sábado, 30 de enero de 2021

La noche, la lluvia y la niebla

Madrid - 2019

+ Hay un algo literario que se ha desvanecido y creo necesitar su presencia. ¿Debo buscarla o construirla? ¿Es necesario un tiempo, dejar que reposen los acontecimiento y desde un principio levante el edificio? No tengo una respuesta clara, me digo mientras indago en mi estado de ánimo, que va de la esperanza a la postración. Es irónico, me digo cuanto trato de poner distancia y, así, veo mi reflejo en un espejo imaginario donde se da cuenta de todos los rasgos heredados, mis incapacidades y mis virtudes. ¿Hay una compensación, un equilibrio, una posibilidad? Hablo de ese algo literario porque ahí reside mi identidad, el centro de mi principio rector, en lo que he creído a lo largo de los años, pero en esta altura todo parece evaporarse y ese evaporarse me produce una tristeza que no me incapacita pero sí me deja imposibilitado para la alegría. La alegría, como tema para un poema, como recapitulación del día, es esa la alegría que quiero recuperar y que denomino un algo literario.

+ Las dos últimas fotografía que ilustran las dos últimas entradas de este espacio son fotos de fragmentos de árboles, en concreto: las ramas y las raíces, no el árbol en su totalidad, ni el tronco. Someteríamos la elección a un escrutinio si pensásemos que ello tiene sentido, creo que se trata de una conjunción casual pero dominada por lo que yo entiendo por hacer fotos. Así analizo mis disparos fotográficos. En muchas ocasiones, me interesa el detalle y lo, en principio, irrelevante. Esa irrelevante baja fidelidad [lo-fi], ruido o distorsión, se relaciona con lo cotidiano, lo que la rutina sedimenta. El sedimento se manifiesta en los alcorques, en el telefonillo de un portal, junto al contenedor de basuras, en el neón de una cadena de comida rápida, sobre los alféizares de un palacio esa mugre, el espejo que se abandona en la calle, contra una pared, y refleja los edificios y el paso de los peatones; podría continuar con el censo pero no alcanzaría a esbozar la realidad de mi disparo, que no es otra que mi tendencia a lo minúsculo y lo espontáneo, a lo efímero y lo cotidiano. Al mismo tiempo, me doy cuenta de que todas las fotos que cuelgo, o una gran mayoría, son fotos que se obtuvieron en viajes. Esto último también condiciona su sentido. Su sentido tiene los rasgos de búsqueda, indagación en las ciudades visitadas, los paisajes que hemos contemplado. En definitiva, no deja de ser una construcción que tiene un vínculo con la realidad de los lugares pero no es su realidad. Siento que he divagado y que debería reflexionar sobre lo dicho, pero esto es poco más que un diario o un cuaderno de apuntes, un taller donde ensayo ideas y razones para descubrir lo que se puede descubrir y se trata, en definitiva, de ejercicios de estilo o un adiestramiento para mantener la destreza con el instrumento en forma; las fotos que cuelgo, al igual que los textos, entran este orden de cosas.

+ He comprado las obras completas de Santa Teresa en formato digital. La consulta se puede realizar en varios dispositivos: el ordenador, la tablet, el libro electrónico o el teléfono. Así, a veces, abro los textos en mi teléfono en lugares insospechados. Leo un párrafo o un poema. Me sorprendo y pienso en la Santa de Ávila cuando escribía, en la imposibilidad de predecir que aquello que de su pluma salía un día tendría existencia en la pantalla de un teléfono. ¿Qué mundo era aquel, qué mundo es este, y esta lectura refleja un mundo o lo crea, establece, tal vez, una realidad? Las preguntas tienen la respuesta que le queramos dar siempre que contengan una cierta coherencia, y, al tiempo, una conexión con nuestra propia vida, con ese proyecto lector que supera los formatos y establece una reflexión sobre oír la voz de los muertos. Un murmullo que nos llega de lejanas regiones que el tiempo ha barrido y, como esas estrellas apagadas hace millones de años, la luz que arrojan es la luz de un mundo que ya no existe y que nosotros revivimos. La lectura tiene estas cosas, que uno se para y el detenerse en trazar una frontera entre lo que se muestra y lo que se oculta. Cierro el teléfono y estoy en medio de la nada, en un carretera pérdida y la lluvia se estampa contra el coche suena la radio y observo las luces de algunas casas y de algunas farolas. ¿Quién soy?, me digo en la consciencia de lo inestable que es la respuesta, pues tampoco depende de los soportes ni de los formatos sino de un estado de ánimo y sus oscilaciones. Podré buscar la respuesta en Santa Teresa.

+ Indago en varias novelas y trato de establecer paralelismos entre los que desarrollan el discurso, desde ese punto privilegiado y difuso que ocupa el narrador. En un momento lo dejo a un lado y pienso en ese hombrecillo que nos susurra mientras intentamos dormir o en un interludio en la actividad diaria. Ese hombrecillo gris y mortecino nos hurta algo de nuestra alegría. Ocupa, también, un lugar privilegiado y me pregunto cómo podría librarme de él, como evitar su repiqueteo, la insistente monserga del arrepentimiento y el terror al futuro. Me digo que reconocerlo ya es mucho y si aplico los mecanismo de análisis de la novela para enfrentarme a él, ya tengo una parte de la batalla ganada. No se trata de otra cosa que poner en cuestión al narrador y, por ende, a sus estrategias. Ay, qué gran narrador es el hombrecillo gris, pero el afilado estilete del crítico puede más que sus embates, que sus pinchazos durante las oscura soledad nocturna.

+ Como en un extraño film, la noche es espesa y la lluvia, que más lluvia es niebla envuelve el vehículo de mi trabajo, condiciona mi percepción de la realidad y de lo cotidiano. Regresa el malestar y en él me sumerjo, contra él lucho. El rumor de la radio acompaña el trayecto. Son opiniones en torno a la pandemia, opiniones de gente que sobre el asunto tiene más conocimientos que yo pero que, a todas luces, resultan insuficientes y se ven resueltos en técnicas discursivas que pueden tener o no tener un anclaje en la realidad. La duda me asalta y me fijo en la dicción, las pausas y la sintaxis de los que opinan. Me interesa su expresión mucho más que el contenido de sus intervenciones. Se define un estilo general, un estilo que termina por empañar la percepción de lo diario. Es jueves y los pueblos están vacíos debido a las restricciones; me siento mejor y tomo el camino de regreso.

+ Imagen: Madrid, 2019; hay en esta foto un algo pictórico que me interesa, también creo que refleja un cierto estado de ánimo: oscilante, pétreo, reconcentrado, un estado de ánimo contra el que luchar.

sábado, 23 de enero de 2021

Una vez más, el dios del instante

hojasmadrid

+ Como si se tratase de una continuación de la entrada anterior mi hermano me comunica la muerte de un conocido. Tenía un año menos que yo aunque yo pensé que tenía mi edad. Esas diferencias que el paso del tiempo, según se avanza hacia la senectud, diluye. Murió súbitamente, antes de acostarse, cerca de su cama, sin poder llegar hasta ella. Me quedé con el esbozo que la imaginación ofrece y pronto lo rechacé. Al día siguiente llamé a un primo mío y le pregunté por el caso, me dijo que el fin de semana anterior le habían dado una brutal paliza y que se podría deber a ello, por eso le hicieron la autopsia y hay una investigación abierta. Recordé a aquel muchacho con problemas con las drogas, serios problemas con la heroína, le volví a ver cuando éramos niños y él ya jugaba con sus peligrosos juguetes. Mi primo me dijo que el agresor era una persona brutal y dada a la bebida, que había tenido altercados similares. Sentí una pena serena y pensé en su madre, que siempre decía: qué se será de él cuando yo falte. La incertidumbre es una constante en nuestras vidas por más que la rutina parezca ocultarla. Se murió sin llegar a su cama y nadie esperaba tal desenlace: nadie es demasiado viejo para vivir un día más ni demasiado joven para morir mañana. Lo asumo y lo incorporo a este diario como una continuación de la entrada anterior porque en la misma línea va.

+ Lo anterior se relaciona con esa oscilación entre el placer y la tristeza, como si pudiese llegar a un equilibrio; en ello espero: el punto de apoyo de lo diario, lo semanal, el mes que termina y el mes que comienza, así se van los días y la vida, pero con esa esperanza de sereno equilibrio.

+ La pandemia crea un contexto, un contexto inesperado e inquietante. Nadie contaba con su aparición y súbitamente lo condicionó todo. De una especial manera, su reino es el reino de la incertidumbre. La incertidumbre es un rasgo nuclear de la vida y, con frecuencia, se olvida, que  permanece oculto, pero su realce es inquietante, sobre todo, como es el caso, cuando se desconoce la duración del estado mismo. Resulta curioso observar o estudiar desde el discurso los pronósticos de los expertos y los políticos, el reflejo que los periodistas arrojan día tras día, en un combate contra el tiempo y la programación y los destaques. Hay algo que se escapa y que se circunscribe al hiato que existe entre lo contado y lo construido en torno a la narración y el suceso. Nos lleva esto a pensar, cuando alcanzamos cierto punto de dolor, que no es posible desligar la narración de los hechos, que ya no son percibidos en función de la voz del narrador sino desde las dolorosas aristas de la realidad incontestable. Un narrador inmenso y sin rostro, esa relación entre la opinión y los hechos, la incertidumbre y sus efectos terminarán por quebrar su voz.

+ Conduzco mientras cae la noche y las luces de las casas me transportan a un estado de calma y silencio. Cruzo un pueblo y sus bares están cerrados, nadie camina por la calles, el rumor de la radio es la voz de otro mundo. ¿Quiénes habitaron estos pueblos, todavía se recuerdan sus nombres, cuánto tardará en desaparece la memoria de los que hoy vivimos? Qué fugaz resulta toda empresa humana, me digo mientras me adentro en un tramo de carretera que transita entre bosques, oscuros y húmedos bosques; no hace frío pero la lluvia amenaza. Pienso en el pasado y es culpa, pienso en el futuro y es miedo; me río desde el presente porque voy aprendiendo a centrarme en lo que ocurre, con la ayuda del dios de instante. Conduzco y trato de no pensar mientras otros coches me deslumbran.

+ Mi padre se ha roto el brazo izquierdo. Todavía no lo he visto. Hay una distancia que se traduce en desaliento, un desaliento que lo impregna todo. Resulta complejo escapar de lo dado, de dureza de la realidad en su modo menos maleable, más inflexible, que no ceja en su rígida presencia. Me enfrento al dolor de mi padre mientras me siento en el desaliento extenso de un día lluvioso que recubre el paisaje, que interpela con su repiquetear un silencio necesario. Creo que soy egoísta e inmaduro, con una notable falta de entereza. Otros problemas que acechan crecen. La debilidad se equipara al desaliento. Invoco al dios del instante y no aparece, busco libros que no encuentro y que me podrían sanar, pero dudo sobre todos los tratamientos. Todo pasará, lo sé, pero el aquí y ahora es este. ¿Solo es la pandemia, tan solo la pandemia?

+ Llega en mi ayuda el dios del instante. Soy ciclotímico.

+ Imagen: hojas sobre una acera, las raíces que levantan el pavimento, un día de otoño en Madrid que no volverá pero que permanece en su calidad de imagen digital, al fin. Vale.

sábado, 16 de enero de 2021

Placeres y tristezas

madrid-tree

+ Una de mis rutinas fundamentales consiste en el ejercicio, que desarrollo en una bicicleta de spinning durante una hora. Como telón de fondo escucho los podcasts de Documentos, un grato programa de Radio Nacional. Hoy, ya metidos de lleno en el 2021, he escuchado un programa dedicado a José Hierro. Ha resultado extraño reencontrarme con su poesía, con la fuerza de su persona, con la capacidad que intuí hace ya muchos años. Cómo se impone el ritmo, esa calidad de la prosa, su fuerza y su verdad. He recuperado tres tomos de su poesía que estaban en la balda que a la poesía dedico. También he tomado de otra balda un libro de Francisco Umbral, Diario de un snob. Son partes de mi pasado, que tengo un tanto olvidado, que he de recuperar ahora que el año e inicia. No se trata de hacer un balance sino de saber quién fui para intuir quién soy o quién puedo llegar a ser. Recetas con su consustancial tendencia al error. He creído aprender y no lo he logrado, pero como dice en el programa José Hierro: a la rosa para alcanzar su belleza le viene bien la bosta de la vaca, toda experiencia contribuye al tapiz de la vida. Me abandonaré, en un instante, a lectura de algunos poemas, bajo la égida de Bach.

+ Dejé en su lugar los libros que había tomado. Los dejé con un cierto poso de melancolía, pues no reconocía a aquel que leyó esos versos, en otro tiempo, un tiempo lejano y no sé si sombrío. No me apetece indagar en que fui, el pasado no es un error, pero su permanencia, en ocasiones, estanca al presente. Me centro en el día de hoy, frío y despejado, agradable en la simetría con una infancia que casi no recuerdo y por lo que no es otra cosa que reconstrucción. La leve huella que deja este diario electrónico en mi tiempo, este personal e intransferible, es para mí muy importante. Por eso la lectura fallida de los poemas de José Hierro debe quedar constatada. Soy otro y este otro yo debe buscar el punto de ebullición de los poemas, pero hoy no, mañana tampoco será día de esta y otras otras indagaciones.

+ Ayer, durante la tarde, vi la segunda parte de Trainspotting. Ante todo, me trasladó veinte años o veinticinco años atrás. Allí estaba todo un mundo que ya no es otra cosa que arqueología, segmentos que reconstruir con cuidado y tendencia al error, aleatorios fragmentos de un imaginario personal y colectivo que se ha disgregado a lo largo del tiempo y del espacio. No me pareció mal del todo la película, sobre todo en ese aspecto que engarza el 2016 con la primera parte, 1996. Los personajes siguen en lo mismo, algo que se debe valorar: los cambios de personalidad son complejos o imposibles. Esa caída en el vacío, tal vez, esa tendencia a la autodestrucción. Sin embargo, debo destacar un aspecto que me parece crucial y retrata nuestro tiempo [quizá, mejor, el tiempo pre-pandémico]: la ciudad de Edimburgo parecía transformada por los vuelos baratos y los alojamientos ofrecidos por particulares a particulares mediante plataformas en línea. Algo que se ve en las localizaciones y en la fotografía, el ambiente urbano también. Pero podríamos ir más allá y este reflejo se percibiría en ciudades en las que hemos estado en los últimos años. Ha habido una equiparación entre los destinos turísticos que ha transformado la percepción que de las ciudades se tiene. La antesala es el aeropuerto y su carácter de no-lugar, a continuación los medios de transporte hacia el centro [tranvías modernísimos, metros, autobuses ecológicos], luego el alojamiento [amueblado con los elementos propios de Ikea]. Luego está la ciudad, su carácter propio se me subrayado por la presencia de multitudes de turistas. El turismo, su manera de ordenar la realidad y su influencia sobre la economía. Son rasgos que se materializan en nuestro día a día, que ahora están detenidos por la pandemia, como si hibernasen, a la espera de tiempos mejores, cuando el invierno de la enfermedad desaparezca y dé paso a la primavera del consumo, que nos ha de salvar a todos. Luego está toda la peripecia de los personajes, los márgenes de la ciudad y el escaso lugar que hay para sus esperanzas, todo ello revestido del paso del tiempo, de hombre que fueron adolescentes pero que no han alcanzado la madurez a pesar de haber llegado a los cincuenta. Lo entiendo bien, lo podría explicar mejor.

+ La experiencia de ver películas deprimentes es deprimente. Y me refiero a la película anterior y al placer que produce la tristeza que se busca. En ella se descansa de una manera morbosa, y cuando digo morbosa me refiero a la definición que da el diccionario de la Real Academia: enfermo; que provoca reacciones mentales moralmente insanas o que es resultado de ellas. Vamos, una tendencia a recrearse en lo desagradable y lo hiriente. Veo la película y sé que de por sí la heroína o caballo es desagradable, cuánto más cuanto inyectable. Trato de contrastar el viaje en el siglo XXI y ese aspecto desagradable y sucio de la película y el contraste se salda con un balance negativo. Reviso los presupuesto y me aparto, debo olvidar estos vicios si con la investigación quiero continuar. Firmo la propuesta y cierro el pasaje de los placeres deprimentes.

+ ¿Cómo conjurar la tristeza? Ejercicio, estudio y distancia. La risa, el sueño y la disciplina.

+ ¿Se debe desconfiar de la recuperación, del regreso a un estado de ánimo productivo? ¿El camino es no alterarse cuando estamos por debajo ni exaltarse cuando estamos por encima? ¿Podré recordar quién dijo que el excremento que abona el rosal es el mismo que hace que surja la belleza de la rosa? Aunque provisionales, las interrogaciones son límites necesarios.

+ Imagen: arboles en invierno, una tendencia a la abstracción.

sábado, 9 de enero de 2021

Presentimientos fallidos

A-Porriño-Mos

+ “… con cuántos ingratos fuiste benévolo”, copio esta coletilla de las Meditaciones de Marco Aurelio.

+ Quizá precise pocos libros, quizá no precise ninguno, salvo su recuerdo, su palpitante recuerdo. O ni siquiera esto.

+ Me pregunto por la acumulación de fotos del mini-break en Caminha. Creo que tiene que ver con la alegría y con la posibilidad de la indiferencia, la indiferencia ante los males que se nos presentan, que debemos conjurar hasta que no sean tales males sino molestias que sabremos soportar con estoica parsimonia. Veo las fotos y los días regresan. La capacidad de rememoración es una cualidad que las fotos comparten con la música, los sabores y los perfumes. Recuerdo el olor a mar, la claridad del sol, a los pescadores en la orilla de la playa. Recuerdo la habitación del hotel, la plaza atestada de turistas de fin de semana [turista de fin de semana como C. y yo], la noche y las luce de las calles de Caminha a las once de la noche. Recuerdo la desembocadura del Miño, la playa de Moledo, la mañana en Viana do Castelo. El recuerdo es un sedimento. Ahora las cosas son tan distintas, bajo el claustro que impone la pandemia veo cosas que no podía sospechar que vería. Asuntos pendientes y asuntos resueltos, el miedo contra el que trato de luchar y, con esfuerzo, consigo doblegar. Con la pandemia ha regresado mi viejo debate entre libre albedrío y determinismo, la diferencia entre documento y monumento, qué intrínsecamente transcendental y qué es necesariamente inmanente. Dejo los debates a un lado, por un momento. Regreso, otra vez, a las fotos y trato de seleccionar alguna, con la finalidad de que componga una serie con las que anteriormente he colgado en este espacio.  No respondo a la pregunta que inicia el párrafo, dejo su resolución en la resolución espontánea que me dará, tal vez, el sueño; en ello confío, más por dejadez que por certeza.

+ Suena, hoy último día del año, Nowehere Man de los Beatles. Surge de Flip, la radio francesa. Qué apropiado. Escucho y trato de asimilar su letra: “He's a real nowhere man / Sitting in his nowhere land / Making all his nowhere plans for nobody / Doesn't have a point of view / Knows not where he's going to / Isn't he a bit like you and me?”

+ El último día del año parece un día propicio para realizar un balance, para dar cuenta de lo positivo y de lo negativo del año que muere. Sin embargo, prefiero que los exámenes se realicen a diario, cada noche poco antes de dormir. Dicho lo dicho, acabo de terminar el calendario de los seis próximos meses [tengo dos calendarios: el primero da cuenta de los días, el segundo desarrolla las tareas diarias]. Los calendarios son el espacio donde examino las tareas proyectadas, su cumplimiento y su incumplimiento; establezco niveles de flexibilidad y rigidez, que me resultan muy útiles; tomo nota de las tareas llevadas a cabo, los compromisos y el peso. Los calendarios me dan seguridad, pero sé que podría ignorarlos. El último día de año se carga de rituales, esquivarlos o no tomárselos demasiado en serio es otra tarea.

+ En el reproductor suena un concierto de Paul Weller. Recurrentes presencias. Aleteo del pasado y cimientos para el presente. Amuletos y emblemas en los que se cree o se confía con una suerte de distancia o prevención. ¿Querría ser yo Paul Weller? Como los sueños que transforman la percepción del día, me siento lejano a esa idea de otra identidad porque he aprendido a aceptar el yo que me toca en cada momento, al menos a trazar esa línea. Guitarras, pianos, profundos órganos que reconstruyen una época que tal vez nunca existió, o si existió fue en el pacto de mi personal imaginario con la realidad dada. ¿Escapismo o un efectivo fármaco? ¿Ambas realidades? El año comienza a avanzar y la música y el ámbito de P. W. me parece lo más adecuado a mis propósitos: permanecer en el combate diario contra el miedo y la melancolía. Soy yo el que decide sobre mí, tengo yo ese poder y no lo puedo delegar. La música fluye.  

+ Imagen: después de la necesaria copia de seguridad, reviso fotos antiguas. Encuentro esta foto. Es una toma desde un aparcamiento en el margen de una autovía. Tiene en sí misma la foto todo un tiempo de tareas y horarios, la muerte cercana de mi madre y los cambios laborales que parecieron un trastorno y se transformaron en una provechosa oportunidad. Cuánta melancolía atesora la foto, cuando malos presagios no cumplidos.

sábado, 2 de enero de 2021

Retratos

Moledo - Caminha
 
Moledo - Caminha

Moledo - Caminha

 

+ Emergen del pasado amistades olvidadas, quizá fantasmas, hombres y mujeres que se han transformado en personajes de una muy nuestra novela y no atisbamos a saber si realmente existieron o se han convertido en partes de un relato narrado para nuestra persona, en este preciso y singular presente. Ay, esa equiparación entre personas y personajes. Ayer, mientras C. no llegaba de su trabajo, vi un documental sobre el humorista Eugenio. Recordé muchas situaciones y personas. Me dio pena y entendí algo sobre la caída en el abismo, sobre la soledad, sobre cómo se constituye y destruye una trayectoria vital. Creí entenderlo, pero esta certeza duró muy poco. Soy persona más de dudas que de certezas. Me interesan los atuendos, las maneras y los rostros en su aspecto más inclinado al retrato, bien al óleo, bien capturados en la emulsión fotográfica o el muy actual pixel. Me interesan los retratos porque es desde ahí desde donde emergieron las amistades que duermen en el olvido. Como si un resorte activase el mecanismo que transforma el recuerdo en narración me encontré con los años en que Eugenio estaba en su apogeo. Bajo la égida de aquel mundo, pensé en aquellos que conocí en los últimos años de la primera enseñanza. Han desaparecido y no recuerdo sus nombres, estoy totalmente seguro que si los encontrase no los reconocería, ha caído la niebla del olvido sobre ellos, pero también sobre mí. Soy otro, soy el mismo. Repito la frase mientras el sueño me acoge y me otorga nuevas razones para indagar en el pasado. Supongo que tiene que ver con la época del año, la Navidad y su carácter contable, el arqueo del año, de los años. Lo dejo a un lado porque esa posibilidad está en mi mano, de mi depende.

+ Sin duda el relato de la vida de Eugenio ha condicionado mi descanso. La materia de los sueños posee poderes insospechados. Citas de acontecimientos, paisajes urbanos, desplazamientos en metro o en avión, hombres y mujeres entrevistos, fotos viejas, explanadas, muros, calendarios de 1978 o 1986, el envés de una carta, su interpretación, la quiromancia, cafés a media tarde en cafeterías trasnochadas, un libro comprado en una librería de lance que hoy asoma entre otros volúmenes, paseos por Madrid en noviembre, aquellos que ya no volverán. Eugenio y su vida de crápula, el humo del cigarrillo, el whisky, su gesto o la ausencia de gesto, esa imperturbable expresión, la voz gutural y todo un mundo que ya no existe, salvo en la pantalla, en la cadena cibernética.

+ Lo recuerdo con precisión, en mi adolescencia imitaba muy bien a Eugenio.

+ Noche Buena y Navidad. Transito por la fecha como la luz que cae sobre el río y se sumerge en su profundidad, nada aporta, salvo esa iluminación breve y gratuita. Hago regalos y me comporto según lo esperado. No tengo ningún problema en apartar la vista de los desaires, en la línea de Marco Aurelio fomento la magnanimidad. ¿Soy magnánimo? Encuentro una definición que me satisface: “Que tiene noble temperamento y grandeza de espíritu y se comporta con generosidad”. Ambas característica se acercan bastante a mi comportamiento, al punto hacia donde deseo que tienda mi hacer, decidir y decir. Sé olvidar, perdono y le resto importancia a los desaires. La virtud se afirma con la práctica. Vale.

+ Olvido el documental sobre Eugenio, leo unos papeles volanderos, consulto el teléfono. El día comienza y el día es una aventura en sí mismo. Dice el Dalai Lama que la mejor meditación es dormir; no puedo estar más de acuerdo. Hoy, miércoles, he dormido casi nueve horas. Qué paz, qué fortaleza. Luego llega el café y su sugerente esencia de sabor y lucidez. Los días pasan y el año termina, parece necesario hacer balance y lo evitaré. Hay días para los balances y hay días para la niebla del olvido. Hoy prefiero esa niebla densa que se posa sobre mis tareas, sobre los aciertos y los errores del pasado. Se termina el año, repito en el susurro de cierta música electrónica que tenía guardada en el ordenador, en este ordenador en el que escribo. Ya lo sabemos, todo es caducidad, pero en el instante somos eternos. Ahí descanso.

+ Imagen: camino empedrado, de regreso de aquel paseo a mediados de octubre; Moledo - Caminha.