sábado, 29 de junio de 2019

Los mundos posibles


Bordeaux


+ Hay libros a los que no he regresado, pero están en la estantería para recordarme su presencia. Su presencia es una idea de narración, la concreta realidad de los elementos que sostienen a ésta. Se abren abanicos de posibilidades, que, de vez en cuando, tengo presentes en lo diario. No dan explicaciones sino que invitan a ver la realidad su amplitud desde mundos posibles. Los mundos posibles. Eso es algo que la literatura atesora: el cambio de punto de vista. De una manera consciente, consigo ver desde ese condicionante.

+ ¿Para quién escribo? ¿Quién me lee? Respondo: para nadie escribo y nadie me lee. Esta declaración manifiesta un punto de escapismo y otro punto de crueldad, de frívola crueldad. Escribir sin lectores es un hecho extraño que se asemeja a las paradojas zen: dar una palmada con una sola mano o si emite sonido o no emite sonido el árbol que cae en el bosque sin nadie que escuche. Por un lado, mi escritura tiene un doble sentido: la terapia y el ejercicio; una escritura como medicamento y una escritura como gimnasia para el futuro. Escribir deshace entuertos, rehabilita caminos y libera de la presión de lo diario. Es un ámbito, un espacio donde el agrimensor y el propietario son el mismo, pero se niegan, porque en el momento de poner el punto final ya no le pertenecen y, al mismo tiempo, desconocen lo escrito: su razón y su sentido.

+ Preguntas ornamentadas con la letra cursiva, como si la letra cursiva les otorgase un estado superior, una distancia respecto a la redonda. Advertencias mayúsculas, la señal que indica la pedantería propia del que se erige en voz. [¿Qué puedo que decir?] En realidad, siempre me he achacado el defecto, la cala del nada tener que decir, pero, sin embargo, el latir de una necesidad ineludible de hablar y escribir se plasma en el discurrir de mi vida. Mi vida: es en sí ya una pedante arrogancia. Dejo la pantalla y regreso al libro, ese.

+ Berkeley: los objetos de sentido sólo son / sólo están cuando son percibidos.

+ El arco entre un momento de lectura y otro momento de lectura habla tanto de nosotros mismos que produce vértigo. Continúo con la lectura de Madame Bovary y más que la novela veo mi reflejo, como el paso del tiempo me ha trabajado, modelado, estratificado. Estratos, sí, esa es la palabra. La textura de las opiniones, su erosión, el desaparecer propio de lo dicho

+ La música que me acompaña: La consagración de la primavera.

+ En ocasiones, no puedo dejar de formular la pregunta ¿si el director de orquesta es la culminación de una pirámide, dónde están todos aquellos que no han llegado, que pusieron toda su ilusión y voluntad y éstas no fueron suficientes? Y me gusta pensar más en los que no llegaron que en el que en este momento dirige la orquesta y recibe los aplausos. La novela de la vida, me digo, es lo que me interesa. Así, los procesos selectivos tienen por por principio necesario la exclusión, donde vemos a uno hay miles que lo intentaron y fracasaron. El fracaso es ante todo una medida que nos da una idea de la organización social, de los capitales que se acumulan y los capitales que se dilapidan. Pero lo expuesto no se refiere exclusivamente al director de orquesta, pues se puede extender a cualquier ámbito: ¿por qué aquél y no yo soy consiguió la plaza de bedel en el ayuntamiento, por ejemplo? Veo esa presencia y prefiero pensar en la ausencia que disgregó a los que no están en el puesto deseado, la colocación deseada. Una vez oí una expresión: una colocación soberbia; ahora pienso en una no-colocación infamante. Sé que tras lo expresado se esconde una tendencia a lo grisáceo que configura mi carácter, pero debo dejar constancia, pues aunque sé que no es conveniente definirse no dejo de hacerlo siempre que se me presenta ocasión [aquí].

+ [Proyecto para un poema que no se escribirá]. Hubo un tiempo en que pensaba que yo era el único que leía poesía en la playa. Gracias a internet sé que hay más gente que lo hace. He dejado de ir a la playa. [¿Un haiku?].

+ Entre las muchas posibilidades temáticas que ofrece Madame Bovary hoy me quedo con la disolución del narrador. Hoy he leído unas cuantas páginas y lo dejo porque necesito dormir ya que mañana [lunes feriado] debo leer otras cosas, elementos necesarios para mi investigación. Dejo la novela en este punto que Emma se dirige hacia la muerte, con la confianza de que sólo será un sueño, dormirse suave, pero el veneno ha comenzado a trabajar. Y en esta muerte veo con claridad la disolución del narrador, la suprema voz en tercera persona que se deshilacha tras el estilo indirecto libre, donde no sabemos nunca quién cuenta, quién nos habla y desde dónde y porqué. Esto se opone a la introducción de P. Bourdieu a su libro Las reglas del arte, ya que por importante que sea el análisis sociológico de la literatura hay razones que quedan fuera: como hoy decía Sábato: razones hay del corazón que la razón de la cabeza no comprende. Hay queda una idea de literatura: técnica e inefable [palabra que P. B. rechaza en pos de la ciencia estricta].

+ Debo reconocer que he crecido como lector y también reconozco que esta madurez me satisface, ahora percibo las sutilezas técnicas con gran deleite y orgullo, presiento la estructura y creo que me aproximo al compositor que asiste al estreno de una sinfonía: un lector privilegiado. ¿Se puede estar orgulloso de alcanzar esta afinación en una una actividad tan vana como peligrosa? El orgullo es lo menos importante, lo que cuenta es el trabajo, el camino que he recorrido hasta llegar aquí.  No me planteo ya una necesidad de realizar un análisis sobre mí como lector ni como ciudadano, pero termino por hacerlo y eso no me gusta, aunque ya con cierta distancia: me recuerdo como se recuerda a un personaje de novela, como recordaba antes a Madame Bovary.

+ Leo, trabajo y estudio. Y quizá sea la misma actividad, si me paro un momento a pensar.

+ Imagen: las puertas tienen su lírica, capturarla no es sencillo, pero el intento merece la pena.

sábado, 22 de junio de 2019

Desnivel


Nubes

Nubes


+ [Un corte de energía eléctrica, sin luz; notas que paso a limpio después de unos cuantos años]: «Sobre un desmonte se eleva el triángulo de una fachada, donde dormita el tejado. Hay una luz hiriente en la oscura y esponjosa noche. Llueve sin ritmo. Coches que bajan la cuesta, prudentes, lentos y brillantes como el charol del que se juega lo que ya no tiene. Libros, chocolate y café. En otro tiempo tendía un pequeño tesoro de cigarrillos, hoy es sólo un recuerdo con el mismo valor que tiene un sueño entrevisto.»

+ No recuerdo cuándo escribí esta nota, que carece de fecha. Me vale para balizar la entrada presente. Hay algo que permanece y según escribo aquí parece que yo lo entendiese, pero sólo es un espejismo, un fenómeno que no se concreta aunque palpite sin cesar. Es un reflejo de mi vida, la escritura. ¿Confesión, terapia, ejercicio; o la suma de los tres momentos? Escribo y me detengo.

+ Hay algo que percibo: es un coche nuevo, muy nuevo, y va a una velocidad excesivamente moderada (¿es posible esta adjetivación, este oxímoron?). Observo. Me doy cuenta de que el conductor deja a un lado cierta prevención y decide que es el momento de comenzar a elevar la velocidad. El conductor comienza a descubrir las posibilidades del motor y de todas la palancas que lo gestionan (tanto mecánicas como informáticas). Lo sé, el conductor nunca volverá a tener esa sensación con este coche, ya que, en realidad, lo que se ha iniciado es un proceso de automatización. Es decir, el coche ha comenzado a envejecer. ¿Hasta dónde se puede extender la apreciación? ¿Una lectura, una persona, una ciudad? La esencia del viaje es reproducir la sensación lo nunca hecho, como el coche: la posibilidad de la potencia. Hoy es lunes, 6:28, es hora de recoger (= apagar el ordenador) y lanzarse a la carretera para comenzar la jornada laboral. Pensaré en lo escrito.

+ Mantengo en la bandeja del gestor de correo electrónico un correo que me envié yo a mí mismo. El único contenido es su título: Jean Dézert. Yo no sabía de su existencia, pero en un paseo por la rive gauche del Garona había unos versos de él. Los leí y luego busqué y busqué. Creo que habla mucho de mi tendencia a lo extraño, a lo marginal, a lo paradójico. Jean de la Ville de Mirmot nación 1886 y murió en 1914, en la Primera Guerra Mundial. Poco más quiero anotar aquí. Lo mantengo como se atesoran fetiches, amuletos o santos patronos. Me gusta saber que está ahí, en un pliegue del correo electrónico.

+ [Revisión médica anual]. Como todos los años acudo a un centro sanitario para que me hagan un chequeo [antes se llamaba así, ahora no; creo que la palabra chequeo es algo del siglo pasado, ahora se emplea, creo yo, reconocimiento médico: ay las denominaciones y su descripción de la cambiante realidad]. Como siempre, me identifico y cubro un formulario en el que doy consentimiento para que me envíen los resultados por correo electrónico. Me siento, pero pronto me llama la doctora. Es más joven que yo, mucho más joven que yo, muy menuda, agradable y emplea con profusión los diminutivos. Miro al techo mientras me coloca los parches adhesivos para el electrocardiograma: los datos se vuelcan directamente en una tableta: la electrónica todo lo impregna. Salgo de la consulta y espero para que me extraigan sangre. Los que se sientan en la sala de espera operan con sus teléfonos; los observo de una manera general y no encuentro nada nuevo: esa concentración extraña que nunca sabemos si se debe a un asunto de importancia o a una simple combinación de noticias íntimas, de confesiones sexuales o sólo es un juego que produce una intensa adicción [así se publicitan las apps: la adicción, pues engancha, como algo positivo]. En realidad, ya lo he dicho, no tiene mucha importancia, pues siempre ha sido así. Estudio la disposición de la sala, la longitud del pasillo, las anodinas vistas que ofrecen las ventanas. Me paro a pensar en Madame Bovary poder precisar la razón. No me gusta la protagonista, y eso contrasta con la anterior lectura: muy influenciada por Vargas Llosa. ¿He cambiado? Sin duda. He cambiado mucho y Madame Bovary no deja de ser un dato entre muchos. Me dejo ir y regreso a la inerte sensación de no lugar que reina en la clínica. Entro. Me toman la tensión, que la tengo un poco alta; comprueban mi audición, la vista y me preguntan por mi peso y mis hábitos alimenticios. Todo se apunta. Pienso en gráficas y en resultados que se pueden llevar a cuadros, diagramas, lecturas discursivas: la explicación de mis males. La noche pasada tuve una extraña pesadilla, me digo. Lo relaciono con la ingesta de sardinas en lata, quizá no tenga relación, pero es el único cambio que he hecho en mi alimentación. No puedo recordar el detalle de la peripecia, sin embargo la sensación permanece. Salgo a la calle y hace frío, hace frío para la época del año. Me encuentro con un conocido que me pregunta que hago a esas horas en la calle, por qué no estoy en mi trabajo. Le cuento lo del reconocimiento y asiente, le dio que tengo un poco alta la tensión. Cosas de la edad. Cierto es, pero no aporta nada el comentario. Todo está bien, todo está en orden. Desayuno en  una panadería/cafetería: zumo de naranja, café largo y croissant. Leo el periódico con calma. Pago y me dirijo al parking donde guardo mi coche. Regreso al trabajo y pienso en todo el periplo del reconocimiento hay un rédito de irrealidad, todo lo visto es humo, pero, al momento, me doy cuenta que esto se extiende a cualquier acto de lo diario. De ahí el verbo esfumarse. Como el viento, como globos de ceniza, como el atardecer de cada día del año. No recuerdo nada ya.

+ Imagen: nubes, como imagen o emblema de un posible acuerdo.

sábado, 15 de junio de 2019

Fortuna mutabile


Pierre Michel Duplessy - Bordeaux


+ Por definición la Fortuna es mudable, cambio: en definitiva. Se percibe muy bien su naturaleza en la imagen que nos transmiten ciertas miniaturas medievales: la rueda de la Fortuna gira y hoy está arriba el rey y mañana se ve convertido en mendigo. Este girar no conoce descanso, pues se conecta con esa indiscutible sustancia de la vida: el cambio: reitero. Por otro lado, la Fortuna no solo hace que se precipiten reyes al abismo de la pobreza, también castiga a los soberbios con la consecución de sus deseos. Parece como si hubiese un juego de justicia poética en la culminación en este tránsito. El que deseó el dinero lo obtuvo, pero no para substraerse de su condición de esclavo, sino para ahondar más en ella; ansió la fama y la fama fue funesta; allí vio el amor y el amor era una ciénaga. Nada de lo que nos parece deseable es necesariamente bueno. Veo al artista que alcanza un puesto destacado, sobre ese zócalo de mármol desde donde muchos le pueden ver: es de una coherencia que asusta: el pelo libre y amplio, la mirada profunda y misteriosa, manos hermosas de pianista sin piano, sonrisa y barba pirata o romántica. La belleza también es arte, arte en las maneras y arte en los silencios y en las incomodas decepciones. Pero yo sé más que otros, me digo. En sus ojos se transparenta el haber alcanzado sin mérito esa altura. ¿Tiene importancia? Quién lo sabe. Ni siquiera estoy muy seguro de lo que escribo, pero me parece verosímil y sabemos que, en tantas ocasiones, lo verosímil rebasa a lo verdadero: sin ir más lejos, en el campo artístico.

+ Como una nube que ensombrece el paisaje, se cubre el día, el domingo: un atisbo de luz en un libro, pero no dura mucho. La tristeza. Hoy ha dejado de llover y el sol luce entre entre la nubes, no me preocupa: trato de leer y no me concentro. Me preocupa que los ruidos me perturben de esta manera. ¿Qué significado tiene buscar el silencio? Ayer escuché algo que me dejo pensativo: la buscada de sentido en la literatura o en el arte es algo relativamente reciente, que comienza en la Reforma y coagula en la Romanticismo. Es una buena vía: no pensar en que necesariamente debe haber un sentido. Tal vez busca un vacío medicinal, una cámara que no aísle de explicaciones y comentarios. Leo a Pierre Bourdieu y me acerco al final de Las reglas del arte (Génesis y estructura del campo literario); sé que una vez terminado el libro volveré a leerlo. Esto me anima y hace que la tristeza se disipe, pero también me lleve a pensar en mi doble condición: la del trabajador y la del dilectante, la del aficionado que en el silencio de su estudio se dedica a indagar en conocimientos herméticos que a ningún lugar conducen: y por lugar entiendo la acción. Todo se diluye en mi actividad de observar, de juzgar sin emitir un juicio, la anticipación de los desastres que no son comunicados, a pesar de mi tendencia al acierto. Me entristece mi falta de acción, me pregunto a la vez que me alejo más de lo práctico, lo social, lo paterno. La vocación de morir sin descendencia tiene un precio, pero no es un precio muy elevado en comparación con el abismo que he evitado.

+ Bach sirve de consuelo en el inicio de la tarde del domingo. Creo en su música porque su música es un fármaco: alivia el alma, construye puentes entre la desazón y su remedio, establece una pausa e invita al no pensamiento, a detenerse en esa abstracción tan comunicativa que resulta ser su música, su música: frágil, orgánica, plena de vida. Dejo que el silencio de la palabra respalde la ascensión.

+ Veo un documental sobre una película española, El cosmonauta. En principio el documental no me interesaba demasiado, pero dejé que avanzase y surgió súbitamente un chispazo. La historia narrada en el documental supera la historia de la película. La película, que está disponible en red, que no veré, parece no ser digna de mención: mal contada, pedante, de la que se salvan las imágenes, imágenes que no restan, pero que tampoco rescatan la deriva: la falta de la solidez narrativa. Recoge lo que las críticas dicen, con el valor que eso pueda tener. En fin, una proyecto fallido; poco más. Y la historia misma está en el proyecto que no llega, que se alarga, donde chocan egos y se multiplica el cansancio y la falta de capacidad. La empresa supera a los tres componentes de la productora: dos chicos y una chica, que comienzan su aventura con poco más de veinte años, todavía en la universidad, que finalizan en la mitad de la treintena. Las entrevistas, las secuencias, las declaraciones, todo apunta a ese mal ambiente, ese límite de la violencia. La verdad, hay momento desagradables, muy desagradables porque se adivina con facilidad lo que se esconde tras las manifestaciones. Sobre todos los que intervienen destaca director: entiendo cómo la empresa lo rebasa y cómo no termina de comprenderlo, debido a una idea sobre sí mismo muy por encima de la verdad de los hechos, de su incapacidad para dar una salida al proyecto. Con todo, la película se estrena en el cine Callao, en Madrid, una sala muy importante. Tras el estreno, el directo comete la torpeza de abroncar con muy malos modos a una persona que envió un currículum, lo pública en Facebook y el mundo se les echa encima. Eso termina por romper lo poco que permanecía unido. La guinda es el embargo de la película por no gestionar bien el papeleo de una subvención del Ministerio de Cultura; la película termina por no poder se exhibida. Un desastre. ¿A quién puedo ver? ¿A Faetón, al Carro del Sol, veo cómo Faetón cae y sus hermanas en álamos se transforman? Fortuna mutabile.

+ El gris toma la tarde, el cielo es gris y se ensombrecen los paseantes. Se anuncia una masa de aire polar. Todavía no es verano y primavera no parece. Se dibuja el objeto de hablar sobre el tiempo: no hablar de nada, o hablar de la nada. Nada menos original que hablar del tiempo metereológico, pero el clima es la paleta de colores, lo que da y quita razones al estado de ánimo. Me interesa en este momento cómo se transforma la calle y esa grisalla tiene un aire de apunte tan artístico como efímero. Sólo es una impresión producto de la lectura, que la lectura se resuelve en una suerte de narcótico. Me quedo en blanco y la calle es hervidero debido a la hora: las seis y media de la tarde, luego el alboroto comienza a decaer. Observar como observaba Baudelaire: la mirada de la modernidad, la poetización de la ciudad, el breve apunto y la elevación de lo cotidiano a sujeto estético. El gris de la tarde es un gris muy artístico, me digo mientras cierro la ventana y regreso a la tarea. La tarea es un otro territorio, un espacio sin dimensión, un algo paradójico y extraño, como yo soy extraño. Silencio.

+ [Epígrafe: Los vanos y poderosos, por defuera resplandecientes, y dentro pálidos y tristes]: «(…) ¿Qué tienes, si te tienen tus cuidados / ¿Qué puedes, si no puedes conocerte / ¿Qué mandas, si obedeces a tus pecados?» Copio el primer terceto de Quevedo, que queda muy bien definido en el epígrafe, que resulta ser de González de Salas. Me parece adecuado para estos días: la negociación de un nuevo gobierno y los gobiernos regionales y los ayuntamientos, una vibración que percibo en el ambiente, respuestas que atrapo en la redes dígito-sociales. Finalmente, el tema es la caducidad y cómo ésta condiciona toda acción humana, pero también la inacción. Descanso en su estela, comienza el día: hoy es miércoles.

+ De la estantería rescato tres libros de poesía: García Montero, Luis Alberto de Cuenca y Miguel Ángel Velasco. Me puedo imponer una tarea: ver la conexión de los tres poetas desde la elección de mi interés, tal vez no tan espontánea como quiero mostrar. En esta línea, ayer no abrí Madame Bovary, de cada libro leí dos o tres poemas y entonces entendí el porqué de mi interés. Se trata de lo cotidiano. Lo cotidiano como eje que ordena una cierta estética, una cierta ética. Lo cotidiano se refleja en cuestiones como la conducción, las calles plenas de gente un domingo y la heroínal el caballo en el bolsillos del poeta, del yo poético, los vuelos de vestidos y otros venenos. Desde hace tiempo construyo estas imágenes, pero desde un tiempo atrás, ¿siete años?, he comenzado a trazar una estructural, una idea vertebral que me acompaña en el día, lo ilumina como una hada con poderes ilimitados, como una droga sin consecuencias indeseables. Otro día comienza: el jueves, con la idea recibida ayer: la de lo que palpita ante nuestros ojos.

+ Imagen: busto de Pierre Michel Duplessy, ¿Quién fue el retratado? Sé que fue arquitecto y que erigió en Burdeos la iglesia de Notre Dame, nada más. Pero nada más quiero saber. El busto es otro emblema: el disparo casual, donde influye el inflamado fondo carmesí más que el retrato en sí: un bulto, que tiene, sin duda, su interés. ¿Por qué? Me parece un reflejo de la disolución de la memoria en el océano del tiempo, el olvido: el gobierno absoluto de la Fortuna. Fotos aleatorias en un mundo aleatorio, el siglo XXI .

sábado, 8 de junio de 2019

Transiit classificando

Houellebecq-parler


+ [Despedidas]. No sólo la muerte es la muerte. La vida cotidiana es plena de despedidas, tan definitivas como la muerte, pues la ruptura o segregación de elementos que componen lo cotidiano establecen fronteras que nunca más se abrirán. Inicio, medio y final, estas tres fases estructuran en silencio la vida. Todo lo que tiene un inicio tiene un final. La vida se desvanece en cada inhalación, pero no somos conscientes hasta que alguien se despide y sabemos que no volverá por nuestro centro de trabajo. Esa luz que se apaga definitivamente es más que una imagen de la muerte.

+ Somnium imago mortis.

+ Estudiamos a los que triunfan y seguimos sus trayectorias como si allí existiese una explicación: orígenes familiares, estudios, trayectoria laboral. Indagamos sin plantearnos que el azar es una razón determinante en el triunfo y en cuanto tomamos esa línea podemos llegar a un cierto cuestionamiento del propio triunfo, algo que resulta inconveniente porque necesario es mantener un punto de indiferencia y alejamiento; así es la postura del observador. ¿Por qué aquél y no este otro ocupa ese lugar en la redacción periodística, cuál es el secreto de la fulgurante carrera del arquitecto, la dedicada entrega del público al extravagante chef? Si se acude a las entrevistas que nos ofrece la prensa diaria y dominical, tanto escritas, radiofónicas o televisadas, se puede comprobar como ese triunfo se termina por cifrar en el trabajo, el trabajo sobre cualquier otra razón, el trabajo duro y bien hecho. Y sin negar esta evidencia, hay que saber que junto al trabajo también suma la suerte, lo que antes se conocía como Fortuna, esa diosa variable, caprichosa, ciega. Yo, en mi calidad de observador, admito ciertas salvedades, pero ese influjo de la diosa varia se extiende por todas las capas de la sociedad, estratos, disposiciones jerárquicas. Me alejo y dejo la reflexión porque la lectura reclama mi momento y, poco antes de continuar, me hago cargo de que mi posición, tan buena, tan poco esperada, responde a esos mismos resortes: lo sé, he triunfado porque tengo suerte, en este recóndito triunfo de amor, trabajo y academia, ¿qué más pedir? Silencio para la lectura, sólo silencio.

+ En mi particular cueva / madriguera: leo, observo y escribo. La radio desgrana algo de Bach, me detengo y sé que nunca llegaré hasta el centro de la música. La humanidad del compositor rebasa la composición misma.

+ Recuperación de un poema, que tiene casi diez años.

[

30.11.10

Date

Calendas

En un buen lugar para morir: una colonia de vacaciones en invierno.
Palmeras agitadas por el vendaval, labios
e infantes, la lluvia entre la hojarasca, los bañistas,
el retrato de Elvis en un escaparate, el sabor
del whisky y la cerveza, el café de la primera hora
del día, atracciones cerradas, son los coches
de choque, caballos de celofán, las gafas,
negro sobre negro, cadenas, oro
y funámbulos, insomnes y la muerte es un instante.

La respiración se debilita. Tintura oscura sobre la almohada,
desciende la mano. La última inspiración.

Invisible mano que ilumina el paisaje
cuando cada mañana surco
los senderos del valle
y se hace altura el humo espeso y humilde
y la violetas amanecen en otra edad:
ésta que hoy poseo.


1941/1966.

Cada instante se ha fosilizado en esta hora,
la sencilla estructura de los abrazos,
no se puede imitar. Las guitarras duermen,
sonámbulas, como herramientas sin engaste.
Elevada canción, el herraje cierto del estuche negro.
También, así, la última derrota, el último noctámbulo
que busca su cama: acero y agua en la mano abierta.

]


+ Transiit classificando [En Roland Barthes, L’anciane rhétorique (aide-mémoier); un epitafio para Quintiliano: con el que, en cierto sentido, me identifico).

+ He cambiado el horario y ahora me levanto a las 5:50. Es otro mundo, la realidad cambiante de las mañanas. Se transforma la visión. Un día todo tendrá otro sentido y casi no nos daremos cuenta. Todo se traduce a tránsito, a impermanencia. Pero, a pesar del paso del tiempo y el cambio, intento que algo permanezca: el principio rector. Ayer, en la última hora, leí una página de las Meditaciones de Marco Aurelio. Antes, otro poco de la segunda lectura de La televisión de Pierre Bourdieu. Esa realidad de la que hablo al inicio del párrafo encuentra un sentido en ambos textos, los comparo y trato de que confluyan en un punto; llega el sueño, descanso, suena el despertador y comienza la jornada. ¿Soy la misma persona que ayer?

+ Los edificios tienen ciertas semejanzas con la configuración de un pueblo, sus habitantes se asemejan a los vecinos de una aldea. Si lo digo esto es porque en nuestro edificio vive un borrachín y parece interpretar ese papel de borracho del pueblo: tan común, tan doloroso. Hace unos meses se murió su madre y fue triste: era una mujer muy delgada, desdentada, con una cola de caballo gris y lacia; siempre vestida de negro y con una voz nasal, pareciese que lloraba constantemente. Murió muy mayor ya, de una neumonía, murió repentinamente cuando casi tenía 88 años. Leí la esquela y recordé que yo la vi rogar al borrachín que dejara de beber de una vez, pero él continuaba, en otra ocasión le pedía que subiese a una ambulancia porque sangraba abundantemente por la nariz y era necesario que fuese a un centro de salud [eso decía el técnico de urgencias que esperaba pacientemente]: él se resistía y los del bar reían porque la escena era cómica aunque gracia no tenía ninguna. Ahora que ella murió, él parece desatado: liberado [aunque yo sólo veo una anulación para soportar el dolor]. Bebe, fuma, habla, habla mucho y nadie comprende lo que dice, algunos sonríen y otros le esquivan. A veces es invisible. Lo he visto desde la ventana: bajaba la cuesta con dificultad y saludó a alguien, que lo evitó; fue entonces cuando yo me dije: los edificios se asemejan a un pueblo (…) Una aldea de voces maldicientes, de hogares malditos, viejas enlutadas, jóvenes que, temprano, han perdido su juventud y ni siquiera se han dado cuenta; señoras sin corazón que todo lo cifran a su presuntuoso baile en sociedad: esas galas de la provincia donde las cortinas se reconvierten en trajes de noche. En este juego el borrachín cumple su función: hace que todos nos sintamos bien porque no somos como él, algo de lo que yo no estoy tan seguro. Lo veo de otra manera: en su huida todos nos parecemos a su caminar, a su finitud evidente. La señor que luce abrigo del pieles, rouge recamado, oro pulido en la esfera bancaria que ofrece su marido; el marido y su moreno de la moto, la playa y en viento en la terraza del casino; la hija que será madre, que formará un hogar, su soberbia colocación. Y así. Yo los veo, yo veo al borrachín y no sé quién me parece menos real, más atravesado por las ficciones cotidianas, esa falta de relevancia en la provincia. Sobreponerse a la tristeza, esa tarea diaria.

+ Imagen: Captura de pantalla de la película sobre M. Houellebecq:
L'enlèvement de Michel Houellebecq (2014). La frase tiene su importancia: Basta hablar con quién ha vivido las cosas. Me quedo pensativo, y después de mucho dudar, elijo esta imagen arrancada de la pantalla donde se reproduce la película citada. ¿Hay transformación en mi disparo? Sí, porque he elegido el fotograma, el momento y, ahora, la recorto, la moldeo con el sencillo programa de edición y  termino por cologarla aquí. La realidad en sus facetas es otra realidad, la que acogemos cuando hablamos con otras de personas de otras cosas: la vida en sí. Vale. [El uso del programa de retoque digital le otorga a la captura un aliento pictórico del que carecía en un primer momento: ahí reside la intención].

sábado, 1 de junio de 2019

Distancia (-s)


Adidas-Bordeaux


+ [El cuestionamiento de la identidad: una tarea]. La afirmación entre corchetes es un apunte una entrada anterior de este mismo blog: creo que el apunte debe extenderse, ampliarse, amplificarse ya que, al transcribirla, pienso en qué es poseer una identidad, pienso en si la identidad es estática o dinámica, lo que dirige la mirada hacia mi propia identidad y cómo ésta se ha generado, destruido y reconstruido, cómo ha girado, cómo se ha limitado o expandido, emboscado o impuesto. En definitiva: no, no es estable, y creo que esta su principal caracterísitica. En primer lugar, me digo: Nadie se baña dos veces en el mismo río y, a renglón seguido: El carácter es el destino:  son dos afirmaciones de Heráclito de Éfeso, Heráclito El Oscuro. Ambas afirmaciones las tengo siempre muy presentes, y para el caso que me ocupa me parecen punto más que oportunas, pues lo puedo traducir en el que la identidad no es estable, pero, al mismo tiempo, hay un principio rector que gobierna su curso desde el inicio hasta el final, un principio rector al que no es posible contradecir pues se define y compone con la trayectoria y sus calas, simas y culminaciones, que solo se obtiene su fórmula cuando la vida ha terminado. Y me digo, arropado por los sonidos que desde la calle llegan, ¿quién soy? Veo, así, mi reflejo en mis inseguridades, en la intranquilidad, en el nerviosismo contenido, pero, también, su otra cara me conforma: voluntad, nobleza, fuerza; oscilo entre estos puntos y hay un algo que se va depurando y tiene más que ver con el mencionado principio rector [con un arranque en Marco Aurelio] que con una noción de identidad conectada con lo plural, lo colectivo social y lingüístico. La identidad me pone en prevención, siempre. La invocación a la nación, al pueblo, a la tradición. La reducción sociológica del individuo a elemento de una clase es válida, pero no lo explica todo. Quizá existan zonas de sombra que se resisten a ser capturadas, quizá es en esas zonas de sombra donde el yo que me interese habite: para lo bueno y para lo malo.

+ Sigo con la lectura de P. Bourdieu. Poner en cuestión nuestras certezas es otra tarea, que unas veces cuaja y otras no, pero siempre resulta ser estimulante para el trabajo diario, el trabajo del investigador en formación, que soy yo.

+ Dejo que suene en reproducción continua un archivo de sonido de unos cinco minutos. Son olas que mueren en una playa. Hoy es domingo y hace sol, yo estoy recluido en mi madriguera, rodeado de libros y entregado a la lectura. Todo el domingo se consagra a la lectura, hasta las ocho de la tarde, cuando C. y yo damos un paseo. El paseo descomprime la saturación adquirida con la lectura. Hablamos mientras bebemos una cerveza helada, el viento es suave y no hace frío. Observar la vida, comentarla sin mucha pasión, decidir entre patatas fritas o aceitunas. Se ve una cometa a lo lejos y parece un signo de ventura, un ciclista, los niños que gritan, fumadores que, en silencio, escrutan el paisaje. Las semanas se deslizan en un fluir inquietante, el tiempo es nuestra materia. Ahora, escucho ese oleaje enlatado, continuo la lectura y me pregunto qué sentido tiene esta construcción. No importa, cuando lleguen las ocho de la tarde se habrá desvanecido. Hoy es día de votación.

+ Voté muy temprano, el sobre azul y el sobre blanco. Ya está me dije, esta es mi contribución a la vida pública. Qué poca cosa. Bueno, también pago impuestos y en mi trabajo la impronta política siempre está presente: el talante, el diálogo, la escucha atenta. En este sentido, una vez me preguntaron si era muy severo en la aplicación de mis obligaciones  y, espontáneamente, respondí:  sólo trato de ser justo. ¿Es esa mi contribución, el trabajo bien hecho y la permanencia de lo conveniente sobre la conveniencia? Tengo mis limitaciones, pero creo cumplir con un incierto cometido que me he marcado. Voté y voté sin convencimiento, con desencanto, lejos de cualquier atisbo de identidad, voté por lo que parece conveniente y me alejé del colegio electoral: desencantado, sumido en la imposibilidad, en la evidente falta de acción en mi vida.

+ Insisto: soy un observador; no es una pesadilla, no es el paraíso de la satisfacción, es una distancia construida.

+ Mientras recorro la red en busca de la nada, me encuentro con un croquis autógrafo de Flaubert. Hay en uno de los márgenes una cuenta. Es una multiplicación y no está bien hecha: multiplica 365 por 16 y su resultado es 5800, cuando debe ser 5840. Compruebo otra vez la operación y el error es palmario. ¿Tiene algún tipo de significado? ¿es en sí el error un elemento paratextual? ¿cuáles son los referentes de las cantidades: 365 días y 16 horas diarias (de trabajo)? Las incógnitas que se plantean son inspiradoras. Veo la materia del artículo semanal en el suplemento del domingo. Irrelevante. Me gusta imaginar esas vidas que están obligadas a la entrega: cada semana un artículo con un cierto acento intemporal aunque con su anclaje en lo diario, ese equilibrio, ligero y profundo, lírico y contundente, político y costumbrista, y, sobre todo, la tendencia al monólogo televisivo: el chiste. He terminado, hace un momento, el libro de P. Bourdieu La televisión.

+ Durante unos días me alejé de Madame Bovary: ayer a la noche regresé, sólo leí un capítulo. Suficiente. El placer es el evidente fluir de la narración, de la prosa. En cuanto termine con la muy buena traducción de Germán Palacios en Cátedra, comenzaré con la novela en francés, porque creo que resulta un texto intraducible: así se trasluce sobre lo leído a cerca del trabajo de Flaubert: vocear la prosa, buscar su música, rectificar hasta encontrar la exactitud. La novela total, un punto sobre el que reflexionar con detenimiento.

+ Ayer noche, otro capítulo de M.B. Cuando Rodolfo aparece me doy cuenta de que los personajes son estereotipados, pero lejos de ser un defecto contribuye a esa totalidad literaria que el libro establece, esa voluntad de estilo realzada por la distancia del cínico narrador. Haber recuperado esta lectura ha sido punto más que un acierto. Ver el pasado a través de las ideas literarias que tuvimos en su momento y ver el presente mediante las nuevas ideas y las que se han mantenido resulta un privilegio que no se compra con dinero. Como si se apuntase una determinación: la narración inunda la totalidad, es un prisma móvil, que explica sin llegar a comprometer su naturaleza artística. Las explicaciones están en la orilla del lector, el autor expone y el texto muestra su independencia.

+ Pensar en las carencias personales y establecer una distancia se afirma como una tarea diaria. Demasiada observación, demasiada distancia.

+ «… ventura - y no razón- vence porfía, / sólo ventura no es merecimiento.», en el segundo cuarteto del poema 272 en Poesía del Conde de Villamediana, ed. de Rozas.

+ Imagen: a través de una oquedad en el escaparate, donde se muestra una zapatilla tan vintage, tan actual, vemos a una pareja que parece valorar la compra de una camisa o una cazadora, quizá otra prenda. ¿La distancia? El observador, el voyeur, el que anota sin tener contacto.