sábado, 1 de enero de 2022

Paréntesis (11)

Oporto

+ Escucho como interpreta un joven pianista una partitura de Chopin. Es un niño cuando realiza la interpretación, pero el piano superpone una substancia que está más allá de la edad y del tiempo. Quizá se trate de una suspensión temporal, una apuesta contra la finitud. Así, recuerdo aquella receta en la que se recomendaba enfocar todo análisis poético hacia la muerte, pues es este el único tema que la poesía tiene y del que derivan todos los subtemas, los posibles subtemas. El piano traza una línea en esta mañana de Navidad, en el día de Noche Buena. Como mi formación me inclina a considerar todo lo humano como convencional, salvo lo netamente biológico, me entretengo con una suerte de mágica inversión y acudo a motivaciones insertas en la biografía y la experiencia. Conjuros para abordar el final de otro año. Vence Chopin.

+ El piano vence y yo cumplo, un día más, con la tarea que me he impuesto. También es una victoria.

+ Asisto a los resultados de un accidente mortal [la víctima falleció horas después del impacto del coche contra el camión]. Esos plásticos negros esparcidos por el asfalto, grandes y pequeños, oblongos y puntiagudos, brillantes y opacos. Esos plásticos negros son una constante en todos los accidentes, dispersión y desorden. Vi al hombre y parecía dormir, con un hilo de sangre en la sien derecha, con las manos entrelazadas, lo vi sabía que moriría pronto, era cuestión de horas. No llovía, pero había llovido mucho, los árboles se agitaban y la pista de frenado se cubría de hojas secas, el propósito del invierno. Son solo detalles de un momento, de cuando un hombre agoniza y se elevan pájaros negros en el cielo gris. Todos los equipos regresan a sus bases, el herido al hospital, el viento a su hogar se dirige. Yo sigo allí, detenido ante el vacío que inunda la totalidad. Un hombre muere, sale el suceso en un breve del periódico, me acodo y leo un poema en el teléfono, pronto terminará el año.

+ Sin propósitos para el nuevo año, abierto a las posibilidades que me ofrezca el devenir. Los árboles se agitan, caen las hojas, el trabajo del inverno es tan metafórico que asusta. Ya lo dije y lo repito. Este cuaderno me aleja de mi otro yo, me aproxima a un ámbito filtrado. Susurra la noche.

+ Se desvanecen las certezas musicales de la juventud. Un tránsito que me lleva a otro reinos, entrevisto en la noche, adivinados en viajes por Normandía, lecturas al calor de la noche lluviosa donde un poderoso caballero dispone su muerte como la liturgia que resulta ser el traspaso de su poder a su hijo. Veo aquello, observo y estudio el pasado y no ilumina esta indagación el presente, mucho menos el futuro. Ay, emisoras de radio que habéis muerto sin descendencia, ahogadas en el auto-tune y en el vacuo tintineo de algunas melodías insustanciales. Es ley, todo debe morir, ¿pero tan perentoriamente, tan sin dignidad?

+ Me acompaña el piano mientras conduzco. He conectado mi teléfono al equipo de música del coche del trabajo. Escogí una emisora en línea donde sólo ponen música de piano, nadie habla, las piezas se suceden sin presentaciones. Pongo el volumen muy bajo, de tal manera que el sonido del motor compite contra las techas y las cuerdas del piano pero sin llegar a imponerse. Veo con otros ojos, me digo. La exacta posibilidad de un mapa, la descripción del territorio, la carretera, que es narración y es narrativa. Vidas, cruces, muerte y vida, árboles, pájaros y gatos, las nubes, el brillo acharolado del asfalto, una poética astilla de luz, vibración y espanto porque la muerte siempre está ahí. Le doy la razón aunque no la tiene pero lo prefiero a tener que mantener mi postura. Ese claustro: el coche, el piano y el paisaje.

+ Ay, cuando la lluvia es un estado de ánimo.

+ Primer día del año, otro día más.

+ Imagen: Oporto, hace años, en otro momento, quizá el mismo tiempo que hoy nos ocupa [sin lluvia].