sábado, 22 de abril de 2017
Leer poesía
+ Me embarco en la recolección libresca. Sábado por la mañana en la biblioteca pública, una visita fugaz y certera, aunque hoy me haya dejado llevar por una súbita intuición, pero que no creo que resulte errónea. Se trata de la poesía de Bolaño. Un tomo con unas dimensiones considerables, como el fragmento de una viga, que tiene algo constructivo y subterráneo; leo tres o cuatro espigadas estrofas y encuentro una conexión con uno de mis temas: el detritus. Se deben vigilar las afinidades, estimularlas, revisarlas, establecer una ponderación, y, por qué no, dimitir, desertar, saltar al vacío. Ese es el diálogo que pretendo. Abro el libro y encuentro paisajes en los márgenes de la realidad, las dobleces no admitidas. Cunetas, bares de carretera, paraguas olvidados en una explanada. Barro, nubes, acerados automóviles, autobuses o camiones. El libro espera, yo espero. Primero la obligación, después la devoción.
+ Necesito contraponer a una suerte de positivismo reinante una afirmación humanística. Lo resumo en una boutade: no se puede confundir la ginecología con el amor. Ahí voy. Hay saberes que parecen equiparables por un principio administrativo, el que otorga los títulos y se adhiere a una tradición académica, pero que no hay tal posibilidad. No hay posibilidad. Una cosa es la física, otra la filología, no cabe equiparación, ni carriles paralelos. Vuelo sobre mis lecturas con la afirmación anterior: no igualemos la ginecología y el amor, porque ni siquiera el ginecólogo lo hará. ¿La ginecología, el sexo y el amor? El barítono calla y deja espacio al silencio.
+ Rescato una entrevista a Dámaso Alonso realizada por Paco Rabal, donde dice que la poesía es un potente motor del mundo, pero menos evidente. Percibo que cada vez estoy más en este ámbito, un espacio por descubrir y por construir, una tarea que me lleva el día completo, pues es un vivir poéticamente y a tiempo completo, sometido a los pliegues y dobleces que ofrece el día y sus aledaños. La música, la fotografía, las conversaciones, el trabajo, paisajes o arquitecturas, libros, cuadros, calles, avenidas rememoradas. ¿Comunicación o conocimiento?, hay preguntas que ya no me hago, lo dejo en esa razón menos evidente y muy importante. Leer poesía, me digo, cierro el ordenador y me dispongo para que los últimos minutos del día se empleen en un otro soneto de Góngora, un otro más.
+ Las carreteras secundarias son otra cosa. Las casas en sus orillas, un perro que pasa sin cuidado, una mujer que observa el tráfico, un letrero que nos llama la atención, las nubes, el árbol singular, la cerca, unas vacas, un pueblo que queda atrás y su nombre es apenas una estela de humo. Un rumor de música y viento se posa en el interior del coche, con un tono catedralicio, da la nota, la talla en la empresa que nos ocupa. Comienza a llover levemente y sabemos que toda la poesía actual es lírica, heredera sin duda del romanticismo. Somos románticos en su sentido más exacto y certero. La necesidad de expresar la unicidad del yo es nuestra brújula, a cada momento lo vemos, en cada gesto, en cada tatuaje. Somos únicos, descubrimos en cada vibración. Nos miramos demasiado al espejo, compramos juventud al cirujano plástico y la personalidad al librero. Necesitamos armarnos de detalles y características muy novedosas. Ese cementerio de lo cotidiano forma una pirámide de deseos incompletos. Las carreteras secundarias son otra cosa, como si tu personalidad les diese igual: hacia ahí tienda la conversación y se apaga la música, se apaga el día.
+ Un extraño ataque de amor por la historia del español me asaltó después de regresar de los hermosos días en Asturias. Sé que tiene que ver por una otra suerte de indagar en los rasgos del español de Asturias, en los restos del antiguo leonés; una indagación que derivó hacia un sortilegio que se esconde en los arcanos y filológicos saberes que se ocupan del origen de nuestra lengua. Asomarse a ese edificio inconmensurable que resulta ser una lengua tal que la española produce un vértigo real, físico (en mí caso). Todos, mujeres y hombres que han trabajado para darnos la herramienta imprescindible que es el idioma se diluyen en el cieno del tiempo, sin poder saber nada de ellos, quizá, como mucho, algún dato, alguna característica de su tiempo. Ya, las metafonías, asimiliaciones y disimilaciones, aperturas y cerrazones vocálicas, la acentuación o lo patrimonial contra el cultismo. Haces que perduran, pero ¿y todos lo que hablaron, los que nombraron el mundo e hicieron que ese nombrar evolucionase y llegase hasta aquí? El uso de la herramienta la engrandece allí donde se empuña, allí donde golpea, corta o clava. Ese uso es registro más vivo y real de los que ya no están. El brillo poético traslada al lector a las vidas que ya nunca serán otra cosa que viento y palabra, pero la palabra alarga su vida, ajena al que la pronunció. La poesía es condensación, me digo y regreso al libro de Lapesa.
+ Imagen: fragmento de la puerta de entrada a San Miguel de Lillo, que complementa la foto de semana pasada, aunque se trate de una versión muy diferente, alejada de la calidad de la postal. Me digo: antes la postal, ahora lo poético: el paso del tiempo, lo irregular, la belleza del óxido, la madera y su vida. Atravesados por el impulso poético.