sábado, 2 de febrero de 2019
Extensión
+ [Sábado]. A las cuatro y media nos dirigimos a Portugal C. y yo. El día era limpio y con las canciones de los Beatles encontramos un ajuste perfecto entre nosotros, el paisaje y la conducción [mi siempre lenta y segura conducción]. Junto al Miño el coche se deslizaba con gracia, con su elegante estela negra, su forma anticuada y la contundencia de un coche no muy caro pero sí muy fiable y económico [qué cariño le tengo a Caballo Loco, que así lo hemos bautiza, o si se prefiere: Crazzy Horse, como el sioux, como la banda de Neil Young, como un bar entrevisto en Madrid o en Zamora, quién sabe]. Sobrepasamos Vilanova da Cerveira y nos encaminamos hacia Caminha. Allí recorrimos las calles, vimos escaparates, bebimos ese mágico café portugués sin dejar de saborear unas mediocres torradas [les falta ser más torradas y les sobraba mantequilla, pero en fin, no todo puede ser perfecto y una leve imperfección contribuye a la perfección: en mi idea particular de paradoja]. Cayó la noche, con suavidad, sin estridencia; las luces en la otra orilla cobraron presencia y el cielo continuaba despejado, un frío casi agradable desde el océano nos remitía vidas olvidadas de naufragios, por ensalmo. Los escaparates y sus botellas vino, ropa de rebajas, semillas o aguacates. Recorrimos las calles y finalmente C. compró un pantalón y unas preciosas Gazelle. Me llamó la atención la profesionalidad del vendedor, la capacidad para leer en los clientes sus necesidades y para adivinar aquello que los clientes iban a comprar, lo que ignoraban que comprarían, su emblema parecía ser dad a cada uno lo que precisa; sobrepasados los cincuenta, con un aspecto entre lo juvenil y lo asentado, muy del momento, algo que se manifiesta especialmente en sus gafas de pasta mate, grandes y cuadradas, como dos televisores de espalda ventruda, aquellos televisores del siglo xx. Salimos y deshicimos el camino, cruzamos el río y nos paramos en Tui, para comer algo. Las calles eran más un escenario que cualquier otra cosa: piedras húmedas, el perfil de la catedral y su vocación de fortaleza, ventanas cerradas, la luz escasa y amarillenta. Entramos en un bar y pedimos algo de queso y ahumados; no era la primera vez que estábamos allí, pero había decaído y todo era un poco desolador, desde los platos hasta el pan, que no llegaban a la corrección precisa. Allí estaba el no muy famoso cantante de los ochenta; con un aspecto envidiable para sus sesenta y un años, una red de relaciones culturales que se desvanecían y sus opiniones trilladas; recordé que no cantaba bien, pero es un gran mérito mantenerse casi cuarenta años en la escena. La jornada declinaba y ya no había otra cosa que hacer que regresar. Podría hacer un balance de la tarde del sábado, pero lo dicho es una contabilidad es más que suficiente. Hablamos, guardamos silencio y nos reímos, una suma de placeres sencillos y baratos. En el aurea mediocritas descansamos, en su justo punto medio.
+ Colecciones de insectos [disecados y vivos], colecciones de botellas de vino [que debido a su edad no se pueden beber], colecciones de guitarras o violines [sin cuerdas], colecciones de sellos y/o monedas, colecciones de estilográficas [tinta seca, tinta verde, tinta muerta], colecciones posavasos, colecciones de relojes [que ya no funcionan], colecciones de guías de viaje, colecciones de camisetas, colecciones de bolsos, colecciones de pintura antigua, colecciones de figuritas, colecciones de zapatos [usados o sin uso], colecciones de zapatillas de deporte [en vitrina, en caja o con celofán], colecciones de cucharillas, colecciones de mecheros [sin gas], colecciones coches en miniatura [todos verdes, todos descapotables], colecciones de cromos [desparejados], colecciones de (…) ¿colecciones de libros, tal vez una biblioteca; la biblioteca o el archivo; el orden o la acumulación arbitraria, caótica, vulnerable?
+ La novela es la epopeya de un mundo sin dioses, decía Lukács, el teórico marxista. A mí me parece que Lukács lo expresa con una cierta pena, con la nostalgia de lo perdido. Qué somos sin los relatos, qué nos dará seguridad, qué nos orienta; y, claro, la novela, muy al contrario, en lugar de responder ni siquiera plantea preguntas, simplemente muestra y somos nosotros los que estamos obligados a reconstruir la propuesta: así se diluye el autor y el lector se constituye en un artista.
+ El arte de leer, afirmo.
+ Los abismos siempre son aterradores, para luchar contra su presencia hay una posibilidad: armarse con el reflejo que la novela moderna ofrece [¿la novela moderna?]. Me detengo ahora que he terminado Serotonina. La ausencia de certezas configura el presente y conforme nos sumergimos en lo digital la apariencia se impone sobre lo posible y lo tangible, lo necesario sucumbe ante la líquida pantalla, la redes sociales, las compras inmediatas a cientos de kilométros, el descrédito de la opinión, la mentira que se esparce como semilla al viento. El pensamiento se desvanece cuando prendo el televisor y surje un enjambre de consignas: soluciones fáciles para problemas difíciles, problemas que han sido mal formulados. Ahí está la novela, que no trata de héroes sino de lectores que se constituyen en dioses ínfimos: el encierro silencioso y solitario, el núcleo de su verdad siempre en revisión: cada novela un mundo, cada propuesta una extensión.
+ Con todo, Lukács tenía razón: ya no se trata de dioses. Se trata de nosotros y el libro, nada más.
+ E. me las trae impresos los papeles que de internet he bajado: los clasifico, leo, estudio, anoto y subrayo. Es un gran trabajo que hace E. por mí. No puedo perder tiempo y los textos que descargo precisan estar impresos: no me puedo alejar del bolígrafo, del subrayador, del lápiz, la nota rápida, la iluminación que el flexo otorga. ¿Es una cuestión personal o una lírica intersubjetiva? Podría amplificar la pregunta para no llegar a ningún punto razonable, pero hacer preguntas es una estrategia, como recubrir de oro la madera [a esto se llama estofar] y en lugar de ver ya madera se puede ver una voluta de oro: la magia del pan de oro [el sintagma es un hallazgo], y la madera esta ahí.
+ Las anotaciones describen un arco vital: desde el presente el pasado cobra sentido; como si aquello que pasó anunciase una distancia o una unión. Portugal, las compras, las impresiones, la ilusión de la llegada de E. Los dioses son propicios.
+ Imagen: andén y pasajeros a la espera; cada vida, una novela.
