+ Vuelvo a ver las fotos de salas de espera de hospitales que he colgado últimamente. Las veo y creo reconocer un algo distinto, como si llegase a ser capaz de hacer una lectura de los espacios más allá de lo obvio. Su desnuda geometría, ese mobiliario robusto, la palidez de los colores, la ausencia de ornamentación o una ornamentación muy codificada e irrelevante. Con todo, recuerdo una sala donde C. esperaba por una prueba. Era de color cereza y en la pantalla se debatían alegremente animales en un río, en un lago tal vez. Como una almendra asilada de la totalidad plana del hospital. La lectura de los espacios abre posibilidades impensables porque cada lectura personal no es necesariamente intercambiable, aunque se repita. ¿Qué pude leer? Un aliento poético, con la salvedad de la postración del enfermo, que es otra poética, más desnuda, más verdadera, más próxima. Llegué a casa y abrí uno de los libros en curso, Arquitecturas de la memoria de Joan Margarit.
+ C. se encuentra con una mujer. Hablan y yo escucho. Tiene un extraño sobrepeso la extraña mujer. Se ha recogido el pelo y sus rasgos de pájaro se acentúan. Hay en ella esa primitiva voluntad de mando, un orgullo del puesto alcanzado, la irrealidad de la vida, esa ficción. Y dice, agitando un libro: “aquí está el sentido de la enfermedad.” Yo en silencio me digo que, como en casi todo, no hay un sentido, ya que si la vida carece de sentido, o significado, mucho menos le corresponde a la enfermedad, a la muerte, algo similar. No digo nada. Ella no es una persona iletrada, es “alguien”, tiene tablas y posee una aristocracia de la clase media, de chalet adosado y plaza de profesora de enseñanza media, pero vibra esa irrealidad de lo banal. Soy niebla, solo niebla.
+ The The - Giant: la letra de esta canción abre y cierra la novela de José Ángel Mañas Historias del Kronen. Mientras suena, en otra pantalla leo la letra y veo que se trata de un ajustado resumen / invitación a la propia novela. Dejo a un lado la canción, que no me disgusta. El recuerdo de la canción y de la novela llegaron porque en esta calurosa mañana de domingo abrí viejas entradas de este blog. 19 de noviembre de 2019. Recuerdo esos días. Yo estaba postrado porque me había roto la cabeza del radio del brazo izquierdo. La postración siempre cambia el ritmo de los placeres y los días [esto adjetivo así en memoria de un Umbral que ya no recuerdo con precisión]. Leí la novela y regresé a un tiempo y una amistades que el viento de los años han terminado por enterrar bajo sus arenas, arenas de un desierto que se ha desvanecido. La novela, la canción, el tiempo. Poco más. Pero, por lo que se ve, sigo en la senda autobiográfica. Lo apuntalo: esta tarde seguiré con el libro de Pozuelo Yvancos.
+ El autor, Mañas, tiene hoy más de cincuenta años. Qué cosa, qué novedad. Los años traducen la juventud en vejez, pero queda, tras ellos, un acento que matiza la edad adulta. ¿Qué queda del adolescente que fuimos?
+ Hay cuestiones latentes que se agitan en el aire. Se trata de las relaciones entre policías, políticos y periodistas. La manipulación de la opinión pública para impedir determinadas opciones. He visto cuestiones parecidas en ámbitos menores, pero con intereses económicos de cierta importancia. Dejo los detalles de una cosa y la otra a un lado, pero me reafirmo en la idea de que una de las características del ser humano, entre muchas, es, sin duda, la consecución del poder y su mantenimiento, por los medios que resulten necesarios, el lucro y la moneda, la obligación y la imposibilidad de llevar a cabo la propia voluntad. He pensado muchas veces que es la personalidad la que va colocando a cada uno en su lugar y no es un mérito ocupar cierto puesto sino un ardid del destino plasmado en esa misma personalidad [siento repetirlo una vez más: “El carácter es el destino”]. Uno, que tiene pocas ansias de poder, o ninguna, debido a esa naturaleza de observador con la que ha nacido, se encoge de hombros, pero esto no impide observar los meandros y las planicies, las cumbres y los valles del comportamiento, estrategias y tácticas para lograr lo deseado: el poder. El poder: que los demás hagan lo que yo quiero o que no hagan lo que ellos desean. Todo parece grave y es grave, pero el devenir histórico resulta inescrutable, aunque, como decía el gran historiador Julián Casanova, la historia no se repite, rima. En desentrañar la rima, bien asonante, bien consonante, estoy.
+ El regreso a la rutina es un regalo que ofrecen las vacaciones, me dice. Yo entiendo, en su caso, la posición que ha adoptado. Lo admiro, en cierto sentido. Por otra parte, han sido tiempos complicados y con laberintos difíciles de superar. Todo llega. Ha pasado las vacaciones en el sur de Francia y vuelve renovado: ha practicado el idioma, ha bebido vino en plazas amplias y ocres, la lectura y la escritura, una suerte de enamoramiento y el recuerdo de sus hijos. Todo ello es un regalo, me dice, pero yo veo sus ojos y la tristeza asoma. Lo recuerdo en otros tiempos y su rostro era afilado, entre lo literario y lo político se debatía en lo diario, tenía una fuerza decisiva. Sin adjetivos, tal vez, emprendió su particular lucha. Hoy las cartas son otras, tocará barajar, me digo sin esperanza. Se ha despedido y yo le sigo con la mirada. Quizá encuentre su paz en su rutina. Bendita rutina.
+ “Que no te confunda la reflexión sobre la vida entera,. No andas cavilando en cuáles y cuántas cosas penosas es de creer que te han de pasar, sino que a la vista de cada una de las presentes pregúntate a ti mismo qué parte de la tarea es intolerable e insufrible. Sentirás vergüenza de confesártelo. Luego, acuérdate de que ni el futuro ni el pasado te pesan, sino el presente siempre. Éste se minimiza si sólo lo delimitas a él y refutas el pensamiento, si no es capaz de hacerle frente por sí solo.” (Marco Aurelio, Meditaciones [AE, trad. Bartolomé Segura Ramos]: 114, 36].
+ Tras copiar la cita de Marco Aurelio regreso al escritorio con el alivio de saberme en el presente, un presente amplio, pero limitado al afán del día, no más allá [o esa es la pretensión, en intento]. Se limita al trabajo, el ejercicio físico y el estudio. Los momentos de asueto, la compañía de C. y conversaciones entre ambos que se rigen por el respeto y la atención, también la curiosidad de aquellos que comparten la pasión por la lectura, entre otras muchas cosas. ¿Es esto la felicidad? No lo sé, no me importa, no he de investigar sobre este particular.
+ Imagen: del pasado llegan estas fotos que se ven determinadas por el disparo automático y con una clara tendencia a la abstración; una vez más, la yuxtaposición reclama un sentido o un significaco. Podremos elegir, sin dudar.