sábado, 29 de abril de 2017
En la frontera de mayo
+ Elina Löwensohn: por casualidad llego hasta la actriz: el vídeo de un grupo. Una búsqueda y su rostro aparece en la pantalla. Fragmentos de vídeos donde ella habla en inglés o en francés. Su rostro es una invitación, aunque la palabra no me guste demasiado. Nace en 1966 en un avión. Son acotaciones o notas a pié de página en una mañana de sábado. No puedo por menos que sorprenderme del mundo en que vivo, todo se solapa a gran velocidad y sin posibilidad de permanencia. Este rostro se difumina al igual que otras búsquedas , pero quiero dejar constancia de que he indagado en la red. Me gusta su rostro y su manera de envejecer. Tiene los mismos años que yo tengo y en esa simetría emerge mi visión del paso del tiempo. El paso del tiempo es el tema, siempre es el tema y Elina Löwensohn, hoy, constituye un emblema.
+ En el Coloquio de los perros: «Berganza: «Ambición es, pero ambición generosa, da de aquel que pretende mejorar su estado sin perjuicio de tercero / Cipión: Pocas o ninguna vez se cumple con la ambición que no sea con daño de tercero / Berganza: Ya hemos dicho que no hemos de murmurar / Cipión: Sí, que yo no murmuro de nadie».
+ Entro en un librería y comienzo a curiosear. Llegó a la sección de biografías y memorias donde encuentro las cartas de un compositor, del que no recuerdo el nombre [o no deseo recordarlo]. Paso las páginas y me detengo, sigo y sonrío, algo me queda por descifrar y lo doy por bueno. Y así. Pienso que es un libro interesante, me gusta su contenido y el continente: unas dimensiones adecuadas, la tipografía en su justa media, la portada carece de estridencias y no trata de atraer al lector con cantos de sirena [tan habitual: una foto o un cuadro sorpresivos se solapan sobre la esencia libresca con el objetivo de enmascarar lo que no debe ser enmascarado]. Lo cierro y lo dejo en su sitio. Creo que hago bien en no comprarlo, pues mi acumulación tiende a la tormente o al marasmo. Sin embargo, y esto es lo que vale, lo que cuenta en el final del día, es un libro que me gustaría encontrar en un casa a la que yo fuese a pasar unos días. Me gustaría abrirlo en una galería que se asomase a prados infinitos con vacas cursivas y cuervos caligráficos, asistido por el aroma cafetero en la primera hora de la mañana, leer tras correr sin prisa ni objetivo: cinco o siete kilómetros. Esta ensoñación me depara un buen motivo para el aislamiento elegido y necesario. Poco más.
+ Aprecio las portadas de los libros que no tratan de capturar al lector mediante una llamativa imagen. Siempre desconfío, casi siempre acierto.
+ Una cena, conversaciones sobre el amor, la belleza y la soledad en la edad madura. El sexo, las jornadas laborales agotadoras, el éxito y el fracaso. Ser mujer, ser madre, quizás olvidarse del propio cuerpo y permanecer en suspensión sobre una solución salina. Gatos para solteronas, calvos y hombres atractivos que no son objeto del deseo, salsa picante y cerveza helada, un tema, otro y la sucesión de los días que nunca volverán [como este mismo instante en que escribo, en que tú lees], los fisioterapeutas, el dolor de espalda, los calambres que produce el uso del ratón. Pero todo es agradable hoy: la temperatura, la comida, la cerveza helada. Tras un año sin vernos, la reunión es un fluir cálido y honesto, sin dobleces ni acompañamientos interesados. Qué pobres son algunos ricos y afamados hombres y mujeres, qué poco se necesita para la dicha: correr sin objetivo media hora al día, amistades y poca esperanza. Podría añadir otras razones pero lo dejo en el instante en que se hace diamante eterno la conversación. Sin miedo, sin esperanza.
+ Imagen: la arquitectura que nadie desea, la arquitectura que nadie fotografía.
sábado, 22 de abril de 2017
Leer poesía
+ Me embarco en la recolección libresca. Sábado por la mañana en la biblioteca pública, una visita fugaz y certera, aunque hoy me haya dejado llevar por una súbita intuición, pero que no creo que resulte errónea. Se trata de la poesía de Bolaño. Un tomo con unas dimensiones considerables, como el fragmento de una viga, que tiene algo constructivo y subterráneo; leo tres o cuatro espigadas estrofas y encuentro una conexión con uno de mis temas: el detritus. Se deben vigilar las afinidades, estimularlas, revisarlas, establecer una ponderación, y, por qué no, dimitir, desertar, saltar al vacío. Ese es el diálogo que pretendo. Abro el libro y encuentro paisajes en los márgenes de la realidad, las dobleces no admitidas. Cunetas, bares de carretera, paraguas olvidados en una explanada. Barro, nubes, acerados automóviles, autobuses o camiones. El libro espera, yo espero. Primero la obligación, después la devoción.
+ Necesito contraponer a una suerte de positivismo reinante una afirmación humanística. Lo resumo en una boutade: no se puede confundir la ginecología con el amor. Ahí voy. Hay saberes que parecen equiparables por un principio administrativo, el que otorga los títulos y se adhiere a una tradición académica, pero que no hay tal posibilidad. No hay posibilidad. Una cosa es la física, otra la filología, no cabe equiparación, ni carriles paralelos. Vuelo sobre mis lecturas con la afirmación anterior: no igualemos la ginecología y el amor, porque ni siquiera el ginecólogo lo hará. ¿La ginecología, el sexo y el amor? El barítono calla y deja espacio al silencio.
+ Rescato una entrevista a Dámaso Alonso realizada por Paco Rabal, donde dice que la poesía es un potente motor del mundo, pero menos evidente. Percibo que cada vez estoy más en este ámbito, un espacio por descubrir y por construir, una tarea que me lleva el día completo, pues es un vivir poéticamente y a tiempo completo, sometido a los pliegues y dobleces que ofrece el día y sus aledaños. La música, la fotografía, las conversaciones, el trabajo, paisajes o arquitecturas, libros, cuadros, calles, avenidas rememoradas. ¿Comunicación o conocimiento?, hay preguntas que ya no me hago, lo dejo en esa razón menos evidente y muy importante. Leer poesía, me digo, cierro el ordenador y me dispongo para que los últimos minutos del día se empleen en un otro soneto de Góngora, un otro más.
+ Las carreteras secundarias son otra cosa. Las casas en sus orillas, un perro que pasa sin cuidado, una mujer que observa el tráfico, un letrero que nos llama la atención, las nubes, el árbol singular, la cerca, unas vacas, un pueblo que queda atrás y su nombre es apenas una estela de humo. Un rumor de música y viento se posa en el interior del coche, con un tono catedralicio, da la nota, la talla en la empresa que nos ocupa. Comienza a llover levemente y sabemos que toda la poesía actual es lírica, heredera sin duda del romanticismo. Somos románticos en su sentido más exacto y certero. La necesidad de expresar la unicidad del yo es nuestra brújula, a cada momento lo vemos, en cada gesto, en cada tatuaje. Somos únicos, descubrimos en cada vibración. Nos miramos demasiado al espejo, compramos juventud al cirujano plástico y la personalidad al librero. Necesitamos armarnos de detalles y características muy novedosas. Ese cementerio de lo cotidiano forma una pirámide de deseos incompletos. Las carreteras secundarias son otra cosa, como si tu personalidad les diese igual: hacia ahí tienda la conversación y se apaga la música, se apaga el día.
+ Un extraño ataque de amor por la historia del español me asaltó después de regresar de los hermosos días en Asturias. Sé que tiene que ver por una otra suerte de indagar en los rasgos del español de Asturias, en los restos del antiguo leonés; una indagación que derivó hacia un sortilegio que se esconde en los arcanos y filológicos saberes que se ocupan del origen de nuestra lengua. Asomarse a ese edificio inconmensurable que resulta ser una lengua tal que la española produce un vértigo real, físico (en mí caso). Todos, mujeres y hombres que han trabajado para darnos la herramienta imprescindible que es el idioma se diluyen en el cieno del tiempo, sin poder saber nada de ellos, quizá, como mucho, algún dato, alguna característica de su tiempo. Ya, las metafonías, asimiliaciones y disimilaciones, aperturas y cerrazones vocálicas, la acentuación o lo patrimonial contra el cultismo. Haces que perduran, pero ¿y todos lo que hablaron, los que nombraron el mundo e hicieron que ese nombrar evolucionase y llegase hasta aquí? El uso de la herramienta la engrandece allí donde se empuña, allí donde golpea, corta o clava. Ese uso es registro más vivo y real de los que ya no están. El brillo poético traslada al lector a las vidas que ya nunca serán otra cosa que viento y palabra, pero la palabra alarga su vida, ajena al que la pronunció. La poesía es condensación, me digo y regreso al libro de Lapesa.
+ Imagen: fragmento de la puerta de entrada a San Miguel de Lillo, que complementa la foto de semana pasada, aunque se trate de una versión muy diferente, alejada de la calidad de la postal. Me digo: antes la postal, ahora lo poético: el paso del tiempo, lo irregular, la belleza del óxido, la madera y su vida. Atravesados por el impulso poético.
sábado, 15 de abril de 2017
Vacaciones
+ Dos o tres días son suficientes para hacer un viaje con agradables notas de turismo convencional. Gastronomía, paisaje y cultura. Quizá se trate de dejar a un lado algunas de nuestras normas estéticas y morales (en tanto costumbres aquilatadas), aunque no todas, aunque no en demasía, y ceder en el tránsito de los días de vacaciones.
+ [Libros que se incluyen en el equipaje y que no se leen (como suele ser habitual)]. Una antología de la poesía de Góngora, Las novelas ejemplares y la impresión de un prólogo a un conjunto de estudios sobre ciberpolítica [que sí llego a leer y a subrayar, al menos, en su mitad, esto se debe destacar por lo insólito]. En fin, la lectura en los viajes resulta ser otra muy distinta, pues se centra en los periódicos y en las hojas volanderas. En un ingenuo intento por adquirir un poco del espíritu del lugar; me interesan, por ejemplo, pequeñas noticias en las que se da cuenta de la situación de un saneamiento en un barrio del que nunca volveré a oír hablar, la concesión de un título honorífico a un empresario que mientras leo el suelto olvido su nombre, o ese artículo costumbrista acerca de la no muy célebre Semana Santa local. Persisten con mayor intensidad las fotos, las esquelas y los anuncios por palabras, pero su duración tampoco es mucho mayor. Resta, eso sí, una sensación de que todos los lugares son el mismo lugar, a pesar de notables y evidentes diferencias. Las ambiciones, el brillo de la soberbia, la lujuria de la vanidad, lo real que la muerte es, el olvido, cómo no, al que está destinada toda obra humana. Y regreso a lo mismo, como siempre. Uno alimenta la ficción de que es posible capturar ese algo inasible que conforma el lugar, pero uno se equivoca. Un ingenuo error que se transforma fácilmente en ironía. Posarse en los nombres de calles y plazas, de iglesias o de los museos. Horarios de autobuses, el color de los taxis, librerías o tiendas de recuerdos. Esa recopilación, esa nómina de elementos que el viento del tiempo ha de llevarse sin piedad. Y, mientras, los libros dormitan en la mesilla de la habitación del hotel, emblemas que recogen el sentido último de los días de vacación, queda atrás cierta seriedad circunspecta de lo diario y se abre una flor de suave y ligera suspendida en el anguloso sucederse de los segundo, de los minutos, de las horas.
+ La conducción resulta fluida. Sin embargo, el problema de las autovías y autopistas es que resultan neutras, son bandas que parecen no tener fin, donde la sucesión de los carteles poco más es que un inventario, los árboles y los viaductos parecen ser siempre los mismos. Algo que enraíza en las características de nuestra época, en la hipervelocidad, los espacios intecambiables y la falta de personalidad. Pasan los coches, quedan atrás los letreros de las poblaciones, se llega al destino y entramos en un garaje. No podría decir dónde estamos, salvo por la certeza que aportan los mapas.
+ Las tiendas de recuerdos atesoran en su interior una cualidad dúctil y flexible. Garantizan balizas para delimitar los años que se van, recuerdos que quedan en las casas como testimonios de un tiempo: éste, sin ir más lejos. Ay, ¿es posible comprar recuerdos? Si se pudiese, no cabría mayor felicidad. Comprar, vender, intercambiar recuerdos, en un sentido literal, nunca figurado. Ay, pero no es posible, desgraciadamente, no es posible. Sólo son posibles esas balizas que nos indican que en 1989 estuvimos en Oviedo y eran las fiestas de San Mateo. De ello dan cuenta un llavero, un calendario, un bolígrafo o unos vasos desparejados. Las tiendas de recuerdos venden pistas para el olvido, nosotros compramos esa mercancía y el veneno se extiende inmediatamente.
+ Yo pensé en una ría como un escenario para un cuento de hadas. Bosques espesos, remansos amplios y una luz dorada que baja desde el cenit; pasarelas de cuerdas y tablones que unían islas, que partían desde altos árboles a altos árboles hasta llegar a masas de rocas y liquen, cobijadas por las altas copas, los helechos, la humedad, el verde intenso, el vuelo brillante de una luciérnaga. Pensaba yo que era la ría de Viveiro, pero no era así. Todo se relacionaba, ahora lo sé, con un sueño lejano donde yo caminaba por esas pasarelas, donde mi madre nos hablaba de su infancia y de cuánto le gustaba dibujar y salir al campo para encontrar violetas. Cuando murió, en la tumba, mi padre depositó una maceta con violetas. Recuerdo la escena, recuerdo esa ría que nunca existió. Hay estelas en el tiempo que parecen tocarse, levemente. Nos alejamos por una carretera secundaría.
+ Imagen: una foto de Santa María del Naranco. Busco que la foto tenga la calidad, la textura de una postal, que contenga ese impulso turístico que ha guiado el viaje, y creo que lo logro. ¿Hay un sentido irónico en el disparo? No, es una lectura literal de lo que fueron estos días, de la felicidad, del espacio y el tiempo para el amor. Los misterios que atesora la construcción se cristalizan en la geometría de dos manos en su entrelazamiento mientras contemplan el pasado y el pasado les ignora, como no podría se de otra forma.
sábado, 8 de abril de 2017
Átomos volantes del olvido
+ La previsión y preparación de un viaje aportan a lo diario una nota de alegría. Cafés en terrazas, paseos, librerías, parques, una ciudad por descubrir, el perfil de los perros en el contraluz de la tarde, los anhelos y afanes de sus dueños. Más cosas que no se pueden adivinar, que pervivirán, que aletean, que respiran por sí mismas más allá de su medio natural. Una acumulación los indicios se traduce en alegría. Todo apunta a la construcción de una nueva realidad, adormecida.
+ Muere el día.
+ ¿Se debe desvelar el origen del título de la entrada? ¿El lugar donde se encuentra, la razón de su razón, la función que desempeña en la totalidad? Los «átomos volantes del olvido» son las horas; el tiempo: uno de los ejes de la Fábula mitológica de Faetón, del Conde de Villamediana. Me parece un gran hallazgo y lo recupero para dejar constancia de mis lecturas, esa deriva áurea que me embarga, cada vez con mayor intensidad. Y sigue sonando Strauss II con nervio de vals y certeza temporal: el timbre de la percusión agudiza la ritmo de la lectura. Así queda.
+ Veo jugar a tres gatos, una gatita se acerca hasta donde estoy y se aprieta contra mis tobillos. Una explicación emerge en sus movimientos, pero permanece oculta. Más tarde llueve con intensidad, para, luce el sol y regresan las nubes, las negras nubes. Se sedimenta el instante, el trabajo requiere concentración, pero hay momentos, intervalos en los que se percibe esa calidad que el paso del tiempo esparce sobre los objetos, los animales y las personas. Un edificio que se desmorona, la caída de una mano sobre la mano amada que agoniza, el sentido último de un maullido, la tranquilidad del trabajo bien hecho. Una colección de esquirlas de poesía, ese mundo lírico donde se construye un yo poético que nace, vive, muere y, luego, resucita con nuestra ayuda y dedicación. Son los impulsos que constituyen las metas diarias. Los gatos se refugian en un alféizar, me miran y su indiferencia es casi emblemática. Así acometeremos el mes de abril, aquél del que decían que era el más triste, pero que su rastro sea fructífero.
+ [Gentes a las que saludar]. Así es la provincia. Gente que no tienes nada que decirles, te miran y los miras, te saludan o no, y la vida continua. Las dimensiones de las ciudades condicionan la relación entre sus habitantes, para bien y para mal; esto no deja de ser una idea sustentada en la tautología, en el reflejo innecesario. Le veo y tras sus enormes gafas de sol pasta negra me observa, me dirige un movimiento de cabeza displicente y continúa: gabardina negra, paraguas negro, vaqueros negros recién estrenados. Me vuelvo y desaparece entre la masa. Una chica que estudió conmigo y ahora cuida ancianos; era guapa o muy guapa, y todavía conserva un estilo decadente y vampírico, pero ya nada es lo que era. La fuerza de la juventud se agota en la cincuentena. Me sonríe y yo sonrío, ese es el saludo. Supongo que está divorciada y en una no muy buena situación económica, su ropa la delata. La anciana a la que acompaña tose y ella agarra su mano con amor. Me reconforta. Un otro personaje de la mañana provinciana: sobrepeso, atildado, la gomina ara sus cabellos casi rubios, reloj caro, gafas doradas caras, terno caro. Me mira y no me mira, duda, pero me saluda. Pesa mi status que no es el adecuado para su persona, pero sí que puede hacer una excepción (hoy es sábado), al menos hoy. Continúo mi camino con mis libros y una literatura por elevar, un discurso engendrado que crece, en el que confío y en el que sí creo. Debo remarcar aquí el lema que me guía: el carácter es el Destino. La Fortuna colabora en todo este discurrir. Anota la posibilidad de unir las dos figuras: Destino y Fortuna.
+ Imagen: una persona que camina frente a la entrada de un gran museo, pero camina con un objetivo ajeno a la magnífica colección que alberga el edificio. Disparar la cámara es un ejercicio de extrañamiento, el desenfoque una certera verdad.
sábado, 1 de abril de 2017
Muros de abeto, almenas de diamante
+ El título de la entrada corresponde a la dedicatoria que hace Góngora al Duque de Béjar en la Primera Soledad; necesidad inexcusable y habitual para los poetas, para los escritores, la de las dedicatorias en el Siglo de Oro. La traslación de la fórmula se remite a las montañas nevadas, los abetos son muros que son laderas, las almenas de diamante la nieve sobre los picos. La imagen tiene una fuerza que se expande hacia las consideraciones críticas que entroncan con un sistema de símbolos y posibilidades. No importa. Cuenta la sucesión que se cristaliza y me acompañará esta semana. La imagen tan poética como imposible de trasladar a una imagen coherente. En ello estamos.
+ Noticias a primera hora como riachuelos que mueren antes de alcanzar un otro río que llevase su agua al mar; la tierra los absorbe y se quedan en nada. La actualidad es una sucesión de posibilidades, pero poco, muy poco permanece. La lectura de la Historia nos otorga esa vista panorámica.
+ A veces la tristeza es inspiración, otras paraliza. No es agradable, pero llega sin saber cómo. He pensado en ello y creo que, en muchas ocasiones, no hay razones determinadas ni fijas. No se puede centrar mi tristeza en una razón única. Es un haz, pero se ve venir, como la marea que sube. Tengo un remedio: las Meditaciones de Marco Aurelio. Llego a ellas y me coloca en el lugar exacto en el que estoy, en lo que hago y en lo que deseo. Finalmente, se deben acallar los deseos, ¿se trata de esto? Me digo: «Muros de abeto, almenas de diamante». El mundo espera ahí fuera y es un gran tablero de juego, somos sus fichas, somos sus jugadores. Tomo decisiones firmes y las mantengo durante tiempo, mucho tiempo. Un largo y fructífero tiempo. Es una tarea, la lucha contra la negra tristeza.
+ Poemas que se acumulan y esperan su momento. Voy cribando, pero no como criterio estético, sino en pseudoformato de elaboración programática. Una otra posible lectura se debate en su nacer tal que mariposa en prado undoso. ¿Cómo y por qué se va adhiriendo un sistema conceptual elaborado con un repertorio léxico prestado, adquirido y sin una posible sistemática?
+ La sombra de la tristeza dibuja el día desde la oscuridad. ¿El oxímoron? «carro es brillante de nocturno día» Góngora en la Soledad Primera. Lo uno se une a lo otro y se establece una razón poética para el día, la que reside en la técnica exacta del posiblemente más grande poeta. Aunque, claro está, la calificación no deja de ser otro oxímoron: la grandeza es del poema, no del poeta, porque el último se diluye en su propia temporalidad, el primero permanece en la lectura sucesiva. La móvil lectura, independiente y certera.
+ Música: Strauss II. Dejo que vals mezcle las horas de la siesta con los recuerdos de mañana, que se van diluyendo en el olvido como el azúcar en el agua. Tres por cuatro, bailes imaginados, automóviles y motocicletas, ciclistas y peatones, la radio de fondo y el fluir grato de la vida, su falta de proyecto y esa grandeza que reside en esas ausencias. El Vals del Emperador aglutina respuestas a preguntas no formuladas.
+ Imagen: cómo se dobla sobre sí mismo lo diario, las sombras, las pisadas, el tacto de la piedra; abierta, la realidad es un infinito poético. Esta inmensidad se resume en una abstracción, bastaría con utilzar un filtro que desenfocase la imagen.
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