sábado, 7 de mayo de 2022

El diagnóstico y la valoración

Vigo

+ El diagnóstico se debate entre la posibilidad de un continuar pausado y sin sobresaltos y un final feliz, un paulatino apagarse. Desprecio el diagnóstico y me centro en la escritura, en su erótica: la pluma, el papel, la tinta. Poco más, pues no estoy firmando una sentencia de muerte ni el salvoconducto para huir de la guerra, el documento que abre las fronteras no está entre mis atribuciones. No tengo atribuciones.

+ Me resulta complicado no rescatar citas de la Crítica. En este caso, en un laberinto, cito a Sloterdijk que, a su vez, cita a Gottfried Benn. “Ser tonto y tener trabajo, he ahí la felicidad.” Sin duda me sumo a ese cinismo, no como escudo ni como emboscadura, sino como suma de indicios y balizas para conducirme en lo diario. Sé que se podría traducir en una insomne desconfianza pero se traduce, finalmente, en una placentera ironía, que evita el sarcasmo aunque siempre lo bordea. Ser tonto, no pensar, asentir, no disentir, acepta el poder y no rechazar la autoridad, vértebras de ceniza y viento, lejanía y poemas dignos de olvido, pero no. No soy tonto y ahí está el centro de la indiferencia. La inversión de Sloterdijk: “ ser inteligente y, sin embargo, realizar su trabajo, tal es la conciencia infeliz en la forma modernizada y enferma de la Ilustración.”

+ A veces, no sé si irónicamente, cuando veo un coche muy caro, muy nuevo, muy reluciente, no dejo de exclamar: ahí va un hombre de gran mérito. Nunca sé si me equivoco, pero acierto cuando ve en ello el reflejo de muchas miradas. Y ese es el diagnóstico. Soy un observador y como tal me acerco al hormiguero.

+ Descarté las valoraciones. Todo tenía sentido, sin embargo, no había necesidad de emitir un juicio. No se trata, me dije, de un simple me gusta o no me gusta. Aquella música atacaba mis nervios en su propia raíz. No importa, todo tenía sentido. Pensé en amplias casas de campo, aisladas, con sus muros caleados de un blanco intenso, patios interiores cuadrados, luminosos y frescos, tanto calor en invierno como frío en verano. Olvidé cosas que debería haber olvidado años atrás, ahora ocupaba el lugar que le correspondía, yo nada hice. Tal vez desistir, olvidar que hay una parte cuantitativa que determina el juicio, dejar a un lado, también, ese otro rasgo, pensar que no tiene importancia la calidad, la excelencia, el mérito. Olvidar el mérito, me digo y no sé qué pensar. La casa me daba tranquilidad, pensé en ella otra vez y caí en un profundo sueño.

+ “Fue entonces cuando comencé a interesarme por detalles irrelevantes en fotos de gran relevancia. Me refiero que en la pantalla del ordenador recortaba elementos en los que nadie se fijaría. V. gr.: foto de un político de primera fila, lo rodea una multitud de periodistas y reporteros gráficos, en la esquina superior izquierda un hombre asiste pasmado al espectáculo; recorto esa esquina superior izquierda, la amplio y observo al hombre: no conozco nada de él, nada sé, está ahí perplejo ante la historia, yo soy el que rescata eso. Otro ejemplo: la actriz que pasea y el paparazzo dispara, una grupo de mujeres observa la escena; yo recorto. El célebre filosofo en Salzburgo se detiene, junto a su novia, y apoya la bicicleta contra su cadera, un japonés mira a la cámara sin saber, con un desconocimiento absoluto sobre lo que tras la cámara se esconce; recorto. Una emboscadura más, me digo y regreso a mi tarea de perder el tiempo frente a la pantalla.”

+ Pienso en el sintagma: político de primera fila y en el fragmento anterior [recortado de parte ninguna]. Designar un ámbito supuestamente artístico me reduce a una suerte de mago o taumaturgo. ¿Soy un hechicero? No creo en nada, me digo y comienzo otro párrafo con esa nausea tan particular ante el nihilismo, mientras lo abrazo. El sintagma es la expresión de un deseo y el certificado de mi propio fracaso, si es que en términos de éxito y fracaso hablamos, ahora, cuando las etiquetas decaen. El político de primera fila  también se da en el ámbito local, no necesariamente se debe circunscribir su acción a las altas esferas. El político de primera fila se ve reconocido en la calle, lo saludan con una velada vehemencia, él está satisfecho y hace. Ese hacer es lo que lo coloca en la primera fila. Yo observo y, algunas veces, participo en situaciones similares que me desagradan moderadamente. Se trata de una personalidad que se ve inclinada hacia el reconocimiento, con una alta opinión de sí mismo y de la misión que se ha sido encomendada. Pero, digo yo, cabe preguntarse quién le ha encomendado esa misión sino él mismo. Se trata de la unión entre carácter y destino, que yo puedo ver, que reitero. En ello me reconozco y no paro de utilizar como patrón de medida. Así, una vez más, el carácter es el destino.

+ El escritor come una manzana ante las cámaras y dice que él nunca bebe alcohol. Yo lo conocí ya como alcohólico irredento. ¿Se puede afirmar que mentía? Es esa la esclavitud del personaje, el que devora sin piedad a la persona. En la entrevista todavía era joven y yo no sabía de él, ahora todo es tan distinto. ¿Decepción? No, una certificación del mundo como teatro, la dramaturgia de lo cotidiano.

+ Otro fragmento de la misma nada: “Sin conocer el porqué, comencé a atesorar libros sobre Francia. Una geografía para Sci-Po, una historia de Francia, una historia de la literatura francesa. Regresé al estudio del francés y me sumergí en un extraño programa sin objetivo aunque sometido una disciplina estricta, donde, tras la jornada laboral, me sometía a lo que, de alguna manera, se puede denominar un tiempo de estudio amplio. Ahora, meses después, creo entenderlo.” Hasta aquí llego en mi ensayo, que enlaza con un párrafo anterior. ¿Novela? No, es como el pianista aficionado que ensaya una escala en el piano, que deriva en una melodía que promete pero que no cuaja.

+ Imagen: Vigo.