sábado, 26 de enero de 2019
Lo suave, el viento, la madera
+ Una idea sobre la nostalgia, el gusto por lo antiguo, lo anticuado, lo pasado de moda que vuelve a estar de moda por, precisamente, el hermetismo que el pasado ofrece, ese misterio de ser otros: el disfraz. El disfraz, un aliento de nuestra época.
+ [Tarde del viernes, mientras espero para solucionar un trámite, una consulta legal]. Me ha llegado el mensaje y la reunión se retrasa quince minutos. No es mucho. Había ido a la biblioteca a buscar los Kentukis [la novela de Samanta Schweblin]. Sin saber qué hacer durante esa breve (!) espera, entré en la Facultad de Bellas Artes. Había dos chicos y una chica: ella les planteaba si era lo mismo autorizar que conceder. Paseé por los desoladores pasillos vacíos de la facultad. La encontré especialmente carente de personalidad. El orden administrativo de los tablones, los objetos arrumbados contra las cristaleras, el patio descuidado donde hierbajos crecían indolentes, con despreocupación, un olor a humedad, el cielo no ayudaba mucho: gris plomizo, la panza de un topo, el envés de una pelusa. Fui silencioso, como un gato. Desaparecí con la certeza de la caducidad, un desapego a aquello que me pareció un soplo de aire fresco para la negra provincia [que decía Miguel Sánchez-Ostiz sobre Flaubert: La negra provincia de Flaubert]. Volví a la calle, no sin antes echar un vistazo a las orlas de la entrada y certificar que había pasado mucho tiempo, los que fueron jóvenes se acercaban a la cincuentena, me pregunté por sus vidas y me di cuenta de que eran irrelevantes, seguro que una planicie de hijos, hipotecas, divorcios los había alcanzando mortalmente: esas muertes en vida. Allí seguía la negra provincia, con su pesada digestión.
+ [Mañana del sábado, lluvia intensa y viento moderado, en una farmacia]. Hay una calidez estratificada, el primer estrato es la entrada, da paso al recibidor y él último lo ocupa el mostrador, donde las dependientas o farmacéuticas hablan sobre los problemas de la publicidad en internet. Todo deriva, mientras espero por un extraño preparado, un tinte, hacia un viaje a Tenerife. No me apetece escuchar esos detalles, pero ella lo desgrana sin pasión, para pasar el rato, el aburrimiento de la mañana lluviosa del sábado, tan lluviosa. El aburrimiento es una gran condena.
+ No me gusta interpretar los sueños, prefiero tomarlo en una cierta literalidad conectada con lo cotidiano. Sueño con un poeta muerto y mantenemos una conversación sobre el hecho literario, cosa que no tiene mucha importancia. El diálogo resulta ser conmigo mismo, con lo que espero y lo que me preocupa. Me resulta reconfortante porque hablamos de oír la radio francesa mientras se desayuna, las bibliotecas, la adquisición de libros, bases para establecer una escritura satisfactoria [para el que escribe], la evaluación de lo leído y el olvido. El olvido como resultado de toda trayectoria humana, la incapacidad de superar la barrera de la muerte. Y en eso hay que estar, me dice el poeta y se aleja por una colina y regresa con un ramo de bastones, palos que son coronados por empuñaduras de diamantes: qué contraste; aparece un periodista y lo entrevista: resulta torpe e inculto, con un nivel bajísimo y el poeta responde con admirable educación, preciso y lineal. Me propone ir con él a Zamora y le digo que es imposible; desciendo hacia una estación de autobuses y me percato de estoy en Salamanca. La siguiente imagen consiste en un debate sobre la función pública. Me despierto.
+ El poeta era Claudio Rodríguez, que regresaba más allá de la muerte. Recupero dos libros y los dejo sobre la cama: Hacia el canto y La otra palabra [escritos en prosa]. Una antología de poemas y una colección de textos ensayísticos.
+ En La otra palabra encuentro una mención a Leopardi. Sin saber por qué, escribo en el buscador fotográfico el nombre de Leopardi y me percato que en Nápoles no visitamos su tumba. ¿Es un motivo para regresar a Nápoles? Sí, es un motivo, pero no el único.
+ Copio las descripciones del trigrama inferior del I Ching de una tirada de monedas que hice hace un tiempo: lo suave, el viento, la madera. Todo indica la constancia, la lentitud, ese crecer de las semilla hasta ser árbol; lo que del árbol se contiene en la semilla. Así conduje durante estos días, por la carretera orlada de bosques: con fluida suavidad acunado por el viento. Es la guía emblemática de estos días. La investigación navega a buen ritmo, eso constituye la esencia de la vida ordinaria, su reflejo en los sueños: agradables y reparadores.
+ He aparcado los Kentukis porque me he puesto con Serotonina.
+ Los sueños se desvanecen, leemos lo que hemos escrito sobre ellos y nos reconocemos perfectamente, pero ya somos otros. Es un resplandor, un brillo que tiene una cualidad que lo inclina hacia su desaparición, un breve reinado. Así, las peripecias vitales se difuminan en la distancia y sólo queda una niebla, una apariencia de realidad donde se confunde el recuerdo con la reconstrucción, la falseada reconstrucción. ¿Todo es interpretar? La sentencia sobrevuela la escritura, la lectura, la opinión. Y si vamos un poco más allá, dónde están aquellos que no hemos vuelto a ver, después de tantos años. La nostalgia no es una enfermedad, es una condición de algunos individuos. Claudio Rodríguez es ahora un fantasma que fuma a las orillas del Duero, una foto en blanco y negro, el recuerdo del sabor del vino o de la ginebra. Los años 50 del siglo pasado, esa situación, ese tiempo aquel espacio; el momento del sueño que no regresa, que pierde su fuerza. Ahora, en este momento, cierro el ordenador y me dispongo a dormir, otra noche más, una noche menos.
+ Imagen: El grito de Munch en muñeco inflable. Es un recuerdo de una casa agradable, de una estancia agradable, y, al mismo tiempo, una segunda distorsión de la realidad: primero el cuadro, segundo el elemento kitsch. En el muñeco se refleja algo de la semana, de su opacidad y ciertas incomodidades que se desavanecen.
sábado, 19 de enero de 2019
Política (-s)
+ En el coche, camino al trabajo, intentamos definir qué es la política en relación con las crónicas que establecen el periodismo y la historia, como si hubiese un hilo común entre las tres disciplinas, que parece bifurcarse o formar, quizá, un triángulo. La vocación de comentarista se manifiesta en nuestras palabras con cierta vehemencia contenida, pero hay un hueco que no se puede salvar: nuestra condición laboral. Esto determina nuestras opiniones, o yo así lo quiero [algo común a todas las personas ya que nadie opina fuera de su yo, de su propio contexto y de sus intereses individuales o de grupo]. Una pausa. La estrategia, la táctica y la verdad; no son solo palabras. Pero hay operarios [antes llamados obreros] que votan a la derecha o a la extrema derecha y profesionales liberales que votan a los comunistas. ¿Votan en contra sus intereses? La psicología es algo que debe ser tenido en el análisis del voto, y yo no sé, pues mi ignorancia es vasta, si se tiene en cuenta. Bien, regreso a nuestro viaje diario, los desplazamientos de los commuters, nuestras opiniones son opiniones y en esta tautología se esconde que en las opiniones hay un río subterráneo que condiciona su objetivo, que marcha y dirige la flecha hacia la diana. ¿Ingresos, estética, psicología? ¿Qué determina la posición política? ¿Periodismo, política e historia? Sí, tres brazos del mismo candelabro. La jornada laboral comienza y por ahí se desagua la conversación. El trabajo y los ingresos ponen a cada cual en su sitio.
+ He comprado Serotonina, pero sigo leyendo Sumisión. Houellebecq, sin duda. Según avanzo más me reafirmo. La capacidad de Houellebecq para retratar nuestro tiempo es asombrosa, por un lado está el detalle pop y por otro la sensación de nausea que invade nuestra superabundancia, esa incapacidad para digerir nuestro bienestar al tiempo que aflora la depresión ante la fragilidad y la vacua sucesión de los días. Sobre todo esto se puede escribir, pero la realidad no se ve modificada y el escritor lo sabe, y avanza con maestría por el mundo que propone, que dibuja con su mejor herramienta: la narración. En el balance final no pesa lo sociológico, lo político o lo económico, sino lo artístico: la indefinible literatura. Así, la narración encaja en una suma de tradiciones, mientras supera a la televisión o al cine porque hay una solución indiscutible: el desastre. El discurso es tan contundente que no hay otra posibilidad de expresión.
+ Con el ejemplar que pertenece a la Biblioteca Pública, Sumisión, me impuesto un trabajo: borrar todos los subrayados a lápiz que emborronan la narración. Me parece que contribuyo a que este mundo sea un mundo mejor.
+ Hoy miércoles he terminado de eliminar los subrayados en el ejemplar de Sumisión de la Biblioteca pública. Hoy el mundo es un lugar un poco mejor.
+ Retomo una cierta lectura de Iser donde se nos dice que la ficción nos comunica algo sobre la realidad; esta comunicación nunca ha de ser explícita, nunca será un manual de instrucciones porque así perdería toda su funcionalidad [que no es, ni mucho menos, su razón de ser]. La máscara es parte del mensaje y en el caso de Sumisión va mucho más allá de la peripecia del relato para alcanzar una cierta idea de la política, sus meandros, afluentes y desembocaduras.
+ [Interiores holandeses donde se bebe vino blanco, calvados o armagnac]. Llego a un cuadro desde la peripecia que supone encontrar la diferencia entre el cognac, el armagnac y el brandy. Sólo me interesan los textos que de ello hablan, no las sensaciones que producen los licores. No me interesa la ebriedad, me interesa las vías y la constitución de la ebriedad. Pero, finalmente, a donde accedo a es a un interior holandés de Pieter de Hooch; durante un rato me fijo con atención en el detalle de los elementos que forman el cuadro, que la pantalla me ofrece, como si me situase ante una escena definitiva y no ante el reflejo de un hecho cotidiano, una escena costumbrista sin mayor implicación. La luz, el mapa en el fondo, la actitud alegre de los hombres, la mujer de espaldas, la otra mujer; el hombre del lateral izquierda tiene dos pipas en sus manos; la mujer ofrece la copa a este hombre [en otro lugar leo que se dispone a beber]; [hago un zoom profundo], la otra mujer sonríe, parece sonreír como si adivinase o conociese ya el desenlace que se aproxima. Podría seguir detallando los elementos del cuadro y llegar a una conclusión o no llegar a ningún sitio, pero lo que me interesa es el proceso de ebriedad, que el cuadro parece manifestarse en el rostro de los hombres y es lo que produce el gesto de la mujer del fondo, la sátira contenida, la sátira que toda ebriedad conlleva. ¿Sátiro o sátira? ¿El filo de lo sexual se refleja en la sonrisa de la mujer del fondo?
+ Bajo archivos que reproducen fotográficamente libros del siglo xviii, me llama la atención como se van solapando ex libris hasta llegar al sello definitivo de la biblioteca, con sus códigos de barras [ya anticuados] y [los actuales, por un momento] códigos QR. Esa historia que se esconde tras las marcas de propiedad [el ex libris y sus arabescos variados] no tiene una correspondencia con nuestro mundo, con nuestra época, donde ya ha desaparecido esa singularidad de la biblioteca burguesa, como elemento dentro del hogar burgués que se debe mostrar como signo, como símbolo, como emblema. Como decoración, también. Ahora, el libro se constituye en algo mucho más sentimental y lo que se muestra en las casas son muros multicolores que apuntan a la sensibilidad del propietario, o a la labor de acumulación de años de estudio universitario. ¿Existen todavía los ex libris? Supongo que sí, pero más como una arqueología que como elemento vivo, supongo yo que han de pertenecer a personas que tienen gustos un tanto anticuados: fumar en pipa, coleccionar sellos, llevar un proyecto tal que hacer fotos de los autobuses que ven en las ciudades que visitan [esto último no es una invención mía, en una ocasión oí la historia de un señor que hacía estas cosas: disparaba, imprimía y distribuía las fotos de los autobuses en álbumes de considerables dimensiones]. Bien, el ex libris forma parte del pasado, debemos admitirlo ya; pero su estela en el archivo permanece y eso me hace pensar en todo lo que hoy es muy moderno mañana no lo será, porque en la misma palabra moderno está su condena: moderno no deja de ser el modo de lo de hoy [modiernus = reciente]. En fin, el domingo se acaba y yo termino de escribir esta breve nota sobre los libros y las señales que indican la propiedad de los mismos, sobre su perenne declive y el color de los lomos: antes oscuros y pardos, ahora multicolores y optimistas. Así somos, creo ver y cierro el procesador de textos.
+ Palabra de la semana: colmatar. Tal vez, la acumulación de sedimentos, tal vez cuando un terreno pierde su porosidad. No estoy muy seguro; y creo que es más productivo no buscar en el diccionario y jugar con las posibles definiciones [finalmente iré al diccionario o a un libro técnico] por el simple placer de la palabra, del concepto y su amplitud. La semana se recubre con la posibilidad conceptual: la perdida de porosidad y, por lo tanto, la elasticidad.
+ Y dice Whinnom: «la literatura es claramente una patología, un producto como el foie-gras, el almizcle o las perlas». Poco antes W. había comparado la mitología con lo que podemos leer en las revistas del corazón, cine o política. Debería desarrollar ambas ideas y ver cómo las puedo encuadrar en mi contexto y en mis visiones, en mis lecturas, pero no es momento [aunque no lo descarto en el futuro]. Me parecen dos apreciaciones muy acertadas, acertadas en extremo y en un sentido con el que coincido. En el corazón del estudio de la literatura y el lenguaje, en el universo pop que nos define, que especialmente me define.
+ Entiendo, según alcanzo el final de Sumisión, que la cuestión islámica no es absolutamente relevante, teniendo una importancia central, más bien se constituye como un elemento de un paradigma; es decir, resulta intercambiable. El tema, aunque sea obvio, resulta ser la política y la posibilidad, lo contingente. Podemos llegar a ver extrañas y peligrosas acciones o alianzas, traiciones, lealtades súbitas o cesiones inexplicables con tal de alcanzar el poder o mantenerlo. El tema es cómo esta acomodación del poder va modelando la sociedad, las instituciones, los individuos; no es el credo musulmán, que también, sino cualquier credo en función de los intereses personales: católicos, nacionalistas, comunistas, socialistas, liberales (...) La vertebración de la política. Lo sé; pero tampoco es el tema de la novela porque como todo obra de arte de altura su núcleo, su principio rector resulta ser la fusión entre fondo y forma [si es que fuesen disociables, pero es muy cierto que cuando la forma es demasiado evidente, algo no funciona].
+ Imagen: foto en Madrid, La Taranta; por la tendencia, mi tendencia a la abstracción: el seductor rojo.
sábado, 12 de enero de 2019
Conversaciones
+ Lo anterior lo comento por teléfono con C. Se ríe y dice que no tiene un recuerdo especial ni claro de Niort. Yo tampoco. Hurgo en las fotos que esos días disparé y encuentro con la foto de un graffiti que he me había gustado, especialmente. Hila hilando, me doy cuenta de que estaba en Niort. No quiere decir mucho, no quiere nada. Como la frase de M. H. Recuerdo que pensé en comprar en Lafallete una cazadora, no me decidí, fuera llovía, compré un tubo para llevar con seguridad un cartel que me regalaron en Angoulême. Y así. Pero los habitantes de Niort se han enfadado mucho. El nacionalismo no conoce fronteras ni dimensiones. No me identifico con el territorio, más allá de las necesidades administrativas: prefiero la palabra estado a la palabra nación.
+ [Lo que escuchamos en los aviones sin desearlo no es comunicación, pero contiene un pellizco de cata sociológica]. Regresaba de Madrid en Iberia [compañía con la que casi nunca viajo, sin razón aparente] y delante de mí se sentó una pareja, a su lado se debía sentar una mujer pero finalmente intercambió el asiento con un hombre de unos treinta años [una edad que compartía con la pareja]: los tres se conocía. Hicieron una pequeña fiesta, con apretones de manos y besos. Me parecieron correctamente agradables, lozanos, sanos, limpios de vicios y con sus vidas bien enfocadas, dirigidas a un objetivo preciso y adecuado. Eso me pareció. Comenzó su charla. Los tres eran ingenieros de automoción y con mucho viaje en sus curricula. La pareja volvía de Nueva York y hablaban de la Moderna Babilonia con soltura y encanto, los parques y las calles que habían transitado en numerosas ocasiones, paisanajes y tipologías urbanas para mí totalmente extrañas, enumeraciones extrañísimas, los taxis o los sencillos restaurantes de moda: comida exótica, cerveza excelente y música para imaginar otras vidas que no son la nuestra, un breve intervalo. El hombre les explicó sus peripecias con equipajes, con visados, agentes de aduanas. Viajaba con una cierta frecuencia a Detroit. Sé que en otro tiempo me hubieras impresionado estos viajes, en ese momento, de regreso de unos días en Madrid, entre la amistad y las obligaciones académicas, me parecían unos personajes intercambiables, un tanto tristes y con un ocio previsible y aburrido. Entonces comenzaron a hablar de robótica, entonces comenzaron a parecerme menos simpáticos. Ella hablaba de las posibilidades de reducción de personal en una fábrica y él asentía, el tercero dijo que ahora trabaja en homologaciones pero le gustaría volver a la programación de autómatas. Pero no ganarías lo mismo, dijo ella; el tercero se rio y dijo que tenía razón. Aterrizamos, los vi alejarse y parecían buenas personas; son buenas personas que hacen bien su trabajo. Salí del estacionamiento subterráneo, recorrí la autopista [tuve que utilizar un peaje sin peajista], salí del garaje y volví a casa. No hablé con nadie, nadie me dijo nada, no había nadie en todo el recorrido. Pensé en aquellos tres, en Nueva York y en la robótica. Abrí un libro de poemas, pero no conseguí leer nada.
+ Abandono el libro de W.G. Sebald Austerlitz, debo devolverlo en la Biblioteca Pública porque tengo que coger otros, que entran dentro de la obligaciones [ay, mis obligaciones]. Me da pena dejarlo, pero sé que regresaré: más un propósito que una certeza [tanto que leer y tan poco tiempo].
+ Hablamos sobre la polémica que ha levantado un reputado cocinero a raíz de su comentario sobre la llegada de la extrema derecha a Andalucía, a España [¿no estaba antes aquí?]. ¿Debió o no debió tomar esta posición, públicamente, o debió proteger su negocio?, me pregunta. En realidad el debate trata de si uno debe remitirse a su campo de acción y apartarse de todo aquello que resulte ajeno a su profesión, máxime si esto le perjudica, dijo. Cuando opinar es una obligación, cuando el silencio nos hace cómplices, añadió. Pensé que no tenía importancia, pero las redes sociales hacían su digestión. Una pena, le dije, y ella dijo que sí, que era una pena.
+ [Como dije antes, cogí en la biblioteca Sumisión de M. Houellebecq]. Comienzo el libro y según avanzo me voy encontrando con desagradables subrayados. Los subrayados que no son los propios resultan tremendamente molestos. Además, no comprendo por qué subrayar en un libro que debemos devolver, que no nos pertenece. Soy reacio a subrayar, pero esto no es cierto [quiero establecer una tendencia al no subrayado, pero todavía lo hago; se trata de sustituir el subrayado por un sistema de notas, un folleto donde se acumulen las citas bien identificadas: número de página, número de párrafo]. En fin, copio un subrayado y me pregunto quién pudo resaltar en la novela de H. «En ausencia de una verdadera adhesión emocional», que luego continua con la explicación del ateo que se ve obligado a escribir sobre «las aventuras espirituales de Durtal»; las cuestiones espirituales que aparecen en las novelas de Huysmans, del que el protagonista es una autoridad menor universitaria. Podría aventurar a que la persona que subrayó le gustó el sintagma, un sintagma prescindible si se mira bien el desarrollo y finalización del párrafo. Verdadera - adhesión - emocional. Repito la sucesión de palabras con intencionado engolamiento y quiero pensar que el autor del subrayado memoriza este esquema, que luego lo suelta y lo convierte en una subespecie de muletilla, tan propia como idiota [que viene a ser la misma cosa: lo propio y lo idiota]; dudo mucho que esta retahíla tenga alguna conexión con una posibilidad de realidad, pero me gusta pensar que es así. Finalmente, he comparado unos subrayados con otros y llego a la conclusión de que se trata de un lector sentimental, que atesora conocimientos sobre las relaciones en los libros, una especie de recolección de herramientas para desentrañar los arcanos del ¿amor? Vuelvo al libro, lo cierro, tomo la goma de borrar, abro el libro y elimino el subrayado. Creo haber hecho algo bueno por la Literatura, con esta L. mayúscula que enfatiza mi buena acción. Nadie volverá a tropezar en esta piedra.
+ El resultado de la extrema derecha en Andalucía es una tendencia. Prefiero obviar los sondeos, porque la tendencia es clara. No me gusta nada. Se anuncian malos tiempos.
+ Imagen: El grafitti de Niort. Queda la elegancia del motivo que contrasta con los cubos de basura, las señales y los desconchones. Siempre en la paradoja habita la respuesta: la crisis.
sábado, 5 de enero de 2019
Nunca volveré a Londres
+ Bad Gyal, Más raro. Un vídeo que se localiza en Londres, con mayor precisión: en el Norte de Londres [puedo ver una parada de autobús y encuentro el barrio en el mapa en línea]. Londres y sus infinitas caras. Nunca volveré a Londres, me dijo alguien y no terminé de entender la sentencia porque, lo sé, desconozco la clave para llegar a un significado oculto, al menos eso se pretende cuando tal cosa se expresa. No indagué, no pregunté. Los significados y los sentidos.
+ Hoy es el último día del año, leo y escribo. He visto algunos vídeos en la red sobre las bondades del liberalismo [del anarco-capitalismo, mejor: un por más allá], leí sobre los peligros de la tecnología, me asomé a la venta y vi a la gente pasar ajetreada. Pienso en sus vidas y en el gobierno de sus personas. Las personalidades y sus fosas insondables. Cada persona tiene su novela, una narración, un desarrollo particular. Pienso en mis ideas sobre el determinismo, que no terminan de cuajar. Hablamos C. y yo sobre ello el otro día en una cafetería al borde del mar [música electrónica, luz mediada, parejas jóvenes con hijos]. Recordé, una vez más, la cita de Heráclito de Éfeso: Heráclito el oscuro, el carácter es el destino. La cita me ayuda a explicar muchas cosas. No sé, ¿no es posible el cambio? No lo creo, hay una posibilidad de mejora, pero el principio rector se mantiene. Sobre ese principio rector se construye la biografía. No discutía, se trataba de exponer las dudas que me asaltan, porque creo que todos tenemos derecho a rectificar y que aquél que fuimos hace diez años no debe condicionar el somos hoy [esto tiene relación con el arrepentimiento y la conciencia; el dolor que a lo largo de los años percute sin descanso, cuando todo parece ya olvidado]. C. me escuchó atentamente y sentenció con sabiduría que siempre hay una posibilidad de salvación, siempre podemos ante un dilema ético tomar la decisión adecuada o la inadecuada, algo que nos aleja radicalmente de los animales. Hoy es el último día del año y veo que estoy conforme.
+ La personalidad del catedrático anarco-capitalista se opone a la personalidad del poeta. Si son así, es porque no hay otra posibilidad. Biología, contexto, tendencias. Bien cierto es que los factores ambientales contribuyen en la configuración, pero esto también determina. ¿Es posible una conversión artística, una inversión de sus valores: del turbo capitalismo a la bohemia; y al contrario: del verso al asiento contable? Ambas posibilidades han coexistido en algunos hombres, sin llegar a ser contradictorias; porque las posibilidades son muchas, muchísimas. Me quedo con el poeta que con el catedrático que viaja en Bentley con chofer y predica las bondades de eliminar el estado mientras trabaja en una universidad pública.
+ Me he hecho un marcapáginas con el recorte de la publicidad de una tienda vintage de Madrid, situada en la calle Atocha. En el recorte se ve a un chico con la barba cerrada, una camisa floreada y la actitud previa a la asistencia a la galería de arte o a la noche eterna; también se ve a una chica: camiseta de baloncesto que deja ver su costado libre de sujetador, el dibujo del inicio de su pecho izquierdo, su cara es seria y sus labios son de un rouge intenso y retador, la melena abundante, espesa, pelirroja. Me gusta llegar a ese libro [El acto de leer, Iser], entre otras razones, razones de mayor peso, por ver a los dos jóvenes, porque los dos jóvenes me recuerdan Madrid en una dirección, una entre muchas. Aprendo en cada viaje lo que olvidé en el anterior, así se crea un poso. A este poso acuden las dos figuras, como elementos de una narración. Los he visto en plazas, en museos, en nocturnidades varias. En el amor, en la distancia, en el olvido. Me gusta pensar en ellos, en la ciudad y sus ramificaciones, las conexiones que establece el paisaje urbano con los habitantes y los viajeros. Cierro el libro y duermen los dos jóvenes su sueño de papel, es el último día del año y ello conlleva un deslizarse hacia la nostalgia, la nostalgia de lo no vivido.
+ Por momentos leo Hotel, os batidores, de Inês Brasão. La crónica de los hoteles tiene su lírica, sin duda. Me gusta el ejemplo lisboeta, la idea de haber vivido en el escenario estas peripecias e ignorar la trastienda. Yo trabajé en un hotel y sé de que se habla: eso creo pero no estoy totalmente seguro. Me parece adecuado, interesante, un análisis muy del tiempo en el que vivimos: el mundo de las posibilidades infinitas, la información inabarcable, la reunión de oferta y demanda en una misma mano. Los entresijos tras los bastidores me ayudan a alejarme del esfuerzo que supone la lectura pautada, las tareas bajo programación, ese tachar con rotulador rojo lo que se cumple, en negro lo que no se ha culminado. Un pequeño libro, entre el ensayo y la narración, disfruto de la prosa y del idioma. ¿Disfrutar? ¿Esto es la lectura? Aquí me detengo y admito la función, que me lleva a ampliar el conocimiento sobre mí mismo, un conocimiento impermanente, que desagua en el olvido. Somos olvido, pero los hoteles tienen el mineral remedio: la no identidad, que tiene a la permanencia.
+ Me pregunto por la identidad y regreso a Pierre Bourdieu y elijo esa elevación sobre lo real que resulta ser la constitución del campo literario, la elaboración de un panorama social, más allá del arte, pero dentro el arte. El arte. Leer es un arte, termino por afirmar en mi ecléctica estética de la recepción.
+ [Repaso por encima los temas que tratamos en nuestra conversaciones en inglés E. y yo]. Los temas de los ejercicios de conversación son una cartografía del mundo, de un universo particular que no tiene porque tener una correspondencia necesaria con una cierta realidad, a pesar de aproximarse con cierta exactitud a esa misma realidad, a una realidad tangible en su momento, únicamente en su momento: conectada a un tiempo y a un espacio concreto y no intercambiable. La realidad como tal es problemática dada su multipicidad y acercase a ella sólo es posible mediante esquema variables. Eso son los temas sobre los que conversamos [en inglés] E. y yo. Admiro su fluidez y precisión, me ayuda y encuentro un extraño placer en la conversación [a través de la pantalla]. La realidad propuesta es un simulacro que tiene su gracia, me interesa la distancia entre el simulacro y lo posible: donde se eleva el estudio y la improvisación.
+ [Una posible explicación del título de la entrada]. Londres siempre fue para mí un destino entre la magia y la identidad. Una parte de la construcción de mi persona: el idioma, su literatura, la música. Ante todo la música, sobre todo la música. Esa forma de entender la vida que arranca en los años sesenta y alcanza el presente: The Beatles, The Jam, The Smiths. Cito los tres grupos como puntas de lanza de tres tendencia que he observado en mi biografía. Cada uno estos grupos se alinea con un tiempo, un tiempo que no ha de regresar pero que compone el presente. ¿No volveré a Londres? No volveré a Londres, sólo es una frase que se ramifica y se destruye a sí misma, un ejercicio de estilo, una posibilidad por construir: el texto que arraca desde la paradoja. Descanso ahí.
+ Imágenes: a) [foto sobre/contra] Muro, Londres, 8/12/2018 - b) [captura de] Pantalla, Pierre Bourdieu, ¿1999 / 2019?
Suscribirse a:
Comentarios (Atom)




