+ [Je suis un autre]. Rimbaud. Acabo de visitar un supermercado que inauguraron no hace muchos días. Espero por C. Salgo del supermercado y me siento en un banco y comienzo a leer una página del libro de R. que llevo, que siempre llevo en el coche, en el asiento trasero. Las Iluminaciones. Tras la visita al supermercado [que me transmitió esa filosa sensación de no lugar], me senté en un banco y abrí el libro ante la imposibilidad de sustraerme al devenir de la calle en sí misma, de los peatones, de los paseantes. Los atareados y los holgados. Allí estaba yo, en el banco y en la soledad del que espera, pero con la recóndita compañía del libro. Comencé la lectura en francés, sin recurrir a la página par, donde está la versión española. Fui entonces consciente de que hay recovecos idiomáticos reservados a los hablantes nativos, pero ni siquiera estos pueden penetrar en ciertas resonancias que un texto tiene. Pronuncié interiormente algunas frases en busca de una música definitiva, que me iluminase, a mí también, y hallé una extraña erótica de la vida misma, la realidad y lo cotidiano. Allí estaba el trámite que resolvía C., la pátina de hiperrealidad del súper, mi atuendo y el atuendo de los otros viandantes. Toda esa marea de la realidad. ¿El yo es otro? Sí, me transforme. El abismo estaba allí
+ Encuentro en el libro de Argullol, La atracción del abismo, un fragmento del poema de Leopardi El infinito. La cita la coloca el autor dentro de una reflexión sobre el cuadro de Friedrich El viajero sobre el mar de nubes. Cuadro tan conocido como emblemático del romanticismo resulta. Ambas balizas, Leopardi y Friedrich, me marcan un sendero que se dirige hacia la propuesta explicativa de cierta desazón, un desazón punzante o sorda, una desazón que siento ante la inmensidad del paisaje. Recuerdo que C. y yo en el faro del fin del mundo, ante las inabarcables dimensiones del océano y ante un inquietante silencio percibimos esa atracción del abismo, una vibración que susurraba en mi interior palabras sin un referente definido ni definible, que solo eran sonidos amortiguados que buscaban con ansia el clamor de un significado sólido e inmutable. Ese imposible, ese anhelo. (Ay, ya lo sabemos: el significante sin significado es un oxímoron, pero yo solo hablo de sueños y precipicios).
+ «La estéril región de nuestros años» (Villamediana)
+ Mañana ebria o mañana de ebriedad o mañana de borrachera o mañana borracha. Así leí yo aquel fragmento recogido en las Iluminaciones. Salíamos de viaje y C. debía realizar un trámite, yo esperaba. Visité un supermercado recién inaugurado y comprobé el tacto de la ciencia ficción, pero, también, de la vacuidad del consumo, ese trampantojo. Salí a la calle, me senté en un banco y abrí el libro que llevaba en el bolsillo, las Iluminaciones. Presentía una conexión en la portada verde y en autorretrato de Rimbaud fumando. Una conexión con la adolescencia y con cuentas no resueltas. “Matinée d’ivresse”, la ebriedad y la evocación del hachís, en sonido del idioma y un cierto hiato entre la traducción y el propio texto [ay, lo intraducible]. Me dio la sensación de que solamente el propio R. podría llegar al núcleo del breve texto, pero, así mismo, sentía que mi propio texto era el que leía: en el banco, ante el paso de los peatones, en la espera, con mi atuendo, mis gafas y mi melena, “la máscara que nos ha gratificado”. El yo es otro y con cada cambio se formula su impermanencia. Me miro en el espejo y soy un dandy de 17 años. Otro disfraz.
+ Leo, cada día, una o dos páginas de Paradiso, la novela de Lezama Lima. La prosa me devuelve un placer que perdí cuando se terminó la adolescencia [quizá no hace tanto porque el lector siempre conserva esa erótica intacta]. Se trata de saborear el engarce de las palabras y la capacidad de elevar un mundo tras la lectura, sentirse impelido hacia el teclado o la pluma y plasmar esa ambivalente posibilidad, ese intento de capturar el momento eterno que se destila tras la lectura. Ay, la lectura. No quiero ir más rápido, deseo ese instante en el curso de las tareas diarias, tras el alimenticio trabajo, el brillo de la prosa en el océano de lo cotidiano. Mientras, tiendo hacia el infinito; otro abismo.
+ De algún lugar arranco una fragmentación de lo que se puede contar. Solapadas, la anécdotas del día tienen sentido por sí mismas, por la yuxtaposición, pero el sentido se lo da la cercanía, los hechos que parecen completarse los unos a los otros, la rara experiencia del sueño y su correlato en la vigilia, como si se uniesen en una comunión que tiende a la unidad. Los fragmentos suman más que el todo, por eso la táctica empleada en este diario.
+ En Portugal compro periódicos y revistas que voy leyendo durante un largo tiempo, que se puede alargar durante meses. Como si el día de la adquisición quedase encapsulado. Ahí encuentro un extraño y extravagante placer. Hoy he leído uno de estos periódicos y esto supone un retorno al pasado, a un tiempo que ya no es y que yo recreo. Son entretenimientos que hacen la vida soportable, que constituyen un salto o un hito, una señal desde donde transitar por la rutina. Otro día, otra noche.
+ Imagen: fuera de foco.
