sábado, 2 de marzo de 2019
Anotaciones en una libreta de tapas negras
+ [5:55 a.m.: miércoles, aeropuerto]. En una pantalla pasan el parte metereológico del NE. de EE.UU. A continuación, en silencio, se desgranan noticias que no alcanzo a entender: es demasiado temprano. Es raro, soy raro. Sólo resultan perceptibles los zumbidos sincopados del eating point. En el no-lugar, el idioma del no-lugar es el inglés. Leo en la pantalla: Noticias de China: «… el ticket de entrada al mercado ha costado más de 600 euros…», apenas se puede comprender el enunciado, el subtítulo dura una pequeñísima fracción de ¿segundo? Me aburro, abro el libro y me aburro, cierro el libro, comienzo a acusar el cansancio.
+ En el aeropuerto comencé la lectura de El espía que surgió del frío de John le Carré. El aeropuerto y la narración de la historia de espías encajan bien; la sensación de falta de identidad y la falta de permanencia de todo lo visible forman un sólido matrimonio. Veo, estudio a las personas que me rodean: cuánto sobre ellas ignoro; todos somos iguales, todos somos diferentes. La novela recorre escenarios que C. y yo hemos recorrido juntos, ahora toman otro sentido. Londres o Berlín, sólo recuerdos con diferentes grados de persistencia.
+ Caminé mucho y caí sobre la cama como un saco, el sueño fue profundo y soñé con asunto laborales. Equívocos, confusiones, un accidente, un pequeño accidente sin consecuencias. Madrid ofrecía un cielo limpio, el perfil exacto de los edificios, las sombras sobre el asfalto, el recuerdo de una luna inmensa, el brillo del sol en los escaparates, árboles adormecidos, pájaros insomnes. Pensaba yo en lo oído durante todo el día y se diluía en el caminar. El caminar es un catalizador, vuelvo a caer en el sueño; y así.
+ [Martes, primera hora de la mañana]. No puedo dejar de observar a las personas, me repito mientras cierro la puerta de casa, mientras le doy dos vueltas a la llave, mientras me digo otra vez lo mismo: nada hay más sorprendente, oculto, misterioso: la gente. Así, hoy he visto a la mujer que limpia los portales que están en las inmediaciones del garaje donde guardo mi coche. Es una mujer que ronda los cincuenta años, quizás los haya sobrepasado, no es muy alta y siempre está muy maquillada, lleva tacones y camina con contundencia. Unas semanas atrás quedaba con un hombre y parecía feliz, se alejaban charlando y riendo en estas primeras horas del día, cuando todavía no ha amanecido; no he vuelto a ver al hombre y ella está triste o nerviosa, quizá ambas cosas. ¿Ha desaparecido de su vida o sólo es una ausencia pasajera? La veo y no puedo dejar de pensar en las múltiples historias que nos rodean y de las que no sabemos nada: las personas que nos saludan o no nos saludan en la entrada de un edificio, las que nos cruzamos en los ascensores, los vecinos, la tendera, el funcionario que levanta los ojos y vemos algo comprometido en su teléfono, en la pantalla de su ordenador (...) Cuántas historias que nadie contará. Pero yo pienso en esta mujer, que a veces me saluda y otras veces no, pienso en ella mientras me dirijo al trabajo con la única compañía de unas viejas canciones napolitanas en las que de alguna manera me veo reflejado. La recuerdo, parecía ilusionada cuando abandonaba su trabajo durante unos momentos y acompañaba al hombre, pero hoy la vi hoy cabizbaja, taciturna, pensativa. ¿Un desengaño, el abandono, el final de un amor que ni siquiera llegó a germinar? Todas las posibilidades que barajo apuntan a la equivocación, pero esa es la condena: trazar líneas sobre el agua fría de la mañana y saber que el error nos configura. Aunque, todo sea dicho, la tristeza palpita en su gesto, la tristeza crece; mi coche se aleja y, ya, otras historias se me ofrecen como la flor que abre sus pétalos.
+ «El trabajo de espionaje tiene una sola ley moral: se justifica por los resultados» [El espía que surgió del frío, John le Carré]. ¿A cuántas actividades se puede extender esta ley moral? ¿La política, los negocios, las relaciones personales, el amor (…)? Siempre podemos elegir, rechazar y aceptar; la elección es cómoda o desagradable, pero la ley moral equilibra las razones y separa lo adecuado de lo inadecuado. Lo importante, me digo, es no engañarse. Mientras, la novela avanza y veo que la calidad del relato no es menor, que hay una enseñanza flotando en todo el desarrollo del hilo narrativo, la duplicidad: creo que hay reside una característica que alcanza a la totalidad. La totalidad.
+ Recuerdo haber leído en un panel de la exposición sobre Auschwitz [Madrid - Salas del Canal] que no debemos rechazar a las personas por su aspecto, porque no nos guste su cara, por razones espontáneas sin fundamento, es más: incluso cuando las razones estén fundadas debemos evitar el odio. La recomendación siempre la tengo muy presente, como un comprimido contra mi propia estupidez [esa estupidez humana que todos tenemos en mayor o menor proporción]. En este panel pensé poco después de ver su foto; la foto de su perfil del programa de mensajería instantánea, pero, al tiempo, no podía dejar de valorar su gesto, su sonrisa, la disposición de los elementos que se distribuían en aquella foto tan sumamente estudiada. Sobre todos los elementos, la sonrisa dominaba el retrato: en mi opinión indicaba una falta, una carencia, el peligro que amenaza tras lo que nos parece una sonrisa falsa. Estudié su rostro otra vez y debí volver al consejo del superviviente de Auschwitz: evita sentir desprecio, porque el mal te absorberá. Dejé que la relación fluyese: hablamos por teléfono con educación. La primera vez que lo vi cara a cara me pareció de una amabilidad fría y condicionada por una jerarquía subterránea donde él dominaba la estratificación, con una gran diferencia sobre mí, algo no podía hacerlo explícito porque ya que necesitaba de mí. Lo estudié. Nervioso, fumador, muy delgado, ojos inexpresivos, una dicción monocorde y firme, una voz profunda que contrastaba con su rostro afilado, esa delgadez que su ropa ligeramente actual remarcaba: los pantalones pitillo, el polo gris, las botas de media caña muy gastadas, falsamente gastadas, el anillo de casado tan brillante en sus dedos largos y esbeltos. Pensé demasiado en el encuentro y no me pareció bien, no nos debemos permitir perder el tiempo en asuntos estériles y el asunto de valorar a X. era estéril. Pasó el tiempo y semanas más tarde me enteré que tenía una tendencia importante al engaño, a las trampas y a romper puentes, con la intención de salirse con la suya, pero con saña y sin educación. ¿Me había equivocado? No, no me había equivocado en mi primera intuición; pero la sentencia del superviviente del campo de concentración me acompaña y sé que se deben evitar el odio, por ligero que sea, incluso, como ya dije, cuando se tiene razón.
+ Dejé de escribir, cerré la libreta y traté de no pensar en nada. El aeropuerto era una inmensidad dominada por ruidos difíciles de identificar. Bebí al carísima agua recién adquirida y la idea, la imagen surgió repentinamente. Aquel rostro que vi en el perfil de la mensajería instantánea era el rostro de la soberbia y todo lo que después vino de X. estaba guiado por la peligrosa sombra de la soberbia. Había acertado. Otra vez, una vez más, recordé las palabras del superviviente de Auschwitz. Nada puedo añadir, nada debo añadir, escribí al final de la nota, en la libreta de tapas de hule negro. Caligrafía nerviosa y definitiva. Punto final.
+ [Todos los puntos de esta entrada los escribí en una libreta de notas de tapas negras; los escribí bien en los aeropuertos, bien en los aviones, en el viaje de ida, en el viaje de vuelta de mi última estancia en Madrid, febrero 2019; ahora las paso a limpio como un ejercicio de estilo, pues cuando escribía en la pequeña y envejecida libreta calculaba este pasar notas a limpio].
+ [Mis observaciones han estado marcadas por la figura literaria del espía y cuando escribía en la libreta negra pensaba en Museo del Espía, en Berlín. Así, los días luchan contra el consustancial aburrimiento].
+ Imagen: arquitecturas sin importancia: patios interiores, pasadizos, blancos lienzos de pared sin atractivo que tanto me intrigan. [En Madrid].

