va el discurso. Es un carácter que estuvo de moda hace diez o quince años y hoy es una señal del pasado. Hoy se ha solidificado, fosilizado. Es complicado escribir todos los días un artículo, no creo en la posibilidad de ser sublime sin interrupción.Un apunte.


+ [Madrid, 2023] He aprendido a callar. No es poca cosa. Escucho y observo. No lo sé, no sé si habría intervenido en esa circunstancia en otra ocasión. Lo duda. Nunca he sido amigo de participar en debates ajenos. En los propios, tampoco. No intervine. Una discusión en el metro en la que nadie tenía razón, bajo el prisma de mi criterio todos estaban equivocados. Una crispación innecesaria, pero dolorosa. Un malestar. La certeza del error. El silencio abre la puerta al conocimiento, aunque no siempre. No me desdigo. Los observo y no alcanzo a comprender sus razones, salvo en desahogo como un rugido, un gruñido o un lamento. La vida en la gran ciudad es desagradable. El desahogo como función especial de la bronca. Sentirse bien y conectarse con lo que fuimos y lo que somos, en la sabana los cazadores entorpecen el paso de las gacelas y, así, se arrojan sobre ellas, las acorralan y descargan flechas y lanzas. Puntas afiladas de sílex. Así bramaba el hombre, con los auriculares en la mano, la mujer se enervaba y replicaba y el hombre no gritaba aunque su mirada era amenazante, mostraba los incisivos. No creo que yo haya aprendido nada que yo ya sabía, salvo certificar intuiciones que se remontan muchos años atrás. Nadie tenía razón y yo he guardado silencio, observé y casi sin escuchar me dejé mecer por el runrún del metro, esa bestia subterránea.


+ W. Bejamin: una difícil escritura y una difícil lectura. Calle de dirección única. La dificultad es algo más que una virtud. Un rasgo, una estela, una pista. Los indicios construyen una visión. En ella estoy. En el tren: dos chicas, una estudia una partitura y la otra lee. Ruido blanco. Recuerdos recientes de Madrid y también de Toledo. Trenes. Cursos. Laboratorios. Las extrañas capacidades que se resuelven en compartimentos estancos; capacidades de mentes superiores. El tren de regreso: Madrid-Pontevedra.


+ [Recupero un texto del pasado, dieciocho de septiembre de 2008_Título: Five]: “El uso despectivo de una palabra: aficionado. Los cuadros sin gusto, carentes de ejecución, caligráficas y fallidas pinceladas. El domingo por la mañana, con su paseo y la culminación de la exposición del pintor de domingo. De todos modos debían de ser las doce  y cuarto y era tarde, aunque no lo parezca, en principio. Una madre, su niña y una amiga. Faldas de tubo y blusas de domingo y oro reciente y esculpido, bolso imitación cocodrilo, negro y grande, algo de fantasía y un poco de mala lengua, la mala lengua de la provincia. Es esa la extraña relación entre el paseante y las figuras del paisaje, oficios, matrimonios, hijos, pensiones, oftalmólogos e internistas, en cada palabra reside el emblema, sólo sonido, sólo significante. El camarero, el abogado, el pastor, el rey, el oficinista, el funcionario y el parado, la mujer que cruza el semáforo en rojo sin mirar, a la carrera [ya no es joven y fue hermosa, todavía hierven pavesas en sus ojos], compulsivos jugadores [por otro lado, como todos los jugadores: tragaperras, siete y media o los billetes marcados y los préstamos, esa esperanza], serias enfermedades y recientes incomodidades. Todo se soporta, todo se aguanta, por un hijo, suspende la voz y comprende mediante su maternidad el mundo, es equiparable. Músicos, pintores y poetas, el domingo por la mañana se citan en las salas de exposiciones y en las terrazas del centro, no importa: tenderos, mesocracia o menestrales con la copa de coñac de la sobremesa siempre en sus manos, el equipo de música y los recuerdos de los viajes en las vitrinas, en las estanterías, en los álbumes, estuches con monedas y la reproducción del avión que allí nos llevó, una tarjeta o un llavero. Músicos, pintores y poetas reclinados en su traje de domingo. Músicos, pintores y poetas que se desvanecen mientras la tarde del jueves muere.”


+ [Sobre lo anterior]Tampoco he cambiado tanto, me digo. Sé que es cierto y, al tiempo, se embosca en el paso del tiempo. Lo que permanece desaparecerá y así se ha de seguir el camino del olvido. Como una profecía.  Antiguos espacios, textos y olvido, se mantienen en el ciberespacio, pero no para siempre. Nada es para siempre. Leo aquella entrada de aquel lejano septiembre y me reconozco. La rescato. Qué me ocurría en aquel momento. Qué divisiones y estructuras ocupaban mis días. Seguro que la incertidumbre era mayor y los reflejos de la culpa me herían como ahora no me hieren. Me desprendido de todo ello, pero me ha costado trabajo. Lo he conseguido, que no es poca cosa. Lo menor ha crecido. Una encuesta, un examen y se eleva un nuevo día. No, no soy el mismo pero soy el mismo. En la paradoja me defino.


+ Collige, virgo, rosas. “[…] en tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada.” Así se termina el día, hoy. El lunes. El regreso al trabajo, la tarea, la preparación para nuevas tareas. Y se refleja en el huidizo temblor el olvido de los días pasados en Madrid, el reflejo del año que termina, la sucesión cíclica de los días y las noches, las estaciones, los años. Fui a una clases sobre geotecnia y creo que no aprendí nada tangible. La geología no me resulta indiferente, pero los planos eran paralelos. Sin intersecciones con lo práctica nada tenía sentido. La edad es la medida y yo ya me sentía lejos de aquellas pulsiones, de aquellas emocionantes ilusiones. No hay ya ilusiones nuevas, sino que las aquilatadas inclinaciones hoy son rocas endurecidas por los eones, esa medida de los tiempos geológicos. Hay hablo y ahí se debate mi olvido. Ahora, en este preciso momento, cuando el día llega a su fin, otra vez, el soneto de Góngora, de un temprano Góngora: “Mientras por competir con tu cabello” y así.


+ No es humo del cigarro del que habla el poema, sino del humus, allí donde se relaciona con lo humano y con la tierra. Ese manto vegetal, esa tierra negra producto de la putrefacción y el orgánico discurrir de las generaciones. Humo que no se mezcla con el aire, sino con los muertos.


+ [Pontevedra, 2023] A ello, al humus, sumamos el inicio del primer terceto: “plata o víola troncada” [Vale]


+ Imagen: Los pasillos del Reina Sofía, que son huellas que la cámara devuelve como ensayo de proximidad, como aproximación al ejercicio del observador. Una constatación de los laberintos de las soledad, esa soledad elegida del paseante. [Vale].