sábado, 20 de agosto de 2022

La bendición de la rutina

verde-verde

 + El verano se desdibuja según corren los días. Amanece y la niebla está ahí, como un recuerdo de un mundo que no tiene mayor existencia, como una prolongación del sueño. Avanzo hacia mi trabajo en un estado de hipnosis: he dormido bien pero no me parece suficiente, es temprano, muy temprano, la música clásica de la radio me traslada a ensueños y fantasías, nada sé sobre el compositor que ahora suena y hago mis cábalas, me desplazo con fluida prontitud, con diligente conducción [no hay conducción ni rápida ni lenta, sólo hay conducción prudente, la que está acorde con la normativa]. Me planteo escenarios para el día que comienza, recuerdo frases entrecortadas de algún diálogo intuido en una de las terrazas que transitamos, olvido rencores y pullas, no queda nada. Tuerzo y me adentro en la carretera que me ha de conducir a la nave. Otra vez giro y ahí está la puerta abierta. Comienza el día ahora mismo, hasta ahora solo ha sido lo opuesto a la vigilia, pero tampoco, absolutamente, sueño. Profundos mis pasos se encaminan con seguridad hacia la tarea. La tarea bien hecha, ese descanso necesario.

+ Duermo muy bien; qué índice, pues, de la correcta ejecución de la rutina. Bendita rutina.

+ Ciudadanía como condición legal o ciudadanía como identidad. La identidad, ese tema, ese condicionante. He hablado, por teléfono, con E. sobre el asunto y la relación que existe entre ciertos comportamientos y la identidad. La identidad como forma de estar, como afirmación de  una personalidad o como rasgo de la presunción de la misma. También, los tatuajes en su condición de índices de identidad. Al tiempo, en algún otro lugar, leo que lo social determina a la persona hasta el punto que cuestiones como la vergüenza o el arrepentimiento existen en función y con relación a la colectividad. Reflexiono sin mucho convencimiento sobre la identidad: la música, la nación, los tatuajes, el atuendo, las opiniones y los gustos, la regularidad de las amistades, la ausencia de cortapisas, la bandera, el escudo, el futbol o los platos regionales […] Haces que convergen en el individuo para darle sentido, para elevarlo sobre la condición mortal. Todo aquello que nos conduce al olvido está bien, me digo y me retraigo: ¿mi identidad? ¿un hombre sin atributos?

+ Desde tiempos inmemoriales le he tenido miedo, verdadero pánico, a la pobreza. Establezco un título a raíz de la audición de un programa sobre la infancia de los escritores, en este caso de Margarite Duras; el título es: La tristeza, la vergüenza y la pobreza. He pensado mucho en la triada. La pobreza siempre me ha preocupado y conseguí hacer un exorcismo cuando me di cuenta de que las desgracias son una cuestión interior y sobreponerse a ellas, un asunto de técnica y fortaleza. Creo haber superado ese miedo cerval, pero mientras escucho el programa sobre la infancia de M. D. me doy cuenta de que la pobreza es objetiva e inamovible y que no hay ningún tipo de lirismo en ella, sino una cruenta lucha con la verdad literaria, la única que termina por permanecer, me digo y sé que es una afirmación propia y no intercambiable. ¿Vidas ejemplares? Tal vez.

+ O problema da casa portuguesa, de Fernando Távora. La referencia me llega por el periódico portugués “Público”. En las páginas de cultura hay una interesante crónica sobre los 15 libros que de alguna manera han marcado la vida profesional e íntima de Álvaro Siza. Con interés leo la crónica y todos los libros reseñados me interesan y me llama la atención que casi la mitad de ellos sean libros de poesía, pero, sin conocer el porqué, me fijo en el que abre este párrafo. La casa portuguesa, en sí, resulta muy evocativo, al tiempo que poético. El problema de la casa portuguesa, por momentos me parece el título de una novela, en el ámbito de Eça de Queiroz, me digo no sin la nostalgia de los viajes de juventud, esa patria a la que nunca regresaremos, una vez que hemos abdicado de todas las patrias e identidades posibles [un deseo más que un hecho]; al instante cambio y me remito a libros de poesía de arquitectos o matemáticos, siento la música de los números y cierro, sin dolor, mis divagaciones. He visto algunas páginas en internet y me quedo con el inicio del libro:”O País constrói. O País constrói muito. O País constrói cada vez mais. Levantam-se casas, fábricas, escolas -nas cidades, nas vilas, nas aldeias. Mas fica-se cheio de dor ao verificar que essa enorme actividade construtiva tem resultado falseada na sua expressão arquitectónica.” Esa sensación me embarga alguna que otra vez, y cuando esto digo pienso en el viaje que hicimos C. y yo por la costa gallega. El problema es que la arquitectura una vez construida permanece un tiempo que rebasa la vida de las personas, de sucesivas generaciones, pienso yo, pero que el arreglo que se precisa resulta punto menos que imposible. El inicio me basta, quizá indague, quizá no. Hay algo que siento que se derrumba conforme la ciudad crece y es otra, ajena a mi memoria, ajena a un tiempo que no se resiste a sucumbir pero decae, paulatinamente decae. En ese fiel estoy y no sé hacia dónde se inclina la balanza.

+ En línea: veo algunas casas que proyectó Fernando Távora. Qué deseo incompleto el mío, dibujar, tal vez, la geometría, las proporciones, el juego de los rectángulos, el arte incompleto pero en constante perfección: la vida, tal vez, la vida. Así, me enamoro de La Casa en Ofir Cómo no. ¿Arte? ¿Tiene alguna importancia? Soy un lector, soy un espectador, no soy juez, ni parte. Tal vez, describir.

+ “No es un escritor, es un soldado luchando con una hidra [el olvido]”, creo haber escuchado esta mañana en un programa sobre G. Perec. No estoy seguro si es una conclusión que he sacado yo o realmente lo dijo el narrador, pero, en cualquier caso, doy por buena la sentencia y la tomo como emblema porque esa lucha contra el olvido está en el germen de cualquier escritura, aunque se trate de una vano anhelo. El olvido es una condena tan segura como es la de la muerte.

+ Imagen: verde sobre verde .