sábado, 10 de septiembre de 2022

Mis dioses lares, los eones

eon

+ [La mala educación] Hay comportamientos que no soporto, comportamientos que rompen un orden casi natural, que al menos tienden a establecer unas rutinas que se confunden con una suerte de orden natural derivado de la costumbre. Sé que soy un maniático y tengo rasgos que me inclinan hacia ciertos trastornos compulsivos, pero sin llegar a la patología, sin embargo, tengo por seguro que mi comportamiento con los demás es el que deseo que tengan conmigo [y salvo los imperativos categóricos sobre los que reflexiono, entre el fin y la regla en sí misma, sin decantarme por ninguna de las opciones: así de dubitativo soy]. Con todo, entiendo que aquello que rompe la convivencia es reprobable, porque me inclino por el silencio y la serenidad. Poco más. Así actué hace más de una semana al indicarle a alguien que debía cerrar la puerta que había abierto y que, antes, estaba cerrada. Me molestaba la puerta abierta. Se lo pedí y me dijo que sí, que podía pero que no le daba la gana de hacerlo. ¿Qué hacer? Nada, no se puede hacer nada salvo conjurar el mal trago y pasar a otra cosa. Yo mismo cerré la puerta después de decirle que tenía una educación exquisita. ¿La ironía es una distancia? Me molestó grandemente el impulso violento que se despertó en mí: deseé agredir a aquel sujeto; obviamente: no lo hice, pero la pulsión continuó vibrando durante un período demasiado largo. Caminos C. y yo, lo comentamos y le expuse mi malestar. Comprendió mi desazón y ahogamos en el malestar en helado, dos bolas: una de fresa y la otra de tutti-frutti. La mala educación, cuando nos ataca, se debe eliminar con ironía, indiferencia y pequeños regalos para nuestra sublime persona [ese yo que triunfa sobre los otros, tan prescindibles como ajenos a una suerte de estabilidad deseada, deseable].

+ ¿En qué se diferencia la explicación de la comprensión, el ámbito de las ciencias naturales y el ámbito de las humanidades? Una senda se abre, ninguna se cierra. He leído un tweet sobre el tema, una pregunta que se deja en el aire y no se resuelve. Basta, sin embargo, ir al buscador e indagar en la dicotomía. ¿Se resuelve? Nunca nada se resuelve satisfactoriamente, salvo si es explicado, pero queda, en el aire, la comprensión. En eso estoy, ahora.

+ Soy fuerza y soy duda, en ello busco un equilibrio.

+ Como tenía previsto, mientras a C. le realizaban una prueba en el Hospital Universitario de Santiago de Compostela, me dediqué a leer con atención del libro de Pozuelo De la autobiografía. Es un texto que manejo últimamente, durante los últimos meses, un texto me abre paisjaes que estaban ocultos. Me fijo, en concreto, en algunos aspectos sobre la crisis de la identidad y como las memorias pasan de ser documentos a convertirse en procesos de búsqueda de la identidad misma. Más que su reflejo, el objeto en sí. La identidad. La identidad me parece un problema fundamental sobre el que reflexionar y sobre el que atraer otros haces temáticos. La escritura es una cuestión de identidad, pero, al tiempo, me digo, qué no es una cuestión de identidad. ¿No lo son, también, los signos externos, el atuendo, la pertenencia a una clase social, la exclusión de ella, […]? Y, sigo con la lectura y se ofrece una posible explicación en una cita de Gusdorf [“creación narrativa de la imagen de identidad”]: “… el hombre que recuerda su pasado hace tiempo que ha dejado de ser el que era en ese pasado.”  Anoté la cita en una hoja de papel y ahora la transcribo porque me parece certera, adecuada para estos días, para esta época donde veo transformación e impermanencia.

+ Sin embargo, queda el pacto con el lector, ya que bajo cualquier libro de memorias se agazapa esa conexión con la realidad que la etiqueta marca sin posibilidad de confusión. Hay un salto entre la ficción y la autobiografía porque el lector toma la última con un no incierto anclaje en la realidad, en algún tipo de realidad, una realidad que quizá no existió en ningún otro lugar que en el acto de la escritura. Ay, la escritura como constitución de la persona, la lectura como elevación de esa misma persona a personaje. El viento parece propicio.

+ El viento es propicio y pronto comenzará a llover. El verano ha terminado y en las montañas se perfilas las nubes, heraldo de una nueva estación. El otoño nos corona de lirismo y nostalgia, así, somos románticos en su estricto sentido, el más profundo, el menos elusivo.

+ “Quién te da el pan te da el afán”, leo y asiento. El trabajo y sus obligaciones, las obligaciones y sus servidumbres. Converso en ocasiones sobre el tema y termino por llegar siempre al mismo punto, donde el debate se centra entre la alimentación y la identidad. El trabajo como identidad, una realización o construcción de la persona o del personaje. Era, tal vez, aquello de la acumulación de capital simbólico. Mi trabajo no es precisamente un refuerzo o una construcción de la identidad, mi trabajo alimenticio tiene un punto de anomia o se establece en un grado cero. Ese grado cero me interesa para elaborar este trabajo que hago ahora, también el de la investigación y, sobre todos ellos, el de la lectura. Ay, trabajo en recóndita madriguera, para mí, sin intención de trascendencia, sometido a mi altura y a mis estrecheces, sin más propósito que el trabajo mismo, el que hace que la temporalidad se someta al dios del instante. Esa tarea imposible. Los eones me protegen de la vanidad.

+ Son los eones, esa medida de las edades geológicas, mis dioses lares, pues ante ellos todo, absolutamente todo, se desvanece, se minimiza, se descompone en fragmentos inapreciables. Cuánto le debo yo a los eones.

+ En la senda, como siempre. Pero, claro, mi tiempo no se rige por los eones, sino por otras edades y en ellas me sumerjo, sobre ellas construyo mi castillo de lectura y olvido, dos polos que orientan lo diario, esa colmena de circunstancias y adjetivos.

+ Imagen: la puerta en la desnuda pared, una cuestión y una propuesta.