+ Por una parte, la literatura de ficción o memorialística resulta moralmente neutra; respecto a otros tipos de expresión artística tiene una notable diferencia: la implicación del creador con la obra es muchísimo más importante e intensa. Paradójicamente, según se alejan en el tiempo y en el espacio el escritor y la obra, el primero pierde en beneficio de la segunda parte del binomio. Es ahí cuando yo entiendo que se produce la muerte del autor, en ese alejamiento, cuando lo moral se ha diluido porque no hay otra intención que el sentido que el lector le da y el sentido del escritor, aunque no ha desparecido, no deja de ser uno entre tantos.
+ La primacía de una interpretación no se ve condicionada por la intención del autor, a no ser que así lo desee el lector.
+ Al hilo de algo que escucho en la radio del coche: hay tres niveles: el turismo, el viaje y errabundo errar, con una gradación decreciente de intenciones: la mayor intencionalidad está en el turista, la menor el errabundo errar. Me sumo a los primeros, desearía estar en los terceros y el viaje no me interesa porque tiene un propósito utilitarista claro, muy claro y yo, ay, es algo de lo que huyo.
+ Después de leer Le Consentement, de V. S., no he podido de dejar de recordar los diarios de Gil de Biedma, donde, también, se relatan episodios de prostitución infantil en Filipinas. Yo no sé, el contexto da alternativas de lectura pero hay un algo que permanece a pesar de los cambios de época y mentalidades. Recuerdo haber leído con atención aquello diarios y quedar sorprendido con declaraciones posteriores que calificaban los hechos declarados como una suerte de cotilleo. No, el escritor escribe de su puño y letra que paga por tener sexo con un niño de doce o trece años. Durante mucho tiempo Las personas del verbo quedaron arrinconadas en un estante, a la espera de un mejor momento, porque tras la lectura no tuve otro remedio que apartar el libro de mis lecturas. Hoy lo he tomado, después de terminar el libro de V. S. Leía algunos poemas y me parecieron tan buenos como la primera vez que los leí, algo que vibraba y que tiene que ver con una capacidad expresiva que se condensa, una vasta cultura que no se muestra pero ahí está, una suerte de yo poético firme y poderoso. Continué durante un rato hasta que no pude continuar. Ha regresado a su rincón, hasta que pase otro tiempo, hasta que alcance una naturaleza documental que lo aleje de su verdad, o, vaya, que se construya otra.
+ Invoco, para le lectura Gil de Biedma, la muerte del autor, ese alejamiento y disolución de la persona que escribió los versos que hoy no puedo leer. Pero, ¿es realmente necesario volver a su poesía? He descreído de tantas cosas que otra no hace cuenta. Invoco la muerte del autor y no funciona.
+ Mientras C. está en su habitación de hospital, yo escribo. Todo lo que se disgrega es susceptible de volver a unirse. En ello estoy y la escritura es otro fármaco, en su doble vertiente de veneno y remedio.
+ Imagen: foto de una sala de espera y de visitas en la sexta planta. La geometría parece encerrar en sí explicaciones, pero no hay explicaciones. No hay nada, me resisto a encontrar signos o significados allí donde otros los ven. Se dibuja en las líneas rectas la verdad de la construcción, el peso de los años sobre el diseño, ese punto en que todo se funde en la historia menos, la de los detalles, la de los dioses del hogar. Solo es eso, un posible sentido: el paso del tiempo, común a todo comentario que se pueda hacer bien a una arquitectura, bien a un poema. El tema, siempre, el paso del tiempo y su correlato, que, hoy, queda en blanco.
