sábado, 8 de abril de 2017

Átomos volantes del olvido




+ La previsión y preparación de un viaje aportan a lo diario una nota de alegría. Cafés en terrazas, paseos, librerías, parques, una ciudad por descubrir, el perfil de los perros en el contraluz de la tarde, los anhelos y afanes de sus dueños. Más cosas que no se pueden adivinar, que pervivirán, que aletean, que respiran por sí mismas más allá de su medio natural. Una acumulación los indicios se traduce en alegría. Todo apunta a la construcción de una nueva realidad, adormecida.

+ Muere el día.

+ ¿Se debe desvelar el origen del título de la entrada? ¿El lugar donde se encuentra, la razón de su razón, la función que desempeña en la totalidad? Los «átomos volantes del olvido» son las horas; el tiempo: uno de los ejes de la Fábula mitológica de Faetón, del Conde de Villamediana. Me parece un gran hallazgo y lo recupero para dejar constancia de mis lecturas, esa deriva áurea que me embarga, cada vez con mayor intensidad. Y sigue sonando Strauss II con nervio de vals y certeza temporal: el timbre de la percusión agudiza la ritmo de la lectura. Así queda.

+ Veo jugar a tres gatos, una gatita se acerca hasta donde estoy y se aprieta contra mis tobillos. Una explicación emerge en sus movimientos, pero permanece oculta. Más tarde llueve con intensidad, para, luce el sol y regresan las nubes, las negras nubes. Se sedimenta el instante, el trabajo requiere concentración, pero hay  momentos, intervalos en los que se percibe esa calidad que el paso del tiempo esparce sobre los objetos, los animales y las personas. Un edificio que se desmorona, la caída de una mano sobre la mano amada que agoniza, el sentido último de un maullido, la tranquilidad del trabajo bien hecho. Una colección de esquirlas de poesía, ese mundo lírico donde se construye un yo poético que nace, vive, muere y, luego, resucita con nuestra ayuda y dedicación. Son los impulsos que constituyen las metas diarias. Los gatos se refugian en un alféizar, me miran y su indiferencia es casi emblemática. Así acometeremos el mes de abril, aquél del que decían que era el más triste, pero que su rastro sea fructífero.

+ [Gentes a las que saludar]. Así es la provincia. Gente que no tienes nada que decirles, te miran y los miras, te saludan o no, y la vida continua. Las dimensiones de las ciudades condicionan la relación entre sus habitantes, para bien y para mal; esto no deja de ser una idea sustentada en la tautología, en el reflejo innecesario. Le veo y tras sus enormes gafas de sol pasta negra me observa, me dirige un movimiento de cabeza displicente y continúa: gabardina negra, paraguas negro, vaqueros negros recién estrenados. Me vuelvo y desaparece entre la masa. Una chica que estudió conmigo y ahora cuida ancianos; era guapa o muy guapa, y todavía conserva un estilo decadente y vampírico, pero ya nada es lo que era. La fuerza de la juventud se agota en la cincuentena. Me sonríe y yo sonrío, ese es el saludo. Supongo que está divorciada y en una no muy buena situación económica, su ropa la delata. La anciana a la que acompaña tose y ella agarra su mano con amor. Me reconforta. Un otro personaje de la mañana provinciana: sobrepeso, atildado, la gomina ara sus cabellos casi rubios, reloj caro, gafas doradas caras, terno caro. Me mira y no me mira, duda, pero me saluda. Pesa mi status que no es el adecuado para su persona, pero sí que puede hacer una excepción (hoy es sábado), al menos hoy. Continúo mi camino con mis libros y una literatura por elevar, un discurso engendrado que crece, en el que confío y en el que sí creo. Debo remarcar aquí el lema que me guía: el carácter es el Destino. La Fortuna colabora en todo este discurrir. Anota la posibilidad de unir las dos figuras: Destino y Fortuna.


+ Imagen: una persona que camina frente a la entrada de un gran museo, pero camina con un objetivo ajeno a la magnífica colección que alberga el edificio. Disparar la cámara es un ejercicio de extrañamiento, el desenfoque una certera verdad.