sábado, 4 de junio de 2016

Ut pintura poiesis



+ [Indagación]. La realidad es más un proceso que un objeto terminado, basta observar cómo las construcciones se cargan de significados al tiempo que el avanzar de la degradación se hace con ellas, contra el que la conservación lucha sin termino. Esa tensión entre ruina y conservación es un ejemplo de vida, de la vida en sí: no hay otra cosa. Hay en ello una tarea estéril, ya que, como dice el tópico, llegará un día que hasta el sol deje de iluminar.

+ Llego a una antología poética y encuentro una cita de Rimbaud que afirma que hay que ser absolutamente modernos. Yo moderno lo puedo conmutar y, así, hallar un haz de significados nuevos. La obligación de ser modernos ya caducó. La modernidad murió hace años y  todavía no se han percatado. La modernidad es un baúl cerrado, que al abrirlo expide olor a naftalina y el polvo de los trajes de los muertos. Hoy el brillo de las pantallas ha ahogado todas las vanguardias. Ya no hay nada más allá y poco a poco se muere esa rebeldía, el estallido de una forma que se resiste a ser capturada. La estructura de los días no deja demasiado espacio a la poesía, sólo hay una contabilidad exacta de lo útil, necesario y lucrativo, pero ante la muerte el beneficio no es tal, sólo arrepentimiento de las horas perdidas [lo digo como si mi costumbre fuese morir todas las semanas: y así es].

+ Suena Oasis, el grupo musical inglés. “How many special people change / How many lives are living strange”. Uno se para y observa a los que caminan a su lado y entiende que todas las vidas son extrañas, pero cuando penetra en ellas no encuentra menos sorpresa y paradoja. Todo está por descubrir y la capacidad de sorpresa anuncia una nueva vida entre los mortales. Como un largo poema que da detalle de lo efímero, la temporalidad asoma en cada rostro. Estudio en la proximidad la piel de una chica de 16 años y es un misterio esa perfección, que el tiempo se encargará de destronar. Así las montañas envejecen y se puede pronosticar que el sol un día se apagará. Mientras escucho Champagne Supernova. Cogeremos el coche para cruzar la provincia, otra vez, camino de Orense, en la ladera de una montaña, al abrigo de un bosque, con enfatizadas notas de aguardiente y pólvora. Ya es hora de marchar, cierro.

+ [Lectura]. En la biblioteca me han hecho caso y han comprado el libro de Lucía Berlin Manual para mujeres de la limpieza. Fui a buscarlo y comencé a leerlo el último día de vacaciones, en pijama, un miércoles. Quizá lo que nos termina por seducir de un libro es el hallazgo de una voz próxima, con la que conversar. Hay intuiciones que se concretan en lecturas y éste es el caso, tras ello: la conversación con un interlocutor que nunca responderá. Casi como un arte o un arte menor y sin esfuerzos, ni reconicimientos. Todo bien. Primero leí el relato que le da título al volumen, después uno sobre urgencias hospitalarias y ahora estoy con otro que reconstruye una reunión familiar y otros avatares que prefiero no desvelar. La persistencia de un tono desbaratado, que camina hacia una tristeza con chispazos de un humor ácido y exacto,  consigue que me identifique con la narradora. Siento cercanía y ternura por la mujer que cuenta, por esa dirección confesional y biográfica, musical y sincopada. La viñeta, el fragmento, el cuadro. Todo la suma de posibilidades que da lo no terminado, ese ámbito de la narración corta donde no hay un final explícito y esa apertura es una clave que desvela todo un mundo, el mundo pop donde habitamos. El pop es el rococó del presente. Y hay mucho pop en toda la narración. Somos parte de ese pop y por eso nos llega el libro. Lo asumo.

+ Momentos después de terminar de escribir el párrafo anterior, me dejo llevar por lo que encuentro sobre Lucía Berlin en la red. Fotos, notas y artículos. Veo y su foto y leo alguna que otra cosa para llegar a la conclusión de que la vida del artista, de la escritora en este caso, tiene muchos puntos de unión con las vidas de los santos. Sobre todas estas coincidencias sobresale una: la ejemplaridad. Su ejemplo nos llena de esperanza y convicción, llega de otro mundo, aquél mundo que le permitió ser y estar, pero que se ha desvanecido. En él triunfaba, en el gobernaba. ¿Seguro? Deslumbrados por el poder de la palabra impresa nos olvidamos que la correspondencia entre arte y vida no es necesariamente simétrica. Finalmente, el artista transforma la vida y ese transformar es lo artístico, no la vida en sí. Veo, otra vez, la foto de LB y entiendo algo en su belleza, en los penetrantes ojos azules, en el estilo con el que fuma, en la senda que entendemos de alcohol y dolor. Cierro las páginas y regreso a los relatos, si es posible, con una intención de velar todo lo visto sobre ella, todo lo leído sobre ella. Pienso en el carisma, en lo carismático que algunas personas tienen, ese magnetismo, abandono el libro y salgo a la calle. Mañana regreso al trabajo y, aunque no resulta doloroso, sí es un hiato. Contención, calma y sobriedad.

+ Otro libro, que no guarda ninguna relación con el anterior. Leo la solapa y me encuentro con la última frase del paratexto: “Algunos de estos libros han sido traducidos a varias lenguas”. Una vez vi al autor del libro. Era un hombre célebre, vi como un conocido se abrazaba él y él estaba perplejo. Era, pues, un hombre acostumbrado a abrazarse a otros hombres, que quizá ni siquiera conociese o que los conociese vagamente. Un gran bigote, encorvado y una prosa imposible, impenetrable, excesivamente abstracta, a pesar de decir que era del gusto platónico de hablar con palabras de uso común. Supongo que ya nadie le recuerda. Dejo el libro en su lugar y sé que dentro de un tiempo lo volveré a abrir y sentiré esa melancólica sensación: las obras, poco a poco, se hunden en una densa masa oscura, el olvido. Dudo mucho que alguien lea ya estos libros, con él éxito que tuvieron en su momento. Ahora es hora de dormir y, poco antes de caer en el sueño, me digo ¿quién lee ahora esos libros, en español, y en esas "varias lenguas". Ay, el sueño es la imagen de la muerte.

+ Salí a la calle e hice dos compras. Un boleto de lotería y los sonetos completos de Shakespeare. Los sonetos se unen a un ejemplar del Quijote que me compre a principios de año, ambos por un euro. ¿Es así cómo se conmemoran los centenarios? Prefiero el premio de la lotería a los quinientos años de gloria (sic). Etc.


+ Imagen. El camino que conduce al bosque: ese disparo fortuito que contiene un misterio que me resulta imposible aclarar. No deseo resolver ningún acertijo, no quiero encontrar claves, no me gustaría establecer un catálogo de signos. Pero ahí está el misterio, el sentido incompleto que un disparo regala, sin intención.