+ Recuerdo con precisión muchas cosas de nuestro viaje a Nápoles, de la visita a Pompeya, pero hay una que destaca hoy de una manera especial. Para comenzar por el principio debería volver a aquella mañana limpia cuando nos dirigimos a la Stazione Di Napoli Centrale en la Plaza Garibaldi. Compré los billetes y nos dirigimos al andén para esperar el tren que nos llevaría a Pompeya. No pude dejar de observar al resto de viajeros, integrados en su mayoría por turistas (como nosotros). No sentía yo nada irrelevante o inferior en el término turista, pues es una condición de nuestro tiempo que no es incompatible con cierto sentimiento de cosmopolitismo y eso, para qué engañarnos, me gusta. El tren partió y a buen ritmo cruzaba pueblos con resonancias hermosas, por ejemplo: Torre di Greco. Subió un conjunto de músicos rumanos y sonó aquella conocida canción de Renato Carosone Tu vuo fa l’americano [mientras escribo pongo la versión de R. C. en el reproductor de vídeo]. Mientras, corría el paisaje con la vigilancia del Vesubio y nosotros, C. y yo, saboreamos una delicada alegría adornada por la música y el idioma. Cayeron las monedas en el sombrero que pasó ante los felices viajeros. Así, llegamos a la estación de destino. Nadie nos pidió aquellos hermosos billetes, de cartón y con filetes dorados, billetes que todavía conservo y, ahora, han tornado su función, pues se han convertido en marca páginas. Caminamos y guardamos silencio y entramos en la ruinas, en las excavaciones. No pudimos menos que maravillarnos, en un sentido amplio y neutral, sin tratar de establecer una conexión con el pasado, sino con una relevante huella en el presente de todo aquello, de tal memento. Allí estaba la muerte y la vida, la característica principal del presente: su fugacidad. Se reflejaba en nuestros ojos el escenario y condicionaba nuestro silencio asombrado, solo interrumpido por otro visitantes (tal como nosotros a ellos también los interrumpíamos). Fue entonces cuando penetramos en aquella villa en la que su entrada, como recibimiento, habían incrustado teselas para escribir la frase: Salve Lucru[m]. Qué claves me otorgaba, sobre los afanes y los días, sobre un impulso del que carezco. Allí estaba todo y no había nada. La tarde comenzó a declinar y regresamos en el mismo tren, sin música y con el aliento de un poema de Leopardi y una misión cumplida. Esos momentos que le dan sentido a la vida, un sentido efímero y transparente cargado de promesas y desafíos.
+ Rescato libros de las estanterías, libros que son espejo del pasado y hago la cuenta de todo el dinero que en ellos se gastó y sé que carece de importancia. Ay, la contabilidad como una de las bellas artes.
+ Me refiero al libro de David Leavitt titulado Baile en familia. Ya la portada me traslada al pasado, a un tiempo que no fue mejor, pero tampoco peor. Ese joven tirado en una cama, adormecido, ese dibujo de lápiz de color. Lo veo y me veo. Mis sueños y las porfías del destino [ese resultado de nuestro carácter, me digo una vez más]. Tiempos de ebriedad y citas literarias, “peces asirios” y tabaco negro en su distinción y distancia. Eran timbres y ausencias, portales y besos hurtados, la recién abandonada adolescencia. La nunca abandonada adolescencia. No había lucro ni perspectivas de su presencia en futuro próximo. Otro día, me dije mientras dejaba el libro de D. L. en su lugar, me pararé a pensar en aquellos que culminaron el proyecto económico con éxito, pero ahora, C. y yo, debemos coger el coche y recorrer la costa, tomar algún que otro café, charlar, regresar y dormir a la espera del comienzo de la semana. ¿Dónde está la plusvalía?
+ Sobre las plusvalía habría que escribir un tratado. Un tratado centrado en la lectura y su influencia en el destino de los lectores, ¿será esta la plusvalía a la que se refería en aquel lejano bar de en Toledo? A saber. Ahora no recuerdo otra cosa que esa palabra y el sabor agrio de un vino barato que caía chispeante desde una frasca sutil. La plusvalía estaba contenida en aquella conversación y en el olor a leña vieja y a mostrador refregado con lejía. Síntomas de envejecimiento son estos acrisolados recuerdos, minerales extraídos de las profundidades de una memoria que ya ni ese nombre admite, salvo por una conexión fósil con todo lo que fuimos y lo que hoy no somos.
+ Durante un instante perdí esta nota o entrada. Sentí una ligera melancolía, como si lo escrito tuviese más valor del que en realidad tiene, que no es poco, ni mucho, sino una extraña calidad que me sirve para orientarme en lo diario. Un algo que tampoco hubiera perdido definitivamente porque su reconstrucción hubiera sido una nueva cartografía para los mismos mares y costas.
+ Imagen: poco hay que decir, la villa en Popeya, aquel día, recuerdos de la felicidad que irradia hasta el día de hoy, hoy mismo.
sábado, 25 de septiembre de 2021
Salve Lucru[m]
sábado, 18 de septiembre de 2021
Septiembre
+ Las fotos de la entradas anteriores corresponden a un viaje que hice con mi padre años atrás al Lago de Sanabria. Subimos a la Laguna de Peces con la intención de llegar caminando hasta Peña Trevinca. Este era el motivo del viaje, que no llegamos a alcanzar, pues la niebla y una fina lluvia nos lo impidió cuando estábamos muy cerca de la cumbre. Mi padre quedó rezagado y yo continué, vi la cumbre y me pareció peligroso intentar el ascenso; entonces, deshice el camino y llegué hasta donde mi padre se había sentado a descansar. Regresamos con esfuerzo y con un cansancio extraño. Aquel día caminamos casi cincuenta kilómetros y no llegamos a la meta. La importancia del día estaba en el esfuerzo conjunto y en las conversaciones que se sucedieron y que no recuerdo, salvo su tono y ambiente. Hace tiempo ya, pero permanece presente su calidad y frescura. Guardo el tesoro del recuerdo.
+ La casualidad me lleva a leer un resumen sobre el acceso a la condición de alto funcionario en la China Imperial. Es decir, la consecución del mandarinato. El laborioso y costoso proceso de exámenes y pruebas crea una clase dirigente muy solida y hermética. La preparación de una prueba de acceso, de una oposición tiene un componente deportivo y una tendencia clara a lo elitista. La unión del mérito y la capacidad cuajan en una personalidad y en un ambiente social. Aquellos puntos que se iluminaban mediante los conceptos de capital social y capital simbólico toman cuerpo en la lectura de este breve resumen. De aquí llego a la idea de la cuestión de lo determinado y, en contraposición, de la libertad. ¿Hay una igualdad efectiva en el acceso a los deseados puestos de una administración, que requieren dinero, tiempo y familia? No puedo dejar de pensar en ello mientras me digo que todas las posiciones están regidas por líneas de fuerza que escapan a la voluntad del individuo, porque si por arriba hay una idea de mérito, por debajo una idea de culpa sobrevuela el destino, y ambas comparten condicionantes muy próximos: el nacimiento. Volver a plantearme las cuestiones del destino y su configuración me transporta a una cascada de preguntas que no terminan de cuajar en una respuesta satisfactoria o solidad, sino que dan paso a una suma de nuevas cuestiones. La circularidad de mis tribulaciones se une íntimamente con mi biografía y la necesidad que últimamente sufro. Deseo poner la mente en blanco, pero no alcanzo. Una vez más, me rescata la música y en ella se disuelven los mandarines, los brillantes opositores y los fracasos estrepitosos.
+ Duermen mis tareas poéticas. Un sueño profundo y sin alteraciones. Ellas me me esperan, yo las espero.
+ Bajo desde el limite de la provincia con Radio Clásica a un volumen bajo, casi inaudible. El colchón que forman los violines casi no se percibe y hay un contraste entre mis pensamientos y el intenso regusto romántico que te el paisaje atesora. Entre la luz y la sombra, con el rumor de la tormento, sin colores, un leve azul negruzco que dibuja el perfil de la nube, la luna en cuarto decreciente, un rayo que ilumina las copas de los árboles, así, me desplazo y mis pensamientos tienden hacia el reposo, al recuerdo de calles y tiendas, el frío del otoño y lo propicio del viaje para hacer recuento. Finalmente, todo se disuelve en el silencio. Apago la radio y el motor hace de telón de todo este particular sturm und drang. Es septiembre, mes predilecto.
+ Lo que oímos, lo que entendemos y lo que se nos quiso comunicar no tienen porque necesariamente coincidir. La distancia que hay entre los tres puntos es variable. Estas circunstancia hay quien se desenvuelve bien y sabe utilizar mediante los huecos producidos su herramienta más preciosa: el engaño. Un habilidad, sin duda. Una habilidad que no equipara la verdad con la mentira pero que sí aporta un aliento de verosimilitud. Ese trampantojo.
+ Imagen: la suma de líneas rectas que se ven rescatadas de un tiempo no tan lejano, ni tan extremos, una cierta calma, el horizonte y el paso de los días: un septiembre en el recuerdo fue el marco de la foto.
sábado, 11 de septiembre de 2021
El horizonte
+ Las calurosas tardes en el hospital arrojan la visión de una vida detenida, ausente de la realidad, un reloj parado que siempre marca la misma hora. La ausencia de decoración, la liviana estructura, el filo de los elementos de acero, las ventanas que nunca se abren, la atmósfera y los olores, penetrantes y llenos de enfermedad con la esperanza de la salud, también el remedio y la ilusión. Las habitaciones de hospital nos trasladan a dramas anteriores y a victorias recientes, a la lucha y la imposibilidad contra la que la voluntad se estrella. Novelas, crucigramas, televisores insomnes, literatura y artificio contra la realidad de la carne y la ausencia de espíritu. Se debate el esfuerzo y la desmayada asunción de una fiebre alta, unas décimas tal vez. Mientras, en esos mismos muros, habita el virus y su retórica que inunda los noticiarios, cada día un poco menos, cada día que pasa un poco más en el olvido. Escribo y sé que también pierdo algo en cada golpe de tecla, esa lírica que tiene el silencio, el acorde sostenido de los versos no leídos, la memoria húmeda de los días de fiesta y amaneceres rotos entre risas y copas de licor. Todo está aquí, todo se contiene en este instante.
+ Sigo con la preparación del examen y me extravío en temas tangentes. Es una descompresión admitida y necesaria. Mi interés es amplio y versátil, por todo me puedo interesar ya que considero que cualquier cosa pertenece a un ámbito más amplio donde yo habito, donde quiero habitar. Así se afianza la voluntad, pero también su premio.
+ Última hora de un martes cualquiera de un mes de septiembre más, uno más en el largo camino ya recorrido. El mes de septiembre, mi mes predilecto, una querencia dominada por esa luz tan especial, que baña de intensidad los perfiles y las siluetas con una capa de elegante presencia. No es poesía ni pintura, solo el recuerdo de viajes y conversaciones, un licor lejano y el atisbo de otro horizonte. Tal vez Normandía, tal vez Nápoles, la presencia del océano y su majestad.
+ La extensión de las entradas se ve reducida por el efecto de ese examen que debo preparar, que quiero culminar con éxito. Importa más la presencia que la cantidad.
+ Imagen: un puente en medio de la nada, un puente que merecería un estudio, un poema, una canción. Quizá, una canción.
sábado, 4 de septiembre de 2021
La hora indecisa
+ Se cumple en centenario del nacimiento de Fernando Fernán-Gómez. Rescato su libro de memorias El tiempo amarillo y no leo nada porque me entretengo en ver las fotos. Cada foto contiene una sugerencia que no llega a cuajar. La vida de una persona después de su muerte queda cerrada, y este final parece darle sentido. Conforme la fecha del fallecimiento más se aleja, más calidad de personaje adquiere el muerto. Una vez vi a Fernán-Gómez, cruzamos una mirada sin más. El sostenía un whisky en sus afiladas y pequeñas manos y aquellos ojos azules que parecía de una flexible goma me escrutaron. Yo, también, lo estudié. Ahora, ante el libro de memorias, me siento un poco antiguo, como mis recuerdos, como mis propios libros, esta biblioteca con aires de ordenado estudioso pero, también, de especial dilectante. A esto pertenecía la idea de Fernando Fernán-Gómez, que hoy o mañana cumpliría cien años.
+ Qué poca cosa son cien años, una vez muertos no son nada.
+ [Domingo por la tarde, hacia las cuatro, hacia las cinco]. Veo largamente el documental sobre la vida de Paco Umbral, sobre Francisco Umbral. Bien, pero no. Lo que yo vi en Umbral y me fascinó en su momento no aparece (como no puede de ser de otra forma, porque en caso contrario el documental lo debería haber realizado yo, cosa punto menos que imposible). No aparece aquel Madrid que tanto amé a lo lejos, aunque haya algo que se le parezca o se produce en una paralela transición. No encuentro el abrigo que yo compré, pero sí hablan de su abrigos cruzados y bufandas y frío. Con todo, me vale de guía para explicarme la muerte de alguien que yo fui y que nunca llegó a nacer. ¿Por qué no nació aquel que intenté? Por la misma razón que Francisco Pérez Martínez llegó a ser Paco Umbral. Regreso, así, al determinismo, que es lo que el documental me certifica. Se cierra la pantalla e iré a buscar alguno de sus libros, de tantos que hay en esta casa, los que estaban y los que yo he traído. Ay, dónde estarán aquel, Las ninfas
+ Cojo y abro por su primera página El Giocondo. Es esta la novela de Umbral elegida, más bien tomada al azar. De ahí, de su primera página, robo el título de la presente entrada.
+ [Aniversarios]. La muerte de Umbral, el nacimiento de Fernán-Gómez. Los aniversarios no son balizas, con certificados con acuse de recibo.
+ Noticias que por azar nos llegar y explican aspectos sombríos del pasado, luz sobre un rostro, imagen difuminada y en la lejanía. Se atraviesa el cristal pero en él nada permanece, así es la luz. Me habló K. de él y lo recordé cuando era joven, le volvía ver y pensé: siempre fue un parásito. Lo que con veinte años tiene gracia, cuando se rondan los sesenta, es penoso. Triste y mezquino, hundido en sus estrategias de supervivencia moral. Lo olvidé, olvidé su nombre pero emergió como el madero de un naufragio. Estupidez.
+ Alguna página más de El Giocondo y una conversación sobre Umbral con K. Más que sobre Umbral, sombre nosotros mismos y la pérdida de contexto, la literatura como ámbito de la persona/personaje y el pasado que se transforma en cofre para ciertos textos. Un cofre inexpugnable, un cofre hermético, imprescindible. La conversión resultó agradable, fluida y bien estructurada. Se agradece tanto esa proximidad.
+ Imagen: piedras, piedras que carecen de título, una tendencia.




