sábado, 18 de mayo de 2019

Los flecos de la niebla


MNCARS


CACG


Serralves Porto


+ Un viernes fui al dentista, el sábado siguiente a la peluquería. Esperas, sillones y lectura: la lectura de La orgía perpetua me entretiene mientras espero. El ambiente cobra densidad, un espesor inesperado que tiene que ver con la fuerza de la vida cotidiana. Tiendo a la improvisación, lo sé. El contraste del orden que impone la novela de G. Flaubert subraya la indefinición y amplitud de lo cotidiano. Observo los elementos de la escena en el dentista y en la peluquería: instrumental, atuendo, mobiliario. El fin último es el cuidado de los cuerpos, su perfección, una simulación de perfección. El peluquero y sus ayudantes se mueven con determinación, pero, al mismo tiempo, serenos. La música que suena no me gusta, pero el ronroneo de los secadores y otros instrumentos otorga ese punto de ruido blanco que arropa la lectura. Me centro y avanzo en el libro. Cómo me interesa, cómo eleva las razones la prosa de Vargas Llosa. ¿Es un arte la crítica? Lo pensaré, aunque la dirección está marcada: sí, es un arte, al menos en este caso. Me detengo para recomponer la lectura y para comparar lo leído con los capítulos que he devorado de la propia Madame Bovary. La disposición del libro es el tema, uno de los temas; esa perfección arquitectónica, donde los pesos están repartidos con una maestría que no recordaba [los recuerdos de la novela se deslizaban a experiencias personales de la época, pero no al libro en sí]. Es mi turno. Poco tiempo le lleva al peluquero hacer su trabajo. Termina, pago y salgo a la calle. Han pasado casi dos horas. La calle se ve iluminada con una cierta violencia, hace calor y ya son las once, casi las once. Me acompaña esa idea de orden estructural.

+ Se impone una necesidad de orden o, mejor, de estructura. Los libros ayudan, pero es el silencio el que cimenta. Ideas que flotan: lo diario, la novela como vía de conocimiento, mi investigación. He alcanzado un equilibrio y debo ordenar mis ideas para alcanzar un sentido [un sentido que ya tiene, lo sé, pero debe cuajar, alcanzar ese estado sólido y permanente]. Comienza la semana: una reiteración circular. Lo cotidiano es algo más que la repetición, hay una idea de orden y de estructura que necesita ser desvelada. Continuo con la lectura, esa suplantación de la vida, un veneno, una droga. Vana y peligrosa.

+ Estoy cansado, aburrido (?) y busco vídeos en el reproductor en línea. Hoy, en el coche, escuché la canción de R.E.M. Un hombre en la Luna. y ahora veo algunos vídeos de Andy Kaufman, que no acabo de entender, vídeos que he terminado por buscar a raíz de la canción, de su letra: tampoco la entiendo y esto me agrada: suspender el entendimiento y aceptar inciertos límites. El salto es grande, pero intuyo cierto punto paradójico, lejano, arrítmico. Vuelvo a escuchar la canción y me pregunto en qué creemos, qué cosas queremos creer, qué mentiras deseamos que nos cuenten. Otro vídeo más. Son las diez de la noche y estoy cansado, el sueño no me vence. Andy Kaufman tiene algo, lo sé, pero no soy capaz de concretarlo y creo que ahí puede estar su gracia. Repito la palabra gracia y le busco una correspondencia, pero tampoco la encuentro. Creo que es el cansancio, las posibilidades que se plantean y no se resuelven. He leído noticias que no me interesaban, busqué en las redes sociales ideas que no encontré y el día termina casi como comenzó: en la oscuridad, en el ámbito del sueño vacío. Dejo la dispersa colección de imágenes: soñé con castillos y luchas sangrientas, soñé con laberintos, soñé con ciudades normandas que no existen. Todo ello me causó desasosiego, me desperté cuarenta minutos antes de que la alarma del reloj sonase, y ya no concilié el sueño. Me pasa factura, lo sé: nerviosismo y falta de seguridad. Ahora se termina el lunes y antes de apagar el ordenador veo otro vídeo, otro vídeo protagonizado por Andy Kaufman: asiste a un concurso donde una rubia muy guapa (o eso es lo que se quiere mostrar) debe escoger un hombre entre tres solteros; Andy es paradójico y absurdo, irregular en su atuendo y sus gestos subrayan la ausencia que el personaje sufre: está fuera de lugar y esa es su condición, esa frontera entre lo que produce risa e inquietud. No entiende porqué no es él el escogido: yo tampoco. Hay un reflejo que me molesta: la realidad de las cosas prescindibles, las imágenes en el espejo no se digieren fácilmente. Me digo que es hora ya, hora de dormir. Apago el ordenador, apago la luz, como un gatito que se va a la cama sin mayor preocupación que cerrar sus párpados, como una mariposa agotada por el vuelo prolongado a lo largo del día.

+ Antes de dormir, una dosis de Madame Bovary.

+ Según avanza la lectura de M. B. me reafirmo en mi idea de que el tema es la novela en sí, la perfección estructural. El reparto de pesos y contrapesos, el equilibrio y la simetría. La trama resulta necesaria, pero no es lo nuclear. El narrador busca una suerte de demostración narrativa, que se tiñe de un fino cinismo: razones cuasi científicas que llevan a entender que cada paso en el desarrollo es necesario y no podría ser de otra manera. Hoy, en Jauss, leo algo sobre Fanny  de Feydeau (la novela que en el momento alcanzó un gran éxito de público) y M. B.; la primera nadie la recuerda, la segunda cambió la idea de novela y, sobre todo, se continúa leyendo, se actualiza en este preciso momento: un hilo de lecturas que constituye una razón de ser, una idea, la idea de la estructura, el movimiento y la música del idioma. En ello descanso, en esta hora del día. El cínico narrador que despliega su arte de la medida, que se acerca más al compositor de sinfonías que a cualquier otro creador. Una simulación de la vida cotidiana que supera la propia vida, la anécdota que se ve engrandecida. Esta noche, otra dosis más.

+ La vida cotidiana se ve trastornada por un suicidio [v. gr. Emma B.], la vida cotidiana es algo más que horarios que cumplir, comidas, trabajo y ocio. La vida cotidiana es un vasto territorio donde los pliegues no siempre son evidentes, pero ahí están; una respiración dificultosa tras la fluida repetición de los días, fantasmas y terrores nocturnos. Cuánto ignoramos. Sucede un hecho violento y se despiertan los demonios dormidos.  Así, esta semana se tiró un hombre desde el Puente de Rande: dejo constancia.

+ Antes de dormir acudo al libro sobre la hermenéutica del sujeto que compré en Burdeos, es una recopilación de las clases que impartió en el Colegio de Francia Michel Foucault durante el curso 1981-82. El cuidado de sí y las tecnologías del yo. Por la mañana conduzco y hago un exhaustivo e implacable examen de conciencia. Decía Nietzsche que el remordimiento es como un perro mordiendo una piedra: no sirve para nada; no sé si la cita es apócrifa pero ahora me sirve. Me detengo un momento y la carretera tiene su novela, una extensa e inasible novela. Continúo. Los cuidados de sí, el yo como tema, la vida cotidiana. Hay un extraño placer masoquista en ajustar cuentas con el que fuimos; suena algo de Jean-Philippe Rameau, pero no consigue que me separe de los acentos del pasado. Me repito la frase de Nietzsche y sonrío. Por fin logro poner en blanco mi mente, sólo la música: un imitador de Jimmy Hendrix; me gusta y me aleja del pasado, me centra en presente. Llego a casa, como, duermo la siesta, limpio la cocina y leo sobre un político que tiene mi misma edad y siento una punzada que proviene del sueño, que, quizá, se trata de una pesadilla: ¿por qué no estoy yo ahí, me digo? ¿porque no he querido, añado, o porque no he podido? ¿me siento un poco Emma Bovary, termino? Por fin regreso a la vigilia y olvido esa desagradable rememoración de la pesadilla. Ya está. Enciendo el ordenador, busco en el reproductor de vídeo en línea y, ay, encuentro una lectura en viva voz de la novela que me ocupa, M.B., que dura más de seis horas, quizá ocho. Mi tendencia a lo raro. Recuerdo a Andy Kaufman y veo que la depresión es el mal de nuestro tiempo, pero llamar a nuestro mal insatisfacción resulta más preciso.

+ Grafitti lésbico: «Raras somos todas»

+ Las últimas horas de estudio: suena en Radio Venecia El Concierto de Aranjuez,  interpretado por Narciso Yepes. Su inicio siempre me levanta el ánimo. Una ayuda. Siempre me lleva a pensar en Castilla, en viajes en autobús, viajes que hice yo solo en coche con la música débil en el pobre reproductor de CD’s, la amplitud del horizonte y un sosegado silencio o el murmullo de conversaciones, zumbidos o un motor lejano y amortiguado por certeros asilamientos. Ahora la guitarra penetra entre evocaciones y olvidos intencionados. Queda ahí la cita, el sonido de la guitarra arropado por la orquesta. Miércoles, ocho y diez de la tarde.

+ Imagen: elijo tres fotos que fueron tomadas en museos de arte contemporáneo [Mncars, Cacg, Serralves]. Me interesan las personas y este interés conecta con ese punto depresivo que ha gobernado la semana, aunque más que depresivo resulta ser un spleen, una desaconsejada forma de ver: pero las personas están ahí, con la ilusión de capturar algo que resulta imposible atrapar por su propia y evanescente naturaleza. Todo momento de lectura, audición o contemplación tienden a la caducidad: nunca te bañarás en el mismo río, nunca volverás a leer el mismo libro: la lectura de M.B. lo atestigua, las fotos que hoy traigo aquí también dan cuenta de esta caducidad. No me sorprendo, no me dejo arrastrar por el ennui. [Basta ya de extranjerismos (!); soy un snob].