sábado, 17 de septiembre de 2022

Prolepsis

london

london

london

+ [Le bateau ivre]: “Comme je descendais des Fleuves impassibles, / Je ne me sentis plus guidé par les haleurs : / Des Peaux-Rouges criards les avaient pris pour cibles / Les ayant cloués nus aux poteaux de couleurs.”

+ Inicio del curso, me digo y veo como los niños van al colegio. El declinar de las tardes se produce cada vez más pronto, llega la vendimia y los colores tienden al ocre, los pájaros se resguardan y la naturaleza tiene una ceguera más pronunciada. Escucho conversaciones sobre la posibilidad de admitir desacuerdos con las opiniones de los padres, conversaciones en restaurantes que ensayan con delicados peces y estructurados títulos para los platos. Nada nuevo, todo ha sido visto ya, ninguna novedad en el decurso de las edades, en ese declinar de las tardes, cada vez más temprano, siempre previsible. El barco ebrio sigue su curso y nuestro mirar es el viento que lo impulsa, la corriente río abajo que lo guía. Suena el misterioso tict-tac del reloj en esta mañana de sábado, el segundo sábado de septiembre. No es la libertad, es el golpe certero de la vida contra la impasibilidad de la naturaleza (?)

+ He leído El amante de Margarite Duras ayer sábado. La lectura resultó un ejercicio extraño que afectó a mi estado de ánimo. Nunca antes había leído nada e M.D. y me sorprendió, aunque ya contaba con ello, ese particular tono confesional, ese punto de vista sobre su propio yo. Encaja el libro en la senda de la biografía y la autobiografía, del yo y sus derivadas. Uno de los temas que subrayo, seguro que no con mucha novedad, es la importancia  de la escritura, el núcleo de toda la experiencia que se desarrolla a lo largo del libro, hasta el punto de que el amante en sí me parece una percha y las pocas referencias a la escritura son lo fundamental, unido a la asfixiante presencia de la familia, Quizá esta triada (el amante, la familia y la escritura) establezcan ese perturbador mundo, unido al paisaje y al paisanaje, los ríos, las ciénagas, el sol, los colores y el despertar al mundo, tan particular, tan personal. Queda el libro en la estantería, con algunas anotaciones, leve y complejo, con aperturas extrañas, con una invitación a otras lecturas, pero me siento incapaz: la escritura y la familia. Un abismo.

+ Prolepsis: [DRAE]: 1. f. Fil. En la doctrina de los epicúreos y los estoicos, conocimiento anticipado de algo. / 4. f. Ret. Pasaje de una obra literaria que anticipa una escena posterior rompiendo la secuencia cronológica.

+ Y califica la vida del Conde como “un vivo oxímoron”, una atinada y condensada apreciación. Reflexiono y someto a mi criterio la afirmación, llego a un punto donde la admito pero no me parece suficiente. Debo cimentar mi criterio, establecer una justificación, alzarme contra lo que me hunde. El trabajo hace que me olvide de las lagunas y las tormentas, tempestuosas noches.

+ Pienso un poco en la vida de Margarite Duras, en la necesidad de transformarla en literatura, en arte, en un objeto y en un artefacto, pienso en el autor como “índice”, pero no quiero continuar, solo quiero dormir, domir profundamente.

+ Ha llovido y el calor se instaló desde la primera hora. El lunes tiene un aire renovado, según el verano se aleja. Ahora es de noche, pienso en escritores que acaban de morir, en reinas difuntas. La muerte como equiparación, pero sobre ella el olvido. Obtengo el rédito equívoco de las últimas muertes. ¿Son ejemplares o siempre es la misma muerte, salvo la propia? Hace tiempo que la tarea de la poesía, la lectura de ciertos poetas, se detuvo y no sabría decir muy bien el porqué, salvo la pereza, la rutina contagiosa que me hace ir sobre los puntos de la agenda pero nunca sobre lo que debería improvisar. Veo los tomos en la estantería y me producen cierta melancolía, no puedo dejar se relacionarlo con el inicio del otoño, “[el] conocimiento anticipado” me digo y copio de lo copiado del DRAE un poco más arriba. Así se despide el lunes.

+ ¿Envejecer es despojarse de las capas que se han acumulado en función de las expectativas de los otros o, por el contrario, llegar a un punto de ser uno mismo el que siempre ha tendido a ser, vaya, una solidificación del yo? No podría responder de manera tajante a la pregunta, pero me atrae la primera posibilidad porque todo aquello que sea un adelgazamiento del yo me resulta un punto más que deseable. Una forma de enfrentarse por las mañanas, en soledad, cuando el día todavía no ha abierto y uno no se ha aseado, sin peinarse aun, es pensar en qué pensaría el adolescente que fuimos de ese que tenemos ante nosotros. Me estudio y no respondo, pero sé que no le desagradaría a aquel que fui y eso me hace sentir bien, como si hubiese culminado el proceso de un proyecto que nunca fue explícito. Me veo y sé quién soy, que no es poca cosa porque eso se traduce en que sé lo que quiero y como alcanzarlo. CIerto es que ese querer es querer poca cosa, quizá solo la tranquilidad, el sueño reparador, una mano amada, unas pocas líneas rectas que he conseguido que reflejen la proporción de una fachada, otra entrada en este diario y así. Pocas y  humildes cosas, que ni siquiera está aseguradas. Ese es tesoro, el oculto tesoro de la bendita rutina.

+ En adelanto de lo que habrá de llegar, tomo la antología de Margarit y leo “Cálculo de estructuras” Es lo que tiene el final del día, que, quizá, no recuerde cuando llegue la mañana, ese punto de ebullición que tienen las seis y veinte del nuevo día.

+ De viris illustribus. La necesidad de explicar la vida a partir de un momento del camino se hace dolorosa pero necesaria, la etiqueta “sobre los hombres ilustres” tiende a diluir su influyo y mostrar que todo se equipara. Sigo en la mima senda, en la senda que marcó hace ya tiempo el deseo de minimizar y someter el prestigio y el mérito a una manejable escala, en equiparar a todos los hombres. ¿Lo he conseguido? Sin atributos me veo y esto es un deseo más que una realidad. [Se extiende la reflexión en el ámbito actoral que precede a toda narración, pero no es impostura sin el reflejo inexacto en el espejo]. Ha muerto un hombre ilustre y las loas resultan cargantes, de tan estereotipadas, forzadas, amaneradas. No he leído nada de lo que él escribió y, en un futuro más o menos próximo, tampoco lo haré, pero me quedó con el personaje y el horizonte de expectativas que eleva, que condiciona al lector. Ese soy yo en disolución, el que duda y el que niega, el que se resiste a ver lo que todos ven, el que se excluye y el que se embosca en la tranquilidad de su estudio, bajo la égida de los gatos nocturnos, como ellos desconfío y me quedo dormido con los ojos abiertos, muy abiertos.

+ ¿La relación entre el discurso funerario y la biografía, el epitafio y la autobiografía?

+ Imagen: un tríptico con raíces londinenses; Londres, ese universo tan lejano. Pienso en Holland Park y subo las fotos. Muere el día.