sábado, 16 de enero de 2021

Placeres y tristezas

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+ Una de mis rutinas fundamentales consiste en el ejercicio, que desarrollo en una bicicleta de spinning durante una hora. Como telón de fondo escucho los podcasts de Documentos, un grato programa de Radio Nacional. Hoy, ya metidos de lleno en el 2021, he escuchado un programa dedicado a José Hierro. Ha resultado extraño reencontrarme con su poesía, con la fuerza de su persona, con la capacidad que intuí hace ya muchos años. Cómo se impone el ritmo, esa calidad de la prosa, su fuerza y su verdad. He recuperado tres tomos de su poesía que estaban en la balda que a la poesía dedico. También he tomado de otra balda un libro de Francisco Umbral, Diario de un snob. Son partes de mi pasado, que tengo un tanto olvidado, que he de recuperar ahora que el año e inicia. No se trata de hacer un balance sino de saber quién fui para intuir quién soy o quién puedo llegar a ser. Recetas con su consustancial tendencia al error. He creído aprender y no lo he logrado, pero como dice en el programa José Hierro: a la rosa para alcanzar su belleza le viene bien la bosta de la vaca, toda experiencia contribuye al tapiz de la vida. Me abandonaré, en un instante, a lectura de algunos poemas, bajo la égida de Bach.

+ Dejé en su lugar los libros que había tomado. Los dejé con un cierto poso de melancolía, pues no reconocía a aquel que leyó esos versos, en otro tiempo, un tiempo lejano y no sé si sombrío. No me apetece indagar en que fui, el pasado no es un error, pero su permanencia, en ocasiones, estanca al presente. Me centro en el día de hoy, frío y despejado, agradable en la simetría con una infancia que casi no recuerdo y por lo que no es otra cosa que reconstrucción. La leve huella que deja este diario electrónico en mi tiempo, este personal e intransferible, es para mí muy importante. Por eso la lectura fallida de los poemas de José Hierro debe quedar constatada. Soy otro y este otro yo debe buscar el punto de ebullición de los poemas, pero hoy no, mañana tampoco será día de esta y otras otras indagaciones.

+ Ayer, durante la tarde, vi la segunda parte de Trainspotting. Ante todo, me trasladó veinte años o veinticinco años atrás. Allí estaba todo un mundo que ya no es otra cosa que arqueología, segmentos que reconstruir con cuidado y tendencia al error, aleatorios fragmentos de un imaginario personal y colectivo que se ha disgregado a lo largo del tiempo y del espacio. No me pareció mal del todo la película, sobre todo en ese aspecto que engarza el 2016 con la primera parte, 1996. Los personajes siguen en lo mismo, algo que se debe valorar: los cambios de personalidad son complejos o imposibles. Esa caída en el vacío, tal vez, esa tendencia a la autodestrucción. Sin embargo, debo destacar un aspecto que me parece crucial y retrata nuestro tiempo [quizá, mejor, el tiempo pre-pandémico]: la ciudad de Edimburgo parecía transformada por los vuelos baratos y los alojamientos ofrecidos por particulares a particulares mediante plataformas en línea. Algo que se ve en las localizaciones y en la fotografía, el ambiente urbano también. Pero podríamos ir más allá y este reflejo se percibiría en ciudades en las que hemos estado en los últimos años. Ha habido una equiparación entre los destinos turísticos que ha transformado la percepción que de las ciudades se tiene. La antesala es el aeropuerto y su carácter de no-lugar, a continuación los medios de transporte hacia el centro [tranvías modernísimos, metros, autobuses ecológicos], luego el alojamiento [amueblado con los elementos propios de Ikea]. Luego está la ciudad, su carácter propio se me subrayado por la presencia de multitudes de turistas. El turismo, su manera de ordenar la realidad y su influencia sobre la economía. Son rasgos que se materializan en nuestro día a día, que ahora están detenidos por la pandemia, como si hibernasen, a la espera de tiempos mejores, cuando el invierno de la enfermedad desaparezca y dé paso a la primavera del consumo, que nos ha de salvar a todos. Luego está toda la peripecia de los personajes, los márgenes de la ciudad y el escaso lugar que hay para sus esperanzas, todo ello revestido del paso del tiempo, de hombre que fueron adolescentes pero que no han alcanzado la madurez a pesar de haber llegado a los cincuenta. Lo entiendo bien, lo podría explicar mejor.

+ La experiencia de ver películas deprimentes es deprimente. Y me refiero a la película anterior y al placer que produce la tristeza que se busca. En ella se descansa de una manera morbosa, y cuando digo morbosa me refiero a la definición que da el diccionario de la Real Academia: enfermo; que provoca reacciones mentales moralmente insanas o que es resultado de ellas. Vamos, una tendencia a recrearse en lo desagradable y lo hiriente. Veo la película y sé que de por sí la heroína o caballo es desagradable, cuánto más cuanto inyectable. Trato de contrastar el viaje en el siglo XXI y ese aspecto desagradable y sucio de la película y el contraste se salda con un balance negativo. Reviso los presupuesto y me aparto, debo olvidar estos vicios si con la investigación quiero continuar. Firmo la propuesta y cierro el pasaje de los placeres deprimentes.

+ ¿Cómo conjurar la tristeza? Ejercicio, estudio y distancia. La risa, el sueño y la disciplina.

+ ¿Se debe desconfiar de la recuperación, del regreso a un estado de ánimo productivo? ¿El camino es no alterarse cuando estamos por debajo ni exaltarse cuando estamos por encima? ¿Podré recordar quién dijo que el excremento que abona el rosal es el mismo que hace que surja la belleza de la rosa? Aunque provisionales, las interrogaciones son límites necesarios.

+ Imagen: arboles en invierno, una tendencia a la abstracción.