sábado, 25 de agosto de 2018
Desvanecerse, agosto
+ Me siento muy próximo a ciertos puntos de vista sobre el momento actual, sobre el presente. Me gustan las estaciones de servicio, los aeropuertos, las autopistas. Esos lugares que son propios de este contexto donde nos desarrollamos. La voluntad de espacio y un amor por la perfección de la maqueta, todo lo acogedores que los no lugares pueden llegar a ser. Por contraste, me gusta ver como envejecen las ciudades, los edificios, las estancias. Me gusta saber de la huella que el tiempo imprime en sus superficies. La puerta que atesora el paso de las manos por ella, el pasamanos, el coche que pierde su color por el efecto del sol y la lluvia. Son huellas que equiparan a los humanos con cualquier objeto. Envejecer tiene su lírica. En ella descansamos, tras el embate de la ansiedad. La ansiedad no es otra cosa que miedo. Imbuido en este escenario me siento tranquilo porque la contemplación es distancia y la distancia atenúa cualquier dolor. Como si Marco Aurelio me susurrase al oído: recuerda que eres mortal. Esa es la medida de mi tiempo, de todo el desarrollo del tiempo: la finitud.
+ Me dijo que era doctora, pero doctora en ciencias físicas. Yo comenzaba a sentir un extraño placer: la recuperación del desmayo. Me fije en sus piernas y como se distribuían por ella las marcas de la psoriasis; entonces me dijo que mi desmayo se debía al stress. No hice mucho caso, pero asentí. Ella encendió un cigarrillo y fumó con placer. Llegó una ambulancia pero no me podía trasladar porque sólo se dedicaba al transporte de enfermos a los hospitales. Yo estaba bien. No era la primera vez que me ocurría. Ella era alta y estaba cerca de los sesenta años. Una mujer de carácter, como se suele decir. El pelo blanco y esa ropa de una cadena deportiva. Ropa económica. No pude dejar de hacer un inventario de los objetos de la situación: mi cuerpo tendido, mis gafas rotas, el cigarrillo humeante, la verja de la casa, el perfil de la ambulancia, el aparato que pusieron en mi dedo para medir el nivel de oxígeno. Cerré los ojos y pensé que ya había muerto: no me desagradó la idea. Una brisa leve aliviaba el calor del medio día. El calor me afecta, me afecta mucho. No me gusta el verano, soy un enamorado del otoño. Ella me explicó con directriz profesoral y universitaria que hay que hacer huecos, romper con las situaciones de stress, respirar y no dejarse llevar por la obligaciones que no podemos cumplir. Asentí, pero ella en alguna medida era responsable de lo que me había pasado: me sentí acosado y por educación aguanté una reprimenda que no me correspondía. No importa. Asentí y sólo pensaba en dormir una larga siesta. Llegó la ambulacia y pasaron cinco horas hasta que pude regresara mi casa, comer algo, beber agua y dormir, largamente dormir. Ella era doctora en física, ¿por qué me dijo tal cosa en tal momento? Recordé una teoría que dice que todos los enunciados son la respuesta a una pregunta no formulada, en la declaración está implícita la cuestión. ¿Qué pensó ella que le preguntaba?
+ Observo la casa y recuerdo que antes tenía una palmera, ahora no ya no está. Alguien se refirió a ella como la casa de la palmera: ya no tiene sentido, pero algo que queda. La ausencia de la palmera es otro índice. La casa tiene unas proporciones correctas y del muro desciende la hiedra, es agradable contemplarla. La casa está colgada sobre una terraza, el cierre es un muro blanco, la casa es blanca, el tejado es de pizarra negra, se mantiene limpia sobre el mar. La ría está en calma y la casa se refleja en el agua. En agosto los días comienzan a menguar y esa penumbra de la última hora de la tarde favorece el perfil de la casa. Me da la impresión que no sé nada de nada. Puedo escribir, puedo hablar, puedo permanecer en silencio, diálogos, descripciones, jucios. ¿Leer es una habilidad? ¿Qué supone una lectura de una situación y su traslación a un texto? ¿Se trata de una lectura privilegiada? Me gusta pensar que hay un rédito, un punto más alto, pero quizá me equivoque no se trate de otra cosa que una justificación de mi posición. Y de mi posición se trata. Analizo los volúmenes de la casa y no sé nada de arquitectura. Sin memoria.
+ «El juego no se agota en la conciencia del jugador, y en esta medida es algo más que un comportamiento subjetivo» H-G Gadamer en Verdad y método.
+ He adoptado la plantilla del juego para leer comportamientos. Oscila la valoración entre las respuestas morales que se plantean cuando no se gana, en el establecer una reglas y su respeto o falta de respeto. Sobre ello gobierna ese interés fundamental en llenar el tiempo, un impulso que nace en el interior del principio rector (en el sentido que le otorga Marco Aurelio). Lo repito otra vez: se trabaja con la seriedad que los niños juegan. La frase la utilizo ante ciertos comportamientos, bien mezquinos, bien ejemplares, porque creo que esa seriedad hace que todo avance, se estanque o retroceda. Es una idea que precisa ser madurada, pero en ello estoy.
+ La RAI en la primera hora otorga un aliento de viaje auténtico, no turismo, sino el desplazamiento laboral: lo que yo considero como el auténtico viaje que penetra en un fragmento de realidad de un país, una ciudad, un barrio. La música que suena en la RAI tiene la función de motivar al que al trabajo debe ir. Música de baile. El aliento del viaje auténtico reside ahí: incorporarse a rutinas ajenas. Me pregunto qué pensarán esas miríadas de cruceristas que desembarcan en el puerto de Nápoles. ¿Escuchan los cruceristas la RAI, antes de desembarcar? El desplazamiento es uno de los temas de nuestro siglo, me digo pero prefiero la música. Guitarras tan funk, telones de voces tamizadas por el sintetizador, metales y tambores. El día comienza. Madrugar, conducir, esperar. Regresar, leer y escribir.
+ Me hubiera gustado comprar Trilogía de la guerra de Agustín Fernández Mayo. Me gustaría dedicarle estas pequeñas vacaciones que hoy comienzo, leer con calma y disfrutar del texto, de su textura e invocaciones. No puede ser. Me espera Gadamer. Un compromiso. El sábado pasado entré en la librería y busqué el tomo. Abrí al azar y me gustó. Ya sabía que me gustaría. Leí las tres primeras páginas y pensé en comprarlo y dejar a un lado Verdad y método. Me entristece teatralmente ese punto de aislamiento. El asilo del texto que compongo. Un refugio. Una madriguera. Sé que leeré la novela de AFM, pero ahora debe descansar en algún anaquel a la espera que mi lectura dé vida al texto. En el texto sigo. Yo soy yo y mi abstracción.
+ Imagen: aeropuerto.
sábado, 18 de agosto de 2018
Irresponsable belleza
+ El título de la entrada proviene de un verso de un poema de Vicente Aleixandre, que se incluye en La destrucción o el amor (1935). Elijo el fragmento o sintagma porque la irracionalidad que propone también me pertenece, la posibilidad de múltiples interpretaciones que no llegarán a ningún lugar. Hay en esta nuestra época, que todavía es la V.A. ¿todavía? «… irresponsable belleza que a sí misma se ignora»
+ Días después de escribir lo anterior sufro un episodio de ansiedad. Una crisis de ansiedad. La crisis siempre es una ruptura, una frontera que establece un antes y un después. Ahora me recupero y siento una extraña calma, en ella descanso como ese mar imposible: sin viento, totalmente plano, un cielo sin nubes. He cerrado los ojos porque me molestaba la intensa luz del fluorescente y noto como pegan en mi pecho los terminales para hacerme un electrocardiograma. La calma es un narcótico. Los zumbidos de los aparatos médicos me adormecen, se escuchan voces pero son lejanas y confusas. Todo tiene su medida, me digo y desciendo hacia los palacios de la memoria: están vacíos. Consigo una quietud especial, nada me altera. Oigo la voz de la doctora, habla con el enfermero: son cuestiones rutinarias. Me gusta la rutina. Recuerdo la velocidad, el impulso, el sudor frío, una necesidad absoluta de sueño. Atravieso la estancia de mi memoria y apago el recuerdo. No quiero recordar. Nada recuerdo. He leído en los últimos días dos o tres introducciones a ciencias de dudosa exactitud. ¿Para qué se necesita una ciencia que no puede realizar vaticinios, que nada explica, que sólo puede sembrar dudas? Dejo las preguntas. Vuelvo al vacío. Hay una belleza irresponsable en todo el centro de salud, no planificada. Nada que ver con los versos de V.A., pero en ese irracionalismo encuentro la medida que hoy preciso.
+ Estoy sano, me lo dice la doctora y me recomienda cortar una situación cuando comienza a tornarse en intolerable. Investigaré sobre mis límites, sobre mis debilidades, mis carencias. No soy fuerte o mi fuerza está en otro orden de cosas. Qué grande cuando decía: sé quién soy.
+ Dos vídeos en un canal francés en línea. Vídeos especialmente nostálgicos, la nostalgia, esa enseña de nuestra época. El primer vídeo trata sobre predicciones para el año 2000 realizadas en los años setenta por jóvenes entre 15 y 25 años, el segundo versa sobre el ocio de los jóvenes que viven en los banlieue (traducido: las afueras o los suburbios). Los jóvenes de los suburbios dan vueltas y vueltas a las urbanizaciones en sus motocicletas, los primeros hacen predicciones varias sobre el siglo XXI, predicciones que tienden al error: la abolición de la guerra, viajes a Nueva York desde París en una hora, la disolución de la individualidad y así. Son jóvenes, jóvenes de hace más de cuarenta años. Flippers, cine, café, motos, paseos, aburrimiento. El aburrimiento, me detengo en la palabra por esta elegancia que se le atribuye al francés y que quizá tenga: ennui. Me gustan sus estilos en el vestir, me gusta el blanco y negro cinematográfico [grano e indefinición], las voces, la cadencia oxítona del francés. Pienso en mi juventud y es tan lejana como es ésta que contemplo, aunque entre ambas medien veinte años: el tiempo todo lo iguala; y creo que tampoco son diferentes en extremo: el disfrutar e integrarse en un grupo, que el tiempo va diluyendo hasta convertir en extraños a los que un día fueron casi hermanos. Una medida que restablece la cara de una realidad oscura que nos hace ser lo que somos. Garajes que se transforman en salas de baile, centros comerciales plenos de luz y cristal, cuero, gafas de sol, peinados elevadísimos. Ahí estaba la juventud, en el estatismo del celuloide: obra viva, obra muerta. Apago el ordenador y me sumerjo en el sueño: pastoso, cálido, agradable.
+ ¿Qué clase de enseñanza se puede extraer de la construcción de instrumentos musicales? La madera, el metal, las cuerdas. Su ensamblaje y el portentoso resultado final. Todo trabajo que se orienta hacia un objetivo. Los instrumentos musicales tienen un aliento mágico. Luciferinos violines, transparentes arpas, infinitas guitarras. He visto desde el exterior talleres de construcción de guitarras, documentales sobre la construcción de las mismas: el polvo del taller, la contundencia de la maquinaria, el ronroneo de sierras, la lija, la mano, la atención, compases metálicos y compases de madera, lápices, brochas y pinceles, barnices y taraceas (…) Luego vemos la guitarra terminada y hay un misterio: su sonido, ese pozo que Gerardo Diego nombraba. Trato de recomponer el proceso, aislar los elementos, los colores, las formas. Pero el todo se impone y se desvanece tanto la forma como el artesano, para quedar solo el instrumento al servicio del interprete. El interprete al servicio de la música. La música en su gloriosa majestad impera con soberanía universal.
+ «La guitarra es un pozo / con viento en vez de agua», Gerardo Diego.
+ Un paseo por Vigo. Verano y gente, la masa en expansión. Las calles son otras y la geometría de la masa se refleja en el estado de ánimo. El coche es una máquina potente y peligrosa. Coches potentes que ascienden las cuestas a gran velocidad, rugen sus motores. Hablamos y entiendo que las relaciones humanas no se explican con facilidad, cada afirmación tiene su negación sin alcanzar un punto medio. No hay acuerdo. Me gusta el color que el cielo ha tomado, me digo. Tiendo a la descripción y al estatismo, mi acelerador está flojo y la velocidad me traiciona. Me desvanecí y entiendo mi mecanismo: en buena medida sé quién soy. Vigo me gusta. Vamos a un restaurante y definitivamente está cerrado: una decepción. Que todo tienda a la desaparición es hecho con el que vivir, el que da la media justa del sentido de la vida. El mar llega hasta nosotros mediante olores y recuerdos. Paseamos, cenamos en un abarrotado bar: empanadillas, calamares y tortillas, cerveza y agua. Regresamos con calma bordeando la ría. Luces exactas. El puente, su perfil en la noche, farolas y cables. La lírica invade el coche al tiempo que asciende Bach, sin reflejos no se puede entender nada: la obra refleja su momento y la lectura de la obra refleja el contexto de lectura, bueno son digresiones con poco interés, ninguno si no es para mí. Caminamos por Pontevedra y hay muchísima gente, también. Unos helados, unas palabras, cariño. Los helados son almas que alimentan nuestra alma: yogurt, chocolate, vainilla, frutas, nata, turrón (…), todo lo que habita en la infancia. Mi sobrina me dice: te has cortado el pelo y me recuerdas a la abuela (mi pelo resucita a mi madre, mi corte de pelo). Una tarde de sábado que cristaliza. Estoy recuperado de mi ataque de estrés y ansiedad. Bendita hora.
+ Imagen: fragmento de la fachada de un pub [cerrado definitivamente]. En Vigo, 2018.
sábado, 11 de agosto de 2018
La tiranía del tiempo
+ Il tempo è tiranno [6:22 en la RAI].
+ Llegan los primeros golpes de la ola de calor. Me refugio en el estudio. Libros, libretas, el ordenador, bolígrafos, rotuladores, lápices. El sabor del café, el sonido lejano de un televisor, el latir del reloj de pared que traduce la tiranía del tiempo a su efectiva realidad. Espero el otoño. Espero los paseos al borde del río, el olor de las hogueras, la transparencia de los días del final de septiembre. No me gusta el verano y he renunciado a ir a la playa. Soy raro, me digo y el calor desciende por la paredes del edificio. Me reflejo en mis afirmaciones, me embosco en el silencio. Aquélla pintada decía raras somos todas, en un alarde lésbico. También yo estoy ahí. El calor me aleja de la serenidad porque me pone de mal humor. Me enamoro del aire acondicionado y mi garganta se resiente; enfermizamente, encuentro un incierto placer en el leve dolor que se posa en los pulmones: una tenue tela transparente. Hace años que un pequeño Baudelaire habita en mi interior, en estos días lo invoco y me pronostica que llegará el otoño sin alegría, sin tristezas, que la noche me acogerá con elegante melancolía, que despreciaré todos los venenos porque sé cuales son los resortes y porque conozco los subterráneos donde dormitan a la espera de ser invocados. Pero ahora hace calor, son las nueve de la noche y hace calor y no me gusta. Un vídeo sobre Berlin, una página que no termino de leer, me detengo y pienso el la jornada de mañana. Es un error, circunscribirse al presente más breve es un error. Ampliamos el presente hasta el final de nuestras posibilidades. El reloj no se detiene.
+ Hablar del tiempo es hablar de la nada. Un recurso para el que nada tiene que decir. Tanto del paso del tiempo como del tiempo metereológico, que yo creo que de alguna manera se dan la mano: al menos en la banalidad de la conversación. Una excusa para comenzar, continuar, no detenerse y tratar de trazar el perfil de una perorata. Así comienzo, así continuo. ¿Llueve, hace calor, niebla o una día soleado? ¿La noche el día, su sucesión, su reflejo? Hay que completar las casillas y lograr una nueva entrada. Un trabajo leve, pero con su permanencia. A lo largo de la semana escribo y el sábado emerge el resultado, me enfrento a esa contabilidad y es una otra manera de constatar la finitud: vuelvo al paso del tiempo, sin disgusto, sin tristeza, sin alegría, sin esperanza. Sin darme la vuela para ver el camino recorrido.
+ Abro el pequeño libro de Nan Goldin. Me gusta su formato, pero lo que realmente tiene importancia son las fotos que atesora. Me identifico con Nan. Con la narración que subyace en la yuxtaposición de disparos. Dudo de lo adecuado de la palabra yuxtaposición y me inclino por una velada coordinación. Un hilar en el viento, tal vez. En el viento de la biografía. Nuestra biografía. Lo sé: nieblas azules en los días pasados, rostros sorprendidos, alegría y tristeza, el rechazo de la felicidad por vulgar, ek nadador en la medianoche: azul y negro y blanco, ceniza elevada a la categoría de oro vibrante, el maquillaje, la purpurina, la amplitud del sexo, el valor de los cuerpos, el respeto que merecen. Golpes, heridas, cicatrices. El tatuaje y el pendiente, la peluquería y esa ropa que hemos escogido y ya no está de moda, que persiste en la foto. Nan transmite la elevación que la vida se puede permitir, ese traspasar la realidad dada y ofrecer otra perspectiva, un esfuerzo por mostrar las noches y los días, su cansancio y la fuerza necesaria para no sucumbir.
+ El radio-operador jubilado luce un sinfín de cadenas de oro sobre su peludo pecho. Barba muy arreglada, gafas de graduación pero oscuras, manos blancas y afiladas con anillos y manicura. Llora y lo miro con aburrimiento. Oro y lágrimas de cocodrilo. Tiene algo lírico su atuendo, sus joyas, su liturgia demodé. No escribiré ningún poema sobre su sombría declamación, parece decir una voz interior. Voces que se impostan, disfraces que no se venden. Me alejo y su interpretación termina sin estilo ni consecución.
+ Los museos duermen mientras yo escribo, aunque no tengo la total seguridad ni de su sueño ni de mi escritura. Son posibilidades, más que certezas. Quizá, finalmente, se trata de un cuento gótico con terroríficas escenas que se dan mientras nosotros los creemos en las paz de las cerraduras, las luces apagadas, lo pilotos de emergencias. Y cabe la posibilidad de que no sea así. Dejo de escribir, pienso en enormes salas vacías y termino por escuchar [en línea] una entrevista con un escultor, profesor, conferenciante, escritor, comisario, coleccionista (…) Me interesa, me interesa mucho su punto de vista y el ámbito de su trabajo. Se produce el hiato: en un momento dice que tributo y tribu están relacionados etimológicamente: tributar es hacer tribu. No lo creo, intuitivamente no lo creo. Hago mi pequeña indagación en el Drae y veo que esto es falso. ¿Tiene importancia? Ninguna, me digo, en primer lugar, con despreocupada frivolidad. Al contrario, quizá una subversión de los orígenes permite hacer equilibrios y llegar a unos resultados deseados para cimentar el discurso, ¿se permite la mentira como licencia poética? Tal vez sí o tal vez no. Me detengo y cambio de parecer: no creo en la explicación etimológica porque el valor de la palabra lo da su uso en cada momento del presente, en una imposible pero útil sincronía, no es su historia la clave absoluta, aunque puede orientar. Y si se usa interesadamente, este uso debe responder a un desarrollo atestiguado. La verdad de los hechos o todo es interpretación ¿Responde ese retorcer a la poca importancia que la filología tiene? Por último, llego a una vía intermedia y dejo que termine la entrevista y olvido la afrenta: ¿es una afrenta? Comienza otro debate. Y así se desarrolla el inicio un domingo cualquiera de agosto: calor, tareas y silencio.
+ Imagen: exposición de la obra de Esther Ferrer en el Palacio de Velázquez (Madrid, 2017-2018).
sábado, 4 de agosto de 2018
Mercuriana
+ Todo es tránsito. Veo planos de carreteras y percibo una evolución. Lo que se establece, cómo se modifica lo establecido, las casas que se elevan, otras pasan a ser ruinas, las expropiaciones definen términos y líneas, líneas imaginarias, cómo se va de una función a otra y se mantiene la estructura, pero también ésta se puede ver modificada y con esa afección el paisaje cambia levemente. Una carretera es un organismo vivo, me digo, sus células son los que la habitan, los que la mantienen, conservan, cuidan, los que transitan por su geometría de vena oscura, los que sólo por ella pasarán una sola vez. Ese río de coches, ruido, humo, camiones, autobuses, furgonetas y furgones, autocaravanas, estelas, hitos, bicicletas, andarines, motos, (…) Pero la carretera habla de lo inestable que todo resulta, de cómo se hace cierta la frase de que un día el sol se habrá de apagar. Conduzco y dejo de pensar, dejo a un lado la sabiduría de las frases hechas, y una leve noticia musical es más certera que el conjunto de mis divagaciones, mi lucha contra la reiteración de los días, un aburrimiento substancial que indica cuál es la fórmula para completar la narración.
+ ¿Iremos a visitar la tumba de Hegel en Berlin? Octubre está próximo y hay preguntas que comienzan a tener sentido. ¿Compraré en Berlin la Fenomenología del espíritu? En la misma línea que la pregunta anterior. Cada cual elige sus propios ornamentos con los paralelismos que la oportunidad le otorgue. Se traza un plan y no se cumple, porque todo resulta ser contingente. Lo digo y la otra persona me dice que los planes quinquenales de la Unión Soviética funcionaban a las mil maravillas; no respondo. ¿Cómo se une ese silencio con la posibilidad de visitar la tumba de Hegel? La respuesta es una apertura, la posibilidad se materializa en el emblema que supone Mercurio.
+ Mercuriana era el título de una canción de Radio Futura que resuena en mi cabeza, que me trae el tiempo del servicio militar allá en las islas, fosilizadas como el territorio de una imposible fantasía: el recuerdo transforma la vida en narración. Mercuriana. sonaba sin parar, trazaba un frontera entre la edad que poseía y el tiempo que por delante de mí comenzaba a abrirse, pero resaltaba aquel paréntesis que las islas y el ejercito constituían. Bucear, mar transparente, rocas, perfiles de sierra, casas al borde del mar, los peces recién pescados, el pez atravesado por el arpón, la luna, el mar arropado por la noche, cuerpos desnudos en un lago salado, su unión, tejados rotos, caminos de ceniza, humo, whisky y sombras. Las armas, una oficina, los relojes, las noches, las guardias, los perfiles de los soldados en la garitas, historias y silencios. Palabras que regresan de aquel mundo al que nadie puede regresar, pero que todavía palpita.
+ Sábados en la provincia. El verano, las terrazas y la pereza propia de no hacer nada, ese placer. Una brisa tibia llega del Atlántico, los paseantes se han puesto chaqueta, algunos fuman y otros atienden su teléfono, los arboles no son sombras, un político observa a la gente: lo veo y es una parte del paisaje urbano. Tipos, señales, alegorías. No hay nada que descubrir. Como un plano general de una mala película, donde las personas miran a la cámara y se ríen, rompiendo así la magia de la ficción: el truco es perceptible. Este sábado me corté el pelo y soy otro. Esa otredad se manifiesta en mi porte. Me siento más joven, lo cuál no es poco engaño. La provincia es generosa en humillaciones. Sé todo sobre los que me cruzo. Me miden y los mido. El sábado resulta agradable, pero la urna donde estudio tiene a la perfección. No quiero juzgar, no lo hago y alguien pasa ante mí con un ridículo atuendo: el mal anida en mí, es el miserable veneno de los paseos sabatinos, dominicales. Durante el fin de semana unos se lucen, otros se esconden bajo el disfraz; a ninguno de estos grupos pertenezco, pero me siento más próximo al segundo. Perros carísimos, humo estéril, perfumes imposibles, «labios como espadas», el color del mercurio, la plata ennegrecida, las lenguas de humedad en las fachadas, el recuerdo del sol, nubes que en la noche cabalgan sin rumbo, mujeres transparentes, hombres luctuosos, heroína en la limosna, alcohol en la afirmación rotunda del empresario. Luces y sombras. Lo sé todo y nada recuerdo, que equivale a un fructífero vacío. Mi ciudad es la lectura, y esto no es triste.
+ La necesaria reclusión, el silencio, la distancia.
+ El voluntario apartamiento de la playa me da una extraña seguridad. No deseo analizar sus razones, pero ahí está: como un emblema. No se la castidad, tampoco el erotismo, ni siquiera una contenida lujuria. Las tardes son silenciosas, con una distancia enriquecedora, pero a veces dudo y me da la impresión de que tiendo hacia una enfermedad que infecta el ambiente de mi cuarto de estudio. La separación de lo cotidiano y el establecimiento de otras rutinas, sobre el suelo de lo diario. Volcado en la lectura me encuentro con un otro yo que comienzo a conocer. Nos estudiamos, pero no llegamos, por el momento, a ninguna conclusión. Desdoblarse es un doloroso trabajo.
+ Como pintor de domingo me entretengo en seleccionar y recortar las fotos que disparé hace meses. No es un ejercicio de rememoración, sino que se resuelve en una tarea constructiva. El pasado es moldeable, acepto como post-moderno que soy. Me sé negado, pero trabajo en esa horquilla del disparo y su recuperación en la pantalla del ordenador. No soy un simpático profesional. Me entretengo y eso es mucho.
+ No produzco objetos de museo. Gestos tampoco vendo. Y ambas renuncias a mi voluntad escapan.
+ En línea: Hans Ulrich Gumbrecht. La textualidad como forma de saber está cuestionada. El historicismo y la temporalidad. ¿Cómo influye la tecnología electrónica en estos, como él los llama, cronotopos (pero no en el extricto sentido de Bajtin)? El presente amplio frente al historicismo, la tensión en lo cotidiano del cuerpo y el espíritu, la relación con el mundo transformada por obra de las tecnologías electrónicas. Los fenómenos estéticos. El plan de la conferencia de H.U.G. en la tarde del domingo. Hoy no llueve.
+ Imagen: un bar [cerrado] en la Costa Nova, en Aveiro. Era invierno y todo estaba en calma, casi no había gente a pesar de aproximarse las navidades y ser aquél un período vacacional. No dejo de buscar una identidad en ese letargo, ese núcleo silente del invierno y sus aristas. ¿Estoy yo ahí?
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