sábado, 29 de septiembre de 2018
Los placeres
+ La música cambia mi estado del ánimo, lo amplifica o lo disminuye. Esas variaciones son agradables o desagradables, pero en cualquier caso no tienen la calidad del tibio. Como un ser golpeado, el órgano eclesiástico suena atenuado por la puerta cerrada, un ser que se debate entre la violencia, la respuesta o la huida. La música modifica el paisaje y el paisaje soy yo. Ahora.
+ Dentro de mis preferencias se encuentra la búsqueda [aleatoria] y compra [no compulsiva] de introducciones y prontuarios. Con los años me he dado cuenta de que anida en mí la creencia que para toda labor tiene que existir un libro que guíe ésta, aunque no sea de una manera explícita, pero que le dé confianza al que se debe enfrentarse a una labor o un nuevo trabajo. Bueno, qué son si no las carreras universitaria o las titulaciones de formación profesional. Pero yo no pienso tanto en eso como en la posibilidad de una respuestas en forma de libro para cualquier eventualidad; tampoco son los libros de autoayuda. La restricción gravita en torno a cuestiones cotidianas y realmente funcionales, sin atisbos psicológicos. Hoy por hoy dudo de esta posibilidad, pero un rescoldo sí ha quedado. En esta línea, mi última adquisición ha sido un Foucault en 90 minutos. Biografía y pensamiento, algo para mí cotidiano y funcional. Lo leo con interés después de haber trabajado durante toda una larga jornada de domingo. La lectura resulta ágil, bien estructurada y se dirige con acierto a su objetivo, pero al autor Foucault no le cae muy bien y se nota demasiado. Esto me lleva a un tebeo que me compré sobre le mismo autor. Recuerdo que lo compré en Londres. Tal vez en la tienda de la British Tate o en una librería en las proximidades de Hackney. Lo tomo de la estantería donde descansa con otro libros de y sobre Foucault. Estas agrupaciones hablan mucho de mí de mi manera de indagar en una materia o en un autor. Mi tendencia es a acopiar una amplio repertorio de ayudas, de manuales, prontuarios, diccionarios o resúmenes. Al final, sí, tengo una idea de conjunto, pero hoy no me interesa tanto ese atisbo de totalidad como los hechos cotidianos de la vida de F., del París en que vivió o los lugares donde dio clase. La materia que constituye a las personas se compone de elementos diversos, pero yo creo que el peso de lo cotidiano termina por ser determinante: así acudimos a la casa paterna de F. en Poitiers, así atisbé ciertas relaciones que hoy cobran sentido en la lectura del resumen. Si sólo es válido el resumen por esa rememoración, aunque incida mucho en lo anecdótico y valore poco la obra del autor, bien pagados están los breves 7 €.
+ En aquel viaje a Londres me compré dos libros: cómo escribir sobre Arte y cómo escribir sobre Arte contemporáneo. Finalmente, la objetualidad de los dos libros me ha subyugado, más que su contenido [que no es malo]. El objeto tiene propiedades ocultas que debemos desvelar, desarmarlo es apostar por nuestra autopsia.
+ He leído mucho y no me acuerdo de nada. ¿Quién profirió esta afirmación con lanza de punta de oro?
+ Al autor del librito sobre Foucault Foucault no le gusta. Es algo presente a lo largo del libro. Ayer trabajaba en un artículo sobre el Faetón de Villamediana y sensación era la misma, el autor pone en cuestión que la poesía de Góngora sobre el CdeV. sea real, auténticamente laudatoria. Trato de encontrar una conexión entre ambas manifestaciones y me cuesta trabajo. ¿Por qué nos llega a desagradar un autor hasta el punto de dedicarle el esfuerzo de la escritura? No creo que en los atajos, pero hay una nota que se manifiesta cuando se detesta una obra un autor; el ataque a una parte de nosotros que estimamos, que cristaliza, tal vez, en ese autor, pero, por lo tanto, no es el autor, sino el autor como emblema. La explicación no aporta mucho y es enrevesada, pero hoy me vale, mañana no lo sé. Según se sedimenta, varía. La variación aporta posibilidades, las posibilidades arrojan luz o sumergen el asunto en las tinieblas la cuestión. Las tinieblas tienen su poder, el poder de limitar la inocencia y la pronto respuesta. Bueno, yo creo que ambos libros me ayudan a situar las dos figuras, figuras controvertidas, seductoras y próximas a unas ideas que germinaron hace más de quince años y no paran de crecer, de ser podadas, de admirarlas y sorprendernos ante ellas. El círculo no se cierra, se amplia.
+ Protecciones, barreras, un refugio. Alguien decía que hace más daño el veneno que sale por la boca de los hombres que los golpes. Me cuenta su periplo y asiento. Pienso en los últimos años, en el recuerdo que tengo de aquellos días. La duplicidad, una vida aquí y otra allí. Es difícil establecer compartimentos estancos. La vida tiene una suerte de conexiones que no se aclaran fácilmente. Indagar en ellas no siempre es posible. Las heridas se mantienen abiertas, lo sé. No hay balance que hacer por la batalla continúa su curso. Yo puedo escuchar y tratar de mostrar que el tiempo cura, pero el presente es afilado, su punta afilada se clava en la carne. Nos despedimos y dejo el teléfono sobre la mesa. Queda cierta calma, pero sé que el latido del dolor es penetrante, que yo estoy aquí y leo y eso es sólo observación y no me produce un extraño placer. El aislamiento. Repito, el dolor palpita.
+ Deseo de ser robótico. Una presencia.
+ Imagen: un disparo sobre una valla, aquí me reflejo y me explico.
sábado, 22 de septiembre de 2018
Soy otoño
+ «¿Obligado yo, de qué? / Quejoso de tantas cosas, / que pierdo en las más dudosas / lugar, el mundo y la fe.» Conde de Villamediana.
+ Varios vídeos sobre el último libro de Frédéric Beigbeder, Une vie sans fin. Escucho al escritor y a los entrevistadores, pero más que en el fondo de sus palabras me fijo en las apariencias, los peinados y el atuendo. La luz del plató. Resulta interesante la caracterización de este nuestro momento, este presente en que vivimos: Facebook, el selfie, el aqua-bike. Sirva la triada como una propuesta para una ampliación de posibilidades de la tele-realidad en la que estamos sumergidos. Veganismo y bicicleta, agua mineral y oración. No deseamos envejecer, me sumo a ello pero sé que perderé. El resultado de la visión es la muerte, inevitable y los juegos que se realizan para conjurarla son bienvenidos. Y para finalizar todo termina con una canción de Daniel Darc. Daniel Darc murió en el 2013.
+ Todas esas buenas intenciones: ingenuas, fútiles, evaporadas. Suena la canción de D.D.: nací en mayo y yo soy la primavera. Yo también nací en mayo, como D.D., pero no soy la primavera, soy el otoño.
+ Finalmente me he comprado la novela de Agustín Fernandez Mallo Trilogía de la guerra. ¿Debo leer este libro? No estimo que se trate de obligaciones, sino de establecer una conexión con un mundo que me resulta próximo, donde disfruto de una cierta plasticidad y orden estético. Duerme en la estantería con otros libros del autor, a la espera de que le llegue su momento. Sé que hay algo supersticioso en esto de comprar un libro que no se leerá inmediatamente, pero las elecciones ayudan a replantear lo cotidiano y lo cotidiano tiene una dimensión inabarcable.
+ Dentro de las posibilidades que ofrecen los puntos de vista y sus variaciones, en estos días, hay una que me parece especialmente productiva e inspiradora. Olvidarse de todo lo que sabemos sobre cómo funcionan los objetos de la vida cotidiana: coches, vitrocerámicas, ordenadores, teléfonos, ascensores, televisores, relojes (…) y, como consecuencia, ver estos objetos impelidos por una magia ignota. Lo practico y me siento reconfortado. Hoy la vida es un prodigio de magia y misterio. La vida se transforma un vértigo agradable. Todas las estrategias son útiles para contrarrestar la única verdad: la extinción. Así he comenzado a releer [muy lentamente] El mapa y el territorio de M. Houellebecq. La primera afirmación de este párrafo se conecta con la lectura del libro, porque el libro me regala un punto de vista de la realidad que gira en torno a una nueva y más atractiva visión. Hay algo pop, algo low-fidelity, otra parte de la lírica de la vida cotidiana y el resto lo pone mi cada vez más acentuado afrencesamiento. Le terroir, par example. Esto tiene una clara relación con el redescubrimiento de la variedad de lectores y de lectura. La lectura es un fin en sí mismo, pero simultáneamente: un medio. Hoy es un medio para sobrellevar la muerte que nos cerca: los anuncios de la muerte que aparece en lo diario. Cada semana un funeral, cada mes un diagnóstico. Who's next?
+ Hace unos años vi una Stratocaster de Hendrix y era igual que todas, no necesité sabe cómo sonaba, con verla fue suficiente. Una gran lección.
+ Entre el deseo y el equilibrio. Una conversación. El deseo es un veneno, el equilibrio no es un proyecto: llega y hace, transforma y se remansa. No admite explicación, no se aclara con definiciones ni con fórmulas. El calor y un nido de avispas se ha instalado en el tejado del centro de trabajo. ¿Hay relación entre una cosa y la otra? Lo incontrolable, la contingencia vital que nos define. Rotuladores, lápices, bolígrafos rojos. La oficina es una estancia rectangular y aséptica. Ha cerrado las ventanas y si nos callamos el único sonido que se puede percibir es el zumbido de un ventilador. Hace calor, un calor que nos cerca y al que no nos acostumbramos. El deseo y el equilibrio, no soy deseo, soy equilibrio, quiero pensar, pero no estoy totalmente seguro. Agua y aceite. Renuncio al deseo y al equilibrio, sólo me interesa este segundo, pero no quiero buscarlo. El fuego de la llama, la madera que arde es fugaz, la llama no es eterna. Se despliega la mañana en un folio en blanco, no hay mucho más.
+ Paul McCartney bendice una guitarra con solo tocar un acorde en ella. Me interesa esa capacidad de elevar el objeto a fetiche carísimo. ¿Dónde se esconde esa energía, de dónde nace? Quizá el mercado y la mano invisible tengan la respuesta.
+ Definitivamente, abandonada Berlin Alexanderplatz, sin embargo: la lectura de El mapa y el territorio resulta fluida y próxima. Me gustan esos excursos sociológicos, la incidencia en la realidad, en las posibles realidades. Todo se narra con una maestra disposición. El escritor se utiliza y establece varios niveles de autoría. Las novelas seducen desde su interno principio, no es una substancia, sino una forma. Siempre una forma que contiene una necesaria y esperada substancia. Las revelaciones llegan de una en una, las vemos llegar y las deseamos. A última hora leo dos o tres páginas de la novela ya leída. Gran prueba es la relectura de una novela, es caso de El mapa y el territorio es paradigmático.
+ Inesperado viaje en coche a través de la noche. Los motivos no importan, cuenta la sensación. Música antigua y la amplia noche como escenario. Radio Clásica ofrece un programa de música antigua y la autopista es infinita en sus luces rojas, reflectores, captafaros, farolas, estaciones de servicio (…) Luces precisas en la profundidad de la noche. Creo entender una mensaje que se esconde en el contraste entre la certeza de la noche opuesta al día, la tecnología que permite la velocidad y esa pureza que se esconde en las misas medievales. El locutor habla de un poema de Guillermo de Aquitania. Farai un vers de dreit nien, algo así como: Haré un poema de la pura nada. Hay un ejercicio de reflexión donde se disuelve mi yo y da paso a una estabilidad, un flotar en la acuosa sensación de poesía, música y velocidad. Yo nunca corro, pero noventa kilómetros por hora me parece una gran velocidad si la comparamos con casi cualquier ente natural. Lleva en la memoria la barriga caliente de la gata, la urbanización, el sabor de la cerveza y las aceitunas aliñadas. La noche me acoge y yo entiendo ese mensaje que me transmite, que no nombro.
+ Hay versiones sobre los versos anteriores, pero no me interesan. Hoy me interesan. Me centro en el recuerdo de la noche, la música y el espejismo de la tecnología. Me centro en lo que Guillermo de Aquitania me comunicó sin él haberlo deseado. Sic.
+ Imagen: la fantasmagórica realidad del estacionamiento, espacios desposeídos de identidad. Me cuesta saber dónde disparé la foto, nunca lo sabría si la anterior y la posterior foto no indicasen la secuencia de los disparos. Francia, en algún momento de nuestras vidas. La identidad no es una meta.
sábado, 15 de septiembre de 2018
Fotografías
+ Fotos antiguas. Vemos fotos antiguas y parecen ajenas a nosotros. Incluso fotos que nos han hecho a nosotros. Fotos en blanco y negro, en desvanecido color. El tiempo también pinta sobre los cuadros, alguien decía: no le falta razón. De la misma manera, las voces que se grabaron en los primeros tiempos de los registros sonoros poseen una calidad extraña, fantasmal. Pero no podemos dejar de pensar que esos medios de preservar la imagen o la voz, en su momento, fueron la vanguardia, la punta de lanza. Algo que se debe tener presente ante cualquier novedad. Con todo, existen tecnologías que no han sido rebasadas. La letra escrita, sin duda, es una de ellas. Y veo correr las letras en la pantalla, que yo acciono desde el teclado y no deja de parecerme algo maravilloso, casi mágico. Eso mismo le pasó al que tenía en su mano una estilográfica y no tenía ya que mojar la pluma en el tintero, o el que por primera vez tecleaba en la máquina de escribir. No es eso lo importante, lo importante es escribir y leer, asunto que necesita de muy poco para elevar su impresionante potencial. Así llega el final del día: fotos antiguas, el zumbido de grabaciones de otro tiempo, de otra dimensión, y un reflexionar adormecido que anuncia el sueño, esa otra vida que apenas necesita soporte.
+ Esas fotos que tratan de transmitirnos un efecto pictórico. Quizá lo logren, quizá sea una interesante perfección o exactitud, pero en ellas reside algo inquietante. Falta la pincelada, esa suma que compone la imagen. La foto siempre es demasiado exacta. Uno se acerca y no termina por ver la estructura que late tras la imagen. La pincelada siempre emerge. Soy partidario de la pintura, soy partidario la fotografía, pero ambas por separado: tampoco me gusta esa pintura que sigue a la fotografía, aunque sea de un modo irónico. ¿Soy un antiguo o, quizá, demasiado moderno?
+ Cámaras de fotos que ya no tienen función, pues han sido desplazadas por la electrónica. Desposeídas de utilidad, reposan en la polvorienta tienda de objetos de segunda mano, ese rastrillo estable. Cuánta nostalgia se acumula sobre su superficie, todavía perfecta, brillante, ultra-moderna. No. Ya no tienen un lugar en el mundo de los vivos, aunque haya gente que se empeña en hacer fotos con película, revelar y positivar. Es un mundo que se sumerge en la ciénaga impenetrable del pasado. Las veo ahí, en las vitrinas: como insectos en el museo de historia natural. Ya no dispararán y si lo hacen es por un tiempo muy limitado. El fósil también habla de nosotros, es más: nos habla a nosotros, de igual a igual. Su idioma es la descomposición y la naturaleza mineral de su tiempo, nuestro tiempo.
+ Fotos de carnet que se guardan en un sobre. Un sobre que aparece súbitamente. Desde niño hasta adolescente, la serie pone orden en una evolución del rostro. Las facciones son variedades, la variación de un esquema: la madre y el padre, su mezclarse y apartarse. Unos ojos, la boca, la expresión que se debate tras la piel, la calavera que ahí habita. Las fotos de carnet tienen algo biográfico que se resiste a ser atrapado porque estas fotos tienen su punto de ausencia y anonimato, de parte de una lista demasiado larga. En la radio hablan de los problemas de subir fotos a la red de redes y nadie dice nada de las fotos de carnet. Las fotos de carnet parecen ser irrelevantes, pero no lo son: su mensaje se oculta tras su estela cotidiana. Algo más que un dato en la identidad.
+ Un grueso libro que recoge tomas de contacto de una conocida agencia fotográfica. El capitalismo todo lo digiere, anuncia alegóricamente. Lo válido, lo invalido y lo irrelevante. El libro tiene un considerable peso. Lo veo y hay algo en él constructivo: es un ladrillo, un bloque, la piedra de la sillería. Lo abro y es hermoso su blanco y negro. Es hermosa la cubierta negra y las etiquetas amarillas, que imitan aquellas cajas de papel fotográfico. Es nostalgia, el zumo del pasado, la acabada sensación de finitud. Es un regalo que ha quedado olvidado en esta casa: ahí descansa. Allí duerme, en una mesa, al sol que le va restando fuerza a la etiqueta amarilla. Ahí hay una razón, un sentido, el peso de nuestro tiempo y sus derivadas. La verdad de todas las épocas. La fotografía entendida así ha muerto, pero sus restos son mercancía y una verdad incuestionable. El fetichismo de la mercancía, tal vez, la cerrada finitud y demolición de cualquier obra humana. Dejo el libro en su lugar y escribo, tan cerca de la esfumada calidad del tiempo como aquello que las fotos recogen.
+ Fotografía 3D. Hace muchos años, en Madrid, en la Escuela de Ingenieros Técnicos de Obras Públicas asistí a lo que, hoy entiendo, como una función de magia. Descendimos a un sótano y apagaron las luces. Se proyecto sobre una superficie plana una luz verdosa. Sobre la superficie nada se veía. Nos dejaron unas gafas y con las gafas, que nos fuimos pasando, se podía ver Madrid en relieve [mejor en relieve que en tres dimensiones]. Resultaba extraño. La representación de un mundo congelado, bajo el hielo las palpitaciones de sus habitantes. Me tocó y estuve cerca de un minuto escrutando aquel prodigio. Viví aquella experiencia, pero muchas veces se me antoja un sueño. En el recuerdo la realidad es variable, invesímil o falsa, nosotros tenemos una capacidad de elección muy amplia.
+ Imagen: abstracciones pictorias que lo cotidiano nos ofrece en forma de vendajes plásticos sobre elementos de la ciudad. La fotografía tiene ese rendimiento.
sábado, 8 de septiembre de 2018
No es una línea recta
+ Alguna vez sucede. Rara vez. Me asalta el recuerdo del olor de la trementina y con él regresa una casona en el casco antiguo de esta ciudad. Un salón reconvertido en estudio, en taller, en un aula para las clases de pintura al óleo. El profesor colocaba un bodegón y se debía copiar, corregía los trazo primeros, las pinceladas contra el lienzo. Recuerdo el bodegón. Recuerdo la estancia, la cristalera, las casas que desde allí se veían. Tejados y galerías, flores olvidadas en macetas rotas y desiguales. Una estampa post-romántica de la ciudad, una postal olvidada. Leo algo sobre la recepción de la poesía barroca y regresa ese olor, el olor de la trementina. Ahora se desvaneció, pero queda la nota de su presencia. ¿Donde está la verdad, en el pasado, en el recuerdo, en esta nota?
+ Tienda en línea: se venden fotos sobre la industria textil alemana de principios del siglo xx. Me gusta observar las fotos de las fábricas. Hay ese punto de irrealidad que tiene la fotografía retocada, se puede ver casi el trazo de un fino pincel, el que dibuja una nube estilizada, que se aproxima al arabesco. Me produce nostalgia. Esa convención es ya un rasgo histórico, que revela una época, una manera de entender la representación. Nos vemos inscritos en ello porque también lo que hoy resulta convencional adquirirá su marchamo de característico, de epocal. Nuestra época son todas las épocas, me digo porque el presente se ha ampliado y con el acceso inmediato que tenemos a la información y las imágenes estamos continuamente en un magma o limbo de acumulaciones y riesgos. El riesgo que el vértigo contiene. El mismo vértigo que alcanza la visualización de catálogos de oficinas en los años 70 del pasado siglo, los folletos de juguetes de mi infancia, los juguetes mismos que son hoy mera arqueología o pieza de museo, máquinas de escribir o los mismos ordenadores que ayer resultaban una fantasía hecha plástico, circuitos y pantallas. Estamos en el mismo barco y el barco se aleja hacia el horizonte que nunca alcanza.
+ Intento trabajar, pero en un bar próximo dos niños pelean y gritan. Se insultan. Sus voces llegan entrecortadas y rebotan contra el hilo de lectura. Ser rompe el hilo de lectura. Insultos, palabrotas, gemidos. El padre también grita, yo creo que es el padre: no lo sé, no tiene interés. Hace calor. Cierro la ventana y el ruido parece amortiguado, aunque sigue ahí, pero sordo, un zumbido tal vez. La necesidad de silencio y tranquilidad formaliza ciertas lecturas. En ella la concentración es imperio, el dominio de una conversación interna. Diluirse en ella es crecer, pero sin agotarse. El tiempo no se detiene. Las voces continúan elevándose, la calle es suya, un coche ruge, una moto ruge, el resplandor celeste decae. Trabajo y las dificultades suponen un otro avance. Como una ebriedad en la sombra, invisible y sólida.
+ Suenan los Beach Boys. Es casi hora de marchar al trabajo. El trabajo como fuente de posibilidades cercenadas. Me quedaría en casa, enfrascado en la lectura. Y esto es así porque el trabajo de leer no es un trabajo. El trabajo está determinado por la obligación. La gran obligación de tener dinero, a la que todos nos vemos obligados a plegarnos. ¿Todos? Ahora debería relatar historias ejemplares de mendigos y cartujos, pero no es hora para ello. Sigo la música de los B.B. y me lleva a un tiempo que no se concreta, pero que tiene una lírica solitaria, reverberante, parisina y no playera. Parisina porque cuando llegué a París por primera vez escuché a los B.B., o eso me gusta creer. Todo lo dejo porque es hora, la hora de la realidad laboral.
+ Releo fragmentos de lo escrito y veo que tengo una tendencia, quizá acusada, a la nostalgia. La nostalgia es el deseo de volver al hogar, el nostos. De esto trata la Odisea. ¿Dónde está el hogar? ¿En el ser o en el estar? En la radio suena música de baile muy soft. ¿Mi hogar? Resulta ser algo variable y hoy está en ese París intuido, en la trementina, en las posibilidades no cumplidas de veranos que no regresarán, como nada regresa. La nostalgia es una afección suave y serena, en mi caso. La activo y desactivo a voluntad. Queda así, desactivada.
+ Funeral: tras el funeral me reúno con unos señores de avanzada edad, entre los que se encuentra mi padre, y hablamos. Yo escucho. Uno dice: trabajamos mucho, pero también lo pasamos muy bien. El trabajo en los últimos meses se ha convertido para mí en todo un tema, un motivo en el que indagar, en el que yo debo establecer un sentido para mi uso, para mi comprensión de lo real en su totalidad, en una posible integración. Me resultó enternecedor aquellos recuerdos, que desembocaban en un risa auténtica y sincera. Los funerales siempre adquieren tintes de sabiduría, una sabiduría que tiende al zen de la vida cotidiana, al suspenderse el tiempo, al detenerse y fundirse con el dios del segundo.
+ Imagen: dos tocones o el mismo tocón: una variación fotográfica, tal vez sí, tal vez no.
sábado, 1 de septiembre de 2018
… al viento de las yeguas concebido
+ Cómo se ha construido nuestro gusto, nuestro estilo particular y definitorio. ¿Es una totalidad o pertenecemos a una totalidad? ¿Vestir, leer, comer? ¿Es un contexto social o se ancla en nuestra persona exclusivamente? El equilibrio entre ambos platillos de una imaginaria balanza puede dar una respuesta inexacta, pero sí verdadera. La verdad de nuestro instinto ha trenzado un catálogo de sumas y restas, comuniones y excomuniones. Ver el muro de libros en mi estudio habla mucho de mí, más de lo que me gustaría, pero, al mismo tiempo, esta selección se incluye en programas que se pueden identificar con mayor o menor dificultad. No soy yo, es aquello que me hizo. Mediante su orden puedo restaurar sendas transitadas, el evolucionar de mi conocimiento y el decaer de mi edad, el alejamiento y la cercanía, la distancia y el tiempo que difumina a ciertas personas, a inciertos espectros. Me reflejo en el espejo y en los libros que atesoro, lo sé y lo asumo. Un vicio, una hipertrofia del gusto. Del gusto literario, finalmente. La filosofía, la poesía, las novelas. Hace no mucho declaré que deseaba leer cierta novela y que no lo haré porque que hay obligaciones que me lo impiden. Hoy resuenan las tres páginas leídas y ese recuerdo es una otra obra literaria: la recepción del texto. ¿Es un arte leer y es el gusto su herramienta más afinada? En ese gozne está mi gusto: los no lugares, el detalle, lo coches, los aviones, los aeropuertos, los museos de arte contemporáneo, el supermercado en el extranjero, el supermercado de mi barrio, sus neones, sus estanterías, los productos, la desconexión romper con los automatismos, el espacio y tiempo que internet nos ofrece, mi identidad electrónica, este blog, aquellos que lo leen, los que no lo leen, mi relación con la escritura: el lápiz, la pluma, el rotulador, el papel y la pantalla. La raíz de todo estilo reside en una afirmación de la identidad, incluso en la negación de determinadas identidades que nos resultan cargantes y, simultáneamente, nos constituyen: para nuestro disgusto. ¿Se define mi identidad mediante negaciones?, me digo y doy un largo trago al amargo y frío café. Sin duda. pero me gustaría que estas restas me llevasen a un grado cero de la personalidad: no es posible.
+ DARINEL: «¿Has, di, señor, hallado / al viento de las yeguas concebido?» La gloria de Niquea, Conde de Villamediana.
+ ¿De qué viento habla el Conde?
+ [Epígonos] Leer biografías, ver fotos, escrutar declaraciones. La tarde del sábado es un tiempo muerto, la posibilidad y sus condiciones. No me interesa, me dice y yo asiento. Vemos sus fotos y son correctas, nada más que correctas. No es decir mucho y es decir todo. No me emocionan y me pregunto si su función artística es despertar emociones. Ay, las emociones. He viajado y sé que hay magistrales fotos que nunca se dispararon: las prefiero, hoy las prefiero. En ellas descanso por su abierta posibilidad que nace ya muerta. Lo vi en bicicleta y era vulgar. Un rostro apretado y sin expresión, o con una sonrisa esbozada e inquieta, nerviosa tal vez. La transición entre lo vivo y lo muerto es lo que interesa y no esas sus fotos epigonales.
+ Vivencia original y vivencia de la formación cultural. ¿De dónde sacamos la distinción? Nota en Verdad y método de Gadamer. Las lecturas configuran nuestra visión de la realidad. En un tirabuzón se une la cita y la manera de ver que tenemos: condiciona lo leído, se convierte en vida y anula la vida misma. Pero la vida cotidiana está ahí, con su presencia fuerte y desafiante. Me rindo a los colores intensos de los neones de las gasolineras en el final del día. Vivencia de lo inmediato por el tamiz de mis lecturas, mis cuadros escogidos, los rincones urbanos selectos.
+ A día de hoy condensar lo artístico de la obra de arte a su lugar en el museo me parece una banalidad prescindible. Cierto es que para mí la afirmación ha tenido un rendimiento más que aceptable, pero ahora ya no veo el contexto como garante de una cualidad, de una esencia. Sé que cuando me haga falta recurriré a la máxima porque ella zanja muchas discusiones: una insoslayable tautología. La oportunidad dibuja el esqueleto del discurso: fuera del museo no existe, dentro, por lo tanto, tampoco.
+ ¿No es en lo epigonal donde podemos comenzar a percibir las distinciones que establece el original con respecto a lo anterior, ya que el epígono realza y exagera, deforma por amplificación lo esencial que hay en lo primero? [Tras asistir a la exposición de los trabajos artísticos de estudiantes de Bellas Artes que optan a una becas].
+ Releo lo escrito y me parece innecesariamente espeso. Resulta ser producto de un estado de cosas: la lectura intensa de un libro, la lectura continuada y tenaz de un libro. Programé la lectura de Verdad y método durante varias semanas. Me enfrenté al libro y salí mejor parado de lo que esperaba. Hubo inconvenientes externos al proyecto, pero supe salvarlos y centrarme en el objetivo: la lectura de pe a pa en muy poco tiempo: cinco días. Me produce satisfacción haberlo hecho, me reconcilia con mi inteligencia, pero tampoco dejo de desconfiar de ella. El libro precisa trabajo y preparación, el desafío tiene un rendimiento que rebasa el consejo, la enseñanza o el aprendizaje. Hoy la obra de arte es otra cosa, la realidad también. La manifestación de lo dado varía porque la percepción ha variado: es mucho más afilada. Yo sé que este efecto, como una droga, tiene una duración limitada, ¿pero qué cosa el tiempo no limita? Ese viento que las yeguas han concebido, el que hoy nos transporta a un mundo imposible de reconstruir.
+ Otro fragmento de Gadamer: «Una obra de arte es un mundo completo que se basta a sí mismo»
+ Tengo una grabación que reproduce el sonido del oleaje. La pongo en modo continuo. Anula el ruido. No soporto en ruido, no soporto el ruido que yo no he elegido. Una manía que me configura. Etc.
+ Imagen: Afrodite appoggiata, Nápoles.
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