sábado, 31 de julio de 2021

Ceniza

Oporto

+ Observo que un aire de pesimismo se ha instalado en mi entorno, quizá rebase este mi ámbito y se trate de una alog más generalizado, un algo que se relaciona con el espíritu de nuestro tiempo. La subida de los precios, el decalage entre ingresos y gastos, la inflación, el cuestionamiento del sistema de pensiones, la pandemia y sus consecuencias, la crisis y la deuda soberana. Estos puntos y muchos otros convergen en el ánimo de los que me rodean, de una manera consciente o inconsciente, pero con una presencia indiscutible. Vuelvo yo a Marco Aurelio y el remedio es eficaz pero la última lanza se ha roto. Si se ha roto otra habrá que fabricar, me digo. Fundamentalmente, como sostén de la vida, el problema es económico.  La resignación quizá no sea una virtud, me lleva a pensar en la exposición que una persona de veinticinco años hace, donde todo el peso del esfuerzo recae sobre el trabajador, el pensionista , el funcionario o el parado. Se centra su argumentación en que el dinero no llega, pero al mismo tiempo percibo con claridad las calas que el mismo tiene, la falta de apoyo en la realidad y la manipulación que se percibe. El discurso ha calado y la resignación se instala, pero todo tiene un límite, me digo, la tensión se puede mantener hasta un punto y a partir de este el pronóstico carece ya de sentido. Le digo que sí y se ríe al tiempo que trata de lanzar un mensaje de esperanza, pero en él, sin duda, el pesimismo lo ha empapado.

+ Acertada me parece la etiqueta "terror o miedo ontológico."

+ Hoy un podcast me he llevado a un poeta muy joven (17 años,  ganó su primer premio con 14  y comenzó a escribir con 7 años). Se llama Mario Obrero y sus poemas me han deslumbrado. Hay un aliento divino, pero no es mérito sino nacimiento, una conjunción de genes y posición. La vida admite posibilidades varias, pero se traduce en una única existencia. Llega el sábado y leo en una librería el poemario que ganó el prestigioso premio Loewe. Me quedo en blanco porque no soy capaz de enjuiciarlo o no deseo hacerlo porque me invade la abulia, una desazón instalada en mi interior desde hace casi un año. Mario Obrero se aleja de horizonte. Hay una distancia generacional importante y he aprendido a leer fuera de mí mismo, lo que no implica que el criterio no esté condicionado por la época, lo social y lo político, la economía o los puntos de vista del momento, este momento de tanta profundidad y desazón. Debo decir que mi ración diaria de poesía está integrada por tres poetas: Joan Margarit, Ángel González y Francisco Brines. ¿Es desde ahí desde donde leo? La pregunta no se responde y vuelvo sobre el pequeño tomo. Hay algo que me gusta y que se conecta con lo cotidiano, con la verdad de las pequeñas cosas que dicen más de lo que se espera de ellas, si se las sabe escuchar. Y de escuchar se trata y en ello me quedo, con el juicio en suspenso. Volveré sobre el poemario, en la librería, un sábado cualquiera, cualquier sábado.

+ La certeza de la mortalidad se traduce en una tristeza que debe ser vencida. Llegar a un estado de plena calma es la meta, una oculta meta que, sin duda, llegará. La certeza de la muerte es una herramienta para enfrentarse a las dificultades, pues en ella todo tiende a la nada, lo bueno y lo malo.

+ No puedo menos que pensar en el Don de la ebriedad de Claudio Rodríguez. Y ese pensar me lleva a la consideración que el estallido meritorio de la poesía más nuclear se da en esas edades en las que, para la mayoría, hay un debate entre la edad adulta y la niñez, o esa prolongación que resulta ser la adolescencia. El que tiene una visión y la capacidad para trasladarla está próximo a la divinidad, pero ese don no es para todos ni todos lo pueden soportar. Cómo no pensar en Rimbaud. Y así, la mañana avanza, con el rescoldo del sueño, con la enfermedad del pasado y sus venenos. Soy yo el que se daña y la poesía no me cura, pero tampoco la evito. “Siempre la claridad viene del cielo”. “Es un don”, me digo y no vuelvo sobre las razones biográficas que arrastran el torrente de la vida.

+ Los días pasan y el verano se desvanece, poco a poco, imperceptible y paulatino se hunde en el abismo del olvido. Veo niños felices, jóvenes que no esperan nada salvo el anochecer, gatos y perros despreocupados. Siento la nostalgia de lo que no se vivió y me duele su embate, lo resisto pero no alcanzo la ataraxia, la deseada ataraxia. Busco ese instante de eternidad y no aparece. Un poema, tal vez, un poema que me dé una clave para abrir la puerta de la calma. Sólo es un momento y todo regresa al punto de partida. La biografía que estudio todos los días me da razones y me quita certezas. Llego, una vez más, a ese condicionante que es el carácter. Estudio y los días pasan. No tengo otra cosa que una voluntad de hacer, de reconstruir lo que no se ha derrumbado. Lo atisbo. Conduzco con la leve compañía de la música y el aire acondicionado, no son vicios. ¿Vicios? ¿Por qué depositar en todo una razón moral que nos condicione? Trato de dejar la culpa y el pecado en un apartado olvido. Lo intento, una vez más.

+ Tras la espesura de la noche, llega el día con noticias preocupantes sobre la salud de un conocido. ¿Es un aviso? El peso del párrafo anterior se ha disuelto en el pleno y soleado jueves. El ruido percutor de una maquina que tritura piedras, el maullido de la gata, la pauta que marca el reloj de pared. ¿Tan costosa es la calma? ¿Y, si es costosa, es calma? Avanzo en una oscuridad con la convicción del sentido del trabajo bien hecho, poco más.

+ Imagen: Oporto, hace unos años.

sábado, 24 de julio de 2021

Vapor

Recorte
 

+ Los dictámenes médicos y las sentencias judiciales me llevan a pensar que la ciencia no es tanto un resultado como un camino. Ciencia no es otra cosa que un sistema de establecer un conocimiento, pero el conocimiento en sí mismo necesita que se pueda cuestionar (Popper y lo falsable) .  ¿Por qué cuando tenemos una dolencia grave o debemos someternos a una operación pedimos una segunda opinión? ¿Porque desconfiamos de la medicina o porque sabemos que hay un margen complejo entre la interpretación de los hechos y su verdad, porque sabemos, espontáneamente, cuál es la naturaleza de la ciencia? Me parece que con las sentencias controvertidas sucede otro tanto; no alcanzamos a comprender, legos en la materia que somos, su alcance y su extensión, su fundamento, que va más allá del hecho concreto, ese hecho concreto que se diluye en la materia histórica, que sin conocer la serie es imposible valorar.

+ El calor resulta pesado. Una fina capa se deposita sobre los objetos y yo me pregunto por el ser del que nos habla Parmenides. Hay un acento poético que me persigue, lo observo y se relaciona con una idea de totalidad, con una extensión que va más allá de lo que he leído, de lo que comprendo y de lo que recuerdo. Es una forma de estar, me digo y contrapongo un verbo contra el otro: el ser, el estar. En portugués todavía tenemos, a mayores, ficar. Fica en bora. Nada me interrumpe mientras conduzco: música barroca, el aire acondicionado y las lecturas del día que resuenan en mi cabeza, como si dos sabios me examinasen sobre las mismas. Respondo y rehago todo lo leído, las notas tomadas, las dudas y las certezas. El calor es pesado y el frío aire que expulsan la toberas del auto lo mitigan, lo transforman en una agradable sensación. Siento mi edad, la finitud y me desdigo. Alguien dijo que cuando conoció a su marido era un hombre triste, pero ahora ha cambiado; el sonríe y asiente. La tristeza, la alegría, la desazón, el pesimismo, el cansancio del futuro. Vuelvo a Parmenides y esa fina película todo lo recubre. ¿Es el ser? Hoy no leeré nada más.

+ Los cuadros en el recuerdo se transforman en imágenes que difieren de ellos mismos y se trasladan a una idea de las salas y de los espectadores, como si el cuadro en sí mismo fuese una baliza de aquel momento en que estuvimos ante su presencia, como si el cuadro nos llevase a un contexto breve y huidizo. Así, bajo este paraguas, recuerdo a las personas que vi aquel día que estuvimos en el museo de Rouen, ante un cuadro de Monet. Recuerdo la catedral de Rouen. Recuerdo haber visto en Rouen El barbero de Sevilla. Recuerdo a aquellas personas en el museo con el amparo de una sombra de ensoñación y tristeza, una delicada y elegante tristeza (tal vez no era tristeza, sino un spleen snob y tardío). Una intención de relación entre ese presente y el que vivió Flaubert. Pero no, todo se transformas y los recuerdos son bellos, los días que fuimos felices en Normandía C. y yo.

+ Descubrimos, por ensalmo, detalles que iluminan una idea de nuestro pasado, y no se trata de un pasado histórico, sino de un pasado personal e íntimo y, en apariencia, sólido. La imagen de una persona se ve modificada a la luz de datos ignorados, que, pretendidamente, permanecían ocultos para preservar esa su identidad. Bien. Pero la mentira aunque se esconda tiende a emerger y, cuando esto sucede, su aparición trastoca la realidad, la realidad de la persona en cuestión. El engaño, el ocultamiento, los rostros duplicados, la emboscadura, la rabia y el rencor. Un todo que contribuye a desdibujar el perfil de la persona que creíamos conocer. El proceso puede ser paulatino o abrupto, pero, en cualquier caso, irreversible. Un caso para estudiar, un caso para estudiarnos. Nunca el cambio termina por llegar a su culminación.

+ Ayer, mientras descendía en coche, a una velocidad moderada, desde la montaña hacia el valle, llegó una iluminación. Ese percibir la vida en una modera inmortalidad, en un intenso instante de eternidad. Esa sensación del adolescente que se cree imbatible, que la muerte no va con él. Como una droga, como el suspiro de un dragón al acecho, el león que se despierta sabiéndose soberano. Me dije, sin rubor, sin presunción, una de mis virtudes centrales es mi carácter magnánimo. Esa es mi victoria, aquí comienza el tiempo y aquí termina. Entonces fue cuando, en la radio del coche, comenzó a sonar Bach.

+ Cuando la liquidez es un rasgo de nuestro tiempo, a veces, pienso que lo próximo será el vapor. El vapor como signo y como síntoma. Lo veo, lo estudio y lo propongo a mi mismidad, en silencio. Todo desaparece tal que agua que hierve. Así, la política, la historia, la sociedad, ese desvanecimiento que conduce al vapor. Seguiré en la senda.

+ Imagen: hace años, de un cartel que anunciaba o una obra de teatro o una película, disparé sobre esta mano, un recorte. Queda en el evaporado pasado la imagen de un algo que ya no recuerdo y esta constatación es una presencia "que se desvanece."

sábado, 17 de julio de 2021

Velocidad

Fragmento

+ “Al final todos fracasamos”, escucho a Juan Marsé en el programa Documentos de RNE. El programa me interesa mucho, lo sigo hasta el final y queda, cómo no, un regusto amargo. Su vida es una vida especial pero en los rasgos principales se equipara con todas. Ese punto de unión me devuelve la otra cara de la moneda, la voluntad de un estilo, la consecución de una prosa fruto de una intuitiva inteligencia. Rescato algún libro suyo y leo párrafos al azar. Percibo la música y la afinada perfección estructural, quizá sea suficiente y no creo que deba adentrarme en razones sociológicas que expliquen el éxito de sus libros, la traducción de los mismo a la gran pantalla y el alcance de los premios más prestigios del país. En fin, quedan los libros y, de alguna manera, las biografías se deben dejar a un lado si lo que se quiere es llegar a eso que podría ser un núcleo, como si se fuese posible apartar diferentes capas que componen el hecho literario y escoger lo que nos viene bien en cada momento. Me quedo con la frase, con esa constatación del fracaso, porque así es: todos hemos de morir, lo que cierra toda biografía al tiempo que le da sentido, una explicación a todo el recorrido y a toda la trayectoria vital del escritor y del ciudadano común. Nosotros.

+ Recuerdo haber olvidado, intencionadamente, un libro de poemas en un aeropuerto. Me molestó su lectura, quizá el tono grandilocuente, la vacuidad y lo prescindible de su escritura. Los poemas aludían, cómo no, a la caducidad y al paso del tiempo. La estela que trazó sobre un viaje que hice, hace más de veinte años, a Andalucía contaminó el regreso, con el sabor del tabaco y un whisky todavía palpitante en el paladar. Recuerdo la portada, me he olvidado del título (no es cierto). El otro día, en el camino de regreso, en la radio surgió la voz del poeta y sus declaraciones me parecieron ingenuas pero no vanidosas, como yo presumí en un principio. Hablaba de sus años escolares, de las lecturas y de su afición al futbol. Resumí la entrevista mentalmente y, cuanto terminé, me dije que debería volver al libro que abandoné en el aeropuerto. Bien sé yo que no lo haré porque la tasación de las lecturas a día de hoy es otra y ese elemento no entra en este mi canon. Pero me pareció bien, me gustó esa reconciliación con un autor que quizá no se merecía aquel desprecio. ¿Soy otro? Nunca soy el mismo y, por lo tanto, lo leído varía como varía la persona. Hoy trataré de no verme reflejado en ningún espejo.

+ No conseguí evitar mi reflejo. Allí estaba yo y no era yo. Es mejor no pensar mucho, decía un compañero de trabajo, y, al tiempo, otro apostillaba: mejor no pensar nada. No pienso nada. Abro el teléfono y le doy al enlace. No pienso nada. Lo intento. Mi rostro en el espejo es la certeza de la vida. Veo mis libro y carezco de palabras para emboscarme.

+ Escribe una referencia en el buscador y casi instantáneamente tiene el documento. Parece un milagro y no lo es. La técnica pone en nuestras manos lo que antes era un trabajo arduo y con unos desplazamientos implícitos. No sé si me desagrada, no sé si estoy conforme, pero sí perplejo porque no encuentro una rendija para automatizar estas rutinas y eso equivale a una cierta dosis de ansiedad, pues la textura de la vida es en estas situaciones cuando se revela. El aburrimiento, la angustia, la percepción del paso del tiempo forman una triada que eleva la descripción y la constituye como explicativa realidad. Desisto y no busco más. Al tiempo, recuerdo ver, hace un momento, un artículo sobre el origen de un insigne escritor y estuve tentado a abrirlo y leer, pero no lo hice. ¿Estoy desmotivado? No, estoy perplejo ante el avance turbo acelerado de la técnica y la poca explicación que encuentro para ello, salvo la constatación de lo absurdo de la vida, su falta de sentido, esa textura que me arroja el vértigo de la híper-velocidad. Aquí cierro este paréntesis.

+ También el dolor o principalmente el dolor nos da la medida de nuestra persona.

+ Imagen: fragmento de un mundo desaparecido, mi pasado, tu pasado.

sábado, 10 de julio de 2021

Mundo extraño

 

OIA

OIA

OIA

+ Con ánimo y entusiasmo trabajo en la Fábula mitológica de Faetón del Conde de Villamediana. El relato del mito de Faetón se acopla a la biografía del autor con una esperada simbiosis. El Conde ascendió y terminó por caer, como sucede con el hijo de Apolo. ”Oponte a la invasión de tu destino”, le dice Apolo a Faetón, algo que no es posible. Se une, así, este verso a aquella máxima rescatada de Heráclito de Éfeso: “el carácter es el destino”. Escribo y no puedo dejar de interrogarme sobre mi condición, sobre qué mito debería elegir para mí, como emblema, como el Conde parece haber elegido a Faetón, pero también a Ícaro. No encuentro respuesta, no quiero encontrar una solución.  

+ A destacar: la rima Fortuna / Luna.

+ Regreso al programa de lectura: Paradiso y la poesía de Ángel González, Francisco Brines y Joan Margarit. Es sábado, llueve y hace calor, el ambiente está templado.

+ Ayer, C. y yo, fuimos a recorrer la costa entre A Garda y Baiona. En primer lugar, merendamos unas croquetas y un revuelto en A Garda, al tiempo que bebíamos cerveza helada. Magnífico. No hacía calor, no había viento, no había alborotos. La tarde poseía una calma basada en un cierto estatismo. No era temprano y decidimos regresar por la línea de costa antes mencionada, esa hermosa carretera con las montañas a un lado y al otro lado el océano. Fue cuando decidí acercarnos al Monasterio de Oia. Ya casi eran las diez de la noche. Había una fiesta en las inmediaciones y la gente bebía y charlaba, se reían y parecían felices. Pensé en los días del confinamiento y en que a mí no me afectaron tanto como le afectaron a otros. Se reían, ¿felices? La alegría contrastaba con la hierática permanencia de la mole de piedra, que se enfrentaba al océano en un imposible combate. La razón de ser de los monasterios y cenobios, el océano, el silencio roto por la olas y el ruido del motor. Mundo extraño.

+ “Todo se hunde a sus pies: ideología, patria, familia, fortuna, prestigio, es decir, honra. Todos los sueños juveniles se concentran en un destierro monótono y silencioso - a él, todo ruido, ornato y soberbia - junto al río Henares.” En la introducción de Obras del Conde de Villamediana, por Juan Manuel Rozas.

+ La imagen de Villamediana es la imagen del fracaso del que todo lo tuvo, y un todo, sin duda, gobernado por la soberbia. Nada escapa al barroco triunfo de la finitud y su obra nave este mar de desengaño y exceso. El desengaño es uno de sus más característicos emblemas, gobierna su poesía desde el inicio hasta el final, tal que un río subterráneo, un filón donde asoma su imagen desdibujada. Leo un soneto y pienso en instante en que culmina su composición, el tiempo que ha pasado desde entonces, la jerarquía que se ha impuesto, la brevedad de esta y recuerdo un programa sobre edades geológicas que ayer escuché en RNE. La poesía y las edades geológicas atemperan la perspectiva del diario, porque, así, lo cotidiano y la rutina quedan disueltas en ese terminarse que es la vida. Triunfa el Barroco, entre formas vegetales esculpidas en dura piedra y el incansable tic-tac del reloj; se muestras la vida en su plenitud veraniega.

+ Muere el día. Un vaso de café colmado, el teléfono, bolígrafos y rotuladores, libretas, un altavoz inalámbrico, folios, cuatro pinzas, libros, libros, una memoria externa, libros, una moneda húngara, fichas cubiertas, fichas vacías, fichas limpias, notas adhesivas, cables, un reloj, diccionarios, manuales, novelas y ensayos, el calendario, fotos, extensiones, libros. Muerte el día y los objetos dejan constancia de nuestro paso y tránsito por su dimensión. El tiempo y el espacio se confunden mientras caigo en el sueño, al que acuden historias que no recordaré. Despierto tranquilo y veo la hora en el teléfono. No es hora de levantarse y todavía podré dormir un poco más. Caído en ese hueco que es el sueño. Me transporto a otras edades que ya no me interesan. La edad no es una cárcel, la persona sí. Amanece, me levanto, hago ejercicio y la reiteración del día es un espejo donde disolverse. Regreso a la rutina.

+ Imagen: tres momentos, el mismo día.

sábado, 3 de julio de 2021

Un instante de decadencia

 

Simetría

+ Un instante de decadencia, el ánimo se transforma en niebla, este desvanecimiento contrasta con la luminosidad del día. Analizo los motivos y esta estrategia no funciona. Un refugio, tal vez. Una pausa, quizá. El ritmo que marca el segundero del reloj guía la escritura, lo que ahora escribo. Las razones se desvanecen y algo tiene que ver con la generalizada inconsistencia, con la certeza del cambio. Nada permanece, me digo y veo el vaso con café medio vacío, medio lleno; no sé. Un poema, tal vez. Son esquirlas de lo cotidiano contra las que luchar, pero, a veces, causa una fatiga que paraliza toda acción. ¿Toda acción? No, de ninguna manera.

+ Hace calor, estamos, ya, de pleno, en el verano. Leo, escribo, regreso a la lectura y me detengo. Es un círculo que comienza por la mañana y termina hacia la hora de comer. Hoy es viernes y no trabajo. He aprovechado la tarde para indagar en dos o tres materias que me preocupan. La lectura me conecta con algo intemporal, que me redime, que me consuela. En ello estoy ahora mismo. C. y yo daremos un paseo dentro de un momento. Para mañana hemos planificado algún tipo de excursión, sin muchos detalles, sin muchas previsiones. Lo sé, se logra un equilibrio y hay que descansar en él, todo lo que se puede porque su desmoronarse es una realidad sin cuestión. ¿Hay hechos incontestables? El derrumbe y la ruina son consustanciales al paso del tiempo y el cambio es la única naturaleza fundamental que hoy puedo reconocer. Pero estos instantes, que simulan eternidad como un trampantojo en una medianera simula un paisaje, me subyugan, me seducen hasta llegar a un punto de erotismo. La erótica del dios del instante. Se traduce, pues, en una alto en el camino.

+ Altibajos en el movimiento, el cambio no es una explicación, es la pregunta en sí misma.

+ ¿Postmodernos?

+ Resultó reconfortante el recorrido que C. y yo hicimos el sábado. El tacto de lo que ya no volverá; presencias y ausencias, el mapa que elaboramos al azar mientras el coche se desliza por carreteras secundarias. Así, llegamos a Oseira, aparcamos y sin saber qué hacíamos nos dirigimos a la entrada del monasterio. Pronto comenzará una visita guiada, nos dijeron y, sin pensarlo mucho, nos apuntamos. Yo había estado allí cuando era niño y tenía ciertos recuerdos, imágenes nítidas y ensoñaciones vagas, construidas el discurrir de los años. Se presentó nuestro guía y entramos en el primer claustro de los tres que tiene el monasterio. Las palabras del guía, un monje de mediana edad, eran amables y fluidas, con una delicada dicción y un fraseo ordenado fruto de la experiencia y una paciente serenidad. Así, en el silencio del claustro, bajo la mirada indiferentes de las torres, con la caricia del agua de las fuentes, tratamos de ver más allá de nuestros ojos con la ayuda de sus palabras, imaginar otras vidas y afanes, y creímos alcanzar algún tipo de conocimiento, pero no deja de ser un esbozo de una improbable posibilidad. La relación con el pasado es compleja, me digo mientras veo este poso de los siglos; se observa desde el presente pero entiendo que falta una visión, una iluminación que nos acerque a lo aquellos hombres entendieron; cómo se ha construido nuestra realidad depende de lo que antes fue y ahora no es sino relato. Preguntarse por aquellas vidas es preguntarse por las nuestras porque el destino de las unas y las otras se dirige a la igualdad. La construcción del hilo conductor en donde trato de ordenar intuiciones, indicios y premoniciones es una tarea que tiende a lo inestable. Me repito la palabra, ahora, ante el teclado del ordenador: inestable. Leo sobre la economía del monacato en Galicia, sobre la constitución de los monasterios, sobre el siglo XVIII y el siglo XIX y los cambios producidos en ambas centurias, las transiciones que se han producido desde ese momento hasta nuestro presente, el Antiguo Régimen y la Modernidad. Leo y me disuelvo en la mañana de domingo, con un cierto sopor, con un viento frío que se levanta y parece anunciar lluvia.

+ Releo el párrafo anterior y me da la impresión de que queda una sensación de falta de solidez. Trasformado el presente en texto, solo es una aproximación a la agradable sensación de ruptura con la rutina, con lo dado, con el cansancio y la esperanza; se agradece la mano amada, la música y la conexión con el pasado, con ese intento de comprenderlo.

+ Imagen: en otro tiempo, en otro lugar, la puerta hacia el olvido.