+ Me gustaría reflexionar sobre los consejos que se reciben a diario, especialmente cuando uno está en una situación complicada, límite o se enfrenta a un dilema de elección difícil. Si se analizan en detalle estas recomendaciones se termina por llegar a la conclusión de que son muchos los que hablan por escucharse a sí mismos, sin que la intención de sus palabras esté encauzada a consolar al afligido, al enfermo o al dubitativo. Resuena campanuda la voz, que se adorna con experiencias propias y ajenas, invenciones y chismes. Y nos callamos resignados o guardamos un silencio lóbrego condicionado por la educación, las buenas maneras. Más tarde, ya en soledad, nos damos cuenta del daño que nos han hecho esas supuestas buenas intenciones. ¿Quién les ha pedido consejo? Ay, el silencio, esa oculta y necesaria virtud.
+ El trabajo contra la frustración es un ejercicio que requiere constancia para transformar un hoyo en un juego de espejos, un juego de indiferencia y distancia, un juego de malabarismos que permitan recuperar una cierta calma. Busco las Meditaciones de Marco Aurelio y no las encuentro, las busco y en la búsqueda comienzo a recordar algunos fragmentos. La búsqueda resulta infructuosa, pero hay en ella, en el proceso mismo y en su fracaso, algo de fármaco. Ya lo sabemos, fármaco tiene una doble vertiente: remedio y veneno. El veneno, ahora, queda a un lado, permanece el remedio. Es el caos mi estado habitual, aunque a lo largo de extensos períodos no lo parezca, ¿es bueno es malo?, quizá no entre dentro de esas coordenadas.
+ Los meandros que me conducen a ciertas curiosidades se configuran mediante búsquedas aleatorias, azar e intuición. No se producen por una búsqueda específica, sino que es un brotar espontáneo y ligero, sin sustancia pero con proyección a reflexiones sobre lo cotidiano que me ayudan a plantear nuevas preguntas, ese camino sin final. En una de estas excursiones [es decir, salirse del curso para hacer una suerte de contemplación] me encuentro con el uncanny valley, o lo que, traducido, viene a ser el valle inquietante. Se trata, según leo, de que cuando mayor es la apariencia humana de un robot, la reacción se aproxima hasta la que tendría un humano con otro humano, esto tiene un límite, que no es otro que el reconocimiento de lo artificial, lo no-humano, una sensación que da paso a la repugnancia. Sucede esto también con los maniquíes, los cadáveres embalsamados o los muñecos de cera. ¿A dónde me lleva el valle inquietante? No deja de ser una pregunta, también, inquietante. Una pregunta que cuestiona lo construido frente a lo dado. El valle inquietante se dirige a la voluntad divina que reside en todo acto creativo y su fracaso, que se puede disimular pero no impedir. Seguiré pensado en ello hasta que se diluye en el tráfago diario, donde todo muerte en función de la superposición de capas y matices.
+ Así mismo, se produce un valle inquietante cuando se observa una prótesis.
+ ¿Toda narración en primera persona es, necesariamente, autobiográfica? En los debates sobre el autor encuentro un aliento personal. Este reflejo me lleva, en ocasiones, a plantear la vida sobre una plantilla narrativa. La narración y el relato estructuran el día a día, bajo la égida de una supuesta correlación de hecho, pero más centrado en las imágenes que en el desarrollo de la historia. ¿La historia, la primera persona, el relato de los hechos? Las preguntas ampliamente se abren sin respuesta.
+ ¿La literatura sapiencial que destila el necio? ¿Una épica del fracaso cotidiano? ¿Un significado que no desea ser desvelado? El necio me mira y me doy cuenta de que es un espejo, tras él la estulticia desaparece, cuando me reconozco.
+ Me adentro en De la autobiografía. Teoría y estilos de José María Pozuelo Yvancos. Sé que es un tema importante para mí, perseguido e intuido desde hace tiempo, una suerte de construcción espontánea que ahora tiene una concreción que oscila entre lo académico [el Conde de Villamediana, su estela y sus derivadas] y entre lo personal [la necesidad de una definición, de explicación de mi propio yo, ese anhelo frutado de antemano porque la variación es tal que todo se inclina hacia la evaporación, en cada instante soy un otro yo]. En esa estela de Rimbaud me muevo, creo entender. En esa ambigua posición. Lo que escribo y lo que pienso, lo que sueño y lo que reconstruyo, me veo en el espejo y digo: soy yo. Me doy la vuelta y me asalta la incertidumbre y creo hay un placer malsano en esa aparición del dolor. ¿El dolor? La autobiografía no deja de ser un vano intento por perdurar y trato de explicarme en esta transitiva afirmación, porque ¿deseo perdurar o solo alcanzar un grado de tranquilidad suficiente? Vuela la nube y con ella un endecasílabo que no acabo de concretar, muere el domingo y soy yo el que lee, el que escribe, el que olvida.
+ Antes de que C. entre en la sala que le van a aplicar el tratamiento, leo unas páginas sobre la autobiografía de Roland Barthes. Entiendo bien a que se refiere Pozuelo Yvancos en el texto que enjuicia la obra y la vida de R.B., su plasmación en el texto mismo. Esto me lleva a valorar mi tendencia hacia la lectura de la obra de R.B., que, de alguna manera, una suerte de fallido paralelismo, tiene que ver con una transposición de R.B. al relato que construyo yo [=vida]. Se puede resumir en un fracaso parcial y fragmentario, un equilibrio que explica con precisión decisiones, deserciones y triunfos en el decurso de los trabajos y los días. Ese afán, esa meta que no llega a la concreción, pero que permanece como un motor inmóvil. C. queda en la sala y yo, desde la soledad de este instante, escribo este fragmente. El fragmento, la autonomía y la yuxtaposición son las herramientas, la explicación incompleta del mutable yo la finalidad.
+ Imagen: imágenes que tienen muchos años sobre sí mismas, ¿diez años son muchos años, doce años son muchos años? Testigos mudos de otro tiempo.


