sábado, 23 de febrero de 2019

La cara oculta





+ Al igual que la Luna, todos sabemos que a una cara visible le corresponde una cara oculta, invisible; caras que resultan ser indisociables.

+ Los días previos a un viaje siempre tienen algo de descubrimiento, ya que la percepción pierde automatismos y gana en una renovada ingenuidad. Sabemos que en la noche, mientras conducimos, nos encaminamos al aeropuerto y una tintura de ciencia ficción impregna nuestra alegría, algo que tratamos de subrayar, promover, lanzar al vacío que la música otorga. Los aeropuertos intimidan: los controles, el vidrio y el acero, el hormigón desnudo, los refulgentes espacios de venta [cristal de colores, luz potente, aroma de mil perfumes no deseados]. El avión en sí y la ciudad a donde llegamos y su realidad que adivinamos, que creemos ver, pero nos equivocamos y nada resulta ser como se esperaba. Los comentarios que se suceden tienen un valor especial: unen y hacen que el amor fructifique en un sentido opuesto al meramente sexual, un valor superior y secreto, compartidos y difícil de transformar en mercancía [¿difícil?, me digo y responde al instante: imposible]. Pero cuando uno viaja solo y con un motivo distinto al turismo es otra cosa, algo muy distinto: donde la soledad se encarna como ruptura del automatismo.

+ Viajar cada vez me interesa menos, ya que prefiero el turismo. En el viaje me mantuve durante largo tiempo y ahora veo que era un error. Leo Plataforma de M. Houellebecq y mi visión cambia. El libro lo había leído hace tiempo y no había reparado en los detalles sobre la profesión de la pareja del protagonista. Lo sé, quizá el tema, si de esto se puede todavía hablar, es el turismo, el turismo sexual; pero a mí, en el momento de la lectura, me interesaban otras razones de la novela [he aquí la grandeza de la novela: que la lectura no es una vía única, sino que es polimorfa, inasable y creciente o decreciente, en función del momento lector]. Pero, a lo que iba, y sin más digresiones, el turismo no es un anatema. Deberíamos dejarnos llevar por sus propuestas y tratar de comprender nuestro momento desde ese punto de vista. Los platos regionales, los monumentos, las baratijas y los souvenirs, los folletos, los mapas con puntos de interés señalados en rojo y con tipografía apropiada para la rapidez, los vuelos baratos, los paquetes turísticos, la senda de la multitud. Aunque todo sea dicho, lo que propongo, y no puede ser de otra manera, es irónico, porque sólo desde la ironía se pueden atrapar fragmentos de realidad que de otra manera resultaría imposible.

+ [El origen de las ciudades]: alguien me dice que las ciudades están hechas para que la gente trabaje y a mayor actividad económica mayores dimensiones urbanas. Parece una afirmación sobre la que no cabe discusión. Yo callo, porque la afirmación no me convence del todo, pero tampoco me siento capaz de argumentar en contra en ese preciso instante. Resulta que sin actividad económica la ciudad no es posible, pero reducir la ciudad a un espacio donde trabajar y vivir elimina otras posibilidades y, por lo tanto, se asemeja a mostrar la biografía desde el punto de vista de la alimentación, digestión y expulsión de heces [son datos incontestables, pero no pasan de ahí]. La vida se sostiene sobre la economía de la misma manera que la biografía lo hace sobre la nutrición, la respiración y la circulación sanguínea, pero, aun siendo muy importantes, dan cuenta de una realidad que las supera. La ciudad es reunión, principalmente me digo y lo propósitos son muchísimos. Una agrupación de intereses que entran en colisión y deben buscar un óptimo punto de equilibrio. Un teatro, los bares, los paseos, las tiendas, los centros comerciales, los cines, una plaza, una calle, la calle principal, los callejones, el alcalde y el delincuente, las celebraciones y los entierros, el rastro de las batallas y el olvido de las biografías que pueblan los callejeros, predicadores y asesinos, poetas y funámbulos, pescaderías, anticuarios, restaurantes, abogados o ebanistas y la nómina de lugares, personas y oficios tiende al infinito; aunque tampoco daría cuenta de su realidad, en el caso poder completarla. Por no extenderme, la cuestión radica en el punto de vista y creo que es el momento de recordar a Thomas de Quincey en Las confesiones de un comedor de opio inglés donde afirma que la calidad del sueño que otorga el opio está dentro de la persona y así lo ejemplifica con el tratante de ganada, donde en unos posibles sueños opiáceos sólo podría tratar de vacas. Ahí está el gozne de la afirmación, detrás de cualquier afirmación están nuestras experiencias y, para mí, lo que es más importante, las lecturas o la ausencia de lecturas. Ya que la importancia de la lectura no es patente para los que no le dan importancia; para aquellos que la lectura resulta primordial y constituye más un vicio que una obligación, un vicio más que una virtud: nada se sustrae de la actividad lectora, como un zumbido ahí permanece. La ciudad está condicionada por su presencia o por su ausencia.

+ Tres libros para el viaje y estancia en Madrid: 1) J. le Carré, El Espía que surgió del frío; 2) Villamediana, Obras, ed. de Juan Manuel Rozas; 3) Jan Mukařovský, Escritos de Estética y Semiótica del Arte.

+ Mukařovský no viajará a Madrid, su lugar lo ocupa Foucault, Arqueología del saber. [Qué tema: los libros que se llevan de viaje y nunca se llegan a leer: ¿por qué insistimos en es costumbre, en esta manía?].

+ Asisto a una sesión de vídeo sobre libros de Fernando Castro Flórez y compruebo que él, en su casa, como yo, trabaja en camiseta y en pijama. ¿Es esto un nuevo modelo de posdmodernidad o, quizá, de posthumanismo? [Esta entrada de esa guisa la he escrito: camiseta negra y pantalón del pijama a cuadros que C. me regaló en alguno de mis cumpleaños: J’adore].

+ La charla sobre libros trata del asunto del archivo, un tema que me interesa especialmente. En concreto, me interesa la posibilidad de escribir una pequeña intrahistoria mediante los papeles desordenados de una oficina, reconstruir con esas astillas del naufragio la vida de los que habitaron aquellas dependencias, que rellenaron instancias a la que pusieron sellos y dejaron esas húmedas carpetas en un sótano, donde las historias que podrían documentar duermen inertes, a la espera que alguien las devuelva a la vida. Así, planos, croquis, fotografías, notas, informes, denuncias, folletos, publicidades varias, prontuarios (…) Allí duermen, en el olvido. [Creo que debo volver a este apunte, a ese archivo del que hablo donde se acumulan materiales de diverso tipo, y que compone una historia que nunca se escribirá: el material sin un texto, simplemente, no existe, ni lo que en él se refleja: ya se ha disuelto en el tiempo].

+ Imagen: Valença do Minho un lunes, un lunes cualquiera. Me asombran las calles vacías, la total ausencia de ruidos, las vallas del parking levantadas. Como si un fantasma hubiese desalojado la vida; sólo los restaurantes permanecen abiertos.