sábado, 9 de marzo de 2019
Arqueología
+ [David Hockney y los retratos, y también un bodegón]. A lo largo de los años hemos visitado algunos museos en varios países [tampoco tantos, pero sí los suficientes]. Museos de arte contemporáneo, museos históricos, museos de artes decorativas (…) Hay lugares especiales, momentos singulares. Finalmente, recuerdo con mucho cariño una mañana en la British Tate donde C. y yo estuvimos largo rato ante el cuadro de David Hockney Mr and Mrs Clark and Percy. Nos situamos frente el cuadro en silencio. Nadie pasó, nadie llegó a la sala y los minutos caían; ni visitantes ni guardias. Había algo mágico en el momento, esos momentos que no se olvidan, que con facilidad instituyen un poso perdurable y fructífero. Para mí, y creo que para C. también, en ese momento se constituyó una idea de Londres y de los londinenses, subjetiva y arbitraria, pero personal y relacionado con nosotros, únicamente con nosotros. Así, la calidad de los tejidos, la voluntad de clasicismo de la puesta en escena y la disposición; la luz, esa luz que otorga el sol en Londres en algunas ocasiones. La teatralidad conduce a una reflexión sobre la vida de la pareja, sobre las costumbres y la decoración, el hogar como reflejo de la unión. La decoración, ese tema. Todo esto y otras cosas recordé con un cierto desorden cuando rescaté un libro de una exposición de D. Hockney que mi hermano me regaló unas navidades atrás: 82 retratos y 1 bodegón. Leo el texto que introduce el catálogo y regreso a aquella mañana levemente lluviosa, donde una chica nos sonrió en la cola de entrada, donde estudiamos sin demasiado convencimiento unas estilizadas esculturas mitológicas: hierro negro y brillante como charol o asfalto mojado que contrastaban intensamente con los lienzos blancos de la fachada de la British Tate. Poco más. De regreso al libro, los retratos contienen en sí mismos una idea que manejo con frecuencia: la vida cotidiana como posibilidad ilimitada de historias y revelaciones, un tiempo y un espacio donde investigar y donde reconocerse, pero también donde descubrirse: esos actores que somos, sin saberlo. Así, durante la tarde de fiesta me dejé llevar por las reproducciones, por el estudio del gesto, el atuendo y los cuerpos, la silla y el fondo. Lo repito: poco más, que es mucho.
+ Sin saber porqué, hoy cogí un tomo de poemas de Luis Alberto de Cuenca y volví a certificar que su poesía me gusta, me divierte y la siento cercana. Quizá se trate de una frivolidad, lejana a otros peligros, a necesidades más perentorias, más comprometidas, más verdaderas, pero yo encuentro en esta poesía un índice de lo que soy, de lo que me gustaría ser. Playas en invierno, las manos de la amada, el viento sutil en los trayectos en coche por la costa francesa, jugar a espías en Berlín, recorrer París en un día, desayunar en el área de servicio de una autopista cerca de Oporto. Tantas cosas que se reflejan en la fragilidad de los placeres y los días, en fluir de lo cotidiano.
+ Lo anterior se diluye en la lectura de las Meditaciones de Marco Aurelio, aunque permanece un aliento de alegría, una sosegada alegría a punto de quebrar.
+ Pensé en los álbumes de Tintin, pensé en cuando por primera vez vi a Tintin, lo recuerdo ahora: mi padre regresaba de Madrid y cada uno de los hermanos nos trajo un álbum. Recuerdo la casa de mis padres, a mis hermanos, la sorpresa de los dibujos, el descubrimiento de la línea clara, recuerdo el viaje a la Luna, recuerdo a Tornasol, recuerdo a la Castafiore, recuerdo a Haddock, recuerdo que le prestamos El asunto Tornasol y nos lo devolvió pintarrajeado: sé que en ese momento aprendí algo que no olvidaré, recuerdo los coches, las estaciones de tren, recuerdos los árboles, los paisajes, recuerdo las mañanas del sábado, en la infancia, en la adolescencia. ¿Qué queda de todo aquello, a dónde ha ido? Pero, con todo, Tintin permanece, lo sé y me da una seguridad que atraviesa el tiempo.
+ Recordar implica el reconocimiento de una expulsión: desde Hockney hasta Tintin todo se ha desvanecido en el implacable discurrir del tiempo. Nada puedo hacer, salvo olvidar, pues el olvido impacta contra el recuerdo y lo reduce a polvo, un polvo brillante e inasible.
+ No puedo dejar a un lado que la enfermedad de mi tiempo, es decir este mismo, cuando escribo, cuando leo, es la ansiedad. La velocidad y la presión. La ansiedad no es otra cosa que la traducción del miedo. El miedo que se refleja en lo diario. Merece un poema, pero no seré yo quién lo escriba. La capacidad de escuchar, tal vez, tal vez sea otro tema, pero el día se termina y la coherencia desemboca en el sueño, el sueño reparador, que me alivia de esa otra enfermedad: vivir. Tintin vela mi sueño, pero en esa tarea colabora D. Hockney, hoy D. Hockney, mañana quién sabe. Pensaré en los temas: la ansiedad y la persona que escucha; pensaré en ellos y trataré de establecer una conexión con mi vida diaria; tal vez sí, tal vez no.
+ Percy era un gato.
+ Imagen: Fragemento del cuadro de D. H. Mr and Mrs Clark and Percy.
