sábado, 31 de octubre de 2020

Emblemas y presencias

 

+ La pequeña figura de Tintin tiene un minúsculo golpe sobre la ceja izquierda. Le asoma lo que parece un corte pero no es un corte sino una rozadura fruto de la mudanza. La observo y me quedó durante un momento pasmado con la cara de susto del intrépido reportero, en ese gesto de salir a la calle mientras se coloca su gabardina porque un asunto importantísimo lo requiere, bajo la égida de la preocupación y el deber. La figura la compré en la Isla de Ré con la idea de hacer un regalo; sin embargo, finalmente, decidí quedarme yo con ella porque se había convertido en un fetiche portátil, ingenuo y amable. ¿Me protege contra algún mal?, me pregunto ahora que suena Mozart en la radio veneciana en línea que solo pone música y no realizan ni comentarios ni introducciones, ni siquiera presentan la música [si el oyente desea tener información sobre la pieza en curso debe acudir a la web o la aplicación para recabar título y autor]. Por una parte conozco la respuesta y por otra prefiero mantener a mi lado las posibilidades que ofrece la ausencia de explicaciones [una niebla que se preña de la magia de la ignorancia, ese territorio donde lo desconocido es un mar de sugerencias que no terminan de cuajar]. En un debate interno sobre qué es lo que nos protege del dolor me inclino por afirmarme en la capacidad que los ejercicios voluntariosos nos otorgan, como una extraña y potente droga que doblegase la incapacidad mediante la disciplina y el adiestramiento. La figura de Tintin entra dentro de este orden de cosas, no como un amuleto sino como recordatorio; es decir, como emblema. En este sentido, todas estas figuras que he acumulado a lo largo de muchos años me remiten a mi lucha contra el desánimo, siempre tan presente. Así, entre otras figuras, destacan los guerreros japoneses con una lanza que luchan contra dragones, mi Hermann Monster tan sonriente con su maletín camino de su trabajo, los dos tigres en actitud de caminar hacia su cumplido destino. Estos tres ejemplares me muestran la senda del buen humor, de un cierto optimismo con acentos escépticos. Por eso, ahora mismo, Tintin está donde está y yo doy cuenta de su presencia

+ He comenzado a programar las visitas a las bibliotecas para recabar información sobre el trabajo en que me he embarcado. Lo reconozco, es una osadía, pero sin arrojo nunca se alcanza nada. ¿Alcanzar? Pararse en un palabra y repetirla unas cuantas veces hasta que solo sea sonido y se convierta este en un algo extraño. Alcanzar. Podría, ahora, buscarla en el diccionario, pero prefiero la intuición a la exactitud de la definición precisa y acotada. Alcanzar me arroja al trabajo que emprenderé pronto y que tanto me va suponer [esfuerzo, dinero, desánimo]. He buscado los libros, están localizadas las referencias y ahora deberé visitar las bibliotecas, acomodarme y comenzar a recabar los datos en manuales, colecciones y antologías; anotaré los datos y fotografiaré con la tablet las páginas donde aparecen, las guardaré y regresaré a mi despachito. Luego sucederá otra tarea, el orden y su inserción en el desarrollo del discurso, ese largo discurso al que debo llevar mi investigación. Dentro de ese proceso de alcance es un paso más entre muchos, tan necesario como los que he dado, como los que daré. Y, ahora, para mí, alcance no deja de ser el vértice de una pirámide que estoy construyendo. Work in Progress.

+ Surgen otras ocupaciones y hay tareas que no se pueden posponer, que, al tiempo, interfieren o interrumpen la programación que se había establecido para las visitas a las bibliotecas. Es lo que las mudanzas tienen, los cambios, sus derivaciones. La obligación de liberar espacio, despejar aquel lugar donde habíamos vivido y que ahora ya no es nuestro, la razón que nos obliga a llevarnos nuestros objetos y, bien sabido es, los libros son objetos. Unos objetos que cuando se suman forman un conjunto voluminoso y pesado, difícil de manejar; molesto, incluso. Tengo que centrarme, lo sé, y tratar de expurgar el mayor número posible de volúmenes. Su destino, una biblioteca pública. Dejar constancia aquí de esta tarea tiene más que ver con mi concepción de la acumulación que con una anotación de lo diario. Todo se enlaza y forma una unidad, aunque no lo deseemos. Ocupaciones que nos alejan de la idea de la muerte, de la finitud a la que nos encaminamos, pero, simultáneamente, los cambios subrayan esa misma irrelevante naturaleza de las obras humanas. Todo nace, todo muerte. El mosaico que había construido con mis libros, ese muro, se ha derrumbado y ahora, con los fragmentos, toca construir otro; así hasta el final. Esa es la línea que prima en estos días.

+ Hay una canción que por la única razón que la tengo en mi reproductor de MP3 es porque a L. no le gusta. Desconozco la razón, pero resulta interesante indagar en las causas de este desacuerdo. La música está bien, la voz no me desagrada, pero creo que se trata de la letra y su tono tan arrogante y enfermizo; esto último es lo que a L. le desagrada: pienso. La escucho y noto como se dibuja ante mí, mientras corro, un panorama de adhesiones y renuncias, de traición y estilo desafiante y con una innegable tendencia a la exclusión. ¿Se trata de eso? El día está nublado y vuelve a sonar la canción. Pienso en L. y en sus ocupaciones, en la lejanía que impone la pandemia, en las distancias que no son tales aunque realizen su trabajo de zapa. ¿Por qué tener presente a una persona mediante una canción que le desagrada? Yo en ello veo mi gusto por lo paradójico, ese rasgo de mi carácter.

+ Imagen: una foto de la figura de Tintin a la que se refiere la primera parte de esta entrada.

sábado, 24 de octubre de 2020

Cambios

 

+ Es sabido: el cambio es el rasgo esencial de la vida, de la existencia, lo que hace que la naturaleza avance en su amplitud. Nada permanece, todo muta. Así lo leí y así lo memoricé. No me haré un tatuaje porque no creo en los amuletos, porque la suerte es más un trabajo constante y silencioso que una circunstancia que se imponga por obra del azar. Bien el budismo, bien Marco Aurelio, en sus Meditaciones, me lo habían comunicado. En un principio me costó asumir esta gran verdad ya que yo tiendo a una rutinaria disciplina y todo lo que haga que esta varíe me desconcierta e incomoda. Sin embargo, no hay otra. Quien hoy es joven mañana será un anciano, el árbol que vemos en su enormidad fue una semilla y un día se apagará el sol. Esta última verdad la escuché en un corrillo hace años donde yo asistía como oyente: durante muchos días repetí la frase sin dejar de reflexionar sobre la misma, una reflexión sobre la finitud que rodea cualquier acto o cualquier obra humana, sobre la idea de cambio que implica. Para resumir, y en virtud de lo dicho anteriormente, un tanto deslavazado, un tanto apresurado, improvisado tal vez, tiene su razón de ser porque yo he entrado en otra fase. C. y yo inauguramos una etapa nueva en nuestras vidas; una nueva etapa de convivencia. Pero este cambio, como todos los cambios, contiene sensaciones encontradas que se deben compensar: a partes iguales: incertidumbre y alegría, pero sé que resulta necesario tratar de establecer un equilibrio que permita trabajar, amar y vivir en armonía. Sé que lo conseguiremos porque creemos el uno en el otro.

+ Sé que mi prosa ganará.

+ Ahora escribo desde mi despachito con el fondo de una música electrónica que se desliza desde una emisora francesa. Una música reiterativa que se ve arropada por una narración en inglés y  en francés sobre tres días en la vida de Georges Perec. Pronto iremos a dar un paseo C. y yo. Hablaremos, tomaremos cerveza helada, regresaremos a nuestra casa y dormiremos para comenzar la semana con determinación y entusiasmo. Un ejercicio trufado de maravillas, tentativas de discurso, innovaciones en el texto, la programación de las visitas a las bibliotecas. Otro mundo, el mismo mundo. Cambio y continuidad, un hilo que uno el pasado con el presente y todo toma sentido mediante una trayectoria coherente. La coherencia y sus hijuelas. Sin cansancio, sin descanso, la prosa mejora porque la persona se perfecciona. Vale.

+ Veo las imágenes de otra manera, con otro sentido. La percepción se determina por la ampliación de mis relaciones con internet. Este ensancharse se traduce en aspectos de la realidad que se iluminan, que surgen de sombras que ni siquiera sospechaba, que condicionaba el peso de la edad. La investigación continua, la investigación continúa.

+ Imagen: la foto la tiré en algún lugar de Normandía, ahora la uso en un perfil que he abierto en una red social. Se une el pasado, el presente y el futuro; se diluye la persona y emerge la personalidad contra lo idéntico. Solo son juegos de espejos. Juegos de espejos, un título o un emblema.

sábado, 17 de octubre de 2020

Portugal

+ C. yo nos fuimos a pasar un largo fin de semana a la frontera de Portugal con España, en la desembocadura del río Miño, o mejor: no Rio Minho. Nos quedamos a dormir en un agradable hotel al pie de la murallas de Caminha, y así se llamaba el hotelito, como no podía ser de otra manera: Hotel Muralha. Muchas cosas pasaron y no pasó nada. Pequeños acentos en lo diario, pinceladas en los días de asueto. Tuvimos un accidente automovilístico, del que yo fui el único responsable, que se cerró, digamos, bien. Los actores del accidente nos enmarcamos en un contexto europeo, sin duda, y eso me causó una inusitada satisfacción. Amabilidad, mesura, precisión en el papeleo, los croquis, las fotos. No me encontré mal pero comprendí que no estaba del todo bien: algo por dentro me comía. Pensé que no era para tanto, pero resultaba imposible no pensar en el asunto constantemente. La infamia, la cobardía, la debilidad.

+ Noticias de la desocupación. Estar en el paro es asunto serio, doloroso y afilado. El trabajo no lo es todo, pero el dinero es más que necesario, muy importante y su evaporación nos muestra un paisaje inquietante: nada asusta más que aquello que toma cuerpo mediante su ausencia, que en su naturaleza paradójica ilumina en detalle el miedo que imprime. La calle, los bares, las vacaciones, el cine, los parques, las estaciones de tren. La presencia  del dinero es constante y una amenaza porque requiere del que no lo tiene su atención, le imposibilita la entrada a un mundo apetecible patrocinado por la publicidad y el deseo, pero, lo que es peor, por la necesidad. Todo se desvanece, todo lo que era sólido ahora resulta ser un líquido que pierde calidad. Todo se pudre. Así desaparecen los asideros en los que se anclaba la identidad, la maldita identidad. Una negativa, otro rechazo, una puerta cerrada más. El trabajo, un bien, una maldición. Se necesita la fuerza de un titán para no caer en el desánimo. La lección recibida es dura y se podría resumir en que el peso la apariencia tiene en nuestras vidas y la fragilidad de las mismas, los ornamentos se difuminan y los rasgos del estilo son solo un recuerdo extraño, una vida que no se sabe si se vivió o se soñó. Esta es la lección, lo fútil y lo efímero no conforman el núcleo de la vida. Bajo las cifras los dramas se repiten, en las noticias se hacen opacas sus realidades, y la opacidad se equipara con la invisibilidad. El oxímoron da la clave. No llega con la oración para volver a la luz.

+ Una situación complicada no es una coartada para el deshonor.

+ Una conferencia en línea sobre P. Ricoeur se dice que hay un mundo que no tiene porque coincidir con nuestros deseos. Me ratifico en lo dicho, la determinación no anula nuestros deseos: los subraya y los acentúa, pero no los hace tangibles, solo el esfuerzo nos puede llevar a su consecución, o no. Nada está dado.

+ Desde donde ahora escribo, mi nueva casa, se oyen los pájaros y todavía no es de día. Ayer comenzó otra etapa, que se atisba llena de ilusión y posibilidades. Todo es cambio y se debe celebrar, hoy se debe celebrar.

+ El título de la entrada responde a que la concebí en Caminha, entre el sueño y el despertar.

+ Imagen: la extraña plasticidad de algunos azulejos a la luz de las farolas, bajo el manto de las sobras. Caminha, enfrente de la estación de tren.

sábado, 10 de octubre de 2020

Oscilaciones

Rouen

+ Disfruto la llegada del otoño. Las primeras manifestaciones son casi imperceptibles pero actúan sobre el paisaje con contundencia. Detengo el coche en un arcén y estudio como se dispersan las hojas que duermen en el asfalto, las agita un viento suave que anuncia un próximo temporal del que han hablado en las noticas; luego veo las nubes sobrevolar las montañas, el dibujo de las cumbre se difumina; llega la noche y la perfección de las siluetas me subyuga, también la oscilación de las luces en el horizonte. Hace tiempo que lo decidí: mi estación preferida del año es el otoño. Esta elección se relaciona con mi carácter, con una tendencia a una lírica fundamental, poesía y paisajes, así hemos viajado en otoño: en la busca de otros escenarios que siempre se unen a lo poético. El otoño se impone sobre el verano.

+ Conducir en silencio, con el ruido del motor, centrado en la conducción. Conducir en silencio se ha convertido en una suerte de meditación que he encontrado casi por casualidad, cuando la radio del coche del trabajo se estropeó. Ahora recupero ese estado de vez en cuando. No sé por qué, pero me parece estar sumergido en una narración cinematográfica de mediados de los noventa; todo el ámbito de la carretera se resuelve en un celuloide y sus colores saturados. Ay, cómo engañar a la rutina para que ésta no hiera con su filosa verdad.

+ Hay dos o tres escritores que sigo y espero que publiquen relativamente pronto. El juego de la espera aporta reflexiones que se influye en la lectura presente. Todo hecho lector se ve condicionado por múltiples vectores, la espera es uno entre muchos. Uno de ellos es, sin duda, Michel Houellebecq. He vuelto a leer poemas suyos, algún fragmento de alguna novela, entrevistas y artículos en revistas que he comprado en internet. Su visión del mundo me resulta más que próxima particularmente inspiradora: una mezcla de presente y sociología, el tacto de la técnica y la permanencia del amor y su carnalidad, las soledades que compartimos los hombres y el silencio de la palabra, la incomunicación, tal vez. Por eso espero, para darle un sentido o un orden a lo que vivimos desde marzo: la pandemia, que parece arrancada de una de sus novelas. Me gustaría ver publicados, también, algunos poemas nuevos de Luis Alberto de Cuenca, poemas de la senectud, con ese tamiz que otorgan lo tebeos, los paisajes, el amor y los temas constantes de su poesía, tan bien atrapados en la lógica del endecasílabo, en los bien medios versos. Para terminar, sumo a los anteriores, las narraciones de Agustín Fernández-Mallo. También espero un libro, un aliento que me devuelva una lírica del siglo XXI en el marco de una narración. He tomado de la estantería su novela Limbo y leo la primera página. Leo el primer párrafo, cierro el libro y lo vuelvo a abrir, al azar. “Los días siguientes se sucedieron entra la minuciosas grabación del resto de los temas y la ingesta compulsiva de tarrinas de helado de té verde, que, una vez vacía, íbamos dejando sobre mesas, sintetizadores o en el propio suelo”. Devuelvo el libro a su lugar. He pensado en ello, en la lecturas que me interesan, en el cuerpo narrativo que compone un autor y sobre la persistencia del mismo. Si comparo las novelas con los cuadros o con las fotos veo que hay un mayor protagonismo individual tanto en los pintores como en los fotógrafos. Creo entender que esto se podría deber a que la participación del receptor en el caso del arte literario es mucho mayor y por lo tanto su papel pugna con el del escritor. Yo no espero cuadros o fotos, yo espero novelas o poemas que me ayuden a construir mi visión del mundo; otros esto mismo lo buscarán en la música o en la pintura o en la fotografía. Me da la impresión que responde esta querencia a una jerarquía establecida mediante renuncias y propias incapacidades, que me configura tanto como espectador, observador como persona en el magma del inicio del siglo XXI. Y la pandemia extiende su sombra, que debilita y transforma la historia anterior pues toda narración parte siempre desde un punto de vista. Así, aguardo yo el punto de vista que me podrán dar los relatos futuros.

+ El corrector no admite tarrinas pero tampoco terrinas. Los correctores marcan un rumbo que no siempre se debe seguir

+ Decía una canción de Radio Futura: a un amigo desconocido aún. En esas monedas de oro que brillan en mi mano me mantengo [por seguir en la estela de aquellas canciones del grupo madrileño].

+ «Más de uno. como yo sin duda, escribe para perder el rostro. No me pregunten quién soy, ni me pidan que permanezca invariable: es una moral de estado civil la que rige nuestra documentación. Que nos dejen en paz cuando se trate de escribir.» M. Foucault en La arqueología del saber.

+ [¿La política?] C. y yo volvíamos de Vigo después de una agradable tarde de domingo, que culmina con una cena sencilla y satisfactoria. La carretera, la música, la conversación están en esa línea de bondad que nos abraza a los dos. Hay paz en todo lo que nos rodea y comenzamos a hablar de unos conocidos y de sus hijos, de su extraña y extravagante radicalización revolucionaria. Nuestra conversación se centra en la afirmación de la hija sobre la necesidad de la lucha armada para conseguir unos fines políticos que ella estima justos. La afirmación es sorprendente, pero, en realidad, causa desasosiego y pena. Ir al núcleo de sus razones es alcanzar una suerte de cala social en la que se descubre como la ausencia de diques conduce a la brutalidad. Son una familia que por sus ingresos y su nivel de formación pertenecen a la clase media, que se han crecido al calor del adosado y las vacaciones en el extranjero, universidad, idiomas y música moderna, cierto snobismo de casino provinciano donde entraría esa querencia revolucionaria y leninista, como un acento más en un proyecto de identidad. Ay, la identidad. Ni C. ni yo podemos transigir con la brutalidad del asesinato, con la frivolidad de la violencia, pero ni siquiera creemos que sean capaces de llegar al término que proponen, pero lo que nosotros creamos tiene poca importancia ya que todo lo expresado es susceptible de convertirse en acción. En una ocasión C. me dijo que la hija tenía una gran colección de zapatos, que se muestra muy coqueta, como si la rodease una nube de pequeños corazones rosas. ¿Es compatible una cosa con la otra? Sin duda, eso mismo lo vimos en los campos de concentración: leer poesía, deleitarse con inocentes lieds, extasiarse ante la mirada del pasado o la risa de una niña, pero al tiempo cometer ignominiosos crímenes bajo la égida de un programa burocrático muy documental y muy brutal. Guardamos silencio y descubrimos que la maldad y la estupidez se pueden equiparar en una inocente frivolidad de asamblea y poder que se traduce en bobas e impetuosas manifestaciones de identidad, ese manto que nos va rodeando y con el que debemos tener una precaución extrema.

+ Imagen: una vez más recojo de la calle abstracciones que traslado a este ¿espacio? [la foto se tomó en Normandía,en Rouen].

sábado, 3 de octubre de 2020

Los inadaptados

Cine

+ Escucho la canción de Juan Perro, Santiago Auserón, Los inadaptados. La canción recrea la película homónima (The Misfits, traducida al español como Vidas rebeldes). La unión entre historia, letra y música es particularmente acertada. Sobre la espiral que la música crea se eleva ese sentimiento de fracaso que arropa toda la película. Beber a media mañana, el desencanto, el fracaso, el amor y sus meandros, la imposibilidad de la alegría o presencia de una alegría breve y quebradiza. Los actores condensan en su interpretación un sentimiento próximo al desastre. El símbolo de los caballos cimarrones, que son capturados para elaborar comida para perros, resulta importante: el caballo y su imagen de nobleza, fuerza y belleza, el caballo destinado a comida para perros. Todos los actores se reflejan en esa cacería a lazo de los caballos cimarrones. Marilyn llora al saber cuál será su destino, Clark Cable los libera, con la correspondiente pérdida de dinero que supone. Santiago Auserón captura en la canción la esencia de la película. “A media mañana, entrando en el bar /  Celebran con risas al dios del azar / Se beben el día, dorado licor / La vida como un resplandor”. El pozo del alcohol, la confianza en la suerte, la decepción cuando ésta, como suele ser habitual, no cumple sus promesas [promesas que quizá nunca haya pronunciado]. Me resulta complicado no identificarme con lo que la película y la canción contienen, un cansancio de vivir que no se traduce en otra razón que la propia voluntad que me lleva a luchar contra ese mismo cansancio [tal vez esta sea la diferencia, me digo y en ello confío, mucho más que en la suerte, pues por diversas vías sé cuál es el carácter de la Fortuna, su veleidad, la poca confianza que me ofrece la “varia diosa”]. La canción termina y termina el ejercicio diario, queda suspendido en el aire un sentido no oculto, accesible, traducible en la realidad diaria.

+ En relación con lo anterior, me pregunto por ese amargor del fracaso y sus conexiones con las biografías. Sé que el éxito no conoce medida, es decir: a veces pensamos que la persona que ha alcanzado unos objetivos, unos objetivos elevados, complejos y problemático, logra una suerte de felicidad o de ataraxia, siempre preferible a un embobamiento neutro. Pero no. No es así. La vida en sí misma es decepcionante, pero, al tiempo que hay que tenerlo presente, se debe invertir este rasgo y mostrar una risa desafiante a la razón, a la dialéctica de obligaciones, merecimientos y castigos. No hay otra cosa que presente y una actitud hacia ese mismo presente. ¿El triunfo? Recuerdo como medicamento el elogio de aldea y el menosprecio de corte. No hay premios, no hay castigos.

+ La pandemia se ha instalado como un huésped indeseado e indeseable y tiene algo de metafórico, un rasgo que influye en la gente de manera inesperada, no predecible, pero constante. Somos unos flâneurs impenitentes, con elementos propios de la literatura, en su versión más lírica, evaporada, romántica o tardíamente romántica. Así, paseamos el sábado a las diez de la noche por las calles de esta villa y las calles están desiertas, los bares comienzan a cerrar y un inexpresable sentimiento de tristeza se desliza por la piedras y  recubre la vegetación. Rostros embozados, pasos cansinos, alguna risa, algún cigarrillo hurtado a la normativa. En medio de un gran silencio una bicicleta baja por una cuesta, suena lejana una música casi inaudible, dos chicas se besan en un callejón. El silencio y la soledad se han instalado. En esta pequeña villa no dejan de crecer los casos y tiene algo como de tuberculosis, de clorótica transformación. Me encuentro a mí mismo en el reflejo de un escaparate y me veo un poco Baudelaire, incluso con ese gesto de enfado tan característico. Yo no soy Baudelaire pero me gusta sentir ese aliento de la literatura que se extiende a las horas dormidas de esta villa, de sus rincones y de sus egregios espectros. Me digo a mí mismo: una Venecia pétrea pero pronto me corrijo y pienso que es mejor mantener la esencia de los lugares y huir de las comparaciones que intentan elevar el primer término de la comparación y lo único que hacen es degradarlo. La pandemia, me digo y veo a alguien que embozado camina, la pandemia tiene algo esencial y ficticio, el sentido de todo ello será vertido en prescindibles ensayos que no leeré. Mi deseo es buscar un poema que destile sus verdades, sus mentiras y el resultado de la ficción que ha inaugurado. El autor no ha muerto, por el momento.

+ No soy un inadaptado, pero a veces me gusta ponerme este disfraz y, como todo disfraz, con la luz del día se disuelve. El carnaval que no se para, saberlo es una ventaja. Son viejos restos de un pasado donde la estética pesaba demasiado, algo que era necesariamente malo. El estilo, la elegancia, un cierto dandismo conducen a posturas intransigentes y absurdas. El inadaptado encaja bien en este esquema de filias y fobias, rechazos y comuniones. Zapatos, música, conversaciones. Qué importante papel juegan los libros en estos intercambios. No se trata de los inadaptados de la canción de Auserón, es una pose. Un juego de maniquíes y bebedores de licor transparente, ácido, irónico. No merece la pena, hoy lo sé, pero también sé que forma parte de mí, a pesar del rechazo de este momento [desde donde hoy juzgo el pasado, el peso del pasado, el olvido y, al tiempo, me siento más inclinado a ser benévolo conmigo mismo, con el que fui, con el que no volveré a ser].

+ En el curso de la investigación me voy encontrando con nombres de autores que termino por buscar datos suyos en la red. Los resultados que arrojan estos nombres hoy casi vacíos de contenido, sin referentes que los identifiquen, corresponden a personas brillantes en su momento: escritores, doctores en letras o leyes, miembros de academias, historiadores, jurisconsultos, editores, magistrados […] En su momento ocupaban un lugar relevante en el mundo académico, político o cultural; personas con sus visicitudes, esperanzas, logros, alegrías y decepciones. Todo ese cúmulo de rasgos se disuelven en la marea de la historia, en el imparable impulso del tiempo, ciego y carente de finalidad. Válido para los notables como para la el pueblo llano, para los hombres, las mujeres, los niños y los viejos. Veo sus rostros, su expresión grave en la orla que les da ese prestigio que parece apuntar a la posteridad, leo sobre su nacimiento, su formación, su profesión y su muerte, ese arco entre la llegada al mundo y su partida. Hay un punto de vista en el perspectiva del investigador que conduce a la melancolía, no puede el investigador ser solamente un observador porque el que investiga navega sobre ese mismo mar, ese mar que terminará por engullirlo para depositarlo en ese fondo de olvido e igualación. Sólo hay presente, y el pasado es una lejanía , inescrutable es el futuro. ¿Tan difícil es centrase en el presente, lo único que realmente poseemos?

+ Se pregunta una analista política en Radio Inter:  ¿Somos ciudadanos o espectadores? La pregunta viene como conclusión al debate de los dos candidatos a la presidencia de Estados Unidos. ¿Se puede añadir: ciudadanos, espectadores o consumidores?

+ El fin de semana se acerca y mi tía M. se ha contagiado. La pandemia nos acecha mientras incide en la realidad. Todo lo pasado adquiere otro aspecto bajo la percepción a la que obligan las medidas sanitarias. Su contagio no fue un accidente sino una negligencia de la persona que  trabaja en su casa. Yo creo que, ante todo, lo que subraya la pandemia es nuestra fragilidad, lo inconsistente que resulta el individuo. La enfermedad y sus extensiones morales. No deseo pensar mucho en ello, pero no es posible esquivar el aliento de la intranquilidad; sin embargo, me sobrepongo y me encomiendo al dios del momento, sin olvidar todas las precauciones necesarias. Suena la radio, oigo la campana extractora que trabaja en la cocina, un rumor de televisión llega amortiguado; es miércoles, no mucho más, salvo el palpitar de la vida cotidiana, con sus valles, mesetas y cumbres, discretas, pero siempre palpitantes.

+ Imagen: la proyección de una película en una sala de exposiciones pierde su carácter cinematográfico y se transforma en una otra cosa. El contexto da una medida, mientras hurta otra; quizá por esta razón dejo a un lado cualquier fotograma de la película que inspira el núcleo de la entrada, para que ésta se pervierta en la menor medida [¿el texto la pervierte?].