sábado, 27 de agosto de 2022

Las batallas [librescas] del final del verano


+ Tomo dos libros de algún estante, los abro y comienzo por el principio y al cabo de unas pocas páginas cierro ambos. Son libros que no me interesan y que, en otro tiempo, me interesaron mucho. La edad es un tamiz y los dos libros, en su momento, no eran tan interesantes ni ahora son prescindibles. Pero no continuo su lectura durante un rato, porque la lectura, hoy, es un placer y un aprendizaje. ¿Un aprendizaje? Esa incapacidad para retenerme no se puede achacar a estos libros sino a la persona que hoy soy, en contraste con la que fui hace unos años. Corroborar esta realidad me hace sentir el paso del tiempo como una áspera verdad, inapelable. Nadie se baña dos veces en el mismo río, tampoco, nunca, lee el mismo libro. Por eso, hay libros, y también, ciudades, a las que es mejor no regresar, a no ser que busquemos ese momento, esa áspera verdad. Somos cambio, somos inconsistencia, somos ese arbitrario sujeto que no permanece.

+ Ciudades a las que no volveremos, lecturas que no regresarán, los veranos perdidos y el aquel invierno en el olvido.

+ Mientras sigo una corriente que me lleva a la tragedia griega, asisto a asuntos de la débil actualidad de agosto. Leves anécdotas que no han de llegar al inicio de curso y que retratan este tiempo histórico, una historia en minúsculas que sirve para caracterizar fragmentos de los social. Charlatanes mayúsculos que se abren en el mundo de internet, sin contención, con ausencia de la vergüenza más elemental, ávidos del lujo, ayunos de sí mismos, porque ya no son otra cosa que una caricatura más o menos lograda, son un personaje que devora a la persona. ¿En dónde está la raíz? En el nacimiento que llega con una personalidad impuesta y rampante, algo que ha tenido tiempo a desarrollar hasta el momento actual. No es otra cosa que determinismo, la determinación que, cómo no, impone e carácter, la personalidad. Lo he estudiado mediante lecturas deslabazadas que conducen a un punto: “el carácter es el destino”, repito una vez más a sabiendas de que todo es discutible pero que hay razones que se han asentado en transcurso de los años y han ganado su solida materia a fuerza de observación, errores y aciertos. No tiene importancia, pronto habrá muerto el verano y las noticias propias de agosto se marcharán por el desagüe, como siempre ha sucedido. Ahora, en este momento glorioso de la tarde, con el sol en lo alto, con el brillo de la música de los insectos lejanos, me siento a leer, con el convencimiento de que este placer se opone a esas personalidades, pero de eso se trata: lo que me lleva aquí no es otra cosa que mi mismidad, la que me inclina a investigar esas funciones del personaje televisivo y a mi recogerme en mi ámbito íntimo [=la lectura]. La línea es la tragedia griega, el teléfono sigue con su proceso de carga, los titulares se diluyen en las estrofas de un poema que tiene más de dos mil año y todavía se presta a interpretaciones, confusas, unas veces, contradictorias, otras.

+ Intento trasladar la idea esquemática que conlleva la tragedia a una suerte de observación que realizo en lo diario. Este esquema tiende a perfilar retratos de los que conmigo van, de mí mismo, también. Como líneas limpias que descubren una personalidad determinada por su carácter, así sus acciones se podrían ver despojadas de innecesarios ornamentos y quedarse solo con su inicio, desarrollo y resultado. Quizá se trate de observar una trayectoria y otorgarle un adjetivo que condense una norma ética, que describa la costumbre que se transforma en ley de esa persona. ¿Necesito plantillas para conducirme? No, pero una cierta idea de estructura y orden que me subyuga. Ahí estoy, en ese punto donde de la literatura solo se puede decir que fundamentalmente es estructura. La estructura y la trayectoria, me digo y cierro este punto.

+ Regreso a los problemas y prolegómenos de la biografía, la biografía que yo debo escribir. La fundamentación teórica me resulta complicada, quizá porque desisto, porque no confío en la tarea, más allá de la narración y de una suerte de ficción anclada en datos que se pueden contrastar con mayor o menor fortuna. Sobre todo cuanto tropiezo con la piedra-palabra científico. Me resulta complicado unir este estatuto a lo biográfico, porque me parece más próxima la biografía al arte narrativo que a la indagación científica.

+ En la línea de lo anterior, no en vano he retomado lecturas lingüísticas, en concreto: la lingüística funcional y la lingüística categorial. Así, como confiar en lo especulativo cuando se embosca con vergüenza de su desnudez.

+ La corriente de la biografía me lleva a la duda, a un extremado alejamiento de la persona, de sus logros y virtudes, pero también aparto la idea del fracaso y la culpa. Me debato en entre la posibilidad y la determinación, y vence, siempre vence, la última, pero creo en la primera. Y si creo en la posibilidad es porque esa es mi determinación: creer en mis posibilidades y luchar por ellas. El debate es estéril y me siento ante el ordenador a dejar constancia de su presencia, de las horas que ocupa, de las lecturas y de los olvidos. Vale.

+ Imagen: las seductoras insinuaciones e indicios de una tarde de otoño [2010].