sábado, 26 de junio de 2021

Sic transit gloria mundi

escaleras

+ Recuerdo a personas [o personajes] de insignes apellidos que florecieron en mi lejana adolescencia. Un porte mayestático y una cierta indolencia, una elegancia de colegios carísimos y de excursiones a Londres para adquirir un vestuario insospechado en aquellas épocas tan lejanas, tan próximas. Viajes en barco por el canal, como ellos decían, de la isla al continente. Los observé de cerca y en aquel momento ignoraba que todo su esplendor de aquella insigne familia provenía de su íntima relación con el franquismo, de un hilo directo con el dictador. Recuerdo a uno de ellos que, en una tarde de primavera, me mostró El Anticristo de Nietzsche. Me dijo que eso escandalizaba terriblemente a sus padres, mucho más que cualquier panfleto comunista, la hoz y el martillo o la simple foto de Marx que adornaba la cabecera de su cama, en lugar del crucifijo que siempre había estado allí. Tomé en libro de la biblioteca y no hablé con nadie sobre aquella conversación. Fue revelador, pero no en el sentido que me había comunicado el rebelde lector de El anticristo, sino en una profunda conexión con una prosa brillante, deslumbradora, imposible. Sé que era una posesión, un tesoro preciado que me lanzaba hacia el futuro deseos y voluntades por alcanzar, un algo que todavía poseo. Poseo una extraña capacidad para penetrar en la calidad de la prosa, en los enlaces que permite la sintaxis [un algo que se eleva sobre los idiomas, lastrado en las profundas simas de la estructura profunda]. Me fascinó y continué con su lectura. Continué, a lo largo de los años, con Nietzsche. Continué en acuerdo y en desacuerdo, frente a la belleza y la brutalidad, contra Nietzsche y a mi favor; cuando me conviene lo tomo, cuando me conviene lo rechazo y lo aparto. Una vez apreciada esa inversión de los valores, recuerdo a aquellas personas y pienso en su decadencia, en sus grandezas y en sus miserias, en cómo el tiempo los ha borrado, en que hoy solo parece quedar aquel reflejo de Nietzsche. Un reflejo que no es poco, un reflejo que mantiene hoy su fulgor. Sic transit gloria mundi.

+ Por recomendación leo el libro de E. H. Carr Qué es la historia. Dejo otras cuestiones al margen y trato de establecer una idea sobre qué es la historia en relación con el momento presente. Separo el ámbito personal de la actualidad política, económica y cultural; también delimito mi faceta académica, sus lecturas y la escritura, relaciones y silencios [mi particular silencio en torno a mi investigación]. La pregunta tiene especial incidencia sobre la última faceta que he acotado, pero es ante la primera, mi ámbito personal, donde el desarrollo es más amplio y percutor. ¿Me plantifico con una idea meramente mitológica o teológica (donde el camino es hacia la perfección) o me entrego a una suerte de cinismo amargo y certero (nada tiene sentido), tan próximo a un nihilismo que me ha acompañado desde meses atrás? ¿Existe la posibilidad de un camino intermedio? ¿Tiene sentido, en definitiva, plantear estas preguntas en el hilo y el fluido circuito de lo diario? Veo el presente político desde la incertidumbre que me produce las nuevas derechas, cuando me digo que llamarlas fascismo es un error que no deja de llevar hacia la equivocación. Pienso en el salario mínimo interprofesional, en las pensiones y su cálculo, en el elevado nivel de paro, en el alza de los precios. Pienso en las posibles soluciones a los problemas y me da impresión de que todo se articula en un devenir sin proyecto, un actuar espontáneo fruto de las necesidades de la mercadotecnia política (he apuntado en una lista de temas en mi libreta electrónica la palabra spin doctor porque creo que se cristaliza en ella una de las razones de lo que pasa en este preciso momento, en cómo se dibuja la política y sus afanes; nunca tan diferentes). No quiero centrarme en los asuntos políticos, económicos o laborales, pero tampoco en la íntima realidad de lo diario, en sus valles y montañas; lo que me interesa es el clima, esa necesidad de comprender a la que me invita la lectura de Qué es la historia. Y escribo la palabra comprender y entiendo que se trata más de una aspiración que de una meta, una disposición que un rasgo de mi identidad. Vuelvo sobre el párrafo anterior y recuerdo aquella familia enriquecida al calor del franquismo y la explicación sobrevuela y comprendo que en la adolescencia tenía una explicación de la que hoy carezco y el relato que me cuento es otro, y el que en el futuro tejeré otro distinto, pero ni tan siquiera los hechos permanecen porque estos son fruto de las visiones que vamos obteniendo, del presente que habitamos. Ha sido una buena recomendación, una lectura que se extiende pero que, al mismo tiempo, tiene sus raíces en el pasado, en preguntas y lecturas anteriores. La persona se forma así, su criterio, sus convicciones y sus desacuerdos.

+ Las portadas de los libros dicen mucho de quién los compra, retratan sus sentimientos y una idea sobre uno mismo y, también, dan cuenta del presente y de la sociedad en la que vivimos. Yo observo las portadas en los escaparates y me doy cuenta de que todas y cada una de ellas tienen una ilustración atractiva. Una foto, un cuadro, un dibujo. Es cierto, no es extraño que los libros técnicos, los libros de texto y otros tomos carezcan de este rasgo material, la ilustración en la portada, pero, para qué engañarnos, son un caso extraño y que ponen de relieve que la razón por la que se adquieren no es el humilde y digno entretenimiento, pues hay una obligación implícita en su compra. Dicho esto, se debe añadir que no siempre los libros han tenido una portada, o al menos no siempre ha sido tan vistosa como ahora lo es (esto se puede relacionar con las cuestiones técnicas de la impresión como con el mercado del libro y su expansión, razones que dejamos a parte). Si observa una biblioteca con una cierta antigüedad, nos damos cuentas de que su color es pardo, marrón, con algún destello dorado, pero, en definitiva, su aspecto resulta sobrio y solemne; por el contrario, los libros que ocupan nuestras estanterías son coloridos y el muro que forman es alegre y variopinto en formatos, brillos y gamas cromáticas. Todo esto me lleva al párrafo anterior, a cómo podemos ver y clasificar los momentos de nuestras vidas: en este caso mediante los libros que hemos ido adquiriendo a lo largo de  los años y cómo en ellos se ven reflejados los testimonios de otros tiempos donde fuimos otros y donde seguimos siendo los mismos.

+  La historia, la academia, la intimidad de lo cotidiano; las visiones posibles y la construcción de la visión. En ello estamos, deslindando el territorio. ¿Nuestro territorio, territorio?

+ Imagen: escaleras.