+ ¿La erótica de amor a la sabiduría o el liberalismo pétreo de el conocimiento es poder? Así se abre el libro de Sloterdijk, Crítica de la razón cínica. Lo he vuelto a abrir porque en una entrevista Macron se dice deudor del filósofo alemán, de su punto de vista sobre la historia, de su manera de ser contemporáneo. Yo leí el libro hace muchos años, tomé notas y apunté citas. El recuerdo es gozoso y la apertura del libro, la lectura de las primeras páginas me devuelven esa certeza de la posibilidad de otros puntos de vista. Supongo que yo no soy capaz de llegar a un tanto por ciento elevado del libro, pero me sirve. Ha conseguido que me plantee algunos asuntos en el desarrollo de la acción diaria. Algo así decía también Macron, pero yo no soy Macron. El telón de fondo son las elecciones presidenciales francesas, pero sobre ello está el ascenso de la ultraderecha, o la conversión de la derecha tradicional en ultraderecha nacionalista. En ese sentido, también, la Crítica de la razón cínica ilumina.
+ Le dije que los tatuajes, en mi opinión, son talismanes. Me dijo que no, que los tatuajes son principalmente estéticos [dudé de que coincidiesen las laberínticas dudas que yo tengo con sus sólidas certezas, con el entendimiento de la palabra y sus referente: ¿estética?]. Quizá tenga razón porque el maquillaje y lo totémico se unen. En resumidas cuentas, no es posible el hombre sin religión y este era el sentido de mis palabras.
+ “… una despedida del espíritu de las metas alejadas, una mirada clarividente en la carencia original de fines por pare de la vida, una limitación del deseo de poder y del poder de deseo…, en una palabra: comprender la herencia de Diogenes. ” Sloterdijk, Crítica de la razón cínica.
+ Sobre su estructura, el texto se monta solo. Sin compañía, en silencio, arropado por el café y el rumor del aparato que recoge la humedad, bajo la égida del flexo, en la verdad de la lluvia ahí fuera, el saber que el viento agita los árboles allí donde no estamos, la respiración de los animales en nuestra ausencia. Esta cámara hermética, sin sobresaltos, sin esperanza, sin miedo.
+ Tomo el título de la entrada de la Crítica de la razón cínica porque es este un estado de ánimo que me embarga. El cuidado del jardín, sin consecuencias, en la desesperante existencia de una hortaliza, tal vez de una lechuga. “[…] en la que se cultivan las azucenas benjaminianas, las flores del mal pasolinianas y las cerezas silvestres freudianas.”
+ En estos días, en el desarrollo de la campaña electoral de la segunda vuelta en Francia, con se ha terminado ya, hoy, en el día de la votación, persiste la lectura del libro de Edwy Plenel La victoire des vaincus. À propos des gilets jaunes. Más que comprender algunas cuestiones pendientes, se afianza len mí a cierta percepción de los haces que determinan el avance de la ultraderecha, que si obviamos cuestiones de detalle pueden ser traducidas a España. Se trata de la precarización de unas clases sociales y la concentración de la riqueza en otras, un hecho objetivo al que no se le da solución, aunque sí respuesta respuestas. Soy un cínico y, por lo tanto, los discursos que me llegan solo los puedo tomar desde el podium de la ironía, quizá del sarcasmo. Veo a Macron y su reflejo es Pedro Sánchez, pero también Feijoo. Veo a MLP y veo a Abascal. La política es eso: imágenes, espejos, retrovisores, pronósticos, errores y presupuestos, balances y contiendas. El poder, la autoridad, el BOE. Es también la colección de fotos de Macron en diversos escenarios y con diversos atuendos, preparados con inteligencia para cada momento. La política, más que nunca, es comunicación, entre otras importantes cosas que enmascara pero no diluye. En libro de Plenel advierto razones que no advertí en una primera lectura y esto se debe a que dichas razones se han acentuado gravemente en los últimos dos años, la pandemia y la guerra. Si a esto último sumamos las certezas afirmaciones voy encontrando en la introducción a la Crítica de la razón cínica, se constituye un desolado panorama, donde el camino a la ultraderecha parece allanado. ¿Hay que conformarse o pasar a la acción? ¿Preguntas, diatribas o afirmaciones?
+ En relación al párrafo anterior no me queda más remedio que copiar un fragmento de La crítica: “Esa confianza [pequeño-burguesa en el saber es poder] está hoy en día en descomposición. Solamente entre nuestros jóvenes y cínicos estudiantes de medicina hay una línea nítida que lleva de la carrera al standard de vida. Casi todos los restantes viven con el riesgo de aprender para el vacío.” Esta escrito en 1981. Sigue vigente, describe y traza un retrato con precisión, pero con un talento que va más allá de la copia fotográfica.
+ Al título de la entrada añado: aprender para el vacío. También de S.
+ Me entretengo con un subgénero de sonetos, a las damas cantoras. En ese sentido gira la idea del “aprender para el vacío”, pero no es tal. El vacío no es tal vacío, sino que resulta ser este aprendizaje un fiel y preciso instrumento de medida, un entrenamiento para las noticias y las opiniones que nos llegan día a día, una meta y un destino. La lectura en sí no es vacío, aunque a veces sí logre ese vaciarnos, tan necesario.
+ En la distancia y la lejanía me dibujo.
+ Imagen: un recuerdo del invierno, la nostalgia de un abismo, de la tendencia al abismo, un abismo olvidado.
sábado, 30 de abril de 2022
Una pequeña floricultura filológica / Aprender para el vacio
sábado, 23 de abril de 2022
Rutinarios acercamientos a un punto de realidad
+ La historia del aristócrata y del charlatán, ambos comisionistas, tiene un atractivo rescoldo moral que nos atañe a todos. De vez en cuando, salta a la palestra pública un personaje que se convierte en chivo expiatorio, merecida o inmerecidamente [si es que las etiquetas del merecimiento y la culpa tiene cabida]. Yo veo al apuesto aristócrata como parte de una narración muy amplia o inabarcable, en la que se mezclan las revistas del corazón con la consolidación de una clase social que proviene más allá del franquismo, pero que en la dictadura realizó sustanciosos negocios. Por ello, el aristócrata tiene un papel protagónico, ejemplar o epitome de una manera de enriquecerse. Todo reside en su apostura, su mirada, ese saber estar, una erótica propia de un siglo xix traspasado al siglo xxi. Permanece un algo de novela de costumbres y de novela realista en su persona, con ese poso moral que queda tras la desnuda exposición de los hechos, como un notario que diese cuenta de una peripecia. Escudriño la trayectoria del aristócrata, porque la del charlatán poco interés tiene [o el interés se aleja sin perder fuerza, pero pertenece a otro ámbito], y veo en él rasgos que parecen equipararlo a un personaje de Flaubert, de Zola o, incluso, si nos escoramos hacia nuestro presente, de Houellebecq, en su narrativa con ese regusto decimonónico. En todo caso, es carne de narración porque las descripciones de su persona, gustos y maneras se prestan muy bien a ese amplio ámbito que es la novela. Amores, separaciones, carísimos restaurantes, ese gusto por la ropa: los trajes cruzados, el smoking, el chaqué, celebraciones y portadas de revistas del corazón; veleros de lujo, zapatos a medida, gafas de sol carísimas y de un peculiar solo uso, trabajos insólitos e inverosímiles. Lo tiene todo. Sobre la noticia triunfa la materia narrativa.
+ Nos gusta juzgar, la superioridad moral produce un extraño placer. Estudio mis momentos de rabia y no tengo disculpa, pero tampoco deseo el perdón.
+ El ejercicio diario me aporta libertad, esa cuadrícula que es el día a día. Benditas rutinas.
+ Trazo el trabajo para los próximos seis meses. Hay en ello una erótica ordenacista y con tendencia al clasicismo. Yo soy un clásico, en el sentido que oí adjetivar en los bares, hace ya mucho tiempo. El clasicismo entendido como una permanencia anticuada en las costumbres de otros momentos, en la frecuencia en que se visitan las tabernas y en la insistencia en los mismos licores. Hoy los licores son libros y bicicleta estática; salvando la cuestión de la salud, que no es pequeña cuestión, son la misma cosa: estrategias para soportar la vida. El verbo soportar parece demasiado violento, definitivo, tajante, pero soportar es un trabajo de la voluntad, la única receta para el encarar lo diario. Lo diario, benditas rutinas.
+ Cuando veo el barco que el aristócrata ha comprado me recuerda un juguete. ¿Soporta el aristócrata bien lo rutinario? Me da la impresión de que el juguete terminará por causarle hastío, aburrimiento, la zozobra de lo insulso.
+ Mientras resumo las ediciones del Conde no dejo de sentir un aliento de voluntad, me tengo que sobreponer y entiendo el aburrimiento como medida de la cosas y de la realidad. En un juego de sombras, el día se confunde con la noche, se aproxima una teoría y desaparece inmediatamente, cada paso es un paso hacia el abismo. He dejado a un lado lecturas más placenteras, pero yo no busco el placer sino un conocimiento que se construye sobre su propia destrucción. Leo en francés como hago ejercicio. Ahora un párrafo más en el camino hacia la meta. Es así, mediante una innegable disciplina, como me alejo de lo que soy y de lo que fui, como presiento lo que seré, pero no me duermo en la tarea, sigo.
+ Imagen: el abismo del paisaje, las cumbres, las nubes, la sombra.
sábado, 16 de abril de 2022
S/T
+ Ya es de día y abro el libro de Joan Margarit Arquitecturas de la memoria, un libro que compré hace unos años en Madrid, en la librería Pasajes. Leo este libro página a página desde hace mucho tiempo, con cierto método, con una cierta delectación que se sostiene sobre la morosidad aplicada en las palabras, tanto en castellano como en catalán [se trata de una edición bilingüe]. Abro la página que toca y percibo la transmisión de un estado de ánimo que se corresponde con la tranquilidad, con un falso estatismo: “como si el orden fuese un gran bostezo / con el cual el futuro nos devora.” Estamos C. y yo en el Norte de Galicia, en las Rías Altas, mecidos en el silencio, adormecidos, con los planes todavía por desarrollar. La música interior me desplaza y encuentro en los versos leídos un anclaje a la realidad, ese mundo por construir, la exploración diaria del estado de ánimo. No es tristeza, tampoco alegría, una suerte de ataraxia, una tendencia a lo estable y a lo permanente [esa quimera. Así, conduzco tranquilo, con la serenidad de los años y el asombro de la distancia. Paisaje, viento, lluvia, el mar, el océano, lo inmenso. La imposibilidad de abarcar las dimensiones del paisaje me subyga y por un instante recuerdo La atracción del abismo de Argullol. Cierro el libro de Margarit y recuerdo momentos y conservaciones, caigo en el sueño, otra vez un pasaje onírico recurrente. Nada me desvela. El sueño y la vigilia son hermanos que nunca llegar a tocarse, tampoco a ver sus caras.
+ La guerra continua y la inflación se dispara, el paro se eleva y todo parece en calma, aquí. Es un espejismo, el oasis que nos acoge.
+ Las rías por explorar, casas aisladas en la ribera, carreteras sinuosas y poco transitadas, veloces vehículos en el inicio de la noche, amaneceres, anocheceres, el supermercado a pié de carretera, bares de carretera, faros, conos de luz, gasolineras, neones, antiguas fábricas de conservas, hoy abandonadas, depósitos de minerales, puertos recónditos, robles y abedules, una rampa, el viento que agita los árboles, el casi imperceptible discurrir de una melodía en la radio del coche, recuerdos y olvidos, silencio, la hermética tranquilidad de la habitación en el molino, café con leche, rosca, pan, mantequilla y mermelada, el reloj de pared, rías profundas, serpenteantes, aparecen y desaparecen, esteros, los árboles que se balancean sobre la orilla, tu voz es un rumor, se agitan los árboles, es el viento. Las vacaciones terminan y yo prefiero el turismo al viaje, soy otro, más sólido, menos etéreo.
+ Han pasado dos días y parece una eternidad. Las rías altas son otra cosa, me digo y no tengo fotos. He subido algunas fotos a Twitter, pero poca cosa. Los cafés matinales y porciones de bizcocho, suave y esponjoso. Como si los anclajes de la memoria se hiciesen materia en los pequeños de talles, las notas que un día regresarán para decirnos que fuimos felices y no lo sabíamos. Por eso mismo erais felices, por desconocimiento, parece decir una voz que llega más allá del océano. Leí un poema y lo he olvidado. Una nota en el correo electrónico me lo recuerda. A veces, solo a veces, me parece que todo podría volver a comenzar, esa posibilidad me inquieta. Percepciones, apariencia de eternidad, vigilantes pájaros en las aristas de la carretera, son cuervos, negros e inteligentes. Te dije que su padre tenía un cuervo que hablaba, los cuervos hablan, ¿sabes?, el cuervo se llamaba Luis y lo robaron unos albañiles que trabajaban en una casa vecina, eso me contó. Ay, el aliento poético de los días de vacaciones. Ahí estábamos, una vez más.
+ Ordeno las fotos, las copio en un disco duro externo y las borro del disco del ordenador. Todo ello encaminado a conseguir más espacio para instalar un sistema operativo nuevo. Las operaciones informáticas tienen algo esperanzador, como si la juventud se pudiese adquirir con una actualización. Nada más lejos de la verdad porque cada actualización es un recuerdo de que llegará un momento en que resultará imposible actualizar. Esta pequeña reflexión se une a la poética de los últimos días y la informática ante la magnitud del océano no es nada. Una frivolidad propia de los que con ello trabajos, un día el sol se apagará como decía un tópico tantas veces escuchado. Es jueves, Jueves Santo. Nada me dice, hoy.
+ Viernes Santo: el mismo silencio, el mismo vacío. ¿La resurrección del Señor? Vanas esperas, vanas esperanzas.
+ Imagen:desde el Cabo Ortegal: esa romántica fascinación por el paisaje, por el abismo del paisaje.
sábado, 9 de abril de 2022
Los abismos, el abismo
+ [Je suis un autre]. Rimbaud. Acabo de visitar un supermercado que inauguraron no hace muchos días. Espero por C. Salgo del supermercado y me siento en un banco y comienzo a leer una página del libro de R. que llevo, que siempre llevo en el coche, en el asiento trasero. Las Iluminaciones. Tras la visita al supermercado [que me transmitió esa filosa sensación de no lugar], me senté en un banco y abrí el libro ante la imposibilidad de sustraerme al devenir de la calle en sí misma, de los peatones, de los paseantes. Los atareados y los holgados. Allí estaba yo, en el banco y en la soledad del que espera, pero con la recóndita compañía del libro. Comencé la lectura en francés, sin recurrir a la página par, donde está la versión española. Fui entonces consciente de que hay recovecos idiomáticos reservados a los hablantes nativos, pero ni siquiera estos pueden penetrar en ciertas resonancias que un texto tiene. Pronuncié interiormente algunas frases en busca de una música definitiva, que me iluminase, a mí también, y hallé una extraña erótica de la vida misma, la realidad y lo cotidiano. Allí estaba el trámite que resolvía C., la pátina de hiperrealidad del súper, mi atuendo y el atuendo de los otros viandantes. Toda esa marea de la realidad. ¿El yo es otro? Sí, me transforme. El abismo estaba allí
+ Encuentro en el libro de Argullol, La atracción del abismo, un fragmento del poema de Leopardi El infinito. La cita la coloca el autor dentro de una reflexión sobre el cuadro de Friedrich El viajero sobre el mar de nubes. Cuadro tan conocido como emblemático del romanticismo resulta. Ambas balizas, Leopardi y Friedrich, me marcan un sendero que se dirige hacia la propuesta explicativa de cierta desazón, un desazón punzante o sorda, una desazón que siento ante la inmensidad del paisaje. Recuerdo que C. y yo en el faro del fin del mundo, ante las inabarcables dimensiones del océano y ante un inquietante silencio percibimos esa atracción del abismo, una vibración que susurraba en mi interior palabras sin un referente definido ni definible, que solo eran sonidos amortiguados que buscaban con ansia el clamor de un significado sólido e inmutable. Ese imposible, ese anhelo. (Ay, ya lo sabemos: el significante sin significado es un oxímoron, pero yo solo hablo de sueños y precipicios).
+ «La estéril región de nuestros años» (Villamediana)
+ Mañana ebria o mañana de ebriedad o mañana de borrachera o mañana borracha. Así leí yo aquel fragmento recogido en las Iluminaciones. Salíamos de viaje y C. debía realizar un trámite, yo esperaba. Visité un supermercado recién inaugurado y comprobé el tacto de la ciencia ficción, pero, también, de la vacuidad del consumo, ese trampantojo. Salí a la calle, me senté en un banco y abrí el libro que llevaba en el bolsillo, las Iluminaciones. Presentía una conexión en la portada verde y en autorretrato de Rimbaud fumando. Una conexión con la adolescencia y con cuentas no resueltas. “Matinée d’ivresse”, la ebriedad y la evocación del hachís, en sonido del idioma y un cierto hiato entre la traducción y el propio texto [ay, lo intraducible]. Me dio la sensación de que solamente el propio R. podría llegar al núcleo del breve texto, pero, así mismo, sentía que mi propio texto era el que leía: en el banco, ante el paso de los peatones, en la espera, con mi atuendo, mis gafas y mi melena, “la máscara que nos ha gratificado”. El yo es otro y con cada cambio se formula su impermanencia. Me miro en el espejo y soy un dandy de 17 años. Otro disfraz.
+ Leo, cada día, una o dos páginas de Paradiso, la novela de Lezama Lima. La prosa me devuelve un placer que perdí cuando se terminó la adolescencia [quizá no hace tanto porque el lector siempre conserva esa erótica intacta]. Se trata de saborear el engarce de las palabras y la capacidad de elevar un mundo tras la lectura, sentirse impelido hacia el teclado o la pluma y plasmar esa ambivalente posibilidad, ese intento de capturar el momento eterno que se destila tras la lectura. Ay, la lectura. No quiero ir más rápido, deseo ese instante en el curso de las tareas diarias, tras el alimenticio trabajo, el brillo de la prosa en el océano de lo cotidiano. Mientras, tiendo hacia el infinito; otro abismo.
+ De algún lugar arranco una fragmentación de lo que se puede contar. Solapadas, la anécdotas del día tienen sentido por sí mismas, por la yuxtaposición, pero el sentido se lo da la cercanía, los hechos que parecen completarse los unos a los otros, la rara experiencia del sueño y su correlato en la vigilia, como si se uniesen en una comunión que tiende a la unidad. Los fragmentos suman más que el todo, por eso la táctica empleada en este diario.
+ En Portugal compro periódicos y revistas que voy leyendo durante un largo tiempo, que se puede alargar durante meses. Como si el día de la adquisición quedase encapsulado. Ahí encuentro un extraño y extravagante placer. Hoy he leído uno de estos periódicos y esto supone un retorno al pasado, a un tiempo que ya no es y que yo recreo. Son entretenimientos que hacen la vida soportable, que constituyen un salto o un hito, una señal desde donde transitar por la rutina. Otro día, otra noche.
+ Imagen: fuera de foco.
sábado, 2 de abril de 2022
Destrucción [Anéantir] y conexiones
+ He terminado la última novela de Michel Houellebecq, Anéantir. Sin llegar a ser una obra cerrada y redonda, encierra en sí numerosas virtudes. Virtudes sobre la que destaca la capacidad del autor para capturar el espíritu de nuestro tiempo, una razón que se puede percibir con claridad en otras de sus novelas. Como extensión y contraste de mis intuiciones, escuchaba a un crítico en un pod-cast. El crítico no se explicaba el porqué del éxito del autor fuera de Francia, al ser, según su opinión, muy localista, al precisar ciertos conocimientos sobre la cultura parisina que los cuales las novelas resultan casi herméticas. No puedo estar más en desacuerdo, me dije, ya que, precisamente, por ese localismo se llega a una cierta suerte universalismo. Lo que H. nos ofrece es el retrato del hombre occidental mediante un punto de vista que alcanza a la totalidad de Europa. Un hombre sin referentes, sin un dios, triste o deprimido, absorto, aburrido, que llena sus días mediante las consolaciones que ofrece la vida moderna. Esos teléfonos, aquellas pantallas, los medicamentos y otras tecnologías. El paisaje del siglo XXI es extraño, la naturaleza alejada de nuestras vidas y el sentimiento de ciencia ficción que todo lo impregna sin aportar respuestas ni plantear preguntas. La ciencia ficción es el marco porque nuestra vida se ha integrado en esa ciencia ficción, que es desde donde parten los relatos de H.
+ Consiguió que se me escapase una sonrisa cuando el crítico que dijo que la obra de H. no le gustaba porque carecía de estilo [como puede ser la obra de Quignard]. Me dije: eso no es un defecto, eso es una virtud. Y allí estaba, atento y sonriente, el grado cero de la escritura.
+ No desarrolle la semana anterior la idea del suicidio como acto de comunicación. Pienso en la mujer que se arrojó desde un quinto piso y se estrelló contra el pavimento de granito. La destrucción del cuerpo, del rostro tal vez, tiene un significado, un sentido que se puede desentrañar. Desentrañar no equivale a entrar una certeza, la verdadera razón. Muy al contrario, esa explicación es la clave que buscamos en la creencia de que su utilidad para sobrevivir.
+ [Piranesi] He comenzado a leer el libro de Rafael Arugullol La atracción del Abismo / Un itinerario por el paisaje romántico. Se aúnan, ya en el título, dos cuestiones de son, desde tiempo atrás, de mi interés. Lo romántico como rasgo de ciertas personalidades y, también, como raíz de lo que hoy entendemos como moderno o post-moderno. Por otra parte, está la cuestión del paisaje, sobre la que tantas veces reflexión; últimamente, en el sentido de la amplitud y la imposibilidad de abarcar, desde lo mínimo, una región. Ay, esa minucia que somos ante un bosque, y este tan mermado ante una montaña. Las arquitecturas de Pinaresi son desconcertantes, entre otras razones, por la ampulosidad de las dimensiones del edificio y la insignificancia de las figuras humanas. En detalle observo los gravados que encuentro en internet y recuerdo la primera vez oí hablar de el italiano. Recuerdo la conversación y la sugerencia que supuso escuchar sobre aquellas cárceles de pesadilla, la pesadilla que habita en el combate entre lo descomunal y en lo irrelevante. Tardé años en encontrarme con la primera imagen de P. y no me defraudó. Ahora que recupero el recuerdo, siento la punzada del tiempo y una suerte de constatación. Mis temas me acompañan y me modula, entiendo la realidad a través de su configuración. Cuántos haces palpitan en lo diario, cuántos emergen, cuántos se sumergen en el olvido. Pero yo yo, un otro yo.
+ Continuo con la lectura anterior y no puedo dejar a un lado que todo lo de Pinaresi tiene un conexión con los días que pasé dentro de lo propuesto por Houellebecq en Aneantir. Se trata de la condición del hombre moderno, de su soledad, el ansia por encontrarse completo y la misma imposibilidad de esa solidez. Pienso en los adjetivos y sustantivos abstractos que se utilizan para describir los grabados de las cárceles de P. y uno vibra con especial y sorda insistencia: acedía. La acedía como gran definición de mi tiempo y mis coetáneos. Ay, el aburrimiento como medida de los que me acompañaron y ya ni por la calle me saludan. Como un Thomas De Quincey de provincias, así es el periplo. Porque esto no es Londres.
+ [Je suis un autre] Queda pendiente una reseña sobre una breve e intensa lectura de Rimbaud.
+ [Anéantir] En realidad el sustantivo que da título a la novela me sirve para describir una sucesión de días que se ven impregnado por la tristeza. Una tristeza inmotivada, me digo sin mucho convencimiento. Este punto se une mi tristeza con una destilada sensación de precariedad que he visto en la novela, lo instable ya conocido se hizo materia diaria durante tres semanas. Ahora hay un vacío que trato de llenar con Sérotonine. No tengo remedio
+ Imagen: Angoulême.



