sábado, 16 de abril de 2022

S/T

Cabo Ortegal

+ Ya es de día y abro el libro de Joan Margarit Arquitecturas de la memoria, un libro que compré hace unos años en Madrid, en la librería Pasajes. Leo este libro página a página desde hace mucho tiempo, con cierto método, con una cierta delectación que se sostiene sobre la morosidad aplicada en las palabras, tanto en castellano como en catalán [se trata de una edición bilingüe]. Abro la página que toca y percibo la transmisión de un estado de ánimo que se corresponde con la tranquilidad, con un falso estatismo: “como si el orden fuese un gran bostezo / con el cual el futuro nos devora.” Estamos C. y yo en el Norte de Galicia, en las Rías Altas, mecidos en el silencio, adormecidos, con los planes todavía por desarrollar. La música interior me desplaza y encuentro en los versos leídos un anclaje a la realidad, ese mundo por construir, la exploración diaria del estado de ánimo. No es tristeza, tampoco alegría, una suerte de ataraxia, una tendencia a lo estable y a lo permanente sa quimera. Así, conduzco tranquilo, con la serenidad de los años y el asombro de la distancia. Paisaje, viento, lluvia, el mar, el océano, lo inmenso. La imposibilidad de abarcar las dimensiones del paisaje me subyga y por un instante recuerdo La atracción del abismo de Argullol. Cierro el libro de Margarit y recuerdo momentos y conservaciones, caigo en el sueño, otra vez un pasaje onírico recurrente. Nada me desvela. El sueño y la vigilia son hermanos que nunca llegar a tocarse, tampoco a ver sus caras.

+ La guerra continua y la inflación se dispara, el paro se eleva y todo parece en calma, aquí. Es un espejismo, el oasis que nos acoge.

+ Las rías por explorar, casas aisladas en la ribera, carreteras sinuosas y poco transitadas, veloces vehículos en el inicio de la noche, amaneceres, anocheceres, el supermercado a pié de carretera, bares de carretera, faros, conos de luz, gasolineras, neones, antiguas fábricas de conservas, hoy abandonadas, depósitos de minerales, puertos recónditos, robles y abedules, una rampa, el viento que agita los árboles, el casi imperceptible discurrir de una melodía en la radio del coche, recuerdos y olvidos, silencio, la hermética tranquilidad de la habitación en el molino, café con leche, rosca, pan, mantequilla y mermelada, el reloj de pared, rías profundas, serpenteantes, aparecen y desaparecen, esteros, los árboles que se balancean sobre la orilla, tu voz es un rumor, se agitan los árboles, es el viento. Las vacaciones terminan y yo prefiero el turismo al viaje, soy otro, más sólido, menos etéreo.

+ Han pasado dos días y parece una eternidad. Las rías altas son otra cosa, me digo y no tengo fotos. He subido algunas fotos a Twitter, pero poca cosa. Los cafés matinales y porciones de bizcocho, suave y esponjoso. Como si los anclajes de la memoria se hiciesen materia en los pequeños de talles, las notas que un día regresarán para decirnos que fuimos felices y no lo sabíamos. Por eso mismo erais felices, por desconocimiento, parece decir una voz que llega más allá del océano. Leí un poema y lo he olvidado. Una nota en el correo electrónico me lo recuerda. A veces, solo a veces, me parece que todo podría volver a comenzar, esa posibilidad me inquieta. Percepciones, apariencia de eternidad, vigilantes pájaros en las aristas de la carretera, son cuervos, negros e inteligentes. Te dije que su padre tenía un cuervo que hablaba, los cuervos hablan, ¿sabes?, el cuervo se llamaba Luis y lo robaron unos albañiles que trabajaban en una casa vecina, eso me contó. Ay, el aliento poético de los días de vacaciones. Ahí estábamos, una vez más.

+ Ordeno las fotos, las copio en un disco duro externo y las borro del disco del ordenador. Todo ello encaminado a conseguir más espacio para instalar un sistema operativo nuevo. Las operaciones informáticas tienen algo esperanzador, como si la juventud se pudiese adquirir con una actualización. Nada más lejos de la verdad porque cada actualización es un recuerdo de que llegará un momento en que resultará imposible actualizar. Esta pequeña reflexión se une a la poética de los últimos días y la informática ante la magnitud del océano no es nada. Una frivolidad propia de los que con ello trabajos, un día el sol se apagará como decía un tópico tantas veces escuchado. Es jueves, Jueves Santo. Nada me dice, hoy.

+ Viernes Santo: el mismo silencio, el mismo vacío. ¿La resurrección del Señor? Vanas esperas, vanas esperanzas.

+ Imagen:desde el Cabo Ortegal: esa romántica fascinación por el paisaje, por el abismo del paisaje.