sábado, 30 de julio de 2016

Cine




+ Volvería a ver con gusto dos películas. El espíritu de la colmena y El Sur, ambas de Victor Erice. Son unas películas buenísimas, pero mi interés va otro camino. Es un interés más sentimental que cinematográfico, que se liga al recuerdo y a las imágenes indelebles que se fijan por comunión, por cercanía, por semejanza, en la reflexión sobre la infancia. Las protagonistas de las películas, Ana Torrent e Itziar Bollaín, tienen mi edad, mi misma edad, y recuerdo ver las peliculas años más tarde de que se estrenasen y decirme “yo era niño cuando ellas eran niñas” y están ahí, en la ficción. Así, el cine traspasa su funcionalidad y se convierte en un testimonio enriquecedor que enraíza en la biografía propia. Como si ellas estuviesen en mi clase cuando yo tenía ocho años, y en alguna medida resulta una verdad escogida. En la medida que establece la construcción de un pasado, la elaboración de un relato biográfico, que responde más al deseo que a la verdad contable de los hechos. Ver El Sur me traslada a paisajes de mi infancia por una invocación. No es nostalgia, es la vida en sí. A veces creo que se trata de algo muy próximo a la oración. Así se acumulan las dudas fértiles.

+ Me gustaría realizar una investigación sobre el poder, a la manera aquella que se decía en Sobre héroes y tumbas ‘soy un investigador del mal’. He tenido la oportunidad de ver cómo se encarna el deseo de mandar, como la estrategia y la ausencia de unas normas elementales revelan el núcleo de la persona o, en expresión de Marco Aurelio, el principio rector. Aunque no llegue a investigar, la investigación es más pictórica que literaria. Una escena, una mujer, con la mirada entre la insolencia y el miedo, un miedo sordo y mudo, que se debate entre la vibración y el estallido. Crispación, tranquilidad, sombras, pájaros negros que vuelan sobre un edificio de plata, el ruido de los coches, el fiero viento de la mañana, que todavía no es cálido. No hay opción, el retrato debe entrar en las habitaciones del hiperrealismo, una definitiva pincelada que apunte unos ojos inteligentes pero dubitativos.

+ Hablo del cine como si hablase de una ciudad visitada hace muchos años. No voy al cine, no veo películas. No sabría explicar a qué es debido. Alguna vez, de visita en Madrid, acudo y me sorprende gratamente, me siento maravillado por el espectáculo, pero no vuelvo al cine, hasta el año siguiente. No lo entiendo y no busco una respuesta a la interrogante. La sala vacía, la oscuridad, la luz en la pantalla, los rostros, los autos, las ciudades, las casas, las habitaciones y los gestos. Todo ello tiene un momento hipnótico que reconozco y aprecio. Sin embargo no voy al cine. Acabo de recordar dos películas, y sólo es el recuerdo, sin más, ni siquiera deseo volver a verlas, me llega con esa certidumbre, con el aliento que llega de aquellos días en que las vi por primera vez. Hay días en que no me entiendo, otros días no quiero entenderme. Sic.

+ “… la sombra de diciembre sobre el río.” Juan Lamillar, Diciembre en la ciudad.

+ ¿Todavía mantienes tu filiación romántica, podrás escapar algún día de ella? En julio estas preguntas carecen de sentido, en invierno iluminarán el tránsito por las avenidas desiertas de la capital. A la espera de noviembre, a la espera de diciembre, pues ambos meses serán propicios para viajes propicios. Madrid, Londres. Está firmado.

+ Fuente perenal. La fuente perenal es aquélla que mana por siempre, sin interrupción, nunca se seca, siempre ofrece agua. Sólo quería dejar constancia de una definición que puede tener mucho de alegoría y/o metáfora. ¿Qué es hoy en día lo que nunca se seca, que siempre ofrece agua, con toda esa carga de simbolismo que el agua tiene? Las imágenes resultan herramientas sutiles y variables, como el agua misma. Salgo a correr y la definición se diluye en la verdad de la mañana, en la brisa suave y fresca, en la corriente de río y su undosa superficie, en los otros corredores y paseantes, en los perros y los pájaros que se dejan observar: gaviotas, urracas y gorriones. El vuelo es otro símbolo. Correr pone las cosas en su sitio y si el esfuerzo aumenta, se logra, así, una cota de desconexión muy apreciada [por mí]. Esta es hoy la fuente perenal, ¿mañana? La tarea: no aproximarse al futuro, no anclarse en el pasado. Vuelvo a la música y es la única verdad que se admite, en este único e irrepetible momento.


+ Imagen: como si la cúpula se convirtiese en una invitación, como la sugencia con la que se inicia una película (?); sobreimpresiones: los títulos de crédito, tal vez.

sábado, 23 de julio de 2016

Como el que oye el agua correr




 + Oigo a un poeta decir una tontería mayúscula. Algo así como que al que tiene talento literario no le conviene la formación, y si la tiene, cuanto menor sea ésta, mejor para su obra. Podría desmentir tal afirmación con ejemplos y contraejemplos, pero es una tarea inútil. No creo que él mantuviese durante mucho tiempo la sentencia. La conclusión es: no se deben mantener conversaciones con espectros. Y espectros son todos aquellos que hablan en la radio o aparecen en la televisión. Pensamos debido a esa inmediatez de la palabra hablada que podemos responderle y, obviamente, no es posible, pero nos empeñamos y en silencio mantenemos este diálogo imposible y estéril. Creo que el alarde descrito se contrapone a la lectura, donde el diálogo sí es posible, aunque no se trate de un diálogo en su literalidad. La cuestión se resume en la distancia que marca la letra impresa. Somos en la lectura más reflexivos y nos hacemos cargo del contexto en el que nos manejamos. La distancia lo es todo. Si hubiera visto escrita la opinión anterior, me hubiera sonreído y lo daría por un apunte irónico [aunque no fuese así, pero, como siempre, el sentido de la lectura se adapta a nuestros propósitos, intereses y filias y fobias]. La radio está bien, es mejor, con mucha diferencia, que la televisión, pero me impide esa necesaria distancia. Debo aprender, porque el problema no es de la radio, sino mío. La ironía es la clave. Pensaré en ello.

+ Vuelvo a la cuestión anterior otra vez: es mejor para un narrador carecer de estudios superiores, son un lastre para una carrera literaria. Esta era la tontería que el poeta que tanto aprecio, como poeta, profirió sin viento en la solapa, un viernes por la tarde, en un programa cultural de la radio pública. Se desmonta fácilmente: Leopoldo Alas Clarín, Iris Murdoch, Tolkien, C.S. Lewis (...) Estos cuatro nombre me vinieron a la cabeza mientras corría el domingo por la mañana con el viento de frente, con la compañía de la música de banda inglesa de entreguerras: música de baile sin duda: Jack Hylton. Se podría decir que una formación universitaria no garantiza la creación de una obra literaria de interés, lo cual es cierto, pero, así también es verdad, lo contrario no garantiza nada de nada. Es este un asunto menor, lo que realmente tiene importancia es la duda ante las afirmaciones categóricas que intuimos que los datos desmotan sin piedad. La duda se instaló en mi manera de oír y leer tiempo atrás. Hoy celebro ese momento bajo el abrigo de la maravillosa música de Jakc Hylton.

+ Si en lugar de analizar la narrativa, lo hiciésemos con la poesía: la lista se multiplicaría. Abandono esta diatriba sin interlocutor y me dejo llevar por la música barroca y el café helado. Prefiero que mantenga en la memoria la música de Jack Hylton, juguetona y erótica. Dancing, cocktails and smoke. Pistas de baile, alegría deseada, vestidos vaporosos, uniformes militares o entallados ternos, tabacazo y whisky helado sin hielo, lágrimas de cristal y besos furtivos en la inmediaciones de la estación del metro. Ay, el West End. Jack Hylton es ideal para correr. Me callo y escucho.

+ One Two, Button Your Shoe:

One, two,
Button your shoe,
Put on your coat and hat;
I play a game like that
While I'm waiting for you.

Three, four,
Open the door,
Hurry for heaven's sake;
I count each step you take
While I'm waiting for you.

Five, six,
My heart does tricks
As I picture all your charms.
Seven, eight,
You're at the gate
And you walk into my arms!

Nine, ten,
Kiss me again,
Tell me you get a thrill,
Just as I hope you will
While I'm waiting for you.


+ Parece que lo inestable e inseguro es algo propio de este tiempo y nada más alejado de la realidad: no es propio de este tiempo, es propio de la vida misma, desde el momento en que surgió. El cambio es el motor, el cambio caracteriza la vida como ninguna otra particularidad. Hay cambios muy grandes y definitivos y otros cambios menores, pero con un alcance no sospechado. Siempre se instala una tendencia a considerar el presente como el peor de los mundos posibles, cuando la realidad se impone en sentido contrario: vivimos en el mejor mundo de los posibles porque no hay otro y al decir esto el presente se extingue para dar paso a un nuevo presente (así hasta la nausea). Dicho esto, el adjetivo “mejor” se caería por la imposibilidad de comparar. Y, para no dar más vueltas, lo escrito anteriormente tiene que ver con el ruido que los comentaristas originan en diversos medios de comunicación. Es un ruido que molesta y condiciona. Terrorismo, paro, devaluaciones, inflación, deflación, recesión, crisis, inestabilidad (…) Sin negar la verdad de estas realidades, la voz de los comentaristas me parece prescindible, mucho más cuando un día opinan de un asunto económico y otro día se van hacia lo ingenieril, lo militar, o lo filológico. No hay porque tener miedo. El cambio es la única seguridad a la que aferrarse, como explicación y ante cada nueva pregunta hay que poner por delante la palabra mágica: cambio.

+ Jack Hylton me acompaña en el ejercicio diario. Hago todos los días el mismo recorrido y he abandonado, definitivamente, el reloj en casa. Prefiero correr sin condiciones. Jack Hylton marca el ritmo y el ritmo es alegre y me ilusiona. Un suspiro es ahora la carrera, un regalo que la orquesta me da sin pedir nada a cambio, sin establecer registros. Música, sólo música.


+ Imagen: la parte trasera de la instalación, la mujer que busca la fotografía y ella se convierte en motivo para otro objetivo, que no es el suyo. Los puntos desenfocados arrojan luz sobre los motivos ocultos, o eso me gustaría (?)

sábado, 16 de julio de 2016

Tardes de julio



+ Leo con atención uno de los artículos del libro de Miguel Esteves Cardoso que compré hace unos meses en Oporto, en un centro comercial que hay junto a Ikea. El artículo se titula «Bom», es decir bueno. Finalmente, se trata de establecer un criterio clasificatorio válido para ordenar obras de creación, periodísticas, políticas (…) En resumen se debe otorgar un punto al autor si es buena persona, un cero si es mala; dos puntos si las intenciones son buenas, cero si son malas; por último, tres puntos si su elaboración es buena y un cero, consecuentemente, si es mala. Tras establecer el criterio analiza los resultados de las posibles combinaciones. He aplicado este sistema a dos o tres circunstancias de las últimas semanas y me ha parecido una herramienta útil. Se juzga al sujeto, sus intenciones y la realización de éstas. No creo que el resultado arroje una guía moral, pero sí otorga una cartografía útil y pretendidamente objetiva, con todo lo que importa este adjetivo. De seis a cero puntos. Ay, los sistemas de clasificación nos ayudan a comprender el mundo al tiempo que le roban el alma. Bendita ignorancia.

+ Cierro el libro que termino de citar y me dispongo a leer una páginas de la autobiografía de Pete Townshend. Por el placer del idioma, esa deriva que tenía Tom Ripley. Eso me lleva a rememorar viajes nunca realizados: en tren, por el centro de Europa, el Norte de Italia, el Sur de Alemania, trenes sin personalidad, con el encanto anticuado de la decoración de los años setenta: moquetas, dorados, luces pálidas y ambarinas. Oír idiomas que comprendemos dentro unos límites pero que no nos resultan totalmente ajenos es uno de los grandes placeres que el dinero no puede comprar. Estas son las posesiones que me interesan: tocar un instrumento, aprender un idioma, nadar, v. gr. El dinero es necesario, pero no lo consigue todo. Planificar viajes es una apuesta sin objetivo; es mejor dejar que fluya lo circunstancial y aleatorio,

+ «Cuando Hernán Cortés llegó a las fronteras del mundo azteca, uno de sus primerísimos pasos fue crear un municipio y hacer que sus hombre lo eligieran alcalde (…) Cuando dos ingleses se encuentran en una frontera salvaje, forman un club; los españoles fundan una ciudad» Felipe Fernández-Armesto en Historia de España, ed. Raymond Carr.

+ Si he recuperado la cita anterior, que será utilizada para otro propósito, se debe a una comida a la que asistí el otro día; una comida en la que durante el café se propuso un juego que consistía en elegir una persona relevante, célebre o famosa con la que ir a cenar. No pude contestar porque por mucho que lo intentaba no conseguía encontrar a nadie que me interesase hasta ese punto, ni nadie famoso ni nadie desconocido. Hoy, como tantas veces y con mucho esfuerzo, fui a correr y no dejé de pensar en ello. Mientras me seguía un perro muy simpático di con la solución: Felipe Fernández-Armesto, sin duda. Iría con él a cenar a un anticuado restaurante de Mayfair, con riguroso traje, con discreta corbata y dispuesto a escuchar y a preguntar. Las fantasías constituyen un buen pasatiempo para las sobremesas, al mismo tiempo, hay fantasías que prolongan su influjo tras los trabajos y los días.

+ Para comprender la verdad última del idioma propio es inexcusable indagar en alguno ajeno, cuanto más alejado mejor. Con ahínco. Esta afirmación oída muchos años atrás a un doctorando en filología hispánica ha marcado muchas de las derivas que en los idiomas he empleado mi tiempo: como si ahí hubiese una respuesta a unas cuestiones por plantear. El contraste semántico es una piedra de toque, me decía; y más detalladamente descriptiva es la respuesta cuando nos circunscribimos al ámbito de la fraseología, como si la intuición de una fraseología comparada pudiese dar el tono de una nación, de sus habitantes, de un espíritu nacional, de un espíritu del tiempo. Todo está muy bien, pero hoy cogemos un avión, nos plantamos en cualquier capital europea y lo que refleja la distinción son los pomos de las puertas, las cerraduras en sí, los carteles indicativos [baño de hombre / baño de mujeres], los enchufes o el envase de la pasta de dientes (...) Nunca se sabe dónde se percibirán las diferencias, pero estos haces súbitos son, ciertamente, inesperados y certeros. Entras en un pub y esperas ser atendido, que alguien te pregunte, te levantas y te diriges a la barra y nadie te pregunta, porque eres tú el que tiene que iniciar la conversación. No lo sabes y te enfadas por haber sido ignorado y la realidad es bien distinta, ya que eres tú quién no ha sabido actuar en este escenario. La gramática en el libro es como el código de circulación en la autoescuela; la vida o la carretera tienen ese algo inabarcable que las hace superiores y merecedoras de todo el interés posible; bueno, la vida, sin duda, contiene la carretera: uno entre sus incontables ecosistemas, pero ese es otro tema.

+ Imagen: algún lugar de Lisboa donde florece la abstracción.

sábado, 9 de julio de 2016

Escrito desde el pasado




+ Madurez/inmadurez. Leo con atención un artículo de Luis Antonio de Villena sobre Truman Capote. Se describe su figura, su prosa, el impacto de su biografía; más adelante Luis Antonio rememora un momento en que Colette le dice al escritor norteamericano que comparten algo: nunca llegarán a ser maduros. No puedo dejar de pensar en la afirmación. Desde que leí esta sentencia trato de encontrar los indicios que me aporten un sentido  a mi destino. No creo en el destino pero sí en ciertas determinaciones; una vez más me remito a Heráclito: el carácter es el destino. La presión social sobre la biografía hace que me plantee si a lo largo de estos mis cincuenta años he madurado y la respuesta, afirmo sin dudar, es no. ¿Madurar?, madurar maduran las peras, le oí en una ocasión a un afamado filósofo, y la frase despertó la risa del auditorio, pero la frase a mí me causó una impresión que perdura. Si a esto le uno mi constante desinterés por los asuntos que a otros entretienen y apasionan, me convierto en una persona en los márgenes. Ahora, una vez escrito, no sé si esto es un vicio, un defecto o una virtud. Quizá ninguna de las tres cosas, pero sí es un estado permanente que ha condicionado el flujo de los días. La expatriación de la edad, del avanzar de los años. Son elementos que se suman: mis lecturas, la ausencia de hijos, la rutina diaria (...) La configuración de la persona responde a una pulsión que es difícil concretar, salvo, repito, su carácter, y ni siquiera pretendo aproximarme a una síntesis, pero, después de leer el artículo de Luis Antonio de Villena, veo cómo el eje madurez / inmadurez describe con perfección a las personas, y yo me remito al segundo grupo. No es un vocación.

+ La poesía tiene respuestas a interrogantes no planteados. La voz de los muertos, las preguntas de los locos.

+ Veo las fotos de la campaña electoral una vez que ésta ha pasado. Son las seis y cinco del día de las votaciones. He cumplido con mi deseo de votar. Poco espero, pues carezco de la necesaria ilusión para tener anhelos o esperanzas. Sólo he votado, sin miedo y sin esperanza. Veo las fotos de la pasada campaña electoral y me detengo en una de un mitin al aire libre, pero en lugar de fijarme en los candidatos, en la felicidad de la gente que asiste, en los niños y los perros, estudio el paisaje urbano, el cielo limpio del inicio del verano, ese aire del atardecer en Madrid y pienso que esa calidad humeante, polvorienta de verano es equivalente a la que se dio, en algún momento, tras una batalla. Con esa idea sin anclaje, abro un tomo de Julio Martínez Mesanza. Por la lujuria de la lectura, busco uno de los señaladores que me llevarán a un poema escogido: “Preferencias”. Copio: “Si acaso, los hangares en desuso,/ las estaciones fuera de servicio,/ el laberinto en las fundiciones,/ el brumoso extrarradio, un descampado (…)”. Lo que recoge el poema es lo que me inspira la foto del mitin. Esos sedimentos otorgan el alma al instante de la historia, que no asegura nada, ni conocimiento, ni melancolía, ni inspiración. Una deformidad que me aleja de las preferencias habituales. La ruina, la fábrica abandonada, la estación de metro, el cartel rasgado que hace años que caducó. En definitiva, una suerte de detritus que resuelve más que los análisis, las valoraciones, los estudios y los ensayos. Cierro la ventana en el ordenador y las imágenes y sus protagonistas se alejan a su mundo inconcreto. Qué vapor en la tarde de junio, cuando ya se aproximan los resultados. Leo que, según los últimos datos, la participación es inferior respecto a las elecciones anteriores, las elecciones de diciembre. Sin miedo, sin esperanza.

+ Una pizca de frivolidad. Conduzco y como tantas veces tengo la radio conectada. Unas veces escucho las emisoras convencionales y otras me dejo llevar por la cadencia de Radio Clásica. Una tarde de la semana pasada escuché una entrevista con un cantautor. Se quejaba de que la etiqueta cantautor resultase peyorativa, que los chicos del 15M lo rechazaron cuando allí fue. Luego protestó por la frivolidad de los años ochenta, ya que esos artistas eran deudores de una lucha izquierdista que no terminaban de reconocer, pero de la que eran deudores y nada de lo que hicieron hubiera sido posible sin esos sacrficios. No lo dudo. Clamaba contra la frivolidad con dureza. La frivolidad repetí la palabra mientras el tráfico discurría plácidamente: motos, bicicletas, camiones, coches, todos en una aparente armonía. Yo no soy serio, yo tengo una parte importante de mí que es muy frívola, me dije y acudí al recuerdo de pequeños objetos que me acompañan en lo diario. Muñecos de plástico, narices de payaso o gatos dorados (...) Son elementos intencionadamente ligeros, evaporados, prescindibles. Qué le voy a hacer. Me gustan ciertos ornamentos porque aportan a la vida un grado de ironía muy necesaria para luchar contra los embates de la tristeza y el cansancio. Cuántas veces me ha repuesto observar durante unos minutos el muñeco de plástico que representa a Herman Munster, su sonrisa amplia, su maletín metálico, esa actitud de dirigirse al trabajo con total normalidad pese a su indiscutible condición de monstruo. Ay, los monstruos, su ternura y su violenta presencia. Ay, las matrioskas, la plateada maqueta de una Vespa, la caja vacía de galletas de la fortuna [Fortune Cookies], postales de tiendas francesas de complementos [carísimos]. Cómo se casa todo esto con mis ideas sobre la sociedad, la política y lo diario, lo aceptable y lo inaceptable. El enlace se establece mediante un pensamiento que sostienen la sospecha y la duda. Contra la desconfianza tiene que existir un elemento que equilibre los pesos. La tristeza no es buena consejera y lo frívolo aporta ese grano de sal que permite sonreír y saltarse la circunspecta realidad diaria, que nos aboca a la respuesta final: la muerte. Lo frívolo es una herramienta, un conjuro, una apuesta por la sonrisa / la risa. Astro Boy me mira y yo lo miro. Gracias por tu apoyo, le digo y él continúa con su tarea.

+ En latín se distinguen tres tipos de beso: osculum, beso de respeto; basia, de cariño; y lascius son los besos de placer . "Basia coniugibus, sed et oscula dantur amicis,/ suauia lasciuis miscentur grata labellis”. La realidad se construye lingüísticamente, por mucho que algunos se opongan a esta evidencia. Tres tipos de besos frente a un único beso, el nuestro. ¿Es equiparable?


+ Para otro momento: diferencia entre datum y factum. La precisión del lenguaje no es una cortesía, es una obligación.

+ Imagen: el pantógrafo tiene algo de constructivismo ruso, un constructivismo adelgazado hasta la mínima expresión, un aliento abstracto donde se conserva una edad. Sólo son evocaciones que contrastan con las ráfagas de fotos que vemos hacer a otros turistas. Nuestro turismo es una cacería de elementos pictoricos sin mayor objetivo que el disparo de la propia foto, la vibración del momento y el disparo. Nada más. Eso y este contenedor, este muestrario.

sábado, 2 de julio de 2016

The very back row



+ Sábado por la mañana, quizá son las ocho menos veinte. Escucho a los Who, veo el tomo de la biografía de Pete Townsend en un estante, me preparo para ir a cortar el pelo, como se dice en una canción de los Who: cut my hair. Mientras escribo pienso en cómo hay razones que nos llevan a una cierta poesía y, al tiempo, otras nos alejan de esa misma poesía. Hay una oscilación: unos días sí, otros no, el resto: en el centro, sin substancia. Me refiero a Luis Alberto de Cuenca. No sé por qué tomé el Cuaderno de vacaciones, lo comencé a leer y no pude estar en mayor desacuerdo. ¿La vejez? Como casi siempre, el significado de las palabras es variable e inaprensible en la entomológica encuadernación del diccionario. El que ayer era viejo hoy todavía es joven, algo que funciona simétricamente. Vivir como si nunca uno fuese a morir, y, antes de dormir, pensar en que el sueño es una imagen fiel de la muerte, me decía alguien al pie de una montaña que debíamos coronar. ¿Lo entendía? El tiempo cargó de significado la afirmación. Resucitar a la mañana siguiente y emprender el día con ilusión, con la alegría fortuita y sin más cimiento que el tiempo y su disciplina, comprender esta disciplina otorga el control sobre sus efectos, aunque no elimine las devastaciones. De Luis Alberto me gustan su elegancia, lo cercano del Madrid que traza: paisaje, figuras y circunstancia, la fuerza del amor y la grandeza de la sensualidad, esa defensa de la filología, cuándo ya no es que se obvie sino que se odia (?) por inútil. También, cómo no, el grado cero de la frivolidad. La poesía se desvanece para resucitar en la voz que se agita y se rebela contra esa sentencia: sólo el dinero nos alienta. Estos equilibrios y balances construyen la biblioteca imaginaria, inmaterial y móvil, la biblioteca que nos acompaña en la soledad en las salas de los aeropuertos, en el trayecto al trabajo, en el ascensor o en la escalera mecáncia. Los acuerdos y los desacuerdos. La proximidad y la lejanía. Volveré a la playa, volveré a llevar sus poemas a la playa, un lugar excelente para leer a Luis Alberto de Cuenca, aunque, qué gran verdad, haya cosas que no me gustan, pero qué poesía sería sin se pudiese hablar con ella, disentir, enemistarse y lograr una reconcialición, pero, finalmente, a quién le interesan los tibios.

+ Al fin y al cabo, la vejez y la intensa presencia de la muerte responde a un espíritu barroco, tan español, con tanta constancia presente en todos los ámbitos vitales. Una poesía certera nos lo transmite. Como sucede con el romanticismo, cabe la posibilidad de no limitar lo barroco al ámbito de una época histórica. Puede rebasar este dominio y lanzarse a uno mucho más amplio, que traspasa los límites de lo artístico y se mezcla con lo ordinario, con la vida cotidiana, más allá de su siglo, más allá de las bibliotecas. Veo esta razón en los poemas de Luis Alberto de Cuenca que he antes nombré y, así, retomo una cita que nos entrega, que procede de Hijos de la ira, de Dámaso Alonso: “Ahora que he sentido los primeros manotazos del súbito orangután pardo de mi vejez …” Sobre ella medito, la abandono y regreso a un poema anterior: “Dulce Carmilla”: “Son dos chicas muy jóvenes (aunque una / tenga doscientos años más que la otra). / Se quieren. Se codician. El terror / siempre ha sido una excusa inmejorable / para mostrarnos ciertas situaciones / que la moral tradicional no acepta / más que dentro de la literatura”. El árbol que cae, la sensación de la mano sobre la mano, la espalda, los senos acariciados por otros senos (…) Cómo contraponer la vejez y su orangután al amor entre dos adolescentes, el amor tierno de la mujer vampiro y su amada, Laura. Laura y Carmilla, otra vez. Cómo conjurar el fantasma de la edad. ¿La alegría?

+ “Si no se puede medir, no es ciencia”. ¿Lord Kelvin?

+  Sigo indagando sobre los años noventa. ¿Qué puedo ver ahí? Lo que fui. Con ese mar insondable: los presidentes de gobierno, los asuntos del poder, jueces, fiscales y magnates de la prensa, escritores, peridodistas y traidores, curas, vecinos, muertos, vivos y resucitados, reyes, príncesas y concubinas (...) Cuando leo me llegan imágenes de telediarios y conversaciones sobre aquellos asuntos y otros no nombrados, paralelos. Recortes de prensa que amarillean en un carpeta olvidada. El tiempo todo lo difumina. ¿Es esa borrosa imagen que nos queda el único rédito que se obtiene, cuántas voluntades han sucumbido, cuántas veleidades son humo, ceniza imposible de la soberbia? Y escribo y sé que lo que escribo es el menosprecio de corte y
elogio de aldea, aquí en mi cámara: los libros, la música, los dibujos y las notas. Es una humilde imagen o es la única posibilidad. Sin ambición no se avanza, pero la ambición es lo que precipita a los hombres al abismo. Faetón o Ícaro son emblemas de la vanidad: el amor propio desmesurado, la inconsciencia, la ceguera que produce el reflejo en el espejo. El abismo es un dilema que se plantea en el día a día. El abismo dibuja el discurrir de todas las biografías. El abismo. Desprenderse de la coraza que hemos trenzado durante largos años, sin fe, sin esperanza, sin miedo.

+ Vaya, alguno hay que no entiende cómo ha perdido el favor del electorado. ¿Continúa cegado por su reflejo en el espejo o, tal vez, como Narciso, está a punto de caer en el agua, a punto de ahogarse?

+ Imagen: nubes.