sábado, 25 de junio de 2016

Various



+ El Conde de Villamediana comienza a cobrar cuerpo, su cuerpo de letra y su espacio de papel o pantalla. Debo encontrar un tema en su biografía que establezca una conexión con su poética, con su Faetón, con sus fábulas mitológicas. La intuición muestra una dirección: el carácter es el destino. Hay rasgos que inducen a buscar este paralelismo entre Faetón y la vida del Conde, pero semeja una explicación simple en exceso. ¿Es esto un impedimento? De ninguna manera, sin embargo he aprendido a establecer diques de contención a una suerte de corriente de pensamiento, ese yo interno parlanchín al que hay que acallar con frecuencia: en el estudio, en la reflexión y en la fiesta? En fin, a otra cosa. La caída de Faetón tiene un punto de unión con la vida del Conde: la deslavazada biografía y la caída del hijo de Apolo, su mala cabeza y su ambición sin cimientos. Por eso es necesario investigar la biografía, con lo complejo que esto me resulta, y, quizá, más que complejo yo diría paralizante. Escribir resuelve carencias al ponerlas al descubierto. Mi manera de escribir es muy dubitativa, a veces soy incapaz de opinar por miedo al error. He pensado en ello y creo saber dónde reside esta incapacidad. El Conde me guía en esta investigación sobre su vida y sobre mi incapacidad. Unir ambos temas es importante. Finalmente, después de espigar y centrarse en la cara oculta de la Luna permanecerá oculta, pero la motivación biográfica del poeta resplandecerá [mi propósito].

+ [Un poco más] Para comenzar he cogido en la biblioteca un libro de Néstor Luján, al que no sé si calificar de viejo libro o libro viejo. Decidnos, ¿quién mató al Conde? He leído el prólogo y contiene en sí una novela. Así soy yo, tendente a la novelaría y a la fabulación. Habla de cómo se gestó el libro. Habla de sus rutinas como escritor. Habla de cómo empleó una vacaciones en un tal Hotel Boix de Martinet de Cerdenya, cerca del río Segre. Utilizo en el buscador la opción de búsqueda de imágenes y me encuentro con una colección de paisajes de montaña, tan queridos por mí. Hoteles con tejados aptos para soportar la nieve, montañas en diente de sierra, coníferas, estrechas carreteras, ríos caudalosos y estrechos, lagos de montaña, pueblos encaramados en cumbres, nieve y niebla. Bien, pero el autor dice que comenzó a escribir en verano, “viendo como cómo los pescadores se afanan con la esquiva y la jaspeada trucha del Segre”. Y, añade, en lugar de entregarse, según su costumbre, a la lectura se sumergió en la redacción del libro que manejo. La redacción ocupó los días que van del 16 de agosto al 22 de septiembre de 1986. Todos estos datos me parecen suficientes para trenzar un guión cinematográfico donde se diesen en dos planos la estancia vacacional de Néstor Luján y la vida azarosa del Conde. Sin paralelismo, pleno de yuxtaposiciones. Ay, cómo me gustaría tener no ya el talento sino la capacidad de establecer tal guión. Etc.

+ Vi el libro cuando lo subieron del depósito y estaban sin cortar lo pliegos, es decir: un libro intonso. Debí esperar, porque sin rasgar las hojas no se permite el préstamo. El libro tiene más de cuarenta y cinco años y nunca se había solicitado. Soy el primero que leerá este ejemplar. Pienso en la palabra intonso y veo que es una realidad extremadamente lejana. Salvo en las librerías de viejo, resulta imposible encontrar un libro en estas condiciones. Ay, esos tomos de la editorial Gredos. No puede menos que sentir una punzada de sentimentalismo al tenerlo entre las manos, para equilibrar la afección sentimental cogí un libro de ensayos de Zadie Smith [que terminé por abandonar sin ningún tipo de arrepentimiento]. La visita a la biblioteca se debía a un libro sobre el Conde de Villamediana, donde se sopesa su homosexualidad, que se nombra mediante: el proceso nefando. Nefando lo subraya el corrector como subraya intonso y es, a la vez, otra palabra que ya nadie utiliza. Nefando viene a ser algo de lo que no se puede hablar sin repugnancia u horror. Uff, qué fatigas produce el paso del tiempo, cómo se refleja éste en las palabras, palabras que representan modos y edades, palabras que pierden su transparencia y se tornan en extrañas maneras de nombrar realidades que, en ocasiones, ya no existen, aunque para nosotros todavía sigan vivas. Nos morimos un poco en la muerte de las palabras. En fin, abro el libro y me enfrento a ese viaje que todo libro supone. Cuando me enfrento a su prosa, cuando estudio muy por encima la portada: sin ilustración ni fotografías, unas sobrias letras azules, rojas y unos finos filetes con esos mismos colores, me veo lanzado hacia el pasado. Se trata de un estudio de Luis Rosales sobre el Conde, su vida y sobre la misteriosa muerte que sufrió en las inmediaciones de la Plaza Mayor, en Madrid. Qué mundo tan lejano, me digo: tanto el del Conde como el de Luis Rosales, y no puedo menos que preguntarme el porqué de este interés por la figura del aristócrata calavera, qué razones me conducen a este autor . Llego a la conclusión de que es posible que no exista mucha distancia entre estas razones y las que nos llevaron a amigos o a la persona amada. La casualidad, ¿la casualidad para quién la trabaja? La cuestión que me ocupa ocurrió de la siguiente manera: primero debí escoger un tema para relacionar Siglo de Oro con la mitología o con la Biblia. Primeramente me incliné por Las Soledades de Góngora, pero quien me dirigía me dijo que era un tema demasiado trillado, que era preferible que indagase en autores de la escuela gongorina. Después de sopesar unas cuantas posibilidades me incliné por el Conde, más en concreto por su Faetón; como una suerte de fábula moral donde se recogerían causas y efectos de su vida: la hybris, la soberbia y la temeridad. En eso estoy: la hybris, la soberbia y la temeridad; cómo desarmarlo, cómo recomponerlo. Esa es la tarea.

+ Lectura de los sonetos del Conde comienza a mediados de junio, 2016.

+ En el día del Brexit recuerdo una visita a una vivienda en el Crescent de Bath. Nunca he sido particularmente entusiasta de las visitas turísticas. Tienen algo entre previsible, ornamental y falto de gusto. En este caso había notables diferencias. Hacía años que pensaba yo en Bath, debido a un curso de urbanismo que asistí allá en los inicios del milenio. Una de las tareas que se nos imponía el profesor consistía en dibujar plantas de ciudades, primero a lápiz que luego se pasaban a tinta y después se coloreaban. Un ejercicio agradable y tranquilizador. Cuando por primera vez oí hablar de la secuencia de Bath no dejé de preguntarme por las sensaciones que podría despertar el paseo por la ciudad balneario. Muchas veces pensé en ello y así nos plantamos allí, un día nublado y con no muchos turistas. No fuimos a los baños romanos, pero nos resultó imposible no entrar en aquella vivienda-museo que representaba el modo de vida de la Inglaterra georgiana. Me gustó que todos los que atendían a los visitantes eran ancianos, muy pulcros y amables, con un inglés relativamente accesible sin perder su color local [mmm qué expresión: color locas, qué descriptiva y certera]. Estaba prohibido hacer fotos en toda la casa, algo que se agradece, salvo con una excepción: desde un salón se podía fotografiar el Crescent, a través de la ventana. Así lo hice. Me pareció que era un gesto que encerraba una magia muy útilo para conjurar las heridas que el paso del tiempo produce. La invitación de aquella mujer rubia y alta me abría las puertas a un mundo finitio pero presente y auténtico. Hoy lo recuerdo, cuando el Reino Unido ha abandonado la Unión Europea y pienso que hay razones que florecen más allá del pesado e implacable tránsito de la Historia.


+ Imagen: cúpula de la Biblioteca Central de la Uned, en Madrid. Cuando entré allí era consciente de que tomaría una foto y esa foto habría de servir para el blog. La constación es ésta, no oculto que me produce una cierta satisfacción pensar en el camino recorrido: disparar, guardar, recuperar y publicar. Se puede decir que, casi, es un proceso orgánico. Allí, en esta biblioteca, permanecí durante dos horas consultando libros, tomando notas y observando a los otros lectores. Ver y ser visto. La foto, en su abstracción, contiene el momendo, ya que mediante ella soy capaz de recuperar sensaciones e intuiciones. Vale.