+ Lo anterior lo comento por teléfono con C. Se ríe y dice que no tiene un recuerdo especial ni claro de Niort. Yo tampoco. Hurgo en las fotos que esos días disparé y encuentro con la foto de un graffiti que he me había gustado, especialmente. Hila hilando, me doy cuenta de que estaba en Niort. No quiere decir mucho, no quiere nada. Como la frase de M. H. Recuerdo que pensé en comprar en Lafallete una cazadora, no me decidí, fuera llovía, compré un tubo para llevar con seguridad un cartel que me regalaron en Angoulême. Y así. Pero los habitantes de Niort se han enfadado mucho. El nacionalismo no conoce fronteras ni dimensiones. No me identifico con el territorio, más allá de las necesidades administrativas: prefiero la palabra estado a la palabra nación.
+ [Lo que escuchamos en los aviones sin desearlo no es comunicación, pero contiene un pellizco de cata sociológica]. Regresaba de Madrid en Iberia [compañía con la que casi nunca viajo, sin razón aparente] y delante de mí se sentó una pareja, a su lado se debía sentar una mujer pero finalmente intercambió el asiento con un hombre de unos treinta años [una edad que compartía con la pareja]: los tres se conocía. Hicieron una pequeña fiesta, con apretones de manos y besos. Me parecieron correctamente agradables, lozanos, sanos, limpios de vicios y con sus vidas bien enfocadas, dirigidas a un objetivo preciso y adecuado. Eso me pareció. Comenzó su charla. Los tres eran ingenieros de automoción y con mucho viaje en sus curricula. La pareja volvía de Nueva York y hablaban de la Moderna Babilonia con soltura y encanto, los parques y las calles que habían transitado en numerosas ocasiones, paisanajes y tipologías urbanas para mí totalmente extrañas, enumeraciones extrañísimas, los taxis o los sencillos restaurantes de moda: comida exótica, cerveza excelente y música para imaginar otras vidas que no son la nuestra, un breve intervalo. El hombre les explicó sus peripecias con equipajes, con visados, agentes de aduanas. Viajaba con una cierta frecuencia a Detroit. Sé que en otro tiempo me hubieras impresionado estos viajes, en ese momento, de regreso de unos días en Madrid, entre la amistad y las obligaciones académicas, me parecían unos personajes intercambiables, un tanto tristes y con un ocio previsible y aburrido. Entonces comenzaron a hablar de robótica, entonces comenzaron a parecerme menos simpáticos. Ella hablaba de las posibilidades de reducción de personal en una fábrica y él asentía, el tercero dijo que ahora trabaja en homologaciones pero le gustaría volver a la programación de autómatas. Pero no ganarías lo mismo, dijo ella; el tercero se rio y dijo que tenía razón. Aterrizamos, los vi alejarse y parecían buenas personas; son buenas personas que hacen bien su trabajo. Salí del estacionamiento subterráneo, recorrí la autopista [tuve que utilizar un peaje sin peajista], salí del garaje y volví a casa. No hablé con nadie, nadie me dijo nada, no había nadie en todo el recorrido. Pensé en aquellos tres, en Nueva York y en la robótica. Abrí un libro de poemas, pero no conseguí leer nada.
+ Abandono el libro de W.G. Sebald Austerlitz, debo devolverlo en la Biblioteca Pública porque tengo que coger otros, que entran dentro de la obligaciones [ay, mis obligaciones]. Me da pena dejarlo, pero sé que regresaré: más un propósito que una certeza [tanto que leer y tan poco tiempo].
+ Hablamos sobre la polémica que ha levantado un reputado cocinero a raíz de su comentario sobre la llegada de la extrema derecha a Andalucía, a España [¿no estaba antes aquí?]. ¿Debió o no debió tomar esta posición, públicamente, o debió proteger su negocio?, me pregunta. En realidad el debate trata de si uno debe remitirse a su campo de acción y apartarse de todo aquello que resulte ajeno a su profesión, máxime si esto le perjudica, dijo. Cuando opinar es una obligación, cuando el silencio nos hace cómplices, añadió. Pensé que no tenía importancia, pero las redes sociales hacían su digestión. Una pena, le dije, y ella dijo que sí, que era una pena.
+ [Como dije antes, cogí en la biblioteca Sumisión de M. Houellebecq]. Comienzo el libro y según avanzo me voy encontrando con desagradables subrayados. Los subrayados que no son los propios resultan tremendamente molestos. Además, no comprendo por qué subrayar en un libro que debemos devolver, que no nos pertenece. Soy reacio a subrayar, pero esto no es cierto [quiero establecer una tendencia al no subrayado, pero todavía lo hago; se trata de sustituir el subrayado por un sistema de notas, un folleto donde se acumulen las citas bien identificadas: número de página, número de párrafo]. En fin, copio un subrayado y me pregunto quién pudo resaltar en la novela de H. «En ausencia de una verdadera adhesión emocional», que luego continua con la explicación del ateo que se ve obligado a escribir sobre «las aventuras espirituales de Durtal»; las cuestiones espirituales que aparecen en las novelas de Huysmans, del que el protagonista es una autoridad menor universitaria. Podría aventurar a que la persona que subrayó le gustó el sintagma, un sintagma prescindible si se mira bien el desarrollo y finalización del párrafo. Verdadera - adhesión - emocional. Repito la sucesión de palabras con intencionado engolamiento y quiero pensar que el autor del subrayado memoriza este esquema, que luego lo suelta y lo convierte en una subespecie de muletilla, tan propia como idiota [que viene a ser la misma cosa: lo propio y lo idiota]; dudo mucho que esta retahíla tenga alguna conexión con una posibilidad de realidad, pero me gusta pensar que es así. Finalmente, he comparado unos subrayados con otros y llego a la conclusión de que se trata de un lector sentimental, que atesora conocimientos sobre las relaciones en los libros, una especie de recolección de herramientas para desentrañar los arcanos del ¿amor? Vuelvo al libro, lo cierro, tomo la goma de borrar, abro el libro y elimino el subrayado. Creo haber hecho algo bueno por la Literatura, con esta L. mayúscula que enfatiza mi buena acción. Nadie volverá a tropezar en esta piedra.
+ El resultado de la extrema derecha en Andalucía es una tendencia. Prefiero obviar los sondeos, porque la tendencia es clara. No me gusta nada. Se anuncian malos tiempos.
+ Imagen: El grafitti de Niort. Queda la elegancia del motivo que contrasta con los cubos de basura, las señales y los desconchones. Siempre en la paradoja habita la respuesta: la crisis.
