sábado, 11 de mayo de 2019

Hacia «El país de Emma Bovary», notas para una propuesta


Bordeaux


+ Después mucho tiempo vuelvo a saber de Pete Doherty. Una entrevista en el Chanel 4 News. Ha cumplido 40 años, le preguntan por sus amigos muertos a causa de las sobredosis y se emociona. Un retorno al pasado, un retorno a las ensoñaciones de los venenos y los licores. Hoy el día es limpio pero la semana que viene se anuncia con lluvias. Esa melancolía que se alimenta con canciones y poemas, cuadros y fotografías. Pete ya es mayor, su pelo ha encanecido y las arrugas entregan a su rostro una personalidad extraña y plena de malditismo; insiste en su atuendo: los sombreros de ala ancha, las corbatas, los pantalones tan años cincuenta del siglo pasado: amplios, rayas y tirantes. Insisite en su imagen del mundo, la ropa traduce un fraseo sincopado y hermético. En el reproductor en línea, debo poner los subtítulos, no soy capaz de entender sus declaraciones, pero no tiene importancia, prefiero su voz y casi no entender nada, salvo algún apunte, un acento, una insinuante interjección. La última canción: sus canciones son buenas en un sentido que pertenece a una desafiante y snob adolescencia, que yo entreví en nuestras fugaces visitas a Londres. High Gate, parques y callejones. Ropa de segunda mano, librerías y tiendas de guitarras de segunda mano: carísimas, hermosas, imposibles. Pete representa el triunfo de un estilo que ya no es otra cosa que recuerdo, pero esa consolidación pertenece a un estadio superior. Pete es el artista adolescente que nunca abandona su naufragado barco, a pesar del oculto encantamiento del dinero. La heroína y el crimen se leen en su rostro.

+ El País de Emma Bovary se conecta con la adolescencia o con una prolongación de adolescencia, donde se cita el descubrimiento de Flaubert y el deslumbramiento que me produjo Madame Bovary, el mundo que se elevaba ante mí: mi yo, mi yo-lector. Ahora que se aproxima nuestro viaje a Normandía cobra sentido su recuerdo, se hace necesaria una lectura desde la óptica del paso del tiempo, porque la lectura de Mme. Bovary es un examen de conciencia, la conciencia o la consciencia del lector que fui y que soy, del tránsito de un punto a otro.

+ En la entrada anterior las imágenes que ilustraban el texto las dispararé en Burdeos, pero casi no resulta posible reconocer la ciudad, si excluimos la figura ,que pertenece al grupo escultórico que se ubica en los Quinconces; a los pies de los caballos: la ignorancia, la mentira y el vicio. Yo retraté la mentira; con una máscara en la mano, la mentira encuentra su emblema. La mentira está presta a utilizar la máscara, a emboscarse, mientras huye, ya que es la República quien la expulsa, junto a sus dos hermanos. Pienso en la mentira y en Emma Bovary, en ese trasunto que resulta de la lectura de novelas y programar la vida como si una novela fuese. ¿Qué une a la mentira y al deseo de transformar la muelle existencia en el discurrir armonioso de una ficción perfecta en su desarrollo estructural? Con frecuencia sucede, la ficción infecta con su veneno la vida de algunas personas, que conduce a la confusión entre vida y literatura (¿se puede recordar aquí a Don Quijote, que se hermana en esta confusión con Emma?). La lectura, en demasiadas ocasiones, es un vicio disfrazado de virtud, que inocula deseos, ambiciones y una visión que no es admisible en la vida ordinaria, en lo cotidiano; y no por una ausencia de aventuras, sino por la falta de sentido y estructura que la vida tiene: ¿donde está el principio, el medio y el final de cualquier asunto humano, ya que siempre nos encontramos in media res? Veo las fotos anteriores y me digo que son la sugerencia de un relato, para una novela: la noche; el banco solitario, la papelera, el muro al que ataca el verdín, el árbol desnudo, el pavimento con trazos de vegetación salvaje y la farola: también su soledad; finalmente, la mentira o el emblema de la mentira: la máscara. Por fin, ya cuando se aproximan las ocho de la tarde de este sábado, concluyo que la decisión de ir a Normandía es una decisión totalmente literaria, y su incremento está condicionado por la literatura. C. y yo hemos hecho un pacto: los dos leeremos Madame Bovary antes del viaje, para que éste se vea totalmente condicionado por su lectura. Ay, cuántas e inagotables son las posibilidades de la lectura.

+ Después del último punto, me levanto y, sin saber muy bien el porqué, me dirijo a una estantería y comienzo a revolver, a apartar libros. Bajo cuatro pesados tomos, encuentro las Cartas a Louise Colet, de Flaubert en la antigua edición de Siruela. La tarde del sábado se llena de posibilidades. Cierro el ordenador y apago la luz; es hora de dar un paseo, alguna cerveza y darse a la observación de los ciudadanos y sus ocupaciones, sin transición.

+ [Un sueño, en el paso del domingo al lunes]: No sé con quién, pero hacemos una visita a un arquitecto que termina por enseñarme su trabajo. Me dice, y asiento, que le gustan las casa pequeñas. Hablamos de casas modulares,  jardines y la importancia de los libros en la decoración. Cae estruendosamente un árbol y dos personas se hunden en una zona de arenas movedizas: yo las rescato. No buscaré una explicación, pero me sorprende cómo se solapan una escenas con otras, me sorprende la conversación sobre las pequeñas casas [que realmente me interesan, cómo me interesan las pequeñas casas y las viviendas modulares]. Comienza otra semana.

+ He recuperado La orgía perpetua de Vargas Llosa, su ensayo sobre Madame Bovary. La preparación de un viaje es algo más que comprar billetes de avión y alquilar habitaciones, mucho más que planificar los desplazamientos y consultar las tarifas de alquiler de los rent-a-car. Si no hay un acento literario, el viaje no merece la pena; como lector, sé que se debe construir, elevar, asentar los cimientos, unir deseos y propuestas sin mucha esperanza: el milagro se produce. En cada movimiento de lo diario planea el veneno de la literatura: actividad banal y peligrosa, como alguien dijo en algún momento en una radio que ya no recuerdo. Flaubert toma cuerpo, Flaubert es un destino inexcusable.

+ A veces las ciudades tan son sólo nombres, nombres que iluminan o ensombrecen un pié de foto, nombres que nos hacen soñar aunque no tengan una correspondencia clara con una cierta realidad, nombres de ciudades: París, Berlín, Londres, Roma, Nueva York (…) Y así. Como emblemas o invocaciones de un estilo y una misión estética, pero sin anclaje en lo posible. Buen material para postmodernos poemas, entrañables invocaciones del sueño en las noches tan frías de la provincia. No puedo dejar de pensar en el refugio de Flaubert en las afueras de Rouen. Una cápsula para la escritura. Un deseo. Las ciudades se difuminan en el horizonte que plantea la lectura, vemos sus nombres bajo la fotografía de la escritora en el hotel: Berlín. Evito hacer comparaciones.

+ Imagen: Los extraños e impersonales espacios de los aeropuertos, lo extraño en sí, el no lugar que se constituye en otredad opuesta a la idententidad: el viaje como suspensión de la persona. Sin atributos, esperamos el embarque.