+ He regresado a El amante de Margarite Duras. Sin duda, me atrae la novela en un sentido no imprevisto, algo que tiene que ver con una suerte de búsqueda de una voz que me sorprenda y con la que identificarme, al menos por un momento, durante un día, tal vez, una semana.
+ La espera se ha instalado en mi vida. Espero y, afortunadamente, esta espera es un aprendizaje, una suerte oración de ateo. Un adelgazamiento. No sobra lo que falta. Poco, nada, casi. Espero resultados y espero contestaciones a correos electrónicos. No llegan. La espera en sí es una sombra que me acompaña a lo largo del día.
+ Acudo a un funeral, es la madre de P. Ha muerto tras meses de enfermedad, que se resume en la lenta evolución de un tumor, lenta e insistente. La persona se desmorona y todos esperan que desaparezca, que desaparezca en las montañas de su propia ruina, como si se adentrase en un bosque. Me siento al final de la iglesia y reconozco una suerte de perfección en el ritual, algo que nunca había percibido antes con tanta nitidez. La arquitectura, las imágenes, la música, el rito, los ropajes, el cántico, las palabras, la incidencia del olor a iglesia, aunque ya no haya cera, la altura de las bóvedas. Siento una lejanía que me hace dudar. Veo como comulgan y pienso en cuando yo comulgaba y no recuerdo si eran mis creencias o las de los otros, que como obligación se proyectaban en mí, deformando y condicionando mis expectativas. Me doy cuenta de que ya no soy joven y por eso hago este balance, sereno y distante. Escucho con atención la homilía y es una extraña peroración sobre la grandeza de Dios, pero veo como su poder resalta entre todas las otras cualidades. Soy un cero a la izquierda y no me causa pesar, un timbre a lo lejos. Termina el oficio y salgo a la calle. Hablo durante un rato por teléfono con K. Intercambiamos impresiones y estamos de acuerdo en lo frágil que resulta la vida, que nada se puede dar por hecho. Terminamos de hablar y saco mi coche del aparcamiento y transito por la autovía arropado por canciones del pasado. El pasado soy yo, parece susurrar el reproductor de MP3: tienes razón, pero también eres el futuro, pero, sobre todo, si eres es porque yo así lo decido, se ríe. Ha sido un corte en la rutina. Pienso en la muerte, pienso en la mujer que acaba de ser incinerada y pienso en sus hijos. La otra orilla se dibuja con precisión y sé que he olvidado algo mientras asistía a misa, intencionadamente me olvido del que fui, porque no me interesa, porque tal vez yo nunca fui aquel. Espero, sigo en la espera, me digo sin rencor. Soy yo el que habla.
+ Busca resumir en una sola frase su postura, pero no lo consigue. Se ha enamorado, dice alguien y esa parece la mejor explicación. A mí no me basta porque deseo escarbar más en su personalidad, en el centro de su principio rector. Lo tengo, he dibujado su perfil y se ajusta bien a la persona, a sus actos y a sus reacciones. No importa, guardo silencio y reservo para mí el diagnóstico, el certero diagnóstico. Si no me equivoco es porque sé esperar y no precipitarme. Llegado el momento, tendré una opinión.
+ La construcción de párrafos es un arte, la capacidad de apreciar su grandeza otro bien distinto. Es bien conocido este tópico: hay un arte de hacer violines y hay un arte de tocar violines. Ahí estamos.
+ Otro día que termina, otro día que requiere un balance. Me despierto temprano, conduzco cuando todavía no ha amanecido, llego a mi trabajo, mi alimenticio trabajo, ordeno la tarea del día, contesto correos y mensajes de telefonía, consulto en el ordenador las altas que se me comunican en la plataforma, todavía es de noche, palpita en mi paladar el impulso que el café me aporta en la primera hora de la mañana, avanza la jornada y comienzo mi actividad, después de haberla programado con precisión, en un descanso llamo a E. y hablamos, es agradable hablar con E., siempre es agradable hablar con E., conduzco, regreso a casa, como, duermo la siesta, hago mi ejercicio diario [esa hora de bicicleta estática], mientras escucho música, sin saber qué es, sin interés ni por lo título ni por lo interpretes, termino, me entrego a la investigación, termino y escribo esto que escribo. Iremos C. y yo a dar un paseo, hablaremos y veremos la vida desde los balcones de los bares, esos miradores desde donde se contemplan a los turistas, a los estudiantes recién llegados a esta apartada provincia, a los que nunca tienen nada que hacer: acerados noctívagos. Dormiré y no recordaré lo soñado, ahí es cuando rozo la perfección. Así, me olvido que todavía espero.
+ Imagen: momentos superpuestos de una trayectoria errante, queda la huella gráfica que se diluye en el olvido eléctrico: el disparo todo lo emascara.