sábado, 30 de diciembre de 2017
El nexo y las citas
+ Durante los días de la Navidad la gente se reúne: compañeros de trabajo, viejos amigos, familiares. Los ves en los bares, las alegres compañías que afirman que el vino es un alimento: sonríen. Ese vino peleón, a granel, con la humildad de la cosecha reciente, que hierve en la mano y él le da dos sorbos ausentes. Está feliz y yo lo celebro en el silencio de mi conversación. Ahora escribo y en la lejanía suena una guitarra renacentista: serena, templada, en la sabiduría de lo bien cuajado. Un día lo reconocí y hoy no lo recuerdo. Sus hijos, su mujer, su hogar, el automóvil, la gran colocación en la administración pública. Para mí es un retrato a la manera de las tablas flamencas, el perfil de un funcionario satisfecho con la vida alcanzada. Todo casa con perfección en la reuniones navideñas. Atuendo, maneras y posición. La Navidad tiene mucho de balance, de un cuadrar las cuentas y llegar a la suma cero, pero, también, a lo patente de lo transitorio. Nos vamos y no me despido de él, en su ocupación resuelve el viento con un giro de la mano que indica que es un hombre cargado de razón, la razón del procedimiento y el pensar sensato: un poco de lectura, un algo de futbol, lo otro de la paradoja, la independencia de aquella región de España no es soportable, los toros son un arte que tanta poesía y pintura reflejan, los bailes en el casino no se deben obviar, y la provincia, y el chaquetón, y la calvicie. Caspa en los hombros, caspa en el corazón. Todo, ay, un retrato de la provincia, en la tabla flamenca: minucioso el óleo sobre tabla.
+ «… vive con soledad entre la gente / y a solas en sabrosa compañía» Conde de Villamedina, soneto amoroso de la edición de la poesía completa de 1635.
+ «L’enfant voit tout en nouveauté, il est toujours ivre» Baudelaire, recogido en una cita de Experiencia estética y hermenéutica literaria, Hans Robert Jauss.
+ «¿Qué sería del arte en tanto que escritura de la historia, si se desembarazase del recuerdo del sufrimiento acumulado?» Teoría estética, T. Adorno.
+ Las tres citas anteriores provienen de las lecturas del momento. Forman un nexo que tiene que ver con la necesidad de una identidad individual, desmarcada de fantasmagóricas quimeras nacionalistas que invaden molestamente la actualidad informativa, como un veneno se han esparcido y ya no soporto su presencia, ese es el desagrado o asco que aportan. Los he visto por la calle, los he escuchado con paciencia, los he sufrido en la proximidad. Silencio su voz y los mantengo lejos. Vuelvo a ver la pintura de D. Hockney y es ahí donde podría permanecer durante una temporada, en esa ilusión de personalidad, porque me traslada a una identidad débil y móvil. Yo no soy nada, a ningún lugar pertenezco, salvo a la tierra misma, a mi humanidad (pues humanidad y humus se hermanan en la etimología: somos humanos porque hemos de regresar a la tierra, una tierra que enmudece y que no habla ninguna lengua, pues es el silencio su más exacta realidad; esto soy y no el pueblo, soy muerte).
+ Tomo el libro que cogí en la biblioteca: Ensayos críticos de R. Barthes. Cojo la goma de borrar y elimino los subrayados a lápiz que alguien hizo en el libro, hace tiempo, probablemente. Una medida higiénica. ¿Quién es nadie para maltratar el libro de la biblioteca? Condicionar la lectura de los otros debería estar penado. Cada subrayado hiere la libertad del lector, su autonomía. Si se quiere subrayar, se debe pagar el libro. Sí, creo que es delictivo el subrayar o maltratar los libros de las bibliotecas.
+ El aroma del café a las seis y media de la mañana no es un regalo, es la vida en sí misma. Cómo se ha depurado la técnica hasta llegar aquí, su manera de inundar la casa en muy superior a cualquier cachivache de la última hora. Los granos, la molienda, el agua que hierve, ese polvo fino y compacto, el vapor que se desprende, la oscura realidad de su líquido existir. Aquí hay más verdad que en todos los periódicos del día. Abro la tableta, la cierro, dejo que una emisora musical generalista francesa me acompañe. El pan, el café, mis pastillas. Todos los ritos se resumen en el comienzo del día, busco una frase y desisto. Venenos, libaciones, adelantamientos, rebasar una gasolinera, todo se abre como una flor que a la noche se habrá de cerrar. La música viene desde la Alondra, que en francés (…) El sentido se impone, es viernes, un león me espera en cada esquina, me saludará y yo corresponderé: es la vida en su amplitud. No hay cita en esta ocasión, sino el aroma del café a las seis y media de la mañana.
+ Imagen: la patinadora en los desniveles y rampas de A Casa da Música, Oporto. Hay una correlación entra la perfección de sus movimientos y la belleza de la mañana, el café y la conversación. Diciembre no es un mes inferior.
sábado, 23 de diciembre de 2017
Desbordamientos [Spillover]
+ [Identidad]: busco que la idea de mí mismo se vea nutrida de los viajes que hacemos al otra lado del Miño. Los viajes a Oporto, por ejemplo. Como si se pudiese prolongar una manera de ser y de estar. La construcción de la persona transita por las afinidades electivas: un ámbito en constante construcción, un contexto que se eleva sobre lo dado. No es fácil, pero tiene una elegancia expositiva que contrasta con aquello que deseamos mantener a un lado. ¿Por qué no sumarse a un estilo más europeo donde tengan cabida nuestras ansias e intenciones, tamizadas por los años de lecturas, de deserciones y asunciones? El desbordamiento [spillover] nominalista que encabeza la entrada es el resultado del último viaje a Oporto, de la lectura de un libro de divulgación sobre la UE escrito por Eugénia da Conceiçao (O futuro da União Europeia) y de las conversaciones a bordo de nuestro Škoda (aka: Crazy Horse) sobre los viajes que hemos realizado y como lo europeo nos ha cambiado en las últimas décadas. Mientras esperaba para que me cortasen el pelo, en el libro de E. de C. encontré una idea que volaba desde tiempo atrás: una posible identidad transnacional. Debo indagar, pues todavía su estado es sumamente pobre, pero encuentro cierta identificación con la posibilidad de sentir la Península Ibérica como un cúmulo de posibilidades con una expansión al resto de Europa. Lecturas, periódicos, viajes, conversaciones, la intención de una comunidad de lectores que se unen en un invisible hilo representado por librerías, bibliotecas y cafés.
+ Retratos fuera de foco: son escritores, lingüistas, poetas, gacetilleros, periodistas, ensayistas, arcanos redactores de ministerios lúgubres en el vapor de los siglos, ya en el olvido. Los veo y no me hago preguntas. Se adivinan sus rostros, pero son solamente una insinuación y no permiten una segura identificación. A fuera llueve y pienso en Oviedo y en Gijón, más en Gijón que en Oviedo. El mar, un café, el Elogio del Horizonte, bicicletas, balandros que agita el viento, aburridos surfistas en el corazón de sus habitaciones: vídeos, guitarras y electricidad. El sentido de la tarde es su falta de sentido en la acumulación de libros sobre la cama, libros que se deben leer con atención y lápiz afilado, un portaminas tal vez. La lluvia repiquetea contra el cristal y le hace competencia al implacable reloj de pared que he colocado para saber siempre cuánto me queda. ¿Cuánto me queda? A continuación el imponderable dibuja la sonrisa del gato que desaparece, la sonrisa que flota. Los retratos fuera de foto tienen debajo el hombre y el oficio. Reconstruyo esas biografías y pienso en que Gijón me gusta, pero ahora no estoy allí. Conducir en Portugal es arriesgado, pero me gusta el país. Volveré a Oporto, volveré por esa autovía y saludaremos al paisaje y a las áreas de servicio: café aguado, natas y un vaso de agua. Tantas veces, tantas otras veces.
+ [De Barthes a Saenredam]: voy a la biblioteca hacia las once de la mañana. Llueve levemente y en el camino me entretengo, como tantas otras veces, en observar a las personas que por la calle caminan. Hay una luz cenicienta que me interesa, pero el interés vuela y el momento se abre a otras posibilidades. Son los elementos de lo que podemos considerar presente y que para mí es futuro, una ciencia-ficción en lo diario. Esto remarca mi edad. Esa sorpresa ante las pantallas planas, los teléfonos, el atuendo, las maneras, la extensión del tatuaje como emblema de una identidad, los anillos por el cuerpo, el cigarrillo electrónico, las posibilidades de la cartelería, la presencia invisible de internet (…) Incido en ello y me predispongo: condiciono mi visión para que subraye todo aquello que cuando yo fui joven lo hubiera visto como algo excepcional, un imposible viaje al futuro, la máxima expresión tecnológica, también la máxima expresión de los modos y maneras de la sociedad. Así camino. Ya sin música, apartados los cascos y el Mp3. El ruido de la calle penetra como la banda sonora del film que no se rueda. Me digo que spillover es derramamiento. En diferentes disciplinas alude a una saturación del sistema, a un colapso. Creo recordar que es en la biología donde mayor éxito ha tenido la palabra. Las palabras tienen flexión y amplitud, capacidad de ir de un extremo a otro sin perder su dimensión. Ahora la tomo y me sirve de óptica para caminar. El camino a la biblioteca: ¿es todavía posible escribir, tiene sentido? ¿cuántos libros habremos de leer? ¿es ya una cifra encerrada en un determinismo claustrofóbico o es una sentencia que tiende a la agorafobia? ¿en cualquier caso, una patología? La lectura persiste en ese punto de oposición que resulta ser la necesidad de consumir tiempo en su desarrollo, mucho tiempo, un tiempo y un silencio que paraliza y aparta de los demás. Los lectores tenemos un acento huidizo y reconcentrado, como se hubiese decidido permanecer recluidos porque la única posibilidad que ofrece la lectura es esta misma reclusión, tan exigente es la actividad. Camino y me adentro en la biblioteca. Ha cambiado mucho en los últimos años y es el viento tecnológico el que la ha impregnado de aceros y cristales, ascensor muy blanco y espejeado. Me veo en el espejo y soy un tipo curioso: la lectura me ha hecho así, como las marcas de un vicio. Llego hasta el mostrador y entrego dos libros y pido otros dos. A los lectores de periódicos y revistas los ha relegado hace un año al piso inferior. Ahora la sala de lectura está vacía. Curioseo en las recomendaciones de los bibliotecarios, en un enorme panel sobre Miguel Hernández, curioseo en la sección de historia y escruto los rostros de aquéllos que en los puestos gratuitos de internet ven películas, se ríen con los cascos puestos o redactan algo en un procesador de textos de licencia libre. Me entregan los Ensayos críticos de Roland Barthes y salgo después de dar las gracias. Abro, al salir a la calle, el libro y el primer ensayo trata sobre Saenredam, me digo que buscaré imágenes cuando llegue a casa. Así lo he hecho y al ver los cuadros sentí la necesidad de escribir esta nota, en este sentido: cómo hay elementos que se producen en un tiempo pero son intemporales: R.B. lo dice: «Saenredam es, poco más o menos, un pintor del absurdo, llevó a cabo un estado privativo del sujeto, más insidioso que las dislocaciones de la pintura moderna (…) Pintar con amor superficies insignificantes y no pintar más que eso es ya una estética muy moderna del silencio.»
+ Me asomo a la ventana para ver cómo el viento muestra su fuerza. Tengo presente los bosques por donde pasee, qué sucede allí ahora. Como una sentencia budista me remito al silencio y la impermanencia, todo es cambio. Ya hace tiempo alguien me dijo que las tormentas limpian los bosques: los árboles más viejos se tronzan, las ramas más débiles caen rendidas, las hojas que todavía resisten tras el otoño desaparecen definitivamente. La organización de la naturaleza nunca deja de sorprenderme. Una voluntad ciega, decía Schopenhauer. Desde la ventana veo otras ventanas, salones, habitaciones, cocinas. Pantallas de ordenador, televisores o el tintineo de los números azules de un microondas. Toda la tecnología es un espejo. Nos refleja y nos retrata, fuera el viento es ajeno a todas las posibilidades que el futuro nos ha dado. Un paraguas roto, una bolsa que vuela furiosa, el hombre que se refugia bajo un alero. El hombre que se refugia bajo un alero parece haber perdido el rostro y con ello su identidad: vestido de oscuro, replegado sobre sí, un minúsculo bulto en la amplitud de la calle. Bajo la persiana y regreso a lectura, como si un otro espacio fuese posible.
+ En cualquier momento salta un título para una novela: Great Madrid. Lo sé: eso no vale nada, sólo es una etiqueta, una bonita etiqueta.
+ Imagen: frente de casas en Gijón [Xixón]. La geometría se impone al color y el color pliega cualquier duda. Llovía débilmente y el café resultó ser excelente: aquí se resume.
sábado, 16 de diciembre de 2017
[Acomplamiento]
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+ El camino de regreso a casa arroja una serie de imágenes que corroboran la afirmación antes citada. Voy un poco más lejos. ¿Qué es lo que a ella le horroriza del circo? Surgen insinuaciones de miedos infantiles, pesadillas, ese miedo a que alguien esté bajo la cama, un miedo que impide el movimiento. Esa impermanencia, el clown es un demonio. Su sonrisa siniestra, la mirada arqueada pero lineal, el pelo o el sombrero, la palidez y las manos enguantadas. Sonríe y nos mira con ojos no humanos. Suena la música de circo y vuela una esfera dorada sobre el dormitorio de la niña. ¿Trae de vuelta todo eso Fellini? Indagar en estos sentidos conjura las sospechas. Guardo silencio y cierro el ordenador.
+ Según escribo, las imágenes de payasos se superponen y me hago cargo de que el circo sí es importante en el trasunto de Fellini. Una captura de una búsqueda por imágenes con la etiquea Fellini+Circo corrobora la verdad de la unión. La lectura de una página en línea suma elementos y resta valor mis certezas. Pero nada de esto desentrañará el desagrado mostrado por ella, que yo no podré entender, que nunca comprenderé.
+ «El filólogo, por el contrario, deja que la obra actúe sobre él no sólo en correspondencia a la intención del poeta, tal como actúa sobre el público al que se dirige el poeta, sino que además contempla la obra literaria como objeto de conocimiento» H. Lausberg en Elementos de retórica literaria.
+ Tras la cita, recojo una captura de pantalla de la búsqueda por imágenes que hice de Fellini y el Circo. He leído, en la última hora del día, durante las últimas semanas, fragmentos del libro de Joan Fontcuberta La furia de la imágenes. En algún lugar, y de memoria hablo, se dice que ya no importa la mecánica del disparo, su artesanía o la elaboración de la imagen, sino que pesa su contextualización o el hecho de seleccionarla dentro de un proyecto o en virtud de un concepto. Hago mi prueba y recojo la captura de pantalla como una posibilidad que abre una vía de comprensión de la afirmación recibida.
+ Ne supra crepidam sutor iudicaret.
+ Imagen: una simulación, una apropiación, un nuevo ciclo.
sábado, 9 de diciembre de 2017
Sintagma (unión)
+ Leo a Gerardo Diego y entreveo una vocación, su construcción y el edificio que de ella se eleva. Me corrijo y tal vez no se trate de un edificio, sino de algo orgánico y necesario, con una estructura espontánea. La elevación se origina en el hecho mismo de la escritura y por esta razón la suma de los pasos dados resultan ser mayor que las dimensiones del camino. Son frontera y apertura, los pasos. Veo que hay una similitud entre el poeta joven y el piloto de motos joven: la temeridad. Algo que se pierde, que se transforma, que restituye la conservación de la vida, alargada ya en el verso encuadernado y la silla en la cátedra, la placa en la ciudad natal, la veneración del periodista deportivo. Pero sigo leyendo y me maravilla la sonoridad y certeza que tiene el español en manos del virtuoso Gerardo Diego. La actualidad, el ritmo, el verso bien medido y sorpresivo. Como la cierva entrevista en el bosque. El bosque, la bahía, la ciudad, Góngora o el el Conde de Villamediana. El privilegio de la lectura me devuelve mi primigenia aristocracia sin poder alguno ya.
+ Así como lo digo, en una cafetería tan elegante como pasada de moda vemos al periodista deportivo. Ya no es joven pero conserva vitalidad: es su bigote abundante, el pelo espeso, el modernísimo casco de la moto, el reloj carísimo y actual, la chaqueta entre cámel y amarilla, las botas de motero. Toma su café y su croissant con parsimonia, abre un periódico y pasa la hojas con indiferencia, pero sin desgana. La luz de la mañana acuchilla los blancos quebrados de la cafetería. Las atildadas camareras de piel brillante y morena parecen tener una confianza que no apea el usted con el periodista deportivo. Me paro durante un momento y recibo la impresión de que todo el decorado es idóneo para un retrato que ilustraría la entrevista en la revista dominical: ese género. Pero ya no es así, ya no es esto. La vida ha cambiado mucho desde que yo idolatraba esas revista, ese tiempo en que leía sus páginas y estudiaba sus fotos. La vida ha cambiado mucho. El periodista consulta el Iphone y todo semeja intercambiable. Quien tiene un teléfono tiene el mundo, lo que nos iguala porque rebaja o elimina las diferencias [aparentemenet]. Lo que decía Warhol: nadie puede beber una Coca-Cola mejor que otra. Eso lo sabe él y lo sé yo. Nos miramos y creemos reconocernos, pero es una ficción: yo sé quién es él, pero él no sabe quién soy yo. Fuera Madrid relata una certeza: nadie se baña dos veces en el mismo río.
+ Sin duda uno de los grandes placeres de la vida es sentarse en una cafetería cualquiera en Oporto, pedir un pingo o un abatanado, una torradas y sentir cómo el tiempo se desliza por las costuras de la conversación, tal que el agua que se escurre por un tejido: lino o seda, el agua que continua su camino. El café y el pan tostado retienen en sí la honradez del trabajo bien hecho, me digo. Oporto, una vez más. Oporto, siempre.
+ A vueltas sigo con el Libro complido en los judizios de las estrellas. Mi intuición me dice que el pasado existen luminarias que desentrañan nuestro presente. Sigo lo que Umberto Eco decía: tratar a los clásicos como contemporáneos y a los contemporáneos como clásicos. Este ejercicio de cambio de perspectivas es lo que busco con el libro citado, y todo viene desde que leí esa unión entre la agudeza y el ingenio con la necedad; asuntos que aunque no lo parezca, no son incompatibles.
+ Imagen: recortes. La intencionada fractura que del edificio hacen los disparos fotográficos trata de atrapar ese momento, el encuentro en Madrid, la continuidad y la serena entrega del sí verdadero. El edificio como una nave perdida en la ciudad, así reconstruimos la travesía.
sábado, 2 de diciembre de 2017
Sinestesia
+ La tarde se complica y tengo que quedarme en un taller durante una hora y media. Qué hacer. Sin intención previa, me entretengo en estudiar el espacio, la disposición de los objetos y el movimiento de los que allí trabajan. Los mecánicos, su atuendo, la grasa en sus manos. Las columnas blancas y azules, los techos altos, las escuadras que sostienen la cubierta. Unas gafas para leer o el destornillador neumático, las bombillas o el dedo que actúa con precisión sobre el tornillo, la palabra y la respuesta. No deja de ser un escenario y, al tiempo, una representación, me digo y estimo que el precio que me van a cobrar no es el adecuado. Un precio elevado, pero tengo prisa y no encontré otra opción. Prefiero no darle importancia. A renglón seguido, pienso en el uso de la cámara fotográfica como instrumento de documentación. En qué punto estoy yo: espectador o participante, ¿tal puedo elegir mi papel según mis intenciones? El juego abate el aburrimiento y devengo una resuelta realidad: la inflación de las fotografías tiene un punto de anulación.
+ Más tarde. Acudo a un hospital cercano y no puedo dejar de pensar en el espacio anterior. Una comparación sin método que me conduce a un ligero torbellino de paradojas. Ahora, se yuxtaponen los escenarios. Y digo escenario porque de eso se trata y no de otra cosa. La comparación es la misma que hago cuando estoy en el cine y me centro en cómo van desplazándose los personajes por los escenarios. Vivimos en el ámbito de un teatro doméstico y no tenemos esa certeza. Un pantalla que nos arroja paralelas historias a las que se nos ofrecen a diario. Pero el hospital es limpieza, luz hiriente y la palpable verdad de la muerte. Esas líquidas transparencias, el plástico, el azul, el verde o el blanco de las batas. Bandejas donde se atesora la alimentación del enfermo, el acero brillante, quirúrjico y carísimo. El quirófano, la luz, las perfección de las líneas. La limpieza y el dolor. Nos interrogamos en el dédalo de los pasillos, las camillas y las televisión que palpitan como analistas de la última hora. ¿El taller, el hospital? ¿Dónde estaremos en la próxima escena?
+ Sí, el precio del cambio de neumáticos ha resultado ser excesivo. No me altero, no volveré a este taller.
+ [2º Taller, jueves]. Las razones que no expondré me llevaron a cruzar la provincia para llegar a un gran taller dedicado a la reparación de camiones. Las dimensiones estrangulaban el recuerdo del taller que visité el martes. ¿Cuál es la diferencia si la función es la misma, cantidad o calidad? Creí ver algo escultórico en todo ello, por encima de la trama teatral. Un algo que tiene que ver con las proporciones y con la certeza de que el camión es una prolongación o prótesis de lo humano. En la cabina todo se adapta a las manos y a los pies, a la configuración del cuerpo, todo para lograr que la máquina o el monstruo se deslice por el asfalto con seguridad y tan veloz como las leyes de tráfico lo permitan. Una exactitud embebida en grasa y acero, eso se reflejaba en los ojos fieros de los mecánicos, en las chispas que saltaban desde la soldadura, firmes resortes que funcionaban acompasadamente con la electrónica. Otro espacio que se presta al análisis son las oficinas: su disposición, dimensiones, mobiliario, ordenadores e impresoras, cuadros y otros ornamentos, la acumulación de papeles, teléfonos y agendas. Cuando entro en esa oficina recuerdo la otra e intento encontrar un nexo de unión. Qué es lo aquello que tienen en común. El frío. La frialdad es la nota que une ambas oficinas. Baldosas, cristaleras como el hielo recién cortado, el tono amarillo de las paredes. Quiero obtener un resultado de la lectura de los espacio. Conduzco en solitario con música electrónica de fondo y me paro a pensar en esta mención: la lectura de los espacios. Seguiré en esta senda.
+ «Agudo con nesciedat», encontrado en Alfonso X en el Libro complido en los judizios de las estrellas. ¿A quién se lo aplicaremos, pues candidatos hay muchos? Por lo tanto, la necedad y la habilidad dialéctica no son necesariamente etiquetas opuestas. Al contrario, en la habilidad dialéctica hay una renuncia a la verdad ya que el objetivo de todo combatiente es vencer. No veo me veo yo en la lucha. Y no es por debilidad, pero si no lo crees, puedo admitir lo contrario. Renuncio con alegría.
+ Imagen: el recorte de la entrada de una tienda de alquiler de disfraces. Por un lado, la constructivista cristalera; por otro, la oferta que es ilusión y verdad, la verdad del teatro, la verdad del carnaval. Disparo y desaparezco.
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