sábado, 9 de julio de 2016

Escrito desde el pasado




+ Madurez/inmadurez. Leo con atención un artículo de Luis Antonio de Villena sobre Truman Capote. Se describe su figura, su prosa, el impacto de su biografía; más adelante Luis Antonio rememora un momento en que Colette le dice al escritor norteamericano que comparten algo: nunca llegarán a ser maduros. No puedo dejar de pensar en la afirmación. Desde que leí esta sentencia trato de encontrar los indicios que me aporten un sentido  a mi destino. No creo en el destino pero sí en ciertas determinaciones; una vez más me remito a Heráclito: el carácter es el destino. La presión social sobre la biografía hace que me plantee si a lo largo de estos mis cincuenta años he madurado y la respuesta, afirmo sin dudar, es no. ¿Madurar?, madurar maduran las peras, le oí en una ocasión a un afamado filósofo, y la frase despertó la risa del auditorio, pero la frase a mí me causó una impresión que perdura. Si a esto le uno mi constante desinterés por los asuntos que a otros entretienen y apasionan, me convierto en una persona en los márgenes. Ahora, una vez escrito, no sé si esto es un vicio, un defecto o una virtud. Quizá ninguna de las tres cosas, pero sí es un estado permanente que ha condicionado el flujo de los días. La expatriación de la edad, del avanzar de los años. Son elementos que se suman: mis lecturas, la ausencia de hijos, la rutina diaria (...) La configuración de la persona responde a una pulsión que es difícil concretar, salvo, repito, su carácter, y ni siquiera pretendo aproximarme a una síntesis, pero, después de leer el artículo de Luis Antonio de Villena, veo cómo el eje madurez / inmadurez describe con perfección a las personas, y yo me remito al segundo grupo. No es un vocación.

+ La poesía tiene respuestas a interrogantes no planteados. La voz de los muertos, las preguntas de los locos.

+ Veo las fotos de la campaña electoral una vez que ésta ha pasado. Son las seis y cinco del día de las votaciones. He cumplido con mi deseo de votar. Poco espero, pues carezco de la necesaria ilusión para tener anhelos o esperanzas. Sólo he votado, sin miedo y sin esperanza. Veo las fotos de la pasada campaña electoral y me detengo en una de un mitin al aire libre, pero en lugar de fijarme en los candidatos, en la felicidad de la gente que asiste, en los niños y los perros, estudio el paisaje urbano, el cielo limpio del inicio del verano, ese aire del atardecer en Madrid y pienso que esa calidad humeante, polvorienta de verano es equivalente a la que se dio, en algún momento, tras una batalla. Con esa idea sin anclaje, abro un tomo de Julio Martínez Mesanza. Por la lujuria de la lectura, busco uno de los señaladores que me llevarán a un poema escogido: “Preferencias”. Copio: “Si acaso, los hangares en desuso,/ las estaciones fuera de servicio,/ el laberinto en las fundiciones,/ el brumoso extrarradio, un descampado (…)”. Lo que recoge el poema es lo que me inspira la foto del mitin. Esos sedimentos otorgan el alma al instante de la historia, que no asegura nada, ni conocimiento, ni melancolía, ni inspiración. Una deformidad que me aleja de las preferencias habituales. La ruina, la fábrica abandonada, la estación de metro, el cartel rasgado que hace años que caducó. En definitiva, una suerte de detritus que resuelve más que los análisis, las valoraciones, los estudios y los ensayos. Cierro la ventana en el ordenador y las imágenes y sus protagonistas se alejan a su mundo inconcreto. Qué vapor en la tarde de junio, cuando ya se aproximan los resultados. Leo que, según los últimos datos, la participación es inferior respecto a las elecciones anteriores, las elecciones de diciembre. Sin miedo, sin esperanza.

+ Una pizca de frivolidad. Conduzco y como tantas veces tengo la radio conectada. Unas veces escucho las emisoras convencionales y otras me dejo llevar por la cadencia de Radio Clásica. Una tarde de la semana pasada escuché una entrevista con un cantautor. Se quejaba de que la etiqueta cantautor resultase peyorativa, que los chicos del 15M lo rechazaron cuando allí fue. Luego protestó por la frivolidad de los años ochenta, ya que esos artistas eran deudores de una lucha izquierdista que no terminaban de reconocer, pero de la que eran deudores y nada de lo que hicieron hubiera sido posible sin esos sacrficios. No lo dudo. Clamaba contra la frivolidad con dureza. La frivolidad repetí la palabra mientras el tráfico discurría plácidamente: motos, bicicletas, camiones, coches, todos en una aparente armonía. Yo no soy serio, yo tengo una parte importante de mí que es muy frívola, me dije y acudí al recuerdo de pequeños objetos que me acompañan en lo diario. Muñecos de plástico, narices de payaso o gatos dorados (...) Son elementos intencionadamente ligeros, evaporados, prescindibles. Qué le voy a hacer. Me gustan ciertos ornamentos porque aportan a la vida un grado de ironía muy necesaria para luchar contra los embates de la tristeza y el cansancio. Cuántas veces me ha repuesto observar durante unos minutos el muñeco de plástico que representa a Herman Munster, su sonrisa amplia, su maletín metálico, esa actitud de dirigirse al trabajo con total normalidad pese a su indiscutible condición de monstruo. Ay, los monstruos, su ternura y su violenta presencia. Ay, las matrioskas, la plateada maqueta de una Vespa, la caja vacía de galletas de la fortuna [Fortune Cookies], postales de tiendas francesas de complementos [carísimos]. Cómo se casa todo esto con mis ideas sobre la sociedad, la política y lo diario, lo aceptable y lo inaceptable. El enlace se establece mediante un pensamiento que sostienen la sospecha y la duda. Contra la desconfianza tiene que existir un elemento que equilibre los pesos. La tristeza no es buena consejera y lo frívolo aporta ese grano de sal que permite sonreír y saltarse la circunspecta realidad diaria, que nos aboca a la respuesta final: la muerte. Lo frívolo es una herramienta, un conjuro, una apuesta por la sonrisa / la risa. Astro Boy me mira y yo lo miro. Gracias por tu apoyo, le digo y él continúa con su tarea.

+ En latín se distinguen tres tipos de beso: osculum, beso de respeto; basia, de cariño; y lascius son los besos de placer . "Basia coniugibus, sed et oscula dantur amicis,/ suauia lasciuis miscentur grata labellis”. La realidad se construye lingüísticamente, por mucho que algunos se opongan a esta evidencia. Tres tipos de besos frente a un único beso, el nuestro. ¿Es equiparable?


+ Para otro momento: diferencia entre datum y factum. La precisión del lenguaje no es una cortesía, es una obligación.

+ Imagen: el pantógrafo tiene algo de constructivismo ruso, un constructivismo adelgazado hasta la mínima expresión, un aliento abstracto donde se conserva una edad. Sólo son evocaciones que contrastan con las ráfagas de fotos que vemos hacer a otros turistas. Nuestro turismo es una cacería de elementos pictoricos sin mayor objetivo que el disparo de la propia foto, la vibración del momento y el disparo. Nada más. Eso y este contenedor, este muestrario.