sábado, 23 de enero de 2021

Una vez más, el dios del instante

hojasmadrid

+ Como si se tratase de una continuación de la entrada anterior mi hermano me comunica la muerte de un conocido. Tenía un año menos que yo aunque yo pensé que tenía mi edad. Esas diferencias que el paso del tiempo, según se avanza hacia la senectud, diluye. Murió súbitamente, antes de acostarse, cerca de su cama, sin poder llegar hasta ella. Me quedé con el esbozo que la imaginación ofrece y pronto lo rechacé. Al día siguiente llamé a un primo mío y le pregunté por el caso, me dijo que el fin de semana anterior le habían dado una brutal paliza y que se podría deber a ello, por eso le hicieron la autopsia y hay una investigación abierta. Recordé a aquel muchacho con problemas con las drogas, serios problemas con la heroína, le volví a ver cuando éramos niños y él ya jugaba con sus peligrosos juguetes. Mi primo me dijo que el agresor era una persona brutal y dada a la bebida, que había tenido altercados similares. Sentí una pena serena y pensé en su madre, que siempre decía: qué se será de él cuando yo falte. La incertidumbre es una constante en nuestras vidas por más que la rutina parezca ocultarla. Se murió sin llegar a su cama y nadie esperaba tal desenlace: nadie es demasiado viejo para vivir un día más ni demasiado joven para morir mañana. Lo asumo y lo incorporo a este diario como una continuación de la entrada anterior porque en la misma línea va.

+ Lo anterior se relaciona con esa oscilación entre el placer y la tristeza, como si pudiese llegar a un equilibrio; en ello espero: el punto de apoyo de lo diario, lo semanal, el mes que termina y el mes que comienza, así se van los días y la vida, pero con esa esperanza de sereno equilibrio.

+ La pandemia crea un contexto, un contexto inesperado e inquietante. Nadie contaba con su aparición y súbitamente lo condicionó todo. De una especial manera, su reino es el reino de la incertidumbre. La incertidumbre es un rasgo nuclear de la vida y, con frecuencia, se olvida, que  permanece oculto, pero su realce es inquietante, sobre todo, como es el caso, cuando se desconoce la duración del estado mismo. Resulta curioso observar o estudiar desde el discurso los pronósticos de los expertos y los políticos, el reflejo que los periodistas arrojan día tras día, en un combate contra el tiempo y la programación y los destaques. Hay algo que se escapa y que se circunscribe al hiato que existe entre lo contado y lo construido en torno a la narración y el suceso. Nos lleva esto a pensar, cuando alcanzamos cierto punto de dolor, que no es posible desligar la narración de los hechos, que ya no son percibidos en función de la voz del narrador sino desde las dolorosas aristas de la realidad incontestable. Un narrador inmenso y sin rostro, esa relación entre la opinión y los hechos, la incertidumbre y sus efectos terminarán por quebrar su voz.

+ Conduzco mientras cae la noche y las luces de las casas me transportan a un estado de calma y silencio. Cruzo un pueblo y sus bares están cerrados, nadie camina por la calles, el rumor de la radio es la voz de otro mundo. ¿Quiénes habitaron estos pueblos, todavía se recuerdan sus nombres, cuánto tardará en desaparece la memoria de los que hoy vivimos? Qué fugaz resulta toda empresa humana, me digo mientras me adentro en un tramo de carretera que transita entre bosques, oscuros y húmedos bosques; no hace frío pero la lluvia amenaza. Pienso en el pasado y es culpa, pienso en el futuro y es miedo; me río desde el presente porque voy aprendiendo a centrarme en lo que ocurre, con la ayuda del dios de instante. Conduzco y trato de no pensar mientras otros coches me deslumbran.

+ Mi padre se ha roto el brazo izquierdo. Todavía no lo he visto. Hay una distancia que se traduce en desaliento, un desaliento que lo impregna todo. Resulta complejo escapar de lo dado, de dureza de la realidad en su modo menos maleable, más inflexible, que no ceja en su rígida presencia. Me enfrento al dolor de mi padre mientras me siento en el desaliento extenso de un día lluvioso que recubre el paisaje, que interpela con su repiquetear un silencio necesario. Creo que soy egoísta e inmaduro, con una notable falta de entereza. Otros problemas que acechan crecen. La debilidad se equipara al desaliento. Invoco al dios del instante y no aparece, busco libros que no encuentro y que me podrían sanar, pero dudo sobre todos los tratamientos. Todo pasará, lo sé, pero el aquí y ahora es este. ¿Solo es la pandemia, tan solo la pandemia?

+ Llega en mi ayuda el dios del instante. Soy ciclotímico.

+ Imagen: hojas sobre una acera, las raíces que levantan el pavimento, un día de otoño en Madrid que no volverá pero que permanece en su calidad de imagen digital, al fin. Vale.