sábado, 23 de marzo de 2019

Land Marks


Vaso Uned Madrid 2019


+ Los lugares reseñables envuelven al viajero en un estado de sorpresa: comprobar y reconocer el monumento nos aporta un grado, paradójicamente, de irrealidad. ¿Tienen una función estas señeras balizas? No lo creo porque no se trata de funciones sino de venenos. Land Marks.

+ [Vídeos en internet]. Busco unos datos sobre algo que se acerca al arte contemporáneo pero ni lo intenta ni lo alcanza; más tarde decido que resultaría conveniente escuchar una conferencia sobre coleccionismo y arte contemporáneo, pero la conferencia no la encuentro y, sin embargo, aparece un pseudo documental sobre una extensa colección de zapatillas deportivas: una vez visto, en un enlace, me dirijo a una colección de cochecitos. La cantidad de elementos es pasmosamente grande. Casas enteramente dedicadas a estos «archivos». Dejo que la corriente fluya, sin hacer valoraciones, dedicado a escuchar motivos, sistemáticas y relatos sobre las ordenaciones de la colección. En un momento, el coleccionista de autos [un hombre muy meticuloso, cómo no] dice que no ve diferencia entre coleccionar arte y coleccionar autos. Detengo el vídeo y escribo [escribo esto que ahora se puede leer], oigo la lluvia contra los cristales y miro hacia el reloj: son la ocho y cinco, es domingo, ¿tiene razón el coleccionista de autos? Podría establecer un discurso elitista sobre la tarea cultural que supone la creación de una colección [de arte contemporáneo] y la imprecisión que suponen los bibelots, pero no me parece que se ajuste a la idea que me perturba. Anoto, finalmente, un condicionante común: el desasosiego que la vida produce cuando se encuentra con la realidad innegable y que el aburrimiento atestigua. «El coleccionista es el que conoce su límite», sentencia el coleccionista de autos: y ahí está la razón en los límites [precio, escala, color (…)]. Toda una lección, una gran lección.

+ [Termina el vídeo]. Afirma el coleccionista que toda colección tiene un anclaje en la infancia: por eso él colecciona pequeños coches. Tal vez. La tarde es lectura y en el libro de Pierre Bourdieu aparece una larga referencia al Aduanero; según avanzo y las páginas se deslizan, deseo ver los cuadros del Aduanero, otra vez. Así, voy al ordenador y en el buscador de imágenes se despliegan ante mí varios cientos de posibilidades: entre ellas escojo La gitana dormida [la noche, el león, la mujer, la cítara, el jarrón (…)]. ¿Por qué escojo este cuadro y me detengo en su estudio durante largos minutos? Porque este cuadro tuvo un significado en mi infancia, un significado que se ha perdido y del que sólo quedan algunos jirones que se traducen en una idea de extrañamiento, de lejanía, de no comprensión: el color, las figuras, la propia tela que compone el atuendo de la mujer, los pies y las manos de la mujer. El choque se produjo entre una idea de pintura y una realidad de pintura. Con mucha precisión puedo recordar el fascículo que mi padre trajo, aquéllas hermosas reproducciones en tamaño de un A3 (más o menos). Con la recuperación del pintor ha regresado todo un mundo que yo intuía y que nunca llegó a cuajar. El coleccionista tiene mucha razón: la infancia es determinante en ciertas obsesiones; aquí los cochecitos, aquí los cuadros y el arte. Yo tampoco he conseguido desprenderme de ello, pero mi colección no es tan evidente, no tiene ese grado de concreción, pero es igualmente obsesiva.

+ Samanta Schweblin dice que mejor que los premios sería tener un sueldo que le permitiese escribir sin preocupaciones. Las sugerencias de los vídeos son un retrato; el inquietante retrato que ofrece la lectura de nuestras preferencias en línea. Relaciones familiares, parecidos de familia, filias y fobias. Qué sé yo. Recupero el libro de S.S. que compré hace unos meses, quizá esta noche lea algo, quizá no.

+ Llegó la noche y comencé a releer el libro de S.S.; un cuento. Respecto a la primera lectura, la prosa había ganado una suerte de vértigo, el subrayado de inciertos detalles que iluminan la oscuridad del relato, la composición de un espacio y un tiempo que condicionan el giro de los personajes. Todo está abierto y esa apertura ofrece un extraño placer. Me recordó a Salinger, pero llegó la hora de dormir ya apagué la luz.

+ Copio una parte de un diálogo de uno de los cuentos de Samanta Schweblin, Cuarenta centímetros cuadrados: «Cuando le pido algo a Dios pido así: Dios, vos hacé lo mejor que puedes- y dio un gran suspiro-. De verdad, no pido nada puntual. De tanto escuchar a la gente aprendí que no siempre piden lo que es mejor para ellos». Ciertamente es una vieja idea que se remonta más allá de las culturas clásicas, eso creo, pero me ha gustado la actualización, en este momento, con estos filtros que se constituyen en esta hora: el café, la tenue y amarillenta luz, el silencio de la madrugada.

+ Después de terminar la lectura de otro cuento de S.S., E. y yo hablamos por vídeo conferencia. Entre otras muchas cosas, me dijo que la sorprendía que yo la citase. Es cierto, quizá se trate de súper poder, como los súper héroes de Marvel, que a ella le gustan e interesan. ¿Son los súper héroes de hoy una mitología de ayer?

+ He retomado a Lucrecio y no he podido de dejar de pensar en Nápoles, en Pompeya. He pensado en la calles por las que C. y yo caminamos, la retícula de la ciudad, los frescos, el aliento que se sostenía desde el pasado, el remoto pasado. De rerum natura, con una introducción de Agustín García Calvo, un libro que recupero porque alguien dice que es un libro que le acompaña. Por otros motivos, motivos muy diferentes, lo aprecio: reconozco la melancolía que imprime y me digo que la melancolía es el humor negro, una enfermedad que germina sin piedad en los corazones sensibles al dolor de vivir. Me acerco a una historia de la literatura latina y busco el nombre de Lucrecio, leo las noticias sobre su vida, indago en la dedicatoria del libro y encuentro la relación entre el autor y la bahía de Nápoles: los abrasados papiros de Hercúlano. El tiempo no se apiada de nadie, su crueldad es manifiesta; leo y sé que la lectura es humo, pero es en este instante donde debo detenerme y trazar el giro que se me ofrece: la lectura como impreciso veneno, vano y peligroso oficio.

+ Imagen: vaso de agua: hacia la abstracción, sin formas, sin color, las sombras se apartan, queda la luz sobre el vaso: intensa, dura, cruel. Luz de fluorescente, que puede estar en el comedor universitario o en la sala visitas del hospital, y nada le importa, salvo la exactitud de su tarea.