sábado, 25 de mayo de 2019

El yo elegido, el yo construido


Madrid-Calle Princesa


+ Veo, en línea, varios documentales sobre la pintura de Luis Gordillo. La calidad resulta evidente, incluso en la pequeña pantalla del ordenador. Ahora recuerdo todos los cuadros suyo que vi a lo largo del tiempo. Recuerdo la exposición que C. y yo vimos en Santiago D.C., que le recomendamos a E. y no sabemos si ella fue a verla. Para mí resulta muy evidente la capacidad pictórica de Gordillo, entiendo sus evoluciones, entiendo una coherencia que va más allá de lo meramente discursivo y una pintura que no precisa palabras. Me reconfortan sus cuadros. Pienso en que cuando vuelva a Madrid iré al Reina Sofía a ver la sala que a él está dedicada. Necesito esas transfusiones: para integrarlas en lo diario, para ver por ver, para cambiar los puntos de vista, para sentir la superficie de los días, las tardes, las noches y el aroma del café en la primera hora, antes de ir al trabajo. Otro trabajo: levantar el ánimo, en ello colabora L.G.

+ Me pregunto: qué es lo que resulta adecuado en este momento, qué es lo que se debe pensar y manifestar. Cuestiones de gusto y cuestiones de distinción. Ahora la respuesta no deja de estar condicionada por todo lo leído y lo por leer en Pierre Bourdieu. Guardo silencio. Me oculto: es mi discreto personaje, que no tiene ningún tipo de relevancia: con deliberada intención, el disfraz de la nada es un refugio estratégico. Soy un observador, y como tal tomo nota y extiendo mi impresión sobre una cartografía no estática. Una carencia buscada, me digo, porque la elección nos define. Saber que es algo que se ha elegido no me redime, pero la redención no es una meta, en mi caso. No soporto la consigna: debes salir de tu zona de confort: ¿por qué no puedo permanecer donde he encontrado la comodidad, que tanto trabajo ha supuesto? Escucho a Luis Gordillo y disiento: dice que la pintura es para mostrar y no para compartirla con tu esposa. Yo soy partidario de los pequeñísimos círculos: así sucede con este blog, que me niego a publicitar por medios que resultarían absolutamente rentables. Pero no. Yo me ciño en mi investigación, la lectura y esta suerte de diario. Navego por la red y siento que no me pierdo nada. El ejercicio se cierra sobre sí mismo: no hay más fin que su culminación feliz.

+ Ella dice que es a-social: me identifico por un momento, pero me doy cuenta que el adjetivo funciona de diferente manera en cada caso. Yo no soy a-social como ella es a-social. Hay zonas de sobra que el lenguaje no llega a recubrir, a iluminar.  No son horas de hacer recuento.

+ [Una casa en Panxón]. A veces, generalmente un sábado y en invierno, otoño o primavera, nunca verano, decidimos ir a pasear a Paxón. Hay algo que nos gusta, que apreciamos: la forma de la ensenada y la vista de Baiona, la disposición del pueblo, y el paseo en sí, las casas bajas, ordenadas, diversas. Resulta agradable tomar una cerveza y unos calamares en alguna de las terrazas, abiertas o cerradas, según el estado del tiempo; ver cómo la gente pasea o las evoluciones de los perros, observar a los ciclistas y sus ocupaciones. Siempre, en primer lugar, damos un paseo hasta el final de la playa, allí nos entramos con una casa que a los dos nos gusta mucho. Es sencilla y se aparta de la tónica general. Nos gustan sus volúmenes y su apertura sobre el paisaje; tiene un estar discreto y contenido. El sábado estuvimos allí y volvimos a verla, C. se fijó con mayor detalle y me mostró el estado de dejadez: la cuarteada pintura de las maderas en las ventanas y paneles, el hundimiento de un paseo de piedra y baldosa, los aleros agrietados. ¿Qué razón había tras tal descuido? ¿Un embargo, una herencia complicada, una ruina, en definitiva? El chalet, como ya dije, tiene un estilo que contrasta con el resto de piezas, pero no es una evidencia: hay que tener una conexión con un algo que no deseo nombrar. Lo sé, todo lo que se puede decir sobre el gusto resulta estar condicionado por nuestra posición en el tablero de juego: el buen gusto es la decantación de una red de distinciones de una cierta clase privilegiada, y no deja de ser, al mismo tiempo, una red de exclusiones. No se puede negar, pero cuando nos encontramos con una casa como el chalet de Paxón entiendo que hay otros elementos que también suman en el juego y, al mismo tiempo, establecen características que van más allá de lo sociológico, de la cuadrícula sociológica. Ahora, mientras escribo, vuelvo a pensar en los volúmenes,  en la apertura sobre la ensenada, el paseo. Días de verano que se emboscan tras esas paredes, historias que nunca conoceremos, la condición que tiene el inicio de la ruina: un ejemplo con la lírica propia de los días fríos de primavera, una leve lluvia.

+ Continúa la lectura de Madame Bovary. La lectura de M.B. se ve complementada por Everyday Life (Theories and Practices from Surrealism to the Present) de Michael Sherigham. ¿Por qué se complementan? La vida cotidiana es un territorio inabarcable, importante e interesante en un sentido tanto académico como recreativo. M.B. entra dentro de ese orden de cosas: el detalle, los modos, las costumbres [Falubert define M.B. como una novela de costumbres: un roman de mœurs]. Recuerdo una primera lectura de M.B. y recuerdo como todo aquel mundo que se elevaba ante mí resultaba a la par fascinante e iluminador, iluminador porque se podía trasladar a la supuesta planicie de lo diario la fluida sucesión de las escenas, los cuadros; y también resultaba ser un modelo de escritura que siempre he tenido muy presente: la estructura. Y la estructura es a lo que resiste lo cotidiano, a dar una idea arquitectónica de su naturaleza. Tal vez se trate de que básicamente lo cotidiano es un cruce de fuerzas dinámicas, que en su virtualidad no resulta posible nombrarlas. Imposible y peligrosa, la vida cotidiana.

+ Tengo la ventana abierta: la música de un piano que no identifico se mezcla con los sonidos de la calle: tráfico tranquilo, un golpear sobre metal, voces de mujeres, de niños, un ladrido. La vida en su cocción. No es bueno pensar demasiado, preguntarse por los resortes que consiguen que el día a día avance. Presiento la lluvia. Me asomo a la ventana y veo las nubes, en la calle un hombre con paraguas; consulto el tiempo en el ordenador y me dice que no lloverá, que mañana suben las temperaturas. Lo sé: hablo de nada, nada concreto, pero estoy sumido en una extraña actividad que se ciñe a la lectura y a la contemplación. Observo y anoto, pero no participo; a veces me preocupa, otras me resulta indiferente. La calle mantiene el ritmo y el piano termina por imponerse, me percato de que se trata de Chopin. Está bien. Un niño grita y su madre le riñe, un timbre, una música de trap que se desliza por las costuras del final del día, se impone, desaparece y el piano deshoja acordes: es la certificación del final del día. Cierro el ordenador.

+ Trato de ver un hilo de coherencia entre las anotaciones de esta entrada. Gordillo; mi inseguridad y, al mismo tiempo, esa voluntad que he construido a lo largo de los años; lo social, lo a-social; la casa que nos hace pensar ya no tanto en sus habitantes como en el destino de todas la obras humanas; Madame Bovary y la vida cotidiana. la vida cotidiana y el trabajo diario. Podría parecer desordenado y sin sentido, y en cierta forma así es, pero yo sé que el hilo que le da sentido engarza las cuentas de este collar soy yo: cada párrafo escrito es un punto más en mi indefinición: me reconozco en lo que escribo, soy el yo que he elegido y construyo.

+ [El cuestionamiento de la identidad: una tarea].

+ Imagen: como tantas veces, en busca de lo abstracto como acento de lo cotidiano: escaparate de una peluquería en Madrid, en el inicio de la calle Princesa.