+ Se cumple en centenario del nacimiento de Fernando Fernán-Gómez. Rescato su libro de memorias El tiempo amarillo y no leo nada porque me entretengo en ver las fotos. Cada foto contiene una sugerencia que no llega a cuajar. La vida de una persona después de su muerte queda cerrada, y este final parece darle sentido. Conforme la fecha del fallecimiento más se aleja, más calidad de personaje adquiere el muerto. Una vez vi a Fernán-Gómez, cruzamos una mirada sin más. El sostenía un whisky en sus afiladas y pequeñas manos y aquellos ojos azules que parecía de una flexible goma me escrutaron. Yo, también, lo estudié. Ahora, ante el libro de memorias, me siento un poco antiguo, como mis recuerdos, como mis propios libros, esta biblioteca con aires de ordenado estudioso pero, también, de especial dilectante. A esto pertenecía la idea de Fernando Fernán-Gómez, que hoy o mañana cumpliría cien años.
+ Qué poca cosa son cien años, una vez muertos no son nada.
+ [Domingo por la tarde, hacia las cuatro, hacia las cinco]. Veo largamente el documental sobre la vida de Paco Umbral, sobre Francisco Umbral. Bien, pero no. Lo que yo vi en Umbral y me fascinó en su momento no aparece (como no puede de ser de otra forma, porque en caso contrario el documental lo debería haber realizado yo, cosa punto menos que imposible). No aparece aquel Madrid que tanto amé a lo lejos, aunque haya algo que se le parezca o se produce en una paralela transición. No encuentro el abrigo que yo compré, pero sí hablan de su abrigos cruzados y bufandas y frío. Con todo, me vale de guía para explicarme la muerte de alguien que yo fui y que nunca llegó a nacer. ¿Por qué no nació aquel que intenté? Por la misma razón que Francisco Pérez Martínez llegó a ser Paco Umbral. Regreso, así, al determinismo, que es lo que el documental me certifica. Se cierra la pantalla e iré a buscar alguno de sus libros, de tantos que hay en esta casa, los que estaban y los que yo he traído. Ay, dónde estarán aquel, Las ninfas
+ Cojo y abro por su primera página El Giocondo. Es esta la novela de Umbral elegida, más bien tomada al azar. De ahí, de su primera página, robo el título de la presente entrada.
+ [Aniversarios]. La muerte de Umbral, el nacimiento de Fernán-Gómez. Los aniversarios no son balizas, con certificados con acuse de recibo.
+ Noticias que por azar nos llegar y explican aspectos sombríos del pasado, luz sobre un rostro, imagen difuminada y en la lejanía. Se atraviesa el cristal pero en él nada permanece, así es la luz. Me habló K. de él y lo recordé cuando era joven, le volvía ver y pensé: siempre fue un parásito. Lo que con veinte años tiene gracia, cuando se rondan los sesenta, es penoso. Triste y mezquino, hundido en sus estrategias de supervivencia moral. Lo olvidé, olvidé su nombre pero emergió como el madero de un naufragio. Estupidez.
+ Alguna página más de El Giocondo y una conversación sobre Umbral con K. Más que sobre Umbral, sombre nosotros mismos y la pérdida de contexto, la literatura como ámbito de la persona/personaje y el pasado que se transforma en cofre para ciertos textos. Un cofre inexpugnable, un cofre hermético, imprescindible. La conversión resultó agradable, fluida y bien estructurada. Se agradece tanto esa proximidad.
+ Imagen: piedras, piedras que carecen de título, una tendencia.
