sábado, 26 de marzo de 2022

La muerte, tan cotidiana

cadena

+ [Muertes por desesperación] Hacia el final del libro de Michel J. Sandel La tiranía del mérito hay un apartado que se titula “Muertes por desesperación”, que hace referencia a las personas que han abandonado la esperanza de encontrar un trabajo y se dejan ir. Mueren por suicido, sobredosis o enfermedades hepáticas debidas al abuso de bebidas alcohólicas. Mientras leo estas páginas, de una manera tangencial, aunque no ajena, recuerdo ver estas estampas en mi juventud, sentir el temor de caer en una espiral similar. El paro, la ausencia de ingresos, la desesperanza que contrasta con la oferta de posibilidades para el deseo. Ay, el deseo. Los coches, las casas, las familias. Fiestas y celebraciones que se le niegan al que se encuentra en el margen. La desesperanza que conduce a la desesperación es uno de los temas en esos haces sobre los que reflexiono a diario, con mas pena que incertidumbre.

+[El suicido como acto de comunicación].

+ Hoy se ha muerto P. Lo conocía desde hace años y no recuerdo la última vez que le vi, quizá en una comida, quizá en un funeral. Hay un constante zumbido que me desconcentra. Lo dejo y trato de escribir, de leer. La muerte es la medida del hombre porque conoce su verdad incuestionable, que a todos nos atañe, por encima de todas, absolutamente de todas, las circunstancias. Mientras, continua la guerra. Trato de poner orden y son las once menos cuarto de la mañana.

+ Leo un texto de Alfonso Armada sobre la guerra en Ucrania o un texto sobre todas las guerras. Hay una melancolía que por carácter no me resulta ajena. Recuerdo, mientras leo, una velada justificación de las razones de Putin y recuerdo el silencio que se hizo, culminado por un “yo en ningún momento defiendo a Putin”. Al final concluí que se trata de un necio, poco más, sin mala intención, pero un necio. ¿Son los necios sin mala intención los que sustentan la maldad? No lo sé, me sumo a esa melancolía que producen los bombardeos y las buenas intenciones que paralizan las acciones necesarias en las guerras. Siempre con el débil, nunca con el agresor.

+ El texto al que me refería anteriormente se ordena por días y citas. Dice A. A., en un momento: A veces callar es más difícil que hablar. Lo escribe el viernes 11 de marzo, ¿dónde estaba yo, en qué pensaba, qué leía? ¿tiene alguna importancia? Guardo silencio.

+ Enfilo el final de Anéantir. Ha sido una agradable tarea con sus grandes momentos amargos. La lectura de la obra de H. me posiciona en el mundo que me ha tocado. Plantea temas que son de actualidad bajo ese prisma entre la depresión y la sci-fi, una suerte de giro en lo diario, en el desarrollo de las rutinas y sus crestas. Me dejo mecer por esa idea, los paisajes, las costumbres, el derrumbarse de Europa, la decadencia que me embarga. ¿Soy yo? En algún sentido, sí. Se trata de la muerte, como en los últimos días la he visto próxima. Primero, el suicido de la hija de la amiga de mi madre, luego la pobre chica que el acosador mató brutalmente mediante una colisión frontolateral, ayer la muerte de P. Son tres balizas que estructuran la semana. En el medio de ello, la aparición del cáncer de Paul R. en la novela de H. Una suma cero, me digo como si fuese un periodista opinador en la primera hora de la mañana. Ahora he estado leyendo sobre la reproducción, una reflexión que se da en la novela de H. Bien, lo he pensado siempre y ahora lo certifico. ¿Qué certifico? La vida no tiene ningún sentido. Salvo la reproducción, y, para que ella sea posible, el trabajo que anula toda reflexión. Qué razón tenía Heidegger cuando exponía que la verdadera razón del ser está en la mano del que se aburre o del que se angustia. La carencia de hijos nos arroja con dolorosa clarividencia hacia esa certeza. Vuela la afirmación, vuela con vigor la afirmación La vida no tiene sentido.

+ He terminado Anéantir. Queda un hueco. Desde luego, no es mi novela preferida de H., pero hay asuntos que han resultado de utilidad para mi posicionamiento en el mundo, en la multiforme realidad. Debo reflexionar. Esta tarde espero escuchar un pod-cast de la radio pública francesa sobre la novela. No tengo opinión, nunca tengo opinión. Como alguien decía, escribir bien, tener opiniones mal. Y así.

+ El párrafo anterior está escrito al calor de una comida a la que no deseaba ir, que no fue tan mal como esperaba, pero que tampoco fue bien. Reside en el malestar una salvación. Me impide centrarme y al tiempo me libera.

+ Ayer conecté la radio del coche al teléfono mediante el Bluetooth. Luego busqué algún pod-cast sobre Anéantir.  Las opiniones fueron diversas, pero todas coincidían en un punto, la favorables y las negativas. El punto es la capacidad de Michel Houellebecq para capturar el espíritu del tiempo. No me cabe la menor duda.

+ Imagen: Una cadena verde y blanca en la oscuridad. ¿Un emblema para descifrar?