sábado, 26 de enero de 2019

Lo suave, el viento, la madera


Munch


+ Una idea sobre la nostalgia, el gusto por lo antiguo,  lo anticuado, lo pasado de moda que vuelve a estar de moda por, precisamente, el hermetismo que el pasado ofrece, ese misterio de ser otros: el disfraz. El disfraz, un aliento de nuestra época.

+ [Tarde del viernes, mientras espero para solucionar un trámite, una consulta legal]. Me ha llegado el mensaje y la reunión se retrasa quince minutos. No es mucho. Había ido a la biblioteca a buscar los Kentukis [la novela de Samanta Schweblin]. Sin saber qué hacer durante esa breve (!) espera, entré en la Facultad de Bellas Artes. Había dos chicos y una chica: ella les planteaba si era lo mismo autorizar que conceder. Paseé por los desoladores pasillos vacíos de la facultad. La encontré especialmente carente de personalidad. El orden administrativo de los tablones, los objetos arrumbados contra las cristaleras, el patio descuidado donde hierbajos crecían indolentes, con despreocupación, un olor a humedad, el cielo no ayudaba mucho: gris plomizo, la panza de un topo, el envés de una pelusa. Fui silencioso, como un gato. Desaparecí con la certeza de la caducidad, un desapego a aquello que me pareció un soplo de aire fresco para la negra provincia [que decía Miguel Sánchez-Ostiz sobre Flaubert: La negra provincia de Flaubert]. Volví a la calle, no sin antes echar un vistazo a las orlas de la entrada y certificar que había pasado mucho tiempo, los que fueron jóvenes se acercaban a la cincuentena, me pregunté por sus vidas y me di cuenta de que eran irrelevantes, seguro que una planicie de hijos, hipotecas, divorcios los había alcanzando mortalmente: esas muertes en vida. Allí seguía la negra provincia, con su pesada digestión.

+ [Mañana del sábado, lluvia intensa y viento moderado, en una farmacia]. Hay una calidez estratificada, el primer estrato es la entrada, da paso al recibidor y él último lo ocupa el mostrador, donde las dependientas o farmacéuticas hablan sobre los problemas de la publicidad en internet. Todo deriva, mientras espero por un extraño preparado, un tinte, hacia un viaje a Tenerife. No me apetece escuchar esos detalles, pero ella lo desgrana sin pasión, para pasar el rato, el aburrimiento de la mañana lluviosa del sábado, tan lluviosa. El aburrimiento es una gran condena.

+ No me gusta interpretar los sueños, prefiero tomarlo en una cierta literalidad conectada con lo cotidiano. Sueño con un poeta muerto y mantenemos una conversación sobre el hecho literario, cosa que no tiene mucha importancia. El diálogo resulta ser conmigo mismo, con lo que espero y lo que me preocupa. Me resulta reconfortante porque hablamos de oír la radio francesa mientras se desayuna, las bibliotecas, la adquisición de libros, bases para establecer una escritura satisfactoria [para el que escribe], la evaluación de lo leído y el olvido. El olvido como resultado de toda trayectoria humana, la incapacidad de superar la barrera de la muerte. Y en eso hay que estar, me dice el poeta y se aleja por una colina y regresa con un ramo de bastones, palos que son coronados por empuñaduras de diamantes: qué contraste; aparece un periodista y lo entrevista: resulta torpe e inculto, con un nivel bajísimo y el poeta responde con admirable educación, preciso y lineal. Me propone ir con él a Zamora y le digo que es imposible; desciendo hacia una estación de autobuses y me percato de estoy en Salamanca. La siguiente imagen consiste en un debate sobre la función pública. Me despierto.

+ El poeta era Claudio Rodríguez, que regresaba más allá de la muerte. Recupero dos libros y los dejo sobre la cama: Hacia el canto y La otra palabra [escritos en prosa]. Una antología de poemas y  una colección de textos ensayísticos.

+ En La otra palabra encuentro una mención a Leopardi. Sin saber por qué, escribo en el buscador fotográfico el nombre de Leopardi y me percato que en Nápoles no visitamos su tumba. ¿Es un motivo para regresar a Nápoles? Sí, es un motivo, pero no el único.

+ Copio las descripciones del trigrama inferior del I Ching de una tirada de monedas que hice hace un tiempo: lo suave, el viento, la madera. Todo indica la constancia, la lentitud, ese crecer de las semilla hasta ser árbol; lo que del árbol se contiene en la semilla. Así conduje durante estos días, por la carretera orlada de bosques: con fluida suavidad acunado por el viento. Es la guía emblemática de estos días. La investigación navega a buen ritmo, eso constituye la esencia de la vida ordinaria, su reflejo en los sueños: agradables y reparadores.

+ He aparcado los Kentukis porque me he puesto con Serotonina.

+ Los sueños se desvanecen, leemos lo que hemos escrito sobre ellos y nos reconocemos perfectamente, pero ya somos otros. Es un resplandor, un brillo que tiene una cualidad que lo inclina hacia su desaparición, un breve reinado. Así, las peripecias vitales se difuminan en la distancia y sólo queda una niebla, una apariencia de realidad donde se confunde el recuerdo con la reconstrucción, la falseada reconstrucción. ¿Todo es interpretar? La sentencia sobrevuela la escritura, la lectura, la opinión. Y si vamos un poco más allá, dónde están aquellos que no hemos vuelto a ver, después de tantos años. La nostalgia no es una enfermedad, es una condición de algunos individuos. Claudio Rodríguez es ahora un fantasma que fuma a las orillas del Duero, una foto en blanco y negro, el recuerdo del sabor del vino o de la ginebra. Los años 50 del siglo pasado, esa situación, ese tiempo aquel espacio; el momento del sueño que no regresa, que pierde su fuerza. Ahora, en este momento, cierro el ordenador y me dispongo a dormir, otra noche más, una noche menos.

+ Imagen: El grito de Munch en muñeco inflable. Es un recuerdo de una casa agradable, de una estancia agradable, y, al mismo tiempo, una segunda distorsión de la realidad: primero el cuadro, segundo el elemento kitsch. En el muñeco se refleja algo de la semana, de su opacidad y ciertas incomodidades que se desavanecen.