sábado, 12 de junio de 2021

Los personajes y las personas

Braga-a-brasileira

 + Continúo con la lectura de las antologías de Brines y Margarit. Lenta lectura, con el paso por cada palabra, con el peso de la música. Leo en catalán con dificultad, pero lo intento, luego paso a la página contigua y leo el poema en castellano. Leo a Brines y recupero esa perenne sensación de caducidad, que ya estaba antes de Brines, que estará después de Brines. Hay una reconciliación con un yo profundo y sereno, que se había escondido y no lo encontraba. La poesía forma parte de mi principio rector, así debo actuar, ese cúmulo de impulsos que me llevan a valorar el instante como única posibilidad de lo eterno. Paradojas que se entretienen una calurosa tarde de mayo, mientras la gata está adormecida y el único atisbo de ritmo es el tic-tac del reloj de pared que maraca los segundos en el estudio. Los libros me acompañan y transforman las derrotas en viejos lienzos, óleos denegridos que restaurar para ser depositados en el almacén del museo, a la espera de un momento adecuado que permita exponerlos al público [esa multitud que soy yo]. Ay, el Conde de Villamediana, allí donde esté, como mascarón de una nave que surca lo lírico y lo satírico, el mito y la comedia, el amor y la venganza, el autor y su personaje.

+ Todos somos personajes de nosotros mismos, en esa senda del teatro de la vida.

+ Los sonetos de Villamediana. El amor como tema, el tema como factor de la poesía que desliga de la comunicación y se transforma en una suerte de hilo hacia abstracción. Leo los poemas de Francisco Brines y los enlazo con los sonetos de Villamediana. El salto quizá no sea posible pero yo programo las lecturas (en ciertos momentos) bajo la égida aleatoria del clima y la temperatura del momento. Mi estado de ánimo. Como si pudiese ensanchar el tiempo y el territorio. Mayo termina y nos encaminamos a supera la mitad del año, tomo el libro y abro una página, el soneto dice en su último terceto: “derrita el sol las atrevidas alas, / que no podrá quitar el pensamiento / la gloria, con caer, de haber subido.” Faetón es algo más que un símbolo o el reflejo de una vida, porque se trata de una transformación, un camino abierto hacia la nada desde el alto horizonte de una posición privilegiada, ese algo que tiende a la ceniza y el olvido. Y ahora, mientras los gatos duermen bajo el sol, abro la antología de Brines y me da una medida válida para la extensión del lunes que comienza: “Tengo que hablar. Con quién, / si no salen tampoco sonidos de mi boca.” El amor, el tiempo, la finitud. La edad madura acentúa todas las  posiciones respecto a los temas fundamentales de la poesía, como si el cumplir años no fuese otra cosa que llegar a una afinación perfecta de sentidos poéticos ocultos e implícitos en este nuevo pensamiento, en esta visión general del mundo y del tiempo. Se unen los dos poetas en la imagen indiferente que avanza, la primara en su declinar, que pronto dará paso al verano; esa capacidad metafórica de las estaciones. Me dejo llevar y el calor resulta agradable, nada me perturba en este momento.

+ Darle forma y robarle el alma, componer y sustraerle lo espontáneo e ingenuo. Qué lejanas me parecen hoy las películas de Rohmer y todavía algo de ellas flota en el ambiente, porque el verano asoma en el calendario y ese tiempo de las vacaciones, las playas y el amor se dibujan con nítida presencia. La forma y el alma, esa materia que construye la virtualidad de los días, ese trasvase de lo cotidiano a las artes narrativas. El cine y su capacidad para construir relatos que se lanzan a la melancolía y a la nostalgia, tan especial en Rohmer. Veo los pantallazos de sus películas soy yo en ellos, esa nostalgia de lo que nunca existió.

+ Antes de dormir, leo unos poemas de Antonio Colinas. Caigo en un sueño profundo. Los poemas no son inicios del sueño, quedan atrás. Es el cansancio el que augura un descenso a un mundo lejano y carente de relato: no recuerdo nada de lo soñado y eso es una bendición. Me levanto, hago ejercicio y escribo, mejor: traslado datos al archivo del texto en construcción. Las tareas repetitivas tienen algo de fármaco. Apago el ordenador y tomo uno de las antologías que me acompañan (Margarit y Brines). Es un tiempo para la poesía y sus evocaciones, para la construcción de un mundo, algo a lo que asirse. La edad nos alcanza, pero la muerte nos derrota. Esa sensación del tiempo que se plasma en el final de la primavera me produce una extraña calma mientras en el noticiario anuncian tormentas. Me siento y leo. El tiempo parece detenerse. Ese descanso pausado de los límites del mundo, mi mundo [inestable, cambiante, caduco].

+ En palabras de Ángel González [Introducción a Poemas, edición del autor en Cátedra]: “… la emoción ante la palabra bien dicha, el gusto por la belleza y la precisión del lenguaje.” La precisión del lenguaje, qué medida tan exacta nos procura, pensar en ello sin dejar a un lado nuestras capacidades y destrezas. Una triada que funciona, que sirve de emblema para comenzar otra jornada laboral, para leer y para olvidar lo leído, en un ejercicio que nos acerca al sueño reparador. No es posible olvidar lo leído o evitar el poso que nos aporta.

+ No dejo de pensar en una suerte de capas de realidad que me veo obligado a tener en cuenta. Cuestiones de trabajo, finalmente. Hablo con personas y percibo un discurso subterráneo al que no tengo acceso, pero que puedo intuir e, incluso, reconstruir. Sé que no me están contando todo, sé que me ocultan razones y tratan de que yo crea algo cuando es lo contrario lo que harán. No tiene sentido porque mi poder es tan sumamente limitado que ni si quiera posee un cuerpo y capacidad de acción. Sin embargo, algunos me quieren engañar. Lejos de causarme malestar o enfado, los trato con educación y, hasta cierto punto, con una amable y comprensiva distancia. No se trata de mí, se trata de la institución y la institución es tan abstracta como ciega, su voluntad ciega contra la que terminan por estrellarse. No será porque no se haya advertido, me digo y les remito al instructor del expediente. Al tiempo, no puedo dejar de establecer un contraste entre esta mi subordinada ocupación laboral y mis ocios librescos y académicos, donde soy yo en el sentido de lector y estudiante. Agradezco ese mantenerme al margen, este vivir en compartimentos estancos, que me permite ser actos y espectador, objeto de estudio y estudioso. La poesía se manifiesta hasta el lo diario que nos ofrece la burocracia y el procedimiento administrativo, en sus diferentes fases y momentos.

+ Imagen: once de la mañana, el café vacío, la pequeña ciudad, un incierto sabor de tiempo detenido, de ficción y estática relación entre la fotografía y el deseo de eternidad (ese juego de espejos que no me confunde ni me asusta).